ELOGIO DE LA MELANCOLíA.  
Por Héctor Fenoglio[1]
  
   Sigo pensando en Kierkegaard. Me regalaron un libro de un mexicano sobre Kierkegaard. El autor habla sobre la “melancolía” de Kierkegaard, y dice: “La melancolía es un estado de ánimo. Puede ser considerada como una enfermedad en los casos crónicos (cuando se padecen períodos largos o continuos de melancolía). Es enfermedad en el sentido de un estado anómalo en el hombre”. Ya unas páginas antes se había referido a Kierkegaard y a “su problema de melancolía”. ¿Así que la “melancolía” de Kierkegaard era un “problema”? ¡Mirá vos!
     No, definitivamente no: Kierkegaard no tenía un “problema de melancolía” (y mucho menos una enfermedad). Lo que Kierkegaard soportaba era una guerra contra el mundo. Y ese odio, él lo sabía muy bien, era su único camino de salvación. Porque por más que quisiera, por más que lo intentara, él no podía “reconcialiarse con el mundo”; todas las cosas con las que los demás pasan por la vida (un trabajo, familia, hijos, dinero, prestigio,etc.), a él no le alcanzaban ni siquiera para empezar a soportar la vida. Y de una manera definitiva: no se trata de que a él personalmente no le gustara; no, se trata de que es así y punto. Y eso, más que “un” problema (personal o psicológico), eso es “el” problema. Pero “de eso”, por supuesto, muchos ni se enteran.
   Yo estoy seguro de que Kierkegaard no podía, jamás, “reconcialiarse con el mundo”: ya sé que tal vez esto no sea cristiano y que, por ahí, o por lo tanto, no puede atribuírsele plenamente este pensamiento. Ya sé que hay una pila de profesores que han leído “todo” y que saben más que yo, y que hacen fila para pegarme y que me pueden llenar la cara de citas, demostrándome que, en realidad, Kierkegaard estaba más “reconciliado” con el mundo de lo que yo creo, y que las cosas que digo no son más que reflejos de mis propios fantasmas y obsesiones. Pero no me importa: yo sé que Kierkegaard aún sigue en guerra contra el mundo (incluyendo a todos esos profesores), y no pienso tomarme el trabajo ni gastar un minuto de mi tiempo en convencerlos ni en demostrales de por qué es así. Y todo por una simple razón: porque es imposible hacerles darse cuenta, porque nunca nos entenderemos, porque estas cosas no se resuelven con “razones”, y porque entre nosotros hay un abismo que jamás se salvará. Y todo ocurre así por una simple razón: porque ellos están y les gusta estar “reconciliados” con este mundo, mientras que yo lo odio, incluyéndolos a ellos. Y como yo sé muy bien por qué los odio, también sé muy bien por qué este odio es mi vía de salvación, y por qué ellos de esto no saben ni nunca sabrán nada.
   Y entonces me acuerdo de Erdosain en “Los Siete Locos” de Arlt:
   “Entonces su irritación se volvió contra la bestial felicidad de los tenderos, que a las puertas de sus covachas escupían a la oblicuidad de la lluvia. Se imaginó que estaban tramando eternos chanchullos, mientras que sus desventradas mujeres se dejaban ver en las trastiendas, extendiendo manteles en las mesas cojas, arramblando innobles guisotes que al ser descubiertos en las fuentes arrojaban a la calle flatulencias de pimentón y de sebo, y ásperos relentos de milanesas recalentadas.
  “Caminaba ceñudo, investigando con furor lento las ideas que se incubarían bajo esas frentes estrechas, mirando descaradamente las lívidas caras de los comerciantes, que desde el cuévano de los ojos espiaban con una chispa de ferocidad los compradores que se movían en los negocios fronteros; y Erdosain sentía a momentos ímpetus de insultarlos, antojo de tratarlos de cornudos, de ladrones y de hijos de malas madres, diciéndose que tenían la falsa gordura de los leprosos y que si algunos estaban flacos era de celar los éxitos de sus prójimos. Y en su fuero interno los iba injuriando atrozmente, imaginándose que los negociantes aquellos estaban atornillados a próximas quiebras por espantosos pagarés, y que la desdicha que le arrojaba a él al fondo de la desesperación se cerniría también sobre sus mugrientas mujeres, que, con los mismos dedos con que momentos antes habían retirado los trapos en que menstruaban, cortarían ahora el pan que ellos devorarían entre maldiciones dirigidas a sus competidores.
   “Y sin podérselo explicar se decía que el más educado de esos bribones era de una grosería solapada y profunda, todos envidiosos hasta el tuétano y más desalmados e implacables que cartagineses.
   “A medida que iba pasando frente a colchonerías y almacenes y tiendas, pensaba que esos hombres no tenían ningún objeto noble en la vida, que se pasaban la vida escudriñando con goces malvados la intimidad de sus vecinos, tan canallas como ellos, regocijándose con palabras de falsa compasión de las desgracias que les ocurrían a éstos, chismorreando a diestra y siniestra de aburridos que estaban, y esto le produjo súbitamente tanto encono, que de pronto aceptó que lo mejor que podía hacer era irse, pues sino tendría un incidente con esos brutos, bajo cuyas cataduras enfáticas veía alzarse el alma de la ciudad, encanallada implacable y feroz como ellos”  
  
   Esto es melancolía. Erdosain sabía de lo que hablaba. Capaz que muchos van a decir que todo esto no es “melancolía” sino “resentimiento”, pero yo les digo que no, o que sí, que también es resentimiento, pero concentrado, limpio y elaborado, y que por eso ya no es resentimiento. Y también les digo que esos tenderos, esos comerciantes, esos colchoneros o esos profesores, se encuentran tanto Minnesota como en Brooklyn, tanto en la 5th Avenida como en Corrientes y Callao, tanto en Copenhage como en Belgrano.
   El capitalismo, desde muy joven, siempre intentó desconocer y tapar el abismo existencial que se manifiesta en la melancolía con la alegría forzada del sábado por la noche, con esa continua promesa de belleza y juventud eterna, y, por supuesto, con su apuesta máxima: matar a la muerte mediante procedimientos técno-médicos. No resulta extraño, entonces, que la melancolía esté tan desprestigiada y tenga tan mala prensa. Sin ir más lejos, la famosa “melancolía porteña”. (Antes que nada aclaremos algo: yo no soy porteño; soy cordobés). La famosa melancolía porteña no es estúpidamente ganas de sufrir y nada más, no, es algo mucho más serio y picante; como bien cantan los tangos, esa melancolía es “spleen”, es decir, una terrible y explosiva mezcla de tragedia y pasión, una pasión suicida, es cierto, pero lúcida y vital; nihilismo y sinsentido sí, pero ¿acaso vas a creer? Es una verdadera rebelión contra el bien, contra la belleza y contra la alegría, industrializada o no; es esa verdad siempre sabida y de la que jamás te vas a poder hacer el boludo porque, por más que te hayas pasado del tango al rock and roll, ella sigue siendo tu verdad. Una verdad que te dice que sí, que por supuesto que hay alegría, y que es brasilera, pero que vos no podés sentirla como tu temple fundamental de vida porque así, como la sentís, en el fondo, es una boludez: algo ahí no te cierra.
   Esto es melancolía: no un mero sentirse más o menos mal por un tiempo o por toda una vida, sino una herida abierta en la carne del mundo, una verdad que te enloquece, que te persigue y no te da respiro, pero sin la cual tu vida sería una insulsa y estúpida vidita.
   Entonces vuelvo a Los Siete Locos: “Nota del comentador: Refiriéndose a esos tiempos, Erdosain me decía: «Yo creía que el alma me había sido dada para gozar de las bellezas del mundo, la luz de la luna sobre la anaranjada cresta de una nube, y la gota de rocío temblando encima de una rosa. Más, cuando fui pequeño creí siempre que la vida reservaba para mí un acontecimiento sublime y hermoso. Pero a medida que examinaba la vida de los otros hombres, descubrí que vivían aburridos, como si habitaran en un país siempre lluvioso, donde los rayos de la lluvia les dejaran en el fondo de las pupilas tabiques de agua que les deformaban la visión de las cosas. Y comprendí que las almas se movían en la tierra como peces prisioneros en un acuario. Al otro lado de los verdinosos muros de vidrio estaba la hermosa vida cantante y altísima, donde todo sería distinto, fuerte y múltiple, y donde los seres nuevos de una creación más perfecta, con sus bellos cuerpos saltarían en una atmósfera elástica». —Entonces le decía: «Es inútil, tengo que escaparme de la tierra»”.
         
    AGREGADO
    Hoy me compré una maravillosa edición de Ed. Sudamericana de Los Siete Locos y Los Lanzallamas, con notas, artículos, cronología, etc. En este libro encontré la siguiente Aguafuerte de Arlt referida a los personajes de Los Siete Locos:
   “Estos individuos, canallas y tristes, simultáneamente; viles soñadores simultáneamente, están atados o ligados entre sí por la desesperación. La desesperación en ellos está organizada, más que por la pobreza material, por otro factor: la desorientación que, después de la gran guerra, ha revolucionado la conciencia de los hombres, dejándolos vacíos de ideales y esperanzas. [Se refiere a las primera guerra mundial de 1914-17. Los Siete Locos se publicó en 1929. Yo me digo: ¡qué parecido es aquel momento del mundo a éste, después de la caída del muro de Berlín, sin Socialismo, vacío de ideales y esperanzas!]
   “Hombres y mujeres en la novela rechazan el presente y la civilización tal cual está organizada. Odian esta civilización. Quisieran creer, arrodillarse ante algo, amar algo; pero, para ellos, ese don de fe, la «gracia» como dicen los católicos, les está negada. Aunque quieran ser, no pueden. [De nuevo: ¡qué parecido a hoy!, porque hoy se nos vuelve imposible volver a creer en el Socialismo con mayúsculas, ya nos parece una ingenidad]. Como se ve, la angustia de estos hombres nace de su esterilidad interior. [¿y/o anterior?]. Son individuos y mujeres de esta ciudad, a quienes yo he conocido. [Otra vez: ¡qué parecido: ¿qué sería de mí si no hago esta revista, el taller de pensamiento? ¡Cuántos desesperados, cuántos suicidios en espera caminan hoy por las calles de Buenos Aires, estirando como pueden las horas, los días, las semanas!?].
   “En síntesis: estos demonios no son ni locos ni cuerdos. Se mueven como fantasmas en un mundo de tinieblas y problemas morales y crueles. Si fueran menos cobardes se suicidarían; si tuvieran un poco más de caracter, serían santos. En verdad, buscan la luz. Pero la buscan completamente sumergidos en el barro. Y ensucian lo que tocan.
   “A mí, como autor, estos individuos no me son simpáticos. Pero los he tratado. Y todo autor es esclavo durante un momento de sus personajes, porque ellos llevaban en sí verdades atroces que merecían ser conocidas.
   “En definitiva: en esta obra no hay ningún casamiento, ni baile, ni declaración de amor. Al sexo femenino no le puede interesar”.
   Yo creo que esto es la melancolía.



[1] Puiblicado en PARTE DE GUERRA, 2001.

SEMIOLOGÍA Y LINGÜÍSTICA