EL ETERNO GERUNDIO

Sobre la verdad y la ciencia
Por Héctor Fenoglio[1]

La arraigada idea que concibe a la ciencia como una acumulación de teorías verdaderas, experimental y racionalmente establecidas, está hoy cuestionada de manera radical. Este cuestionamiento no se reduce a los pensadores y filósofos reconocidos por sus posturas críticas a la técnica y ciencia moderna; por lo contrario, aún los epistemólogos más aceptados y difundidos por la comunidad científica-académica, tales como Karl Popper o T. Kuhn, también son protagonistas de dicho cuestionamiento.

Popper, con el Método Hipotético Deductivo, ha planteado la imposibilidad de establecer la verdad de una teoría, es decir, de verificar una hipótesis científica. Kuhn, con el concepto de inconmensurabilidad, ha observado la imposibilidad de una elección racional entre dos teorías científicas de diferentes paradigmas, dado que toda elección se realiza desde la racionalidad del paradigma al que se adhiere.
        
         Parece imponerse, entonces, la idea de que las verdades científicas son contingentes, fantasmáticas, aceptadas transitoriamente; y que la verdad —en un sentido fuerte— es científicamente inalcanzable. Hay corrientes epistemológicas que, incluso, van más allá, pues afirman de manera rotunda que no hay verdad, ni en ciencia ni en ningún otro ámbito, resultando que las verdades de una época no son más que aquel sistema de ideas sostenidas desde el poder.

         Hoy se registra, entonces, una crisis de la creencia en la acumulación de enunciados como vía de acceso a la verdad. ¿A qué se debe ésta dificultad o ésta imposibilidad de atrapar la verdad por medios de los enunciados?


I – Enunciado y Enunciación

         Cuando decimos “verdad” o “verdadero” entendemos por esto la correspondencia entre los enunciados científicos por un lado y la realidad a describir por el otro. A los enunciados los entendemos como reflejo o representación simbólica de los objetos y/o hechos del mundo real. Pensamos a esta realidad como externa a los enunciados, objetiva, siendo indiferente que sea o no conocida. Los enunciados son tomados independientemente del sujeto que los enuncia, o sea, pretendemos la erradicación de toda subjetividad en los mismos.

         Esta manera de concebir las cosas, instaura una dualidad, instaura dos mundos: el mundo de los enunciados por un lado y el mundo de la realidad por el otro; dos mundos total y absolutamente diferentes sin posibilidad de continuidad. Se concibe la verdad como la adecuación, mayor o menor, de las representaciones a la realidad representada. Lo que registra la epistemología es que esa adecuación nunca puede ser total. A lo sumo puede ser perfectible por aproximaciones sucesivas, como fotos cada vez más nítidas. Estas aproximaciones tenderían a un hipotético punto de verdad plena, donde la representación y el objeto coincidirían plenamente. Esta coincidencia plena, la verdad plena, es un punto límite, no alcanzable por vía de los enunciados; y se lo puede representar como límite matemático. La serie: 1/2; 1/4; 1/8; 1/16; 1/32; 1/64; …tiende a cero, pero por más que se prolongue nunca puede alcanzar el cero.

         Planteada la duda acerca de la verdad de un enunciado, ésta se extiende a toda la cadena de enunciados, y da lo mismo que se esté en el momento 1/2 o en el 1/64, pues de cualquiera de estos momentos hasta cero hay una serie infinita. Esto lleva a concluir que, en realidad, no hay aproximación sucesiva al cero o al punto de verdad plena. También a decir, por tanto, que toda la serie de enunciados es radicalmente no-verdadera, y que está condenada a ser así por siempre.

         Este planteo, en apariencia posmoderno, no es nuevo. Descartes duda de todo conocimiento sensible, de toda la serie, pero concluye que, aún dudando de todos los enunciados, sin embargo de algo se puede estar seguro: de que duda, de que dudando está pensando y allí, en ese salto, capta algo diferente: a pesar de toda duda yo pienso, luego soy.

         El hecho de dudar no es un enunciado ni está dentro de la cadena de enunciados; sin embargo, es preciso contarlo como elemento sostén de los enunciados. Este soporte necesario de los mismos es la enunciación.

         Descartes capta su yo pienso-soy en la enunciación del “yo dudo” y no en su enunciado, que todavía le acarrea todo ese saber a poner en duda. Lo que emerge en ese “yo pienso”, que conduce y vuelca enteramente en el soy, es algo real diferente a la realidad descripta por los enunciados. Algo real que en el campo de los enunciados está situado como aquello que el sujeto está condenado a no alcanzar jamás pero que, sin embargo, se le revela a través de ese mismo no alcanzamiento. Este real de la enunciación no admite la duda, en tanto que, antes que verdadero o falso, es, o: y si es, siempre es verdad, aunque lo que digo sea falso.

         La estructura del planteo dualista, que separa radicalmente el mundo de enunciados y la supuesta realidad externa, consiste en el escamoteo del acto de enunciación. En esencia este discurso constituido es un procedimiento práctico para no saber nada de la enunciación: es un no querer saber nada de eso real que, a pesar de todo, se le aparece al límite de la duda de todos sus enunciados.

         Un sujeto sostiene el discurso de enunciados y al mismo tiempo se reconoce en ellos, se sostiene de ellos.

         El sujeto se aliena en ese saber de enunciados. Diga lo que diga será un discurso alienado, alienante, encubridor por la estructura misma del discurso constituido. La desgarrante duda acerca de la verdad de los enunciados de los que se sostiene –a los cuales al mismo sostiene- abre una fisura en este sujeto de los enunciados acerca de que lo funda a él como tal.

         Se abre un momento trágico, fundante del saber trágico. El saber trágico acontece cuando el sujeto que se sostiene de los enunciados cae, y el discurso constituido se troca en palabra constituyente.

         La enunciación y los enunciados se implican mutuamente, pero al mismo tiempo se excluyen mutuamente.


II – Acto Fundante

         El sujeto bajo el efecto de las creencias tranquilizantes en los enunciados, logra mantenerse alejado del momento trágico. Va imponiéndose metas, ideales, deberes. A menudo no hay, en tales imposiciones, más que el temor de los riesgos a asumir si no se los impusiera. Al buscar la verdad sólo en los enunciados, termina poniendo los enunciados en el lugar de la verdad. Y en ellos cree reconocerse cuando en verdad allí se desconoce, cree estar orientado pero está perdido. De tanto verse en el espejo, se confunde con su propia imagen.

         A Menudo el sujeto de los enunciados se fisura, tambalea, como ocurre en la duda radical. Es usual que tome estos momentáneos desvanecimientos con extrañeza, para no tenerlos en cuenta, y dejarlos atrás lo más rápidamente que pueda. En ciencia estas fisuras acontecen y también los intentos de dejarlas de lado. Por ejemplo: es patético observar los intentos desesperados de los lógicos desde hace cien años por suturar y eliminar la emergencia de las paradojas, que causan una herida mortal a sus concepciones de lo que debe ser la lógica.

         Cuando su mirada tropieza con esos puntos imposibles de esclarecer, acaecen los momentos sin garantías, “el momento de la verdad” como se dice –ya que no hay espejos ni imagen en la cual reconocerse-, la vía de los enunciados llegó a su fin. En ese momento y lugar, es posible el advenimiento de una palabra constituyente: palabra que es acto. Acto fundante  de una experiencia. La palabra constituyente es acto pues, más allá de relatar o describir una experiencia externa a sí mismo, ella misma es la experiencia. Y ese acto creador pues, antes que describir una realidad preexistente a la descripción, crea una realidad antes inexistente. Aquí se diluye y resuelve la separación dualista entre mundo de enunciados y realidad preexistente. Se resuelve porque el discurso dualista también es fundante y creador de la realidad que describe y del sujeto que la soporta, pero lo hace desconociéndose como acto creador; no se sabe a sí mismo en su acto de saber. Allí radica su alienación. Pero ésta alienación no consiste en un juego de ideas, sino en una laboriosa acción material permanente consistente en ocultarse como producto. La alienación es material, o sea, una praxis alienada.

         La idea de la verdad como correspondencia se afirma, por un lado, en la necesidad que se tiene de las creencias tranquilizantes y de la ilusión del descubrimiento de una verdad ya constituida que lograríamos conocer. Y por otro, en el obcecado desconocimiento del propio acto de enunciación. Sin embargo, no hay ninguna verdad previa al acto fundante, esperando ser recuperada. La verdad es producto de la praxis humana. A la palabra verdadera hay que producirla, pero esa producción es inseparable del producto mismo. El acto producido, el producto y el productor son una misma cosa y se sostienen como tal, es decir, como acto que sigue fundando, perpetuo acto. No es una fundación que se concretó en el pasado y acabó, es un acto que sigue pasando, continuamente, en eterno gerundio.

         El sujeto, que sostiene y se sostiene de los enunciados, permanentemente realiza un acto de fundación de sí mismo y del mundo en el que se reconoce, y lo realiza en una praxis material cotidiana. Día a día debe producir y sujetarse del mundo que funda con su acción; y cuando aparecen los momentos de fisura –la mayoría de las veces en contra de su voluntad- el mundo y su vida pierden sentido, emerge la duda radical: ¿y si todo es un engaño? A ésta conmoción no le da respuesta satisfactoria la verdad “objetiva” (hipótesis a confirmar donde el sujeto se borra).

         Este terremoto que conmueve la subjetividad, no tiene su epicentro en la contingencia de lo subjetivo, ni lo resuelve el logro de un justo término medio de opinión. El acto fundante reposiciona drásticamente la (¿?) con otro punto de ubicación, ni subjetivo ni objetivo, fijo y claramente determinable. Esta operación adquiere carácter de necesariedad, y no porque lo que acontezca sea una descripción verdadera, lo que acontece es la verdad. Subjetivamente es posible dar testimonio de la operación del acto fundante, peor no es posible dar su justificación. Aquí la verdad no se demuestra, se muestra. Ello es así porque se llega a los límites de la subjetividad (de la individualidad), se tropieza con los puntos de imposibles de esclarecer por la vía de los enunciados. Funda una verdad no representable, no compatible con la forma de enunciados. La palabra constituyente está radicalmente escindida de la subjetividad individual personal –y de su extensión, la intersubjetividad- y emerge a pesar de ello.

         No se trata de rechazar las teorías, los enunciados. Sería una tarea necia e imposible. Se trata de reubicar la teoría como una parte de la acción humana. Sacarlo del lugar de fetiche en la operación de ocultamiento. No es posible denunciar un fetiche proponiendo otro fetiche: es posible alienarse en la teoría crítica de la alienación.


[1] Incluido como parte en el Post-Scriptum de LA TELÈPATA.

SEMIOLOGÍA Y LINGÜÍSTICA