CHANTAJE POLITICO
Sobre la huelga de hambre de los presos de La Tablada
Por Héctor Fenoglio.
La huelga de hambre de los presos de la Tablada no tuvo nada de acción revolucionaria y todo de chantaje político. Fue por eso que se transformó en una farsa patética: a poco de comenzada hasta los radicales sabían que ahí nadie iba a morir, por la sencilla razón de que, en realidad, ninguno se había dispuesto a arriesgar la vida.
Si la huelga fue una vergüenza, más aún lo fue la reacción de la intelectualidad de izquierda. No sólo lo aceptaron, sino que el notorio apriete de esos veinte tipos encantó a casi toda la intelectualidad de izquierda, que presurosos salieron a apoyar la huelga de hambre. Hablamos de Hebe de Bonafini, Osvaldo Bayer, Leon Rozitchner, Vicente Zito Lema, Miguel Bonasso, Horacio Gonzalez...y siguen las firmas. Todos sufrieron..., todos se indignaron... ¿Qué les pasa? ¿Estamos todos locos? ¿Cómo puede ser que semejante chantaje haya apurado y engañado a aquellos que se dicen luchadores por la verdad? Esa huelga fue una mentira y aún sigue siéndolo. Por eso es crucial que lo reconozcamos: porque si ninguna política revolucionaria puede aceptar la mentira, menos aún puede afirmarse en ella.
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Los presos de la Tablada fueron juzgados y condenados por la Ley de Defensa de la Democracia. Esa ley no admitía una segunda instancia judicial, es decir, apelación ante un tribunal superior. Esta normativa sigue siendo inconstitucional y contraria al Pacto Internacional de San José de Costa Rica, al que nuestro país adhiere. Hacía tres años que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) reclamaba al Estado argentino que cumpliera, en este caso, con los pactos internacionales. En concreto: que modificara la ley. El bloque parlamentario radical repetidas veces había mostrado nulo interés por dar quórum para tratar dicha modificación y los justicialistas, por su lado, apostaban a que el gobierno pagara el costo político de un indulto, o de las muertes. Ante esto el Ejecutivo sólo intentaba zafar pateándole la pelota al parlamento. El Frepaso, por supuesto, hablaba. Ante esto era justo y necesario el reclamo por el estricto cumplimiento de la ley por parte del Estado Argentino, más allá de cualquier especulación política.
Ahora bien, ¿el apoyo al reclamo de los presos llevaba necesariamente a apoyar la huelga de hambre? ¿Era políticamente correcto o incorrecto el apoyo a la huelga de hambre?
Apoyar la legalidad y la legitimidad del reclamo de los presos nunca implicó apoyar la legitimidad de la huelga de hambre. Sin embargo, gran parte del pensamiento político progresista argentino, atolondradamente, sin pensarlo dos veces, dieron por descontado que apoyar la lucha de los presos era lo mismo que apoyar la huelga de hambre. Y viceversa. Pero no era ni es así; de ninguna manera. Muy por el contrario, en ese momento lo políticamente necesario era manifestarse en contra de la huelga de hambre. Porque los que vivimos en carne propia muchos momentos similares en la década del 70, no debemos permitir que estos errores políticos se repitan. Debemos impugnar y deplorar el recurso de que porque los huelguistas “están al borde de la muerte” la huelga haya merecido apoyo. Debimos haber rechazado semejante argumento porque, en realidad, eso no era más que un chantaje sentimentalista que sólo agregaba más confusión a la ya existente. Y porque, a pesar de la dramática urgencia, lo que realmente se necesitaba no eran arengas sentimentales sino una verdadera discusión política sobre la medida tomada por los presos (y, por supuesto, sobre muchas cosas más).
La huelga de hambre debe ser pensada como una medida de lucha política, es decir, algo que va más allá de los intereses personales de los involucrados. Era un asunto que nos implicaba a todos. De no ser así, nada se habría podido decir. Es decir: no se trataba de un apoyo humanitario ni tampoco sentimental, se trataba de una cuestión política y, como tal, imponía una discusión política. Y porque nunca debemos permitirnos caer en un chantaje político-emocional había que dejar en claro, de entrada, que el hecho de que estuvieran presos y al borde de la muerte no les concedía, a ellos ni a nadie, mayor claridad ni autoridad política.
Apoyar la huelga de hambre no era tan sólo declararse a favor de la libertad de los presos: apoyarla implica hacerse cargo, a cuenta propia, de las posibles muertes que resultasen de tal medida, es decir, hacerse responsable de la posibilidad de haber mandado al muere a varias personas. Si no se la piensa así, todo deviene en un confuso aventurerismo irresponsable, y cualquier lamento o autocrítica posterior es ya pura palabrería. De nada sirve argumentar que la decisión ya la habían tomado ellos, pues eso nunca puede ni debe quitar el peso de la propia decisión. Por eso nunca se debió apoyar la huelga de hambre: porque apoyarla era hacerse responsable de esas posibles muertes. O tal vez muchos la apoyaron tan fácilmente porque intuían que la huelga nunca iría a fondo, es decir, que era como si fuera una huelga de hambre pero sin serlo.
Pero, sobre todo, no había que apoyarla porque esa huelga de hambre estuvo concebida con la misma lógica política conspirativa que condujo al intento de copamiento de La Tablada y a toda la política militarista de los años 70.
Con la huelga los presos buscaban presionar al Gobierno y al Estado para que cumpla con la ley. Pero al mismo tiempo nos presionaban a todos. No sólo se trataba de que así plantaban un hecho político consumado al que después, siempre después, los demás tenemos que adherir o no. La huelga de hambre de los presos de la Tablada estuvo concebida desde la ya muy conocida lógica del “a vencer o morir”, lógica que siempre termina constituyendo un verdadero “apriete” no sólo al gobierno sino a todos, pues es propio de su esencia considerar al que no la apoya como un a reaccionario o, incluso, como a un cómplice de las posibles muertes. Y esto, aquí como en cualquier lugar del mundo, se llama chantaje político.
El intento de copamiento al Regimiento la Tablada por el MTP en 1989 fue un desastre porque estuvo concebido desde una lógica política conspirativa y voluntarista, la que siempre, y por veces rápidamente, degenera en un aventurerismo demencial. No se puede seguir disculpando políticamente a nadie con el argumento de que, aunque equivocados, tenían las más buenas y mejores intenciones. No se puede pasar por alto ni olvidar que la misma lógica ya condujo a varios desastres en el pasado, como la contraofensiva de Montoneros en 1979, o el intento de copamiento a Monte Chingolo por el ERP en 1975, del que también fue responsable Gorriarán Merlo. No se puede, por más desesperación que nos invada, seguir con la lógica de levantar la apuesta tirando otro cadáver más a la mesa, para ver quien arruga o se asquea primero. Porque ya no somos jóvenes inexpertos, y porque ya sabemos por experiencia propia que eso no conduce a nada o, mucho peor, conduce a lo peor.
Por esto fue que los directores de Parte de Guerra nos pronunciamos en contra de la huelga de hambre de los presos de la Tablada.