EL ARAMBURAZO
Sobre el asesinato de Aramburu por Montoneros
Por Héctor Fenoglio[1] 

   El secuestro, juzgamiento y fusilamiento del general Pedro Eugenio Aramburu realizado por Montoneros en 1970, fue quizá la acción político-militar más exitosa. Esta acción, sin embargo, muestra uno de los aspectos más nefastos de la política de las organizaciones armadas y de gran parte de la izquierda argentina. Han transcurrido 30 años, ¿qué dicen ahora los viejos peronistas de izquierda? De las posturas de José Pablo Feinnman y Miguel Bonasso puede inferirse que siguen tan ciegos como antes. Pero se equivoca quien piense que todo esto no es más que un asunto entre viejos peronistas, pues lo que cada cual piense hoy sobre el Aramburazo dice mucho sobre su propio pensamiento político.

   FEINNMAN
   Los siguientes cuatro párrafos están extraídos del libro “La Sangre Derramada” de José Pablo Feinnman, del capítulo 16 titulado “Los Montoneros”.    
   1.- “A las nueve en punto de la mañana del 29 de mayo de 1970, dos jóvenes de uniforme militar subieron al apartamento de un general retirado, en el piso octavo de un edificio de la calle Montevideo de Buenos Aires. El motivo de su visita era, le dijeron, ofrecerle una custodia. Por espacio de varios minutos sostuvieron una amable conversación, durante la cual tomaron una taza  de café. Como vemos, se trata de un encuentro entre militares. Los jóvenes visten uniforme militar y el general retirado —tranquilo al saberse entre pares— les ofrece un café. De pronto, los jóvenes le informan que debe acompañarlos. Días después —tres días después—, en un campo desolado, uno de ellos le dice: «General, voy a proceder». Y el general responde: «Proceda». Y es ultimado. El lenguaje es también militar: «Voy a proceder» - «Proceda»”.
   2.- “El operativo se inicia, según vimos, el 29 de mayo de 1970. No era una fecha cualquiera: era el primer aniversario de una hecho violento de masas ocurrido en la ciudad de Córdoba y conocido como Cordobazo. También, el 29 de mayo, es el día del Ejército. Al elegir el 29 de mayo los Montoneros trazan una unión simbólica con un hecho de masas, es decir, intentan vincular —en la búsqueda de expresar que se trata de la misma lucha— la violencia guerrillera con la violencia popular... Que el 29 de mayo sea el día del Ejército no es un dato secundario: era el Ejército quien gobernaba. Y éste es un elemento esencial en la comprensión de la violencia setentista: cuando Pedro Eugenio Aramburu fue asesinado (insisto en la palabra asesinato, porque sería inadecuado incurrir en ningún eufemismo: todo crimen, sea o no político, es un asesinato) el país no era conducido por un gobierno democrático...”.
   3.- “La violencia, en la Argentina, no comienza en junio de 1970, no comienza con el asesinato de Aramburu. Aramburu formaba parte —como elemento responsable sustancial— de un período antidemocrático, violento y criminalmente represivo. Aramburu era una figura inescindible del bombardeo a Plaza de Mayo [sobre las manifestaciones populares contra el derrocamiento de Perón en septiembre de 1955, donde murieron centenares de personas] y de los fusilamientos de José León Suarez [1956]. Ahora bien, seamos claros: esto no legaliza su asesinato. Nadie puede alzarse contra la lógica de la muerte instrumentando la lógica de la muerte. Tampoco se trata, aquí, de la cuestión simplista acerca de quién empezó primero...”.
   4.- “La violencia de la izquierda peronista se despliega a partir de realidades incontestables: gobiernos dictatoriales, represión, fusilamientos, manoseo farsesco y canalla de la palabra democracia. No fue un estallido aislado, la aventura de siete u ocho locos mesiánicos. Fue parte de la historia de una sociedad enferma de injusticia, de odio y de violencia. ¿Hubiera sido posible evitarla? Sí, se la hubiera podido evitar como siempre es posible evitar la violencia o, al menos, como siempre hay que intentar evitarla: a través de la transparencia institucional, a través de un marco jurídico que entregue a los ciudadanos la posibilidad de otras vías para que la verdad y la equidad accedan a este mundo. En 1970, la despótica, represiva y militarizada sociedad argentina estaba muy lejos de algo así”.
    Hasta aquí Feinnman. Del último párrafo se infiere que, para Feinnman, el fusilamiento de Aramburu por los Montoneros estuvo justificado por los hechos históricos. Cualquiera que sepa leer se da cuenta de que lo que digo no es una inferencia antojadiza:  “Se hubiera podido evitar la violencia, dice Feinnman (es decir, el fusilamiento de Aramburo, aclaro yo) si hubiera habido transparencia institucional, marco jurídico, etc..” Esto, y decir que ante la dictadura militar de 1970 no quedaba otra alternativa que el accionar militar clandestino y el asesinato selectivo de los dictadores, es lo mismo. O, al menos, que todo ésto estaba históricamente justificado. Sin embargo todo esto es falso; es falso tanto histórica como políticamente, y no constituye más que una burda excusa autoexculpatoria. Es falso históricamente, porque hubo innumerables militantes y organizaciones que no apelaron a semejante accionar y no por eso dejaron de desarrollar una eficaz resistencia.
   Políticamente también es falso. “¿Se hubiera podido evitar la violencia?”, se pregunta Feinnman. Esta pregunta es claramente capciosa pues, al poner la palabra “violencia”, deliberadamente busca meter en una misma bolsa la violencia de masas del Cordobazo con la violencia de las organizaciones armadas. No Feinnman; no estamos hablando de “la violencia” en general: estamos hablando del asesinato de Aramburu. Esta pregunta busca confundir, pues cualquiera puede darse cuenta que no es lo mismo incendiar un carro policial, romper una vidriera o aún matar un policía en medio de una manifestación multitudinaria que secuestrar y eliminar clandestinamente a Aramburu entre ocho tipos. Aunque en ambos casos pueda usarse la misma palabra, fundir estas dos “violencias” en una es, por lo menos, confuso, y por lo más, mentiroso, pues nadie puede negar que son hechos políticos totalmente diferentes. No toda violencia es de la misma especie por el mero hecho de que sea violenta.
   En vez de preguntar ¿Se hubiera podido evitar la violencia? lo que Feinnman debiera preguntarse es: ¿se hubiera podido evitar el fusilamiento de Aramburu por Montoneros? La primera pregunta, la que dice “¿se hubiera podido evitar la violencia?”, en realidad es una pregunta culposa y al mismo tiempo mentirosa, porque no le da el cuero para hacer directamente la segunda pregunta, y se esconde en la que simplemente se pregunta por la “violencia”. Tan es así que a Feinnman no se le ocurrió ni jamás se le ocurriría preguntar: ¿Se hubiera podido evitar la violencia del Corobazo? Es patente que Feinnman quiere tomar distancia del Aramburazo, es palpable que algo le dice que el Aramburazo no cierra, que tiene algo de miserable y condenable, mientras que en el Cordobazo todo es reivindicable. Pero Feinnman aún hoy no sabe qué es lo condenable. Y apretado, por un lado, por su tradición montonera y, por otro, por su apuro en responder ante su propia responsabilidad histórica, termina en desatinos.
   El primero es el siguiente: “Aramburu, dice Feinnman, fue responsable sustancial de la política represiva criminal establecida en Argentina desde 1955”, y termina así: “Ahora bien, seamos claros: esto no legaliza su asesinato”. Este es el primer desatino. Es obvio que el asesinato de Aramburu no fue legal, que aquella fue una acción ilegal, es decir, un acto fuera de la ley. ¿Por qué caer en semejante obviedad? Podemos hacer la siguiente conjetura: Feinnman, en un principio, en realidad escribió o pensó “esto no legitima su asesinato”, pero al ver que con eso se metía en un balurdo, pues esta expresión debió resultarle contradictoria con su pensamiento (que sigue pensando al asesinato de Aramburo como algo legítimo), apuradamente decidió sustituirla por la versión definitiva, la que ciertamente no le resulta contradictoria, pero politicamente tampoco dice nada.
   El segundo desatino es este: “Cuando Pedro Eugenio Aramburo fue asesinado (insisto en la palabra asesinato, porque sería inadecuado incurrir en ningún eufemismo: todo crimen, sea o no político, es un asesinato)...”. Si la tomamos al pie de la letra esta afirmación es leguleyamente pueril, pues iguala a todo acto de dar muerte. Iguala al Ing. Santos con San Martín, al soldadito de Malvinas con el Sátiro del Martillo, a Videla con el Che Guevara. Más que servir para un análisis político esto nos conduce al sentimentalismo barato de señora de barrio. O planteado en serio, lo que es mucho peor, nos conduce a poner a la ley y al derecho como último tribunal de decisión, lo que, como cualquiera puede deducir, nos lleva derechito a aceptar la Teoría de los Dos Demonios. Y no sólo a eso, también nos debería conducir a respetar las actuales leyes por toda la eternidad, lo que a todas luces es antagónico con el espíritu revolucionario, espíritu que jamás se rebaja a transgredir las leyes sino que directamente las desconoce.
   Otra posibilidad sin embargo, y quizá la más encaminada tomando en cuenta la totalidad del libro, es tomar su afirmación como una prohibición absoluta y definitiva de no matar, acto que sobrepasaría el rango moral y político y se elevaría al dominio religioso: No Matarás. No es que me disguste la posibilidad religiosa, todo lo contrario, pero planteada como prohibición, ésta como cualquier otra, deja de ser religiosa y degenera en una mera orden moral. El acto religioso o de fe, inevitablemente, es locura para el pensamiento general, legal y normal. Feinnman, a propósito de esto, en su libro cita a Kierkegaard, el fulminante pensador cristiano que hace ya 150 años planteó la terrible disyuntiva: Abraham, el padre de la fe, aquel que estaba absolutamente dispuesto a matar a su hijo Isaac, ¿es un loco y asesino o es el padre de la fe? En estos terrenos ya no hay leyes generales de las que nos podamos aferrar. Allí estamos solos: ante Dios, ante la verdad, o ante lo que cada cual obedezca. Y, como se sabe, distinguir la voz divina de la voz demoníaca nunca fue algo fácil. 
   Resumiendo: Feinnman sigue manteniendo una posición por lo menos ambigua ante el asesinato de Aramburu. Le sigue despertando simpatías pero, al mismo tiempo, sabe que contiene una esencia siniestra. Su crítica resbala y tropieza a ciegas por los ámbitos de la política, de la moral, de la ética y la religión, pero en ninguno de ellos termina de hacer pié. Son estos resbalones los que finalmente testimonian su encierro en las viejas aporías montoneras y terminan delatando el apuro y la artificialidad de una autocrítica que, estoy seguro, no lo convence ni a él mismo.

    BONASSO
    El ex-motnonero Miguel Bonasso, un hombre tal vez menos ilustrado pero seguramente más político que Feinnman, en su último libro “Diario de un clandestino”, nos muestra muchas más verdades. Verdades entre líneas, es verdad, pero verdades al fin; es decir: las únicas verdaderas. El primer capítulo de su libro se titula “El Manuscrito de Anáhuac”. En esa presentación, escrita en el 2000, en un tono entre íntimo y detectivesco, Bonasso relata el reciente hallazgo casi casual del diario en México. Lo cuenta así: “Con mucho cuidado, usando un cuchillo puntiagudo, hacemos saltar la tapa del escondite y aparecen un cuaderno y unos papeles. –Es el diario...— murmuro emocionado...Aquí están las anotaciones caóticas que fui haciendo a lo largo de una década. La decisiva década del setenta. Los diez años de mi militancia en Montoneros: desde el encuadramiento hasta la ruptura...Quince días más tarde, el Diario regresó conmigo a Buenos Aires. Había estado exiliado durante 22 años, dentro de un bolso viejo”. O sea: lo que Bonasso nos está vendiendo es su auténtico diario personal. Creer o reventar.
  Casi al inicio hay un capítulo títulado “El Aramburazo”, fechado en Junio de 1970, que comienza con estas preguntas: “¿Quienes son realmente los Montoneros? ¿Quién ordenó matar a Aramburu? ¿Fue una fuerza de izquierda o una conspiración de la extrema derecha nazi?” Bonasso se nos presenta así, haciéndose estas ingenuas preguntas en junio de 1970, lo que enseguida nos lleva a preguntarnos si en ese momento era un pelotudo a la vela o ya era un mentiroso que maniobra el relato de su “diario” para preparar el golpe bajo. Digo esto porque cinco renglones después ya se le aclararon estas tremendas dudas que lo torturaban cinco renglones más arriba, y muy entusiasmado habla de que “los desconcocidos han llevado a cabo una acción muy popular”, y “la clase media está horrorizada por el crimen...pero el pueblo peronista festeja una revancha”. Y otros cinco renglones más adelante ya la tiene re-clara: “Ese movimiento de masas, dice, al que Cooke llamaba «el gigante miope e invertebrado», ha conseguido una columna vertebral y unos poderosos anteojos estratégicos para luchar por la liberación nacional y social”. ¿Qué tal? Yo pregunto: ¿puede alguien, en tan sólo 15 renglones de su diario personal, aclarar tan rápido estas tremendas dudas? Yo no dudo: se lo mire por donde se lo mire, es clarísimo que este “Diario” no es un diario, y, después de leerlo todo, tengo mis serias dudas de que realmente existieran los “manuscritos de Anáhuac”, de que realmente exista Anáhuac, y hasta de que exista México. Es todo un dato que esta persona que hoy, a fines del 2000, finge publicar un “Diario” que a todas luces no es un diario, haya sido uno de los principales dirigentes montoneros. Estos ¿detalles? pintan de cuerpo entero toda una vida.
   Pero antes de seguir con el Aramburazo, dos cositas más del libro. La primera es que el libro esta presentado como un diario pero, curiosamente, permanente aclara que él, Bonasso, no estuvo de acuerdo ni con el asesinato de Rucci, ni con el pase a la clandestinidad de Montoneros, ni con la contraofensiva del 79, ni...; ¡pero estuvo en la dirección de Montoneros hasta 1980! ¡Andá...! La segunda es realmente muy graciosa: en la página 165 un Bonasso muy indignado dice: “Los gorilas dicen «Perón echó a los Montoneros de la Plaza de Mayo»; pero los que estuvimos detrás de la escena sabemos que no fue exactamente así: unos sesenta mil compañeros se fueron por su propia decisión, hartos de escuchar insultos hacia quienes luchamos por su vuelta... No nos echó: nos fuimos, que es muy distinto!”. Bonasso: ¡dejate de joder!. 
   Sigamos con el Aramburazo. Para que el relato no pierda gracia, ni el autor plata, cinco renglones más adelante (y sólo van 20 desde el inicio) la pregunta decisiva con respecto al asesinato de Aramburu vuelve a plantearse. “¿Quien mató a Aramburu?” La posta, según nos relata Bonasso, le viene de su padre, “un trotskista que practicó el «entrismo» en el Partido Socialista”. De tal palo tal astilla. Y dice que LA respuesta le fue ofrecida como una pregunta: “¿Quien salió ganando con el asesinato de Aramburu?” Y Bonasso responde: a) “ganaron las fuerzas opuestas a la dictadura militar”, b) “ganaron esos revolucionarios desconocidos que han empezado a ser mirados como Robin Hood en los barrios marginales”, c) “ganó el Viejo astuto (Perón) que mira la partida desde la quinta «17 de Octubre», en la señorial Puerta de Hierro de Madrid”. Y Colorín Colorado, este cuento se ha acabado.
   Si no fuera porque Bonasso es uno de los periodistas más encumbrados de Página 12, y que no sólo que la va sino que, para peor, pasa por ser un tipo piola en el campo progresista, todo esto me daría risa. Pero nada de esto me da risa, en realidad me da pánico.
    Conclusión: Bonasso estuvo, está y, sospecho, siempre estará de acuerdo con el fusilamiento de Aramburu por los Montoneros. Sin dudas; es decir: él no tiene ninguna duda. Feinnman, por el contrario, tiene gravísimas dudas; pero aunque las tenga y, más aún, aunque lo califique de “asesinato”, así y todo, como ya vimos, sigue justificando el aramburazo.
   ¿Qué hay de oscuro en todo esto? ¿Qué hay de siniestro, tanto antes como ahora?
   Primero, esta cosa de la aprobación “popular”. Bonasso dice (y también, a su modo, lo dice Feinnman): “ganaron esos revolucionarios desconocidos que han empezado a ser mirados como Robin Hood en los barrios marginales”. ¡Parece una película de Walt Disney! Bajo esta lógica la “aprobación popular” es la verdad, pero como ella es pendulante e inasible, nunca están seguro si la tienen o no. ¿Qué pasó, sino, con el asesinato de Rucci? Ahí se les fue todo al carajo, y lo tuvieron que ocultar. La aprobación popular nunca es lo decisivo.
   Segundo, esta cosa de ser vanguardia. Bonasso dice: “Ese movimiento de masas, al que Cooke llamaba «el gigante miope e invertebrado», ha conseguido una columna vertebral y unos poderosos anteojos estratégicos para luchar por la liberación nacional y social”. Sin comentarios.
   Tercero, esa cosa entre voluntarismo, apuro y capricho, de que porque a mi me molesta y no me la banco, entonces boleteo a cualquiera. Parece que esta gente nunca estuvo acostumbrada a esperar, a hacer una cola, a estar sentada en un banco de hospital; ni siquiera a tomar el colectivo. No, esta gente dice yo quiero, y parece los demás tienen que seguirla, porque sino sos un pelotudo. Gente que siempre piensa que lo que te hace mal es la realidad externa, y nunca pensó que la realidad externa tal vez sea una excrecencia de tu realidad interna. No: ellos nunca excrementan. No, por supuesto, ellos cagan flores.
   Yo, por mi parte, siempre he condenado, condeno y condenaré por toda la eternidad el ajusticiamiento de Aramburu. No por Aramburu: ¡que se muera mil veces! La condeno porque acciones de ese tipo crean la ilusión de que si eliminásemos a los hijos de puta, a los asesinos, a los explotadores, a los opresores, etc., etc., etc., entonces vamos a estar bien. ¡Qué tontería! ¡Si fuera tan fácil! La condeno porque cualquiera que venga a hacer por mi lo que sólo yo puedo y debo hacer, y encima lo haga en nombre de acabar con la explotación y la opresión, ya es un hijo de puta!     


[1] Publicado en PARTE DE GUERRA.

SEMIOLOGÍA Y LINGÜÍSTICA