20-40
El que no es revolucionario a los 20,
no tiene corazón.
El que es revolucionario a los 40,
no tiene cabeza.
(Dicho popular)
Por Héctor Fenoglio. Psicoanalista.[1]
LOS 40
León Gieco, en un reportaje, relataba la conversación que tuvo con un taxista: Grande León, vos sí que seguis yendo al frente, le dijo el taxista. ¿Y vos?, le preguntó. No...lo que pasa es que me casé, tengo chicos viste?... Para sus adentros Gieco seguramente pensó ¿y que tiene que ver una cosa con la otra?
¿Qué nos ha pasado?
La mayoría de los que fuimos militantes en los 70 –de los otros no hablo- se han ido acomodando, como pudieron, a una vida pequeñoburguesa, esto es, a sobrevivir en este mundo y con las reglas de este mundo: dentro de lo posible tener el mejor pasar haciendo lo que nos gusta.
Venimos de una derrota, la situación histórica ha cambiado, de algo tengo que vivir, todo fue una ilusión: las justificaciones cambian pero el malestar es el mismo. Y no se trata del famoso malestar en la cultura: de lo que se trata es de ya no querer saber más nada.
La letra con sangre entró.
¿Volverían a jugarse la vida por algo? Da la impresión de que muchísimos no. Después de tantas muertes, desapariciones, exilios y sufrimientos, hoy la vida propia y la de los seres queridos se presenta como el bien más preciado.
Sólo las expresiones (no digamos ya algo más concreto) Dar la vida por los otros , Dar la vida por una causa, generan un rechazo visceral, dan miedo, o contraen extremas precauciones. No es para menos: el que se quema con leche, ve la vaca y llora. Y oscuramente se las asocia con la locura. Otras veces sólo despiertan sorna, sonrisitas socarronas o palmaditas condescendientes: casi una boludez.
Mientras tanto, atribulados por las separaciones, los proyectos, los hijos, el trabajo, la plata, la casa, por las nuevas separaciones, los nuevos proyectos, etc., la vida se va pasando. O ya pasó.
Hoy a los viejos tiempos los recuerdan, entre amigos y vinos, entre orgullosos y avergonzados, como pecados de juventud. Pero en la práctica -como se decía- se reniega de aquellos ideales.
Sin embargo, con mayor o menor fortuna, yéndose a la quinta o haciendo horas extras los fines de semana, la vida en lo 90 tampoco satisface.
Es cierto que no se puede volver a hacer las cosas que se hacían a los 20, pero votar de vez en cuando al Chacho y leer Página 12 tampoco puede dejar tranquilo a nadie.
Sabor a nada para algunos, sabor a traición para otros.
Y acá estamos, entre demasiado jóvenes para morir y demasiado viejos para vivir. Para colmo, en el fondo, todos seguimos presintiendo lo definitivo: que quien no está dispuesto a entregar la vida por algo, no está dispuesto a vivir por nada.
LOS 20
Nuestros hijos, aquellos que han heredado nuestra locura -nuestro irremediable desacomodo con este mundo- tampoco pueden acomodarse, y también se rebelan ante la idea de que la vida se reduce sólo a los valores establecidos: tener un título, trabajar, casarse, comprarse un auto, tener hijos, tener una casa, y -sobre todo- ser siempre una buena persona.
Para nuestro disgusto aborrecen la política, y otro movimiento universal encauza sus rebeldías: Luca Prodan o el Indio Solari reemplazan a nuestro Che Guevara.
El rock es, sin dudas, el movimiento más transformador de la segunda mitad del siglo XX; con la particularidad de que no se presenta como un movimiento político sino artístico.
Lo que define la posición del artista es su entrega a una práctica que está más allá de los resultados económicos. No lo hace para ganarse la vida: la práctica artística es, en principio, contradictoria con la sobrevivencia. ¿De que vas a vivir?, te vas a morir de hambre, son las palabras que inevitablemente debe enfrentar, de los otros y de él mismo, todo aquel que agarra la guitarra.
Es que en nuestro mundo el trabajo es un medio de sobrevivencia, nunca un fin en sí mismo. Cuando la práctica artística se transforma en un medio para ganarse la vida, deja de serlo para transformarse en un comercio. Esto no quiere decir que un artista no pueda ganarse la vida con su arte, sino que ello siempre será un efecto y nunca la causa de su producción. El arte y sus productos son un fin en sí mismo y nunca un medio para otra cosa: dinero, un objetivo político, etc. El arte es esencialmente gratuito.
Muchos músicos (muy izquierdistas por supuesto) han transformado su música en un medio de ganarse la vida: se profesionalizaron. Mientras tanto, lo que caracteriza al músico de rock, en apariencia apolítico, es que, para serlo, no debe considerar su música como un medio de vida, sino que debe entregarse más allá de los resultados.
La actividad que se realiza como medio para lograr otra cosa es el caso más visible de lo que es una actividad alienada, y quienes la realizan (sea cirujano o carnicero) gustosos la abandonarían si se sacaran la lotería. La sociedad contemporánea, basada en el intercambio mercantil, no sólo promueve y sostiene como norma la actividad alienada, sino que además niega toda posibilidad de que existan actividades no alienadas. Y la manera de negarlas no es sólo por medios argumentales, sino principalmente por medios materiales: o las reprime o las integra.
En este mundo alienado la práctica artística es inútil, no sirve para nada, es energía dilapidada. Por eso es peligrosa. Es que va a contramano de los principios rectores de la cordura capitalista: ¿cómo es que alguien entrega sus mayores y mejores esfuerzos en algo que no apunta a ganar plata, a la sobrevivencia?
El arte -el rock en nuestra época- es pariente cercano de la locura y, más que una experiencia estética, lo que posibilita es una experiencia ética.
Nuestros hijos aborrecen la política actual porque, al reducirse en última instancia a un mero reclamo económico, a cómo sobrevivir mejor –“economicismo” le decíamos-, se sustrae de toda posibilidad ética, cuando esto es lo verdaderamente importante y, quizá, lo único que puede llamarse revolucionario.
Por supuesto, visto desde los 40 esto es ingenuidad.
LOS 60
Estoy en guerra, man.
¿Contra quién?, le preguntó un cronista.
Contra la nada, respondió Charly García.
La nada a la que hace alusión el más grande músico argentino –dice Osvaldo Soriano en la que quizá fue la última nota de su vida- es simplemente esta época miserable. La era del vacío, en la que tipos pragmáticos le exigen que no joda, que devuelva la plata de las entradas y se cure. ¿Se cure de qué?... Me pareció que otra vez no entendemos nada y hacemos el ridículo. Qué tristes tiempos...
Y sin embargo –sigue Soriano- alguien, a lo lejos, percibió la señal.
¿Sabés Charly? –le dice ese alguien en una carta abierta- en esta sociedad de hipócritas tu rebeldía les molesta a los “democráticos” y moralistas... tu canto dice “yo sé que soy imbancable” pero no aclarás para quién, yo también soy imbancable para algunos que no soportan a los diferentes.
Quiero que sepas, soy tu amiga.
Te abrazo muy fuerte en este país incendiado.
Hebe de Bonafini –ese alguien- abiertamente se declara política y revolucionaria. No es artista ni rockera, sin embargo es, sin discusión, la única figura política venerada por los rockeros de todas las edades. Es que, en la Argentina de los 90, Hebe de Bonafini es la reencarnación de Luca Prodan y del Che Guevara juntos.
Las Madres de Plaza de Mayo, a pesar de toda su tragedia, no se sienten ni se presentan como víctimas, sino como revolucionarias en lucha contra este mundo hipócrita y miserable. Y para mayor escándalo de la gente seria y bienpensante, proclaman que la única manera de reivindicar a los desaparecidos es retomar sus ideales y continuar la lucha. Todo esto con el aval de 20 años de resistencia y, para colmo, sin haber disparado ni un solo tiro.
No sólo las proclamas sino la existencia misma de las Madres resultan insoportables (pero al mismo tiempo imprescindibles) para muchos de 20, 40 y 60 años, pues los enfrenta a lo que todos saben pero que hacen lo imposible por no saber: que la vida entregada al confort personal (porque hoy ni siquiera se trata ya de salvar la vida) es una vida miserable que es cómplice de la miseria general.
La vida confortable siempre es víctima, por eso vive justificándose o quejándose. Lo escandaloso de las Madres es que muestran que no es necesario esperar ser mayoría ni la soñada conquista del poder para transformarse y transformar el mundo, es decir, para ser revolucionarios. Y que la lucha por la revolución futura es, casi siempre, la manera más mentirosa de no ser revolucionarios ahora. Porque, más que la conquista del poder, es necesario conquistar la fuerza, aquella que se requiere y se adquiere en la propia emancipación.
Abandonar la vida entregada al confort y asumir un destino libre, parece ser un sacrificio personal ciclópeo, casi un martirio, y siempre por los demás. Nada más desorientado: únicamente la vida libre, más allá del placer, nos provee de vida plena, nos saca de la constante defensiva, nos vuelve realmente hombres. Porque querer acomodarse de cualquier manera a este mundo también es una lucha, y de la peor.