ARTAUD Y LA REVOLUCIÓN

Por Héctor Fenoglio

   Nadie mejor que Artaud para hacer manifiesta la posibilidad y, más aún, la necesidad de la articulación entre el arte, la locura y la sociedad. Sobre todo porque fue uno de los más grandes pensadores revolucionarios del siglo XX, a tal punto que el filo de su pensamiento ha cortado y sigue cortando aún toda posible digestión del academicismo. Para los académicos, que se pretenden pensadores serios, Artaud no pasa de ser una rareza psicopatológica.
   Es sabido que Artaud denunció implacablemente el divorcio entre la vida de un artista o un pensador y sus obras. Él vivió lo que pensaba y pensó lo que vivía. De su vida y obra tan intensa voy centrarme en una obsesión que la atraviesa de principio a fin: lo que debe entenderse por revolución y por acción revolucionaria. Asunto fundamental hoy, cuando tambalean o ya han caído muchas de las certezas absolutas que sostuvieron nuestras vidas en un pasado no lejano.
   Hoy la política se ha degradado a la mera gestión de lo posible. Un realismo rastrero se ha adueñado del pensamiento y de la acción política y, salvo unos pocos locos, ya nadie habla de revolución. Si una idea está viva en los efectos materiales que desencadena, debemos aceptar que la idea de revolución está malherida, y no por gritar más alto vamos a reanimarla más pronto. Después de la caída del muro de Berlín y del agotamiento de la experiencia revolucionaria del siglo XX, llegamos a una de esas encrucijadas históricas donde la lucidez en las ideas adquiere una valor decisivamente dramático. Es que no alcanza con la decisión de pegar el golpe cuando no se sabe bien dónde se tiene que golpear. En búsqueda de aclararnos y fortalecernos es que interrogamos a Artaud.
  
    
1.-

   Artaud nació en 1896 y murió de cáncer en 1948, a los 51 años de edad.
   Entre sus 18 y 23 años tuvo varias internaciones por problemas nerviosos. 
   En 1920, más o menos a sus 25 años, se instala en París, decidido a ser escritor y actor.
   Desde 1924 participa activamente del movimiento surrealista liderado por A.Breton. El movimiento en esa época estaba embarcado en una práctica revolucionaria que hoy consideraríamos atípica, pero en la que, sin embargo, todos jugaban sus vidas en una transformación radical, desde sus cimientos más profundos, de la sociedad capitalista.
   En 1925 Artaud es designado director del «Buró Central de Investigaciones Surrealistas», y dirige el tercer número de la publicación La Revolución Surrealista, con muchos artículos propios.
   Después de dos años de dura discusión, en 1927 el movimiento surrealista liderado por Breton se afilia al Partido Comunista Francés. Aratud se opuso ferreamente a esta decisión, y por negarse a la incoporación fue expulsado del movimiento. Meses más tarde, en 1927, Breton, Aragon, Eluard, Péret y Unik, “los cinco”, como voceros “oficiales” del movimiento surrealista, publican el folleto “Au grand jour” (traducido al español como “En el gran día” o “En claro”), con la expresa intención de aclarar las razones por las que “en noviembre de 1926 rompimos con dos de nuestros viejos colaboradores: Artaud y Souplat.”
   Para hilvanar la historia es necesario volver dos años atrás. En 1925, Pierre Naville, otro destacado surrealista, publica un artículo titulado “La Revolución y los intelectuales: ¿qué pueden hacer los surrealistas?”, donde cuestiona severamente la actitud de los surrealistas ante la realidad social. Aunque la actividad de los surrealistas, les dice Naville, sea más comprometida que la de otros intelectuales, sin embargo no llega a ser eficaz ni siquiera para atemorizar a la burguesía. Sus acciones se quedan en un terreno moral, y en él la burguesía no teme, bien segura de que los sacrilegios morales no pueden conseguir un dislocamiento social ni aún intelectual. Y plantea al surrealismo dos posibles caminos de acción:
   1.- quedarse en una actitud de rechazo negativo del tipo de vida actual, rechazo de carácter anárquico, negándose a comprometerse en la acción disciplinada de la lucha de clases, o,
   2.- tomar decididamente un camino revolucionario, el camino marxista, convencidos “de que la fuerza espiritual, sustancia que es el todo y parte del individuo, está íntimamente ligada con una realidad social que, en efecto, la supone”.
   El dilema que Naville le plantea en 1925 a los surrealistas es éste:  ¿es necesario apostar a “una liberación del espíritu anticipada a la abolición de las condiciones burguesas de vida material y, hasta cierto punto, independiente de ella; o, por el contrario, la abolición de las condiciones burguesas de la vida material es una condición indispensable para la liberación del espíritu”?
   Obviamente, Naville opta por la opción que él llama el “camino revolucionario”. Termina diciendo: “El salario es una necesidad material a la cual las tres cuartas partes de la población del mundo están sujetas, independientemente de su origen o de sus concepciones filosóficas o morales... Bajo la férula del capital unos y otros son explotados. Esta es toda la ideología actual. Las discusiones de la inteligencia son en absoluto inútiles ante esa común condición...”
   Los precisos cuestionamientos de Naville provocan la inquietud entre los surrealistas. Breton, en un folleto titulado “Legítima Defensa”, comienza defendiendo la postura independiente del surrealismo; pero dos años más tarde, en 1927, termina cediendo y afiliándose al PCF. En el camino quedaron varios surrealistas, entre ellos Artaud.

  
2.-

   Volvamos al folleto “Au grand jour”, de 1927, donde los Cinco aclaran la “defección”de Aratud y Souplat. Allí dicen:
   “En el momento en que para cada uno de nosotros era importante condicionar verdaderamente la acción surrealista, con una toma de conciencia unánime de su objetivo revolucionario, y para esto asignar a esta acción los límites exactos que implica, límites que, revolucionariamente hablando, no son imaginarios sino reales, tuvimos que enfrentar solamente estas dos defecciones. Si, por otra parte, y sólo en función de nuestros temperamentos personales, no todos hemos creído en la necesidad de adherirnos al Partido Comunista, lo cierto es que ninguno de nosotros ha tomado a su cargo negar la gran acuerdo de aspiraciones que existe con los comunistas...”
   Y con respecto de Artaud declaran:
   “Nos tendríamos rabia de no ser más explícitos respecto a Aratud. Está demostrado que éste obedeció siempre a los móviles más bajos...No quería ver en la Revolución más que una metamorfosis de las condiciones interiores del alma, lo que es propio de los débiles mentales, los impotentes y los cobardes...No concebía, no reconocía otra materia que «la matería de su espíritu», como él decía. Dejémosle en su detestable mezcla de ensueños, de afirmaciones vagas, de insolencias gratuitas, de manías...Hoy hemos vomitada a esta canalla. No vemos por qué esta carroña tardaría en convertirse, o, como sin duda diría, en declararse cristiano.”
   Artaud les responde de inmediato con un folleto titulado “En la gran noche, o el bluff surrealista”. Y en él comienza por lo decisivo: “En el fondo –dice—, todas las exasperaciones de nuestra pelea giran en torno a la palabra Revolución”.
   Entramos aquí en el núcleo de nuestras actuales preguntas.
   “Ellos creen –sigue Artaud— que se pueden permitir burlarse de mí cuando hablo de una metamorfosis de las condiciones interiores del alma, como si yo entendiese el alma con el infecto sentido con que ellos mismos la entienden, y como si desde el punto de vista de lo absoluto pudiese ser del menor interés ver cambiar la armadura social del mundo, o ver pasar el poder de las manos de la burguesía a las del proletariado... ¿Qué me hace a mi toda la Revolución del mundo si permanezco eternamente doloroso y miserable en el seno de mi propio osario? Para mí, el punto de vista de la Revolución integral reside en que cada hombre no quiera considerar nada más allá de su sensibilidad profunda, de su yo íntimo. No hay buena revolución más que aquella que me aproveche a mi y a personas como yo. Las fuerzas revolucionarias de un movimiento cualquiera son aquellas capaces de desequilibrar el fundamento actual de las cosas, de cambiar el ángulo de la realidad... ¿Tenía necesidad el surrealismo, para vivir, de encarnarse en una rebelión de hecho, de confundirse con reivindicaciones referentes a la jornada de ocho horas, o al reajuste de los salarios o a la lucha contra la carestía de la vida? ¡Qué broma o qué bajeza de alma! Sin embargo es lo que parecen decir, que esta adhesión al Partido Comunista Francés les parecía la sucesión lógica del desarrollo de la idea surrealista y su única salvaguardia ideológica!”
   Y continúa: “Desprecio demasiado la vida para pensar que un cambio, cualquiera que sea, que se desarrollase dentro del marco de las apariencias, pueda cambiar en nada mi detestable condición. Lo que me separa de los surrealistas, es que ellos aman la vida tanto como yo la desprecio. Gozar en todas las ocasiones y por todos los poros: allí reside el centro de sus obsesiones.”


3.-

  ¿En qué consiste ser revolucionario? ¿Es la lucha por un salario digno, por una mejor educación o por una atención sanitaria pública y gratuita, lo que nos transforma en revolucionarios? ¿No será que, aún con más plata, con más educación y con más salud, tan sólo permaneceremos “eternamente dolorosos y miserables en el seno de nuestro propio osario”? Y ¿qué es la revolución? Si consiste en la toma del poder político para, recién después y desde allí, propiciar los cambios económicos y sociales que tanto anhelamos, ¿mientras tanto qué? ¿Se trata de cambiar esta realidad o de crear otra realidad? ¿Podemos ir creando esta otra realidad desde ahora o hay que esperar hasta después de la toma del poder político y económico? ¿Es imprescindible la toma del poder político para ir haciendo la revolución? ¿Qué es la Revolución?
   Da la impresión, según Artaud, de que para los surrealistas (y también para nosotros, agrego yo), la vida ya está hecha y de que sólo se trata de saber vivirla; y de que tanto ellos como nosotros tenemos una idea bastante clara de cómo sería eso: gozar, gozar por todos los poros y en todos los instantes. Pero ¿qué es gozar? ¿Acaso tener automóviles último modelo es gozar la vida? ¿Tener una hermosa casa con pileta, una hermosa mujer o un hermoso hombre? ¿Realizar viajes a lugares lejanos y exóticos es saber vivir la vida? ¿Acaso no son éstos los criterios de los ricos, de los burgueses; no son éstos los criterios conque el capitalismo nos consume acerca de cómo es vivir la vida? ¿La revolución significa el acceso de todos a esos bienes y servicios? ¿Qué es gozar la vida? ¿Será acaso poder escribir buena novela o filmar la película que nunca aún pudo filmarse? ¿Será el dedicarse a la atención de los pobres de cuerpo y espíritu? ¿Será dedicar la vida a la Revolución?
   Artaud tan sólo dice: ellos aman la vida tanto como yo la desprecio.
   ¿Será que desprecia esta vida? Pero, ¿qué desprecia de esta vida?
   Pero volvamos a nuestra historia. Artaud no esta discutiendo con un pobre infeliz ni con un canalla. Lo está haciendo con Breton y los surrealistas, a los que, en el mismo folleto, les reconoce un gran talento. No se trata entonces de críticas que, tal vez, se nos podrían hacer a la mayoría de los humanos, es decir, de no ser lo suficientemente íntegros, de no abandonar las ilusiones pequeño burguesas, etc., cuestiones con las que, aparentemente, los surrealistas ya habían cortado en gran medida.
   ¿Qué les critica entonces? Artaud aprecia a Breton, estima a los surrealistas y al movimiento surrealista. Tan sólo está discutiendo seriamente el asunto que en ese momento  los enfrenta: de qué se trata la Revolución. Entonces dice:
   “Toda materia comienza con una alteración espiritual...Nadie comprendió jamás, y los surrealistas mismos no comprenden y no pueden prever adónde los llevará su voluntad de Revolución. Incapaces de imaginar, de representarse una Revolución que no evolucionaría dentro de los marcos desesperantes de la materia, se vuelven a la fatalidad, a un cierto azar de debilidad y de impotencia característicos de ellos, a causa de la preocupación de explicar su inercia, su eterna esterilidad”.
   A pesar de lo aparente, se equivocaría quien percibiera en estas frases tan sólo rencor, resentimiento o furia. Por supuesto que los hay, pero primordialmente hay lucidez. Dicen, por lo menos, dos cosas. La primera: “Nadie comprendió jamás adónde los llevará su voluntad de Revolución”. Es decir, no alcanza con la voluntad de Revolución, de la búsqueda del cambio del mundo, pues, como dice el dicho, el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones. No alcanza con imaginar un cambio “dentro de los marcos desesperantes de la materia”, no alcanza con la toma del poder, no alcanza con la distribución de la riqueza, no alcanza con la idea de revolución social por todos nosotros conocida. La segunda: “Incapaces de imaginar” otra Revolución se vuelven a la “fatalidad”, a la impotencia y a la inercia, a su eterna esterilidad. Pero, ¿qué otra revolución? Es cierto, tal vez seamos incapaces siquiera de imaginarla, pero no por eso es necesario que recaigamos en la inercia, en la impotencia, en la estéril soberbia de creer que sabemos lo que, desde la posición revolucionaria ya conocida por todos, no podemos saber.
   “Es entonces –nos consuela a la vez que nos alienta— cuando uno puede comenzar a acribillar los fantasmas, a detener los falsos semblantes”. Acribillar los fantasmas, detener los falsos semblantes: ¿acaso no es necesario hoy? Pero, nos alerta “tal vez es una ley del espíritu que el abandono de la realidad no pueda conducir nunca más que a los fantasmas. En el exiguo marco de nuestro dominio palpable estamos presionados, solicitados por todas partes. Se lo vio bien en esta aberración que condujo a revolucionarios en el más extremo sentido a abandonar literalmente su posición, a dar a esta palabra de revolución su sentido utilitario y práctico, el sentido social que se pretende que es el único válido, porque no quieren regodearse con palabras”. 
   ¿Hata cuando vamos a abandonar nuestra posición tras falsos semblantes?


4.-

   Estamos aún en 1927, con el folleto de Artaud “En la gran noche o el bluff surrealista”. Él estaba aquí en la mitad de los años de su vida, muy joven aún, con 30 ó 31 años, quizá al inicio de su vida intelectual independiente. Su dicusión con Breton y los surrealistas, a la sazón, en pleno apogeo, se centra en el sentido de la Revolución, en qué es la Revolución. Recordemos que los surrealistas jugaban su vida por la revolución (a su publicación la nombraron “La Revolución Surrealista”). Recordemos también que estamos a tan sólo 10 años de la gran revolución rusa de Octubre de 1917 y que el comunismo, junto a todos los Partidos Comunistas, tenía un gran prestigio. Y, aún así, Artaud tuvo la lucidez y la valentía para criticarlos de manera clara, firme  y abierta.
   ¿Qué es, especificamente, lo que Artaud critica de la práctica política de los comunistas?   “A mi parecer —dice— la metamorfosis exterior es una cosa que no puede ser dada más que por añadidura. El plano social, el plano material hacia el que los surrealistas [hoy] dirigen sus pobres veleidades de acción, sus odios por siempre virtuales, es para mi una representación inútil y sobreetendida”.
   “¿Mis escrúpulos frente a esta acción real?”
   “Hablando en términos absolutos, apuntan al sentido enraizado de la inutilidad profunda de cualquier acción, espontánea o no espontánea.”
    Remarquemos ya mismo esta primera conclusión del pensamiento de Artaud: su rechazo de la acción “externa”, espontánea o no. Pero, al mismo tiempo, aclaremos algo: la discusión que presenciamos es entre apasionados luchadores contra el capitalismo como sistema de producción de vidas. No es mi intención provocar una discusión Artaud-Breton similar a un Boca-River, es decir, una estúpida discusión intelectual donde muchas veces se cae para evadirse de pensar el verdadero asunto que hoy nos desgarra, que consiste en ¿cómo se lucha hoy por la revolución? No discutimos hoy y aquí a Artaud, a Breton, al surrealismo y al PC. francés de la década de los 20 tan sólo por un interés histórico, si lo hacemos es para sacarles algo que nos oriente en nuestra desorientación actual.
   Y, por lo visto hasta aquí, no pueden quedar dudas de que Artaud descree de toda eficacia revolucionaria que se centre puramente sobre lo que él llama el aspecto “exterior” de la realidad, esto es, una acción sólo sobre el plano social, político y económico: lucha por salarios, vivienda, educación, salud, etc. Esta inutilidad, además, la extiende a toda “acción, espontánea o no espontánea”, que opere sólo sobre ese plano “exterior”. Aclaremos aquí algo aunque sea por demás obvio: Artaud no niega la necesidad de la lucha por tales reivindicaciones, lo que afirma es que en sí misma esas acciones no son y nunca serán revolucionarias, aún cuando se acceda al poder para realizarlas. Plantea que una auténtica revolución apunta infinitamente más allá, apunta a la transformación de las condiciones interiores del alma para generar una mutación antropológica y otra realidad. Y que tales transformaciones no pueden alcanzarse con acciones puramente “exteriores”, peor aún, que centrarse en ellas no hacen más que entorpecer y confundir todo.
   En un momento donde el estado del mundo aparentemente nos exigiría que el hombre comience a actuar, y sin demora; donde lo que haría falta urgentemente sería el actuar hacia el exterior del mundo y en modo alguno volverse hacia el interior, Artaud nos propone como supremo acto revolucionario el centrarnos en “las metamorfosis de las condiciones interiores del alma”, denunciando la inutilidad profunda de cualquier acción “exterior”. Es una simpleza rayana en la idiotez interpretar que, cuando habla del plano “interior del alma”, se está refiriendo a lo que nosotros hoy concebimos como lo subjetivo, lo psicológico, o tonterías por el estilo. Bien entendido, también lo psicológico y lo subjetivo, tal como lo entendemos hoy, es parte de la acción “exterior”, lo que nos deja en un aprieto similar a sus contemporáneos: no sabemos dónde ubicar lo “interior del alma”, cosa que, sin embargo, él parecía tener muy bien ubicada.
   ¿Qué es entonces lo que Artaud esperaba de la Revolución y del surrealismo? ¿A qué realidad se refiere con eso de “las transformaciones interiores del alma”? Sobre este asunto apunta en un párrafo perturbador: “El surrealismo nunca fue para mi más que una nueva especie de magia.” ¿Qué quiere decir con “magia”? Al respecto sigue diciendo que “la imaginación, el sueño, toda esta intensa liberación del inconsciente que tiene por objeto hacer aflorar a la superficie del alma lo que habitualmente tiene escondido, debe necesariamente introducir profundas transformaciones en la escala de las apariencias, en el valor de significación y en el simbolismo de lo creado. Lo concreto íntegro cambia de ropaje, de corteza, ya no se aplica más a los mismos gestos mentales. El más allá, lo invisible, rechazan la realidad. El mundo ya no se sostiene”.
   ¿A qué tipo de Revolución nos convoca Artaud, rechazando la acción “exterior” por inútil y apelando a la “magia”?
   ¿No estaríamos nosotros, hoy, rabiosamente contra Artaud?
   ¿No lo expulsaríamos de nuestras filas por “enfermo mental, impotente o cobarde”?
   ¿No lo dejaríamos con su “detestable mezcla de ensueños, afirmaciones vagas, de insolencias gratuitas, de manías”?
   Más aún, si alguien así nos a atacara públicamente: ¿no vomitaríamos de nuestro lado a ese canalla?  
           

5.-

   Ya “orgánicamante” fuera del movimiento surrealista, a fines de la década del 20 e inicios de los 30, Artaud siguió buscando tensar los resortes de la revolución en el cine y el teatro. Alcanzó un breve período de celebridad como actor de cine, como Marat en Napoleón de Abel Gance, y como el monje Massieu en La Pasión de Juana de Arco de C. Dreyer. Posteriormente funda el Teatro Alfred Jarry y publica sus textos sobre el teatro: manifiestos sobre el Teatro de la Crueldad y varios artículos reunidos en el libro El Teatro y su doble. Despues conoció un período de fracasos con su obra «Les Cenci», y cae en el ostracismo. En 1936 viajó a México con la creencia de encontrar el espíritu revolucionario en una cultura no contaminada por el racionalismo europeo. Allí se encuentra con la cultura precolombina y realiza experiencias con el pexote. De allí sus libros México y Viaje al país de los Tarauhmaras. En 1937 viaja a Irlanda en búsqueda de la antigua sabiduría celta, desde donde es deportado a Francia y encerrado en manicomios desde 1938 hasta 1946. En Rodez, su último manicomio, le aplican 51 electrochocks, que le producen pérdidas de dientes y fractura de vértebra. A mediados de 1946 vuelve a París, a una clínica privada, donde muere en 1948. Desde su discusión con los surrealistas han pasado tan sólo 20 años. Entre mayo de 1946 y febrero de 1948, cuando murió, en poco más de un año y medio, produjo obras memorables: Van Gogh, el suicidado por la sociedad; Artaud el Momo; Para acabar de una vez con el juicio de dios; El teatro de la Crueldad. 
   ¿Era Artaud un revolucionario, un poeta, un artista, o era un loco místico? ¿Era todo eso junto? Lo que sí puede afirmarse es que fue coherente. Lo que dijo en su polémica con los surrealistas en 1927 lo siguió sosteniendo toda la vida. Es que Artaud era un enloquecido de la Revolución.
   La denuncia de la inutilidad de la acción puramente “exterior”, y la búsqueda de una “metamorfosis de las condiciones interiores del alma” se repite incesantemente en toda su obra, igual que la palabra “magia”y otras tales como “hechizo”, “maldición” y “confabulación”.
   Dejemos por tanto 1927 y trasladémonos a 1947, 20 años después, un año antes de su muerte. Allí escribe su ensayo Van Gogh, el suicidado por la sociedad, el que no sólo es uno de los exámenes más lúcidos sobre la pintura como sobre la locura y la psiquiatría, sino que, además, es un agudísimo análisis político revolucionario. Análisis por demás interesantes para nuestra actualidad, pues en él postula la necesaria vinculación de la práctica revolucionaria con la gran salud (mental, corporal y espiritual), y el enlace inevitable de la actual vida “normal” con la enfermedad y la degradación del hombre. Allí nos dice:
    “No es el hombre sino el mundo el que se ha vuelto anormal, y todo va mal porque la conciencia enferma tiene el máximo interes en no salir de su enfermedad”. “Pues está en la lógica anatómica del hombre moderno en no haber podido vivir nunca, ni pensar en vivir, sino como un poseído”.
   Está en la lógica de nuestra conciencia de poseídos creer que sabemos qué es la vida y como vivirla, pero que los poderosos, con su sistema, su capital y sus ejércitos nos lo impiden. Lo que denuncia Artaud es que además de ello, y que todos ya sabemos,  lo que nos oprime y enferma es algo infinitamente peor. No sólo es el hombre el que se ha vuelto anormal, es el mundo, el mundo físico mismo es el que se ha dislocado, y la sociedad en pleno se encuentra confabulada para mantener y sostener este dislocamiento. No se trata, entonces, simplemente de sacarnos de encima a los explotadores y opresores y disponernos a vivir la vida, porque en algún punto hemos perdido la vida y ya vivimos como muertos.


6.-

   Su ataque a la psiquiatría, que despliega en el ensayo citado, dista mucho de ser un asunto lateral en su pensamiento. En tanto la sociedad les concede la prerrogativa de “medir el espíritu” y en tanto ellos mismos se arrogan el derecho de dictaminar sobre normalidad y anormalidad humana, Artaud los denuncia como confabulados de primer orden en la batalla por sostener y mantener sana a la sociedad enferma.
   La primera operación que la psiquiatría realiza con el loco, o, en palabras de Artaud, el primer pase de magia negra, el primer maleficio, es robarle el alma. Aunque su denuncia suene estrambótica, sin embargo apunta a un movimiento perfectamente visible y real. Artaud la describe así: “...porque están persuadidos de que soy un alienado, y porque se hallan en frente de mi en la posición del Médico del Asilo frente al internado, y que el médico siempre tiene razón en contra de un encarcelado, porque le basta con afirmar, y el enfermo siempre está en el error porque en tales casos aún sus afirmaciones de hechos entran en la categoría de un delirio catalogado, cualquiera sea la lucidez que emplee en expresarlos”. O sea: para la psiquiatría lo que piensa el loco ni siquiera se lo considera un pensamiento, sino que siempre será algo de otra especie, una especie de ensalada de palabras a no tener en cuenta. Un delirio. ¿Acaso no es esta actitud médica idéntica a lo que psicopatológicamente se identifica como mecanismo de “desmentida”? A las neurosis, incluso las más graves, siempre se las piensa como resultado de conflictos personales, donde “el paciente” tiene implicación existencial, propia y subjetiva. Sin embargo no ocurre lo mismo con la locura: a la locura se le niega su carácter existencial. La locura simplemente es una “enfermedad”, un desorden “objetivo” del que nadie es responsable. Hasta a los más progresitas “especialistas” en salud mental les cuesta mucho escapar de esa trampa (no hablemos ya de que puedan resolverla). Pero sin embargo son ellos, es decir, los propios psiquiatras y psicoanalistas, apoyados por el conjunto de la sociedad, los que determinan el carácter existencial o no de un sufrimiento, es decir, los que vuelven lo vuelven “objetivo” y, en el mismo acto, se niegan a vivirlo como un interrogante abierto y angustiante para su propia vida y persona. A todos ellos Artaud les responde: “Yo soy un fanático, no un loco”. Decimos que hemos avanzado, que la psiquiatría no es la misma de hace 50 años, pero no es tan así, tal vez, incluso, no hemos hecho más que acentuar nuestra enfermedad, pues hoy hasta a un fanático se lo considera un loco.
   Pero la cosa no queda allí. Lo que Artaud denuncia es que este maleficio no opera sólo sobre los locos, sino que operaciones similares reinan sobre toda la sociedad, y que toda la sociedad se la aplica a sí misma. “Como quien no quiere la cosa, mediante esos fruncimientos de nariz despreciativos y en apariencia insignificantes en que todo el inconsciente burgués de la tierra ha inscripto la antigua fuerza de un pensamiento cien veces reprimido; por medio de esas suaves pláticas de psiquiatra bonachón que parecen inofensivas, pero que dejan en el corazón algo así como la huella de una lengüita muerta, la anodina lengüita muerta de una salamandra venenosa”: «Todo lo que hacemos lo hacemos por tu bien; lo oyes, el doctor lo ha dicho, tienes que desprenderte de esa clase de ideas, te hacen daño, si sigues pensando en ellas te quedarás internado para siempre.»” El espíritu conservador y la militarización moral de las clases medias opera sobre la conciencia general en el mismo sentido que las “suaves pláticas de psiquiatra bonachón”. Sin esa militancia cotidiana en apariencia anodina e inocua de las clases medias, no hubieran sido posibles ni la dictadura ni el genocidio. Es que esa acción invisible de ama de casa inofensiva es, sin embargo, decisiva para el disciplinamiento social, y puede decirse que para ello es más importante aún que las armas, pues su acción continua y permanente arranca desde la cuna y se prolonga en todos los espacios e instantes de la vida. Es posible escapar de la policía y aún de la cárcel, pero es casi imposible hacerlo de esa represión político-moral cotidiana que entra por todos los poros. Aquel es un burgués honrado, comerciante y respetable padre de familia, aquella es una madre bondadose y atenta con sus hijos, pero en realidad todo es algo siniestro, son verdaderos embrujadores hipócritas que han hecho y hacen todo lo posible para ignorarlo. Es en esas acciónes cotidianas, casi invisibles, casi inofensivas, que Artaud ve y denuncia una confabulación general, una hechizo constante, una maldición para cualquier espíritu libre. Esa “magia” social opresiva, que actúa por debajo de la línea de flotación de los gobiernos y poderes visibles, es un enemigo terriblemente poderoso porque actúa desde dentro de nosotros mismos hasta el punto de llegar a ser nosotros mismos. Ante esta realidad “hechizada” la toma del poder político y la transformación de la estructura económica es impotente; allí se vuelve decisiva la lucha conciente de todos y de cada uno por “las transformaciones de las condiciones interiores del alma”.
  

7.-

   En 1947, momento en que Artaud escribe su Van Gogh, apenas terminada la segunda guerra mundial, “todo el mundo se prepara para hablar de otra cosa, de política, de economía, de ideología, de conflictos sociales, de poesía, de cine, de canciones, de guerra fría, de bomba atómica, pero en realidad se trata de olvidar, de aturdirse, de tapar una revelación negra, un abismo insoportable y apenas entrevisto. Habrá, de arriba abajo y de derecha a izquierda, unanimidad para no pensar la Cosa. Y la Cosa, para Artaud, es una conspiración oculta contra lo real físico”, contra el mundo y la vida.
   Está en la lógica anatómica del hombre moderno el no haber podido vivir nunca sino como poseído. La humanidad no quiere tomarse el trabajo de vivir, de procurarse un cuerpo que ninguna tempestad pueda ya perjudicar. Siempre tuvo miedo a la guerra para vivir, es decir, arrancar al simple hecho de existir la idea de vivir. Y por supuesto, todo puede existir sin tomarse el trabajo de ser.
   Para Artaud corporalmente somos el campo de batalla en torno del cual el espíritu inicuo de esta humanidad se debate desde los orígenes. Y nos anticipa un camino entre que oscila entre lo sublime y lo terrorífico: hacer el mundo, procurarnos un cuerpo; porque el mundo no esta ya hecho, ni el hombre está ya hecho, ni la vida está ya hecha. Nada está terminado, todo esta a medio-hacer, todo está mal-hecho, des-echo.
   “Y en este sentido –nos dice— siempre hay una revolución pendiente, a condición de que el hombre no se considere revolucionario sólo en el plano social, sino que además, y sobre todo crea que debe serlo en el plano físico, fisiológico, anatómico, funcional, circulatorio, respiratorio, dinámico, atómico y eléctrico”.
   Sólo Artaud, por una especie de conjunción en espejo, pudo penetrar tan profundamente en el alma de Van Gogh, es decir, en sus pinturas y en sus palabras. Sabe muy bien de lo que habla cuando dice que “Hubo y hay conciencias despiertas dotadas de lucidez extrema que les permite, en cualquier circunstancia, ver más allá, infinita y peligrosamente más allá de lo real inmediato y aparente de los hechos. Quiero decir más allá de la conciencia que la conciencia ordinaria guarda de los hechos. Van Gogh había alcanzado ese estado de iluminación en la cual el pensamiento ha sido abandonado y son los propios instintos los que hablan, como catapultas, de cuerpo al desnudo. Y no se lo perdonaron”. “Todos estaban interesados en que el Van Gogh pintor se limitase a pintar, sin reclamar, al mismo tiempo, la revolución indipensable para el desarrollo corporal, físico de una personalidad de iluminado”.
    La magia de la que habla Artaud no es algo quimérico ni son ilusiones de impotente. “No, no hay ocultismo ni magia, ni ciencia oscura ni secreto oculto, ni verdad irrevelada, no hay más que la increíble disimulación psicológica de todos los tartufos de la infamia burguesa... No hay ocultismo, ni magia oculta, sólo maleficios, maniobras rituales obscenas de maleficio periódicamente dirigidas contra ciertas conciencias y en las cuales participa toda la sociedad, no con su inconsciente librado a todo, sino de hecho y con toda conciencia, y luego se sirve de otras maniobras, obscenas primero, matemáticas después, para ocultarlo y ocultárselo a si mismo olvidándolo”.   
   Artaud dedicó su vida a denunciar estos maleficios y a la búsqueda de contra-maleficios, de otro tipo de magia que contrarrestara la disociación y alienación capitalista. Para eso experimentó en todos los campos a su alcance: poesía, ensayos, denuncias, teatro, cine, dibujos, peyote. Eran ese tipo de prácticas las que consideraba imprescindibles en la lucha política para alcanzar lo que él llamaba “metamorfosis de las condiciones interiores del alma”, señalando la ineficacia inevitable de la mera acción “exterior” para combatir el maleficio (mal-hacer) capitalista. No sabemos si logró encontrar lo que buscaba, pero lo que sí sabemos es que, como a Van Gogh, la sociedad  no le perdonó el haberlo intentado. Sigue vigente, entonces, la necesidad de articular nosotros una práctica política que vaya más allá de lo que hasta ahora entendimos por revolucionaria.
            

SEMIOLOGÍA Y LINGÜÍSTICA