NACE UN MITO
A propósito de la muerte de Néstor Kirchner.
Un mito siempre es mito de origen, no porque cuente o explique de dónde venimos o cómo empezó todo, sino porque repite el hecho, convoca a repetir el hecho de empezar siempre de vuelta, de nuevo. Junta lo fáctico y lo ético, corta de cuajo la pesada cadena causal que viene del pasado y, en un instante, anuda lo cotidiano a lo eterno.
Y el hecho volvió a ocurrir.
La muerte de Kirchner fue mucho más que la muerte de Kirchner. Ni él mismo sospechó su destino. Y no tenía porqué; no era un asunto de él sino de su pueblo.
Su muerte convocó al pueblo a volver a ser pueblo.
Su muerte convocó al pueblo a volverse a encontrar consigo mismo, a no sentir vergüenza de su fe, a creer que puede caminar, una vez más, el camino de su felicidad.
Y el pueblo dijo –Aquí estoy.
El pueblo lo lloró. Había mucha necesidad contenida de llorar. Lo lloró con inmenso dolor, pero a la vez con orgullo y con todas las ganas de llorar. Fue un inmenso alivio y una gran alegría poder llorarlo así, públicamente, de cara al mundo.
El pueblo volvió a ser pueblo. Cada uno volvió a sentir el orgullo de ser argentino, de tener un país con destino propio, volvieron las ganas de participar, de decidir, de ser parte de la historia.
Nació un mito. ¿Nació el mito de Kirchner o del pueblo kirchnerista?