NACE UNA ESTRELLA
La inolvidable “actuación de sí misma” de Graciela Daleo en la película Cazadores deUtopías es un paradigma de lo abyecto.
Por Héctor Fenoglio
Con una escenografía que refiere al ambiente del cautiverio —un colchón en en el piso, una pared en mal estado de fondo— Graciela Daleo dice en la película Cazadores de Utopías: Me metieron en la celda 13 (destinada a torturas), había un catre metálico, un colchón mucho más finito que éste (golpea sobre el que está sentada), sin funda; era un pedazo de espuma de goma. Me sacan el saco rojo de corderoy que me había regalado mi vieja. Me sacan las medias, la pollera, la bombacha; yo estaba con la menstruación en ese momento, entonces me sacaban el paño y decían “¿acá no tendrá un «embute»?”... Me sentía profundamente humillada. La camisa no me la sacaron, me la dejan abierta; me desprendieron el corpiño y allí encontraron la segunda pastilla (de cianuro). En ese momento lo único que uno quiere es morirse...Yo sentía que mi muerte era la mejor forma de defenderme a mi y a mis compañeros, que necesitaban de mi silencio para no pasar por lo que yo iba a pasar.
Presenciando su relato rápidamente se pasa de la conmoción al estupor: Daleo está permanentemente “en pose”. Tiene un estudiado tono menor en su voz; palabras justas en un relato que, de tan fluido, parece un libreto políticamente correcto; los artificiosos gestos y juegos con las manos; el arreglo de la ropa, etc. Parece estar en un set televisivo componiendo una inolvidable “actuación de sí misma”. El suyo es el único testimonio que tiene una escenografía deliberadamente montada, un hermoso vestido amarillo sobre la pared roja, con una iluminación muy cuidada, la cámara realizando prolijos encuadres acercándose a su rostro en los momentos dramáticos. Más que un testimonio parece una propaganda del verdadero militante resistente. Queda una duda ¿Graciela también es así en la vida cotidiana?
Aunque no la conozca personalmente, como tampoco los detalles de su cautiverio, me sobran motivos para no dudar de su dignidad y valentía en la ESMA. Además me siento mucho más cerca de sus afirmaciones que de las Ana Testa, la protagonista de la película Montoneros, una historia, referidas a la actitud dentro del campo de concentración y en relación con los secuestradores. Daleo plantea que prefiere el suicidio a “cantar”, mientras que Ana dice: Los tipos me pedían a gritos que lo cantara a Juan. Y bueno...qué se yo...yo a veces dudé si hice bien o hice mal. Después, un día vengo a Bs As, me encuentro con Marcelo (su custodio desde que fue liberada) que me dice: “bueno ¿ves?, vos me lo hubieras traído a tu marido acá y hoy estaría con vida, pero a tu marido se lo chupó Ejército”. Y bueno...fue una duda..., es una duda, porque ¿quién me podría haber garantizado eso? Tampoco me lo podría haber bancado. ¿Quién podría haber garantizado la vida o la muerte de alguien ahí adentro? No comparto que por estas dudas se la califique de traidora o quebrada; aunque tampoco creo que quien así lo haga merezca ser calificado de fascista, como lo hace Andrés Di Tella, el director de Montoneros... De todas maneras, hoy éstas no son más que fáciles opiniones políticas que no valen más que el tiempo que lleva pronunciarlas.
No hablo aquí, por tanto, de la conducta de Graciela Daleo en la ESMA sino de su “actuación” en Cazadores de Utopías. Y si lo aclaro es porque hoy se confunde todo. Es que bajo la opresión de un tabú progresista, pareciera que no se la puede criticar por el hecho de que ella fue secuestrada en la ESMA y de eso da testimonio en la película. ¿Cómo vas a criticar a un desaparecido?, ¿con qué derecho? Da la impresión de que si uno no fue secuestrado y torturado entonces no tiene el derecho ni la autoridad para criticar su conducta actual, y que el sólo hecho de haber sido un desaparecido otorga inmunidad definitiva a sus actos públicos. Esto es un chantaje, y de la peor calaña: nada del pasado, de ella o de cualquiera, por muy glorioso y valiente que haya sido, puede inhibir ni prohibir criticar su actuación, actual o pasada. Hay un razonamiento que se inhibe de criticar a la militancia revolucionaria (desaparecidos o no) porque entonces apoyamos a la dictadura: nada más falaz que esto. Ya va siendo hora de que dejemos la mentirosa excusa de que si criticamos a los desaparecidos fortalecemos a los reaccionarios; mentiras de este tipo también hicieron que la historia haya sido como fue.
Sobreactuar el terror padecido en la ESMA , por más bien intencionado que sea, no por eso deja de ser una estafa. Si Susana Gimenez sobreactúa su separación con el galán de turno, me causa gracia; pero que Graciela Daleo se mande la parte haciéndose la estrella “desaparecida” y sufriente me produce rechazo. Es abyecto. Porque haber sufrido torura y haberlo soportado heroicamente es una cosa, y otra muy diferente es “irla” hoy de héroe torturado. Es enchastrar con indignidad y cholulismo a una historia que, aunque tuvo muchísimos errores, merece aclararla de otra manera, porque así lo necesitamos para nuestras vidas. Y el hecho de que se trate de su propia desaparición no sólo no la exime sino que, por el contrario, la vuelve más responsable aún.
Igual de responsable es el realizador Coco Blaustein, ya que fue él quién decidió su filmación e inclusión, y más grave aún porque este testimonio no es uno más entre muchos, sino que es el remate de su película, lo que lo transforma en un auténtico golpe bajo. En vez de abrir la imprescindible reflexión sobre aquellos hechos, buscan ganarse la platea a cualquier precio porque, desde el momento en que la ubican como punto dramático, ambos saben muy bien que esa escena es complaciente cien por cien con la platea.
Si todo esto no fuera más que un asuntillo entre cinéfilos, vaya y pase. Pero la cosa va más allá. No se trata de una cuestión que quede circunscripta a cómo se entiende el arte, la belleza o la estética: todo esto también es un asunto esencialmente político. Ya dije que me siento más cerca del discurso ideológico manifiesto de Graciela Daleo que del de Ana Testa, pero algo latente en él provoca mi mas profundo rechazo, al punto de no dudar en identificarlo como un verdadero enemigo. Es que lo que determina el valor y contenido político de un relato cinematográfico no es su contenido manifiesto, sino la forma de narrar. Tal vez sea así en todo dicurso: más importante que lo que se dice es por qué, para qué, desde dónde y cómo se lo dice. Mentimos con la boca, pero con la jeta decimos la verdad. Con lo dicho lejos estoy de caer en un formalismo vacío o en un esteticismo light, que considera reaccionario a todo contenido y apuesta a una pura forma para intentar zafar de estos problemas.
Esta es una cuestión política que la izquierda tradicional, tanto peronista como marxista, parece seguir sin sospechar. Porque en este volver a remachar el clavo ya remachado, en este volver a decir y mostrar lo que su público eternamente quiere volver a ver y a escuchar, se define toda una forma de entender el arte y la política. Y lo dicho por Ana Testa, aunque no se comparta, tiene la virtud de abrir la interrogación sobre la historia de la izquierda, y no intenta vender ningún discurso militante, lo que siempre llevó y lleva a cerrar más que a abrir el pensamiento.
Es claro que no se trata aquí de si Graciela Daleo “es así: media histérica y se manda la parte” o Ana Testa “es esto y lo otro”; nada de lo aquí tratado es un asunto psicológico o personal con ninguno de los nombrados. Se trata del valor de relatos públicos que producen efectos políticos, y justamente por ello merecen un análisis público y político. Asumidos o rechazados, los relatos se encarnan en el pensamiento y en la vida de las personas; son el campo de batalla por el sentido de nuestras vidas y definen “en nombre” de qué luchamos. Porque, que dudas pueden ya caber, los relatos hacen historia.