LA TRAICION DE LOS HOMBRES HONESTOS [1]

Ismael Viñas (hermano del destacado escritor David Viñas) hoy es un total desconocido. Pero en los años 60 y 70 fue un renombrado intelectual y dirigente político revolucionario hasta que, a fines de 1976, se exilió en Israel. Lo que distinge a esta historia de tantas otras de exilio forzoso es el manto ominoso que la recubre: muchos testimonios confirman que, en realidad, no fue un exilio sino una huída, pues siendo uno de los máximos dirigentes de una “organización revolucionaria” se fue sin dar aviso a sus compañeros. Y algo mucho peor: se fue robándose una muy importante suma de dinero de su organización.
25 años después, la revista EL OJO MOCHO de diciembre del 2001, dirigida por el prestigioso escritor y profesor de la UBA Horacio Gonzalez, publica un artículo de Ismael Viñas donde no dice una sola palabra sobre aquel asunto. El artículo tiene un prólogo de Américo Cristófalo (quien, como él mismo aclara, compartió la militancia con Ismael en los 70 bajo el nombre de “Quito”) que reivindica a Viñas y califica de “vergonzosa difamación” a cierta “murmuración”, pero sin aclarar a qué murmuración se refiere. En ese prólogo Cristófalo nombra a algunos de sus compañeros de aquellos años: “Retengo—dice—nombres de la época: Bocha, Esquizo, Cuca, Pelado, Pancho, Malena, Yuyo...”. Lo que sigue es el testimonio de Yuyo, el último de los nombrados, quien ratifica la historia de la defección política y personal de Isamel Viñas. Una aclaración: hemos aceptado publicarlo bajo seudónimo por expreso pedido de Yuyo, quien, sin embargo, manifiesta estar dispuesto a confrontarse personalmente con las personas nombradas.

SOBRE ISMAEL VIÑAS
Por Héctor Fenoglio

     Conocí a Ismael a fines de 1973 en Córdoba (soy de Córdoba). Yo tendría 19 años e Ismael calculo que andaba por los cincuenta. Córdoba venía siendo un hervidero político desde hacía muchos años, especialmente desde el Cordobazo en 1969 y el Viborazo en 1971. En la mayoría de los sindicatos obreros se había desarrollado un enorme y profundo movimiento anticapitalista y antiburocrático, “clasista y combativo”, con epicentro en Luz y Fuerza, el SMATA, SITRAC-SITRAM, etc. En la universidad casi todo el mundo era militante y yo militaba en “El Obrero”, una de las nuevas organizaciones surguidas del cordobazo e inscriptas en la llamada “izquierda socialista” que, como bastante bien la define Quito en su prólogo, era “muy poco apasionada por la política de masas, descreída del guevarismo, del espíritu popular y nacional hegemónico, del maoísmo. Una izquierda irritada por la precariedad política de la izquierda, por sus mistificaciones militares, por los tonos de su populismo, y de sus prácticas estalinistas”. 
    El 11 de marzo de 1973, después de 18 años de proscripción, el peronismo había ganado las elecciones por abrumara mayoría, Cámpora había asumido como presidente de la Nación el 25 de mayo, y Obregon Cano y Atilio López como gobernador y vice de Córdoba. Ante semejante resultado “El Obrero”, que había propuesto un “voto repudio” a las elecciones, había quedado descolocado y en crisis, y un grupo importante nos escindimos. Fue ahí que nos conectamos con grupos afines de Bs As y Rosario. Y desde Bs As vino Ismael Viñas. Para mi, un pibe del interior, era como conocer a un semidiós, un tipo que había publicado libros, que era una intelectual reconocido, etc.
   Pocos meses después, a fines de febrero de 1974, se produce en Córdoba el golpe militar del las Tres A conocido como “El Navarrazo” que destituye al gobierno provincial de Obregón Cano y Atilio López. El gobierno nacional ya estaba a cargo del Gral. Perón, y todo el país era peronista, pero en Córdoba, además, la clase obrera era “clasista y combativa” y no agachaba la cabeza tan facilmente. Al golpe de estado provincial se lo llamó “El Navarrazo” porque lo encabezó Navarro, el siniestro jefe de policía de Córdoba. Ese fue el anticipo de lo que ocurriría un año después en la provincia de Santa Fe donde las tres A, con el gobierno nacional de Isabel Perón apoyado por la UCR, liquidaron o directamente masacraron las direcciones sindicales “clasistas y combativas” de toda Sante Fe, desde Villa Constitución al sur, pasando por Rosario hasta San Lorenzo al norte, previa “marcada” de Balbín, ese viejo radical reaccionario, quien calificó a las direcciones sindicales combativas como “guerrilla industrial”. Al año siguiente todo el país quedaría bañado en sangre con el golpe genocida de Videla, Massera y Agosti.
   El golpe en Córdoba ocurrió el mismo dia en que yo me incorporaba a la colimba, creo que fue el 26 de febrero del 74. Ya me había resignado a hacer un año de colimba, pero a los dos o tres días ví que no lo iba a aguantar, porque allí adentro la mano venía muy pesada y, tranquilamente, podía perder. Así que me hice traer unas barritas de azufre, y un domingo de madrugada mientras las prendía fuego con fósforos me aspiré el humo de dos. Cuando pasaron revista a las 6 dije que tenía un ataque de asma. Yo había sido asmático toda mi vida, así que sabía como era. Después de la junta médica que duró como un día, y varios días más de espera angustiosa, me dejaron salir. A los pocos días había retomado la militancia. Y un día en el comedor universitario, donde comíamos como 10.000, en esas interminables asambleas que duraban como desde las10 de la mañana hasta las 5 de la tarde, reconozco en medio de la gente a uno de los oficiales que había tenido hasta días atrás. Lo denuncio públicamente, se arma un quilombo bárbaro, lo cagan a patadas, y ahí me vengo a Buenos Aires. La cosa allá ya no estaba para quedarse.
   La verdad es que no me acuerdo bien si ya había venido antes una vez o si esa fue la primera. Pero de lo que sí me acuerdo como si fuera hoy, es de la entrada con el bondi por la Panamericana y la General Paz, todas esas autopistas que en Córdoba no había... A mi me parecía que estaba en Marte. Me acuerdo que el colectivo A.B.L.O terminaba en Constitución, y me dieron una cita en Barrancas de Belgrano. Me dijeron: “vos tomate el 60 y tenés que viajar entre  45 minutos a una hora”. ¡Chau! En Córdoba si vos viajabas una hora en bondi estabas en Despeñaderos, en medio del campo. Y como me dijeron Barrancas de Belgrano yo me imaginé unas barrancas en medio del campo. Pero cuando empecé a viajar en el 60 pasaban edificios y edificios pero el campo no llegaba nunca. Entonces me dije: “soné: ¡me perdí!”. Ahí empecé a ponerme muy nervioso y a preguntarle al chofer cuándo llegábamos, ¡imaginate!, recién íbamos por Lavalle y Junín, o por ahí. Es que si perdía la cita quedaba en banda y sin plata en Bs As!. La cosa es que cuando llegamos a Belgrano me bajo y no lo podía creer: ¡todavía estábamos en plena ciudad!. Me esperaba un compañero amigo de un compañero de la columna Sabino Navarro de allá y me lleva a un departamento chiquito pero muy coqueto. Yo, la verdad, nunca había dormido en un departamento; eso me parecía una cosa de ricos, una cosa que nunca iba llegar a vivir. Fijate vos cómo era uno entonces. Ahora me acuerdo bien: esta fue la primera vez. La segunda vez, esta que me vine después de la colimba, yo ya estaba canchero, fui a parar unos días a la casa de Pancho y después me mandé a mudar a una pensión. Fue en esa época que comencé a trabajar en “la oficina” de la organización que estaba en el centro, en pleno Corrientes, junto a los dirigientes. Allí trabajé muy cerca de Ismael Viñas hasta fines de 1975, cuando me voy a vivir a Rosario. Como yo no estaba inserto en ningún “frente”, lo que hacía era colaborar en la redacción de una revista que la organización publicaba con el nombre de “Manifiesto”. En ella trabajaban otros dos de los nombrados por Quito: el Esquizo, como diagramador, y Pancho, que hacía un poco de todo.
   Con mucho dolor y tristeza recuerdo a Pancho, estúpidamente desaparecido. Y aunque no sé y nunca sabré la fecha de su desaparición, cuando se acerca ese día me sube como un instinto animal, mezcla de inquietud y desesperación, y busco, busco desesperadamente en Página 12 su cara hasta que la encuentro. Y cuando la encuentro lloro. Lloro como un boludo. Pancho era un pendejo atolondrado, medio hiperkinético y lleno de granos en la cara de tanto doble tuco y doble pesto y doble dulce leche y doble crema que comía en Pipo. Pero igual lloro. Ya no sé si lo quería o no, pero igual lloro. Pancho era un pendejo medio gordito, tipo osito de peluche, terriblemente querible y amoroso. Pancho era como el cadete vip de Isamel, al que adoraba hasta la exageración, le hacía el café y siempre estaba dispuesto para él. Ismael tendría 50 años o más y era uno de los dirigentes máximos de la organización, y Pancho, cuando desapareció, no tendría más de 18. No se si cuando Ismael hizo lo que hizo Pancho ya había desaparecido o no, pero de lo que estoy seguro es que Pancho debió ser el tipo que más sufrió por eso.
   En ese mismo tiempo aparecieron disidencias y conflictos en el frente estudiantil acá en Bs As. Así fue que conocí a Quito, uno de los dirigentes estudiantiles, a quien recuerdo con cariño y respeto. A fines de 1974, como él mismo cuenta, él con un grupo de compañeros rompen con la organización y se integran a otra. La huída y el robo de Isamel aconteció dos años después.
  Quito en su prólogo aparecido en la revista El Ojo Mocho de diciembre del 2001 dice: “El 24 de diciembre [de 1976] cenábamos en Barcelona con amigos recién llegados de Jerusalén. Contaron que se habían visto con Ismael. Trajeron las primeras noticias de que sobre él se había tramado una vergonzosa difamación: otro índice de que entrábamos en un tiempo de religiones oscuras. La murmuración, el correr de boca en boca: un método reconocidamente policial. Eficaz en la persecución, en la satisfacción de las pequeñas miserias y las remuneraciones corporativas. «De pronto se hizo muy corriente en la colonia argentina». Hay rincones así sucios, así estúpidos en el teatro de la historia. El precio de las cosas. Un arte de farsantes y criados”. No sé por qué Quito no dice nada, de manera clara y tajante, de la huída y del robo de Ismael. Tampoco tengo idea de porqué, tantos años después, intenta una reivindicacián del que reconoce como su “maestro”. Yo, por mi lado, que trabajé en estrecha cercanía con Ismael desde 1974 hasta fines del 75, y que después seguí militando en la misma organización hasta mucho después de su huída, conozco de primerísima mano esta historia. Yo no estuve directamente implicado en el hecho de su robo, pero conozco muy bien a las personas con quienes él tenía que encontrarse ese día y clavó, incluso sigo siendo amigo de ellos, personas que me merecen una total confianza por haber continuado juntos la militancia y haber cultivado una amistad afianzada durante 25 años, por lo que sin temor puedo asegurar realmente que Ismael robó y huyó, y que nada de esto se trata de una “vergonzosa difamación” sino que esa es la verdad histórica. Queda claro que Quito, en el momento que ocurrieron estos hechos, hacía dos años que ya no estaba en la organización, por lo que difícilmente haya podido conocer de cerca el asunto. Por lo tanto, no sé sobre qué se basa para afirmar tan rotundamente que todo se trata de una “vergonzosa difamación”, y para descalificar, además, como “método reconocidamente policial” la transmisión “boca en boca” de esta historia. Si hasta ahora ha sido de boca en boca es porque los implicados, cercanos y lejanos, o no tuvimos la oportunidad o no nos pareció importante hacerlo de otra manera, pero nunca fue transmitida como “murmuración”, como descalifica Quito, sino que siempre se informó de manera clara y de frente—especialmente en aquellos días por elementales razones de seguridad— tanto a todos los compañeros de la organización como a los de otras organizaciones. Y esto es fácilmente verificable, tan sólo hace falta preguntar del asunto a los antiguos compañeros. Además, ¿Quito no se preguntó para qué íbamos a armar semejante mentira si con Ismael ni siquiera había diferencias políticas? Pero hay una cosa más que todos sabemos y que debería llevar a Quito a sacar las obvias conclusiones: Ismael nunca más volvió a Argentina, y si lo hizo, lo hizo vergonzantemente, ocultándose. No pasó nada parecido con ningún otro compañero, con quienes nos volvimos a ver después de muchos años. Insisto: no sé por qué Quito quiere o necesita “limpiar” el nombre de Ismael, pero sobre esto sólo él tiene la palabra. Con Quito nos hemos cruzado alguna que otra vez por esta ciudad, intercambiamos saludos, pero nunca hablamos de este asunto. Por mi parte, el nombre Ismael Viñas ha quedado definitivamente manchado por aquel acto; y sólo otro acto, esta vez de sentido inverso, podría llegar a remediar y tal vez a curar la maldición del primero. Pero la confesión y arrepentimiento público de Isamel nunca llegó. Como tampoco una aclaración definitiva, si es que él considera que no tiene nada de qué arrepentirse. Nada de esto ocurrió. Sin embargo ya no le guardo rencor, y aunque sigo condenando su acto, no puedo sostener una condena personal: habiendo vivido los terribles años de plomo, muertes, torturas y desapariciones en Argentina, no me siento autorizado. Lo que en verdad siento es que la mayor condena se la sentenció él mismo puesto que, como bien dicen las viejas, «en el pecado está el castigo». Porque ¿qué vida puede vivirse después de lo que hizo?, ¿cómo poder mirarse cada mañana en el espejo sin que el pavor y la verguenza le inunden el estómogo?, ¿o acaso vivir la vida no se trata principalmente de eso, de poder mirarse en el espejo más o menos de frente, de poder decirse, a solas y sin dudar: he vivido dignamente? Yo conocí a Ismael y era un tipo como cualquiera, un buen tipo, y por eso estoy seguro que con su acto, aunque él crea que salvó su vida, en realidad la perdió.
   El provecho del retorno de este lamentable pasado no radica principalmente en el establecimiento de la verdad histórica sobre un pequeño hecho que ya no le interesa a nadie. Lo provechoso está en que, como de rebote, nos permite vernos y pensarnos hoy, porque nuestra mirada sobre ese pasado dice mucho acerca de nuestra actual posición en la vida. Intentar, por un lado, tapar y negar el acto de Ismael no sólo constituye un nuevo acto deleznable, sino que tampoco permite pensarlo con precisión, para no darle ni más ni menos valor del que tiene: el acto de Ismael ¿echa por tierra con toda su militancia?, ¿cuestiona en algo a la militancia de aquellos años? Por otro lado, seguir sólo con la condena indignada, más que un pensamiento político no pasa de ser una moralina barata que, encima, no busca otra cosa que desembarazarse de la propia implicación y obturar las inevitables preguntas que se desprenden de aquel acto: ¿cómo es que nadie sospechó, aunque sea mínimamente, que Ismael podía hacer algo así?; ¿nadie más hizo algo por el estilo, aunque sea en muchísima menor escala?
   En 1975 el gobierno nacional ya estaba en manos de Isabelita y López Rega, y las Tres A azotaban los días y las noches. A mediados de año se produce una de las mayores movilizaciones político-sindicales de la historia argentina: “el Rodrigazo”, que voltea al ministro de economía Celestino Rodrigo y deja herido de muerte al gobierno peronista. Pero también pone en alerta máxima a la maquinaria militar que desde ese momento visualiza el serio riesgo de un desborde insurreccional popular bajo la dirección de las Coordinadoras de Gremios en Lucha. En ese marco yo decido “proletarizarme”, decisión que cambiaría mi vida. Y me instalo a vivir en Rosario. El golpe de marzo de 1976 me encuentra viviendo en una barriada obrera y trabajando en una fábrica de Villa Constitución. Lo de Ismael Viñas ocurre a mediados de 1976. En ese tiempo yo me veía mucho con un viejo y templado compañero de la construcción de nombre Silvano. Me acuerdo la vergüenza y el bochorno que me daba el tener que informarle que uno de los máximos dirigentes de la organización había huído robándose plata. Después de dar muchas vueltas se lo dije. No se qué cara habré puesto, pero sí recuerdo muy bien lo que él me dijo. Me dijo así: “Yuyo, no te hagás tanta mala sangre: si esto pasa en la izquierda, ¡imagináte lo que debe pasar en la derecha!”.


[1] Publicado en la revista PARTE DE GUERRA, año 2000.

SEMIOLOGÍA Y LINGÜÍSTICA