¿EL PUEBLO NUNCA SE EQUIVOCA?[1]
Por Héctor Fenoglio

Si cuando se lucha por un cambio político y social, al mismo tiempo no se busca y se compromete la verdad más íntima y personal, más que transformar el mundo lo que se está haciendo es esconderse y escaparse del propio destino.



   EL QUE SE QUEMA CON LECHE, VE LA VACA Y LLORA
   Faltan pocos meses para las elecciones presidenciales de marzo del 2003 y al gran pueblo argentino salud le ocurre algo increíble: no cree en nadie. Justamente él, el grandísimo crédulo, que creyó en todo lo que se le puso adelante: una vez en Alfonsín, nada menos que dos veces en Menem, y media vez en De la Rua-Chacho. Hoy, como en un tango, el gran pueblo salud parece decir “¡basta de engaños: yo no me ilusiono más!”. Pero después de tantas “traiciones” no está de más preguntarse: ¿basta de engaños o de autoengaños? ¿Ya no cree más en las elecciones, en los partidos, ni en la democracia representativa o no cree en estos candidatos a presidente? ¿Qué le pasa realmente al pueblo salud: ha madurado y ya no es tan fácil de seducir, o todo esto no es más que puro despecho y más pronto que tarde volverá a bailar su canción preferida: “Hoy una promesa, mañana una traición”?
   Aunque parezca mentira hay muchos, incluso gente inteligente, que ya vuelven a ilusionarse, y ahora nada menos que con Rodriguez Saá; hay otros que apuestan todo a que Lilita nos saca del pozo; y otros creen que la única solución es que suba Zamora. Pero a pesar de todas las nuevas ilusiones, un desengaño amarguísimo viene calando muy hondo en un rincón del alma y lo está inundando de un escepticismo extremo, que más o menos dice así: «Argentina, tal como la conocemos, no tiene salida». Encima las viejas ideas de que los capitalistas aunque sean unos hijos de puta por lo menos saben lo que hacen, o que los políticos, aunque roban, al menos hacen, estas ideas, como decía, hoy por hoy hay han sido refutadas por la propia realidad: ni el FMI, ni los empresarios, ni los políticos, nacionales o extranjeros, tienen la más mínima idea de cómo resolver el despelote que ellos mismos armaron; y más que gente hija de puta pero seria, hoy se demuestran como verdaderos chantas irresponsables y charlatanes.  
   Este escepticismo, por supuesto, puede no conducir más que a la parálisis y resignación, o bien a apresurar la compra del pasaje a España o a Miami; pero también puede llevar a algo saludable, a poder mirar la realidad de frente sin falsas esperanzas. Porque lo más duro tal vez no sean los enormes problemas que tenemos adelante, sino comenzar a darnos cuenta y reconocer que no tenemos ni la menor idea de cómo empezar a resolverlos. Porque lo que empieza a quedar cada vez más claro es que esto no se arregla rajando a tal o cual político corrupto; ni siquiera rajándolos a todos alcanza. Comenzamos a presentir que se trata de algo mucho, pero mucho peor.

   ME MENTISTE, ME ENGAÑASTE
   El gran pueblo argentino salud no es, como nos quiere hacer creer, la pobre e ingenua víctima engañada; ha sido parte responsable de lo peor. Y lo peor es que aún sigue siéndolo: los lamentos hipócritas tales como “nos mintieron, nos estafaron”, demuestran que los quejosos siguen siendo exactamente los mismos que votaron a Menem y a De la Rua, y que volverían a hacer lo mismo una y mil veces más; puesto que si hubieran cambiado en algo en vez de tanta condena a los políticos deberían estar abochornados preguntándose de manera sincera: ¿cómo es que me tragué semejante mentira?, ¿cómo fue que me dejé estafar? Vuelven a hacer con esto lo mismo que hicieron con el genocidio perpetrado por la dictadura: cuando les fue imposible seguir negando tanta muerte y desaparición, salieron indignados a exclamar “¡Pero qué barbaridad, yo nunca imaginé que pasaba semejante cosa!, porque si yo hubiera sabido…”, y rápidamente salieron a exigir la condena de los asesinos, pero hasta el día de hoy NUNCA salieron a preguntarse sinceramente “¿cómo es que no supe?, ¿cómo pudo ser que no me di cuenta de nada?” Porque ¿qué esperaban, que los mismos milicos les avisaran por telegrama colacionado? Pero no, cuando ya no pueden seguir negando siempre recurren a la misma canallada de echarle todo el fardo a los ya públicamente condenados para, de esa manera, nunca tener que llegar a preguntarse de manera sincera e íntima: ¿cómo es que no supe y me dejé engañar?
   Porque si hay algo claro, además, es que para que haya un estafador debe haber un estafado, y el estafado nunca es un pobre ingenuo sino que siempre es un piola que ve la posibilidad de ganar algo o sacar ventaja gratuitamente pero termina esquilmado. Pero aca todos niegan sus intenciones, total después se quejan y, encima, se hacen los inocentes.  Después se queja y encima se hace el inocente. Por eso es que hay que ser realmente muy caradura para salir a acusar de manera pública y tan indignada, que todos los políticos son corruptos y mentirosos cuando, en realidad, tal acusación esconde y tapa el propio no hacerse cargo de que tal político llegó al poder porque él lo voto, dando lo mismo que lo haya hecho persiguiendo intereses egoístas o por la grandísima estupidez de haber creído en mentiras tan patentes.     
    El gran pueblo salud, entonces, no es la pobre víctica sino el mayor responsable de que hayamos llegado adonde llegamos. Y más aún, si uno se fija bien, la mayoría si no todas las acusaciones que echa en cara y reprocha a los políticos en realidad son lacras propias que no quiere ver ni asumir. ¡Ojalá el problema sólo fueran los políticos corruptos! Desgraciadamente somos nosotros mismos como pueblo los que estamos enfermos, y esto no es de ahora sino que, por lo menos, se remonta a la última dictadura, cuando andaban por Miami con “plata dulce” comprando de a dos mientras acá los hombres de noche y acero masacraban gente a  mansalva. De ahí en más, pasando por el “voto cuota” que reeligió a Menem hasta el movimiento revolucionario de Nito Artaza no hay más que matices.    
    
   TRAIDOR TRAICIONADO 
   Hoy muchísima gente cree que uno de los peores defectos de la llamada democracia representativa radica en que abre la posibilidad de que los representados terminen siendo traicionandos por sus representantes. Pero esto, más que una creencia, es una burda mentira que lo que en realidad busca y quiere es ocultar el hecho patente y evidente de que cuando alguien decide delegar su poder a otro, desde ese mismo instante debería tener en claro que ese otro, de ahí en más, tiene el poder de usarlo como quiera o como pueda, incluyendo, en primerísimo lugar, por supuesto, el desconocer su origen por delegación. Pero no, hoy por hoy el representado se obstina en no aceptar esto e insiste conque sus representantes lo traicionan.
   El representado, si fuera sensato y realista, debería tener en claro desde un inicio que al menos “podría llegar a ser traicionado”. Y también mucho más: debería tener en claro que con su acto en realidad se entrega; e incluso hasta casi obliga a que lo traicionen. Porque si se lo piensa bien, más que un acto a contrapelo, la traición es el sello de origen y consumación necesaria de la relación representado-representante; es una invitación secreta tan cautivante y a la vez un pedido tan abierto y desesperado que el representante debe estar  convencido y muy firme en sus ideas para no dejarse seducir terminar en la traición. El representado, de alguna manera, sabe todas estas cosas, y por lo tanto debería tenerlas en claro, saberlas, y no quejarse tanto después…; pero claro… si hiciera todas esas cosas entonces ya no sería “un representado”.
   Seamos francos: lo peor en la democracia representativa no es que los representados terminen siendo traicionandos por los representantes —insisto: esto por la sencilla razón de que a los representantes, de última y como sea, siempre se los puede echar. Lo realmente peor es que los representados comienzan su acto democrático representativo directamente no haciéndose cargo de sus elecciones, y mucho menos de los actos de «sus» representantes electos. Es decir: mucho antes de firmar algo con la mano ya están dispuestos a borrarlo todo con el codo. Y esta es la verdadera traición, pero se llama «traición a sí mismo». O algo muchísimo peor; porque querer empezar a ser sin querer hacerse cargo de los propios actos, es querar empezar a ser no siendo. 
   Y así como el verdadero problema no consiste en que mis representantes sean ignorantes o ladrones, tampoco es cierto que el problema se vaya a resolver eligiendo mejores representantes, ni siquiera el mejor de todos, por la sencilla razón de que el representante es parte del problema; y hasta tanto no deje de representar-me, hasta tanto no supere la representación, esto va seguir empeorando. Por eso es que ni Zamora ni Lilita, en tanto representantes, pueden solucionarnos nada sino que seguirán representando el problema. Ni hace falta discutir, entonces, si unos son mejores y otros peores, puesto que en tanto representantes todos siguen siendo igualmente parte del problema.
      Mas que cambiar los representantes del pueblo lo que realmente necesitamos es cambiar como pueblo; pero de esto nuestro pueblo no quiere saber nada y sigue insistiendo: “¡NO, nosotros no; quienes deben cambiar son los políticos!”. Según esta visión, toda la enfermedad se encuentra enquistada en la «sociedad política», mientras que la «sociedad civil» está sana e incontaminada.
   Sin embargo Luis Zamora, en quien muchos ven a su «representante», parece querer escaparle a esta trampa. «Es habitual —dice— que me cruce en la calle o en el colectivo con la pregunta bastante cargada de angustia o de bronca: “¿Y, hay salida?”. Siempre me nace responder: “Depende de la población”. Tiempo atrás hubiéramos agregado: “Súmese a nuestro Partido”. Hoy opinamos que lo más importante que podemos aportar es apelar a que el pueblo trabajador se movilice, se autodetermine, haga política…Y estimulamos a que se autoconvoque y se autoorganice». «Es que pensamos que esa es la única fuerza capaz de derrotar enemigos tan poderosos como los que hoy tenemos en América Latina» «Derrotar al FMI es una tarea dura pero encarar esa lucha es imprescindible. El desafío es enorme y sólo si el pueblo mayoritariamente lo decide la lucha es posible. Pero además es pensar como triunfar. ¿Qué represalias tomarán los gobiernos de EE.UU y los europeos?» (en “Otras Palabras”de AyL, nº00, junio 2002).
    De nada va a servir que suba Lilita, Zamora o quien sea si la sociedad civil y su relación con la política sigue igual que hasta ahora; sin hacerse cargo que fue ella quien eligió a sus políticos, y sin aceptar que de este despelote no saldremos con decretos y medidas desde arriba, sino con una verdadera revolución en nuestra forma de vida.    
   
   TODOS QUIEREN IR AL PARAISO, PERO NADIE QUIERE MORIR.
   «Cuando apelamos a la autodeterminación —sigue diciendo Zamora— pensamos en un pueblo que rechace las imposiciones del FMI, o del gobierno de los EE.UU, o de los gobiernos europeos. Porque el primer motivo de repudio a la dirigencia política consiste en que se han arrodillado ante las exigencias externas. Así nos robaron el país…Derrotar al FMI es una tarea dura pero encarar esa lucha es imprescindible. El desafío es enorme y sólo si el pueblo mayoritariamente lo decide la lucha es posible».
   Ahora bien, es sabido por las encuestas que la inmensa mayoría de la población repudia a la dirigencia política y a la vez rechaza las imposiciones del FMI y los EE.UU. ¿Entonces? ¿Qué esperamos? ¿O será que —UNA VEZ MAS—, el gran pueblo argentino salud con la boca dice una cosa pero con el cuerpo raja para otro lado? Hoy por hoy deberíamos preguntarnos seriamente: ¿Es realmente el FMI nuestro enemigo más poderoso o lo es nuestro propio autoengaño, nuestra propia desidia y nuestro propio conformismo? Porque parece que acá todos quieren romper con el FMI pero ¿cuántos están dispuestos a pagar los costos de tal ruptura?; parece que todos quieren que ningún niño o anciano pase hambre pero ¿cuántos son los que ya están llevando o están dispuestos a llevar aunque sea a uno a comer a sus casas?; parece que todos quieren que se acabe la desocupación pero ¿cuántos están dispuestos a renunciar un pedazo del hueso que muerde? Acá todo parece, pero la verdad es que aunque todos quieren ir al paraíso, son muy pocos los que están dispuestos a morir en el intento. Y la verdad es que sólo cuando estemos dispuestos a dejar nuestro actual estilo de vida es que estaremos en condiciones de aspirar a un mundo mejor. Mientras eso no ocurra, todo será puro jarabe de pico.
   Pero, increíblemente, de estas cosas ni Lilita ni Zamora hablan. O hablan poco y nada. Siguen insitiendo con pegarle a los políticos, al FMI, a los banqueros y a cuánto hijo de puta se les ponga adelante, que por supuesto que se lo merecen, y mucho más; pero “al pueblo”, como le dicen, en general siguen dorándole la píldora, alabándolo, cuando es clarísimo que lo más necesario es hablarnos crudamente de nuestros propios engaños, pues mientras como pueblo no paremos de mentirnos tan asquerosamente, las cosas van a seguir de mal en peor.

   ¿EL PUEBLO NUNCA SE EQUIVOCA?
   La sentencia que reza “Los pueblos tienen los gobiernos que se merecen” o es pura blandenguería o bien se refiere a un pasado muy remoto, porque hoy por hoy las cosas son terriblemente más claras y duras, y lo que realmente se debe decir es: “Los pueblos tienen los gobiernos que eligen”: Bush, Blair, Berlusconi, Sharon, Menem, De La Rua, etc. Los ejemplos son tantos que hacen innecesario cualquier argumento. Que el pueblo nunca se equivoca, entonces, es algo absolutamente verdadero y real: los pueblos en realidad nunca se quivocan porque, para bien o para mal, simplemente son lo que son.
   El gran pueblo salud nunca se equivocó, ni con la dictadura, ni con Menem ni con la Alianza, simplemente hizo lo que hizo y eligió lo que eligió, y por eso es lo que es. Y como las más de las veces eligió democráticamente, esto debería hacernos reflexionar y ver que “eleccion democrática” no equivale ni significa inmediatamente “verdad”, sino que significa que lo que se decide se hace real, aunque sea un real mentirosa de por sí. ¿O acaso la realidad no puede ser mentirosa? ¿O acaso vamos a pensar que “La única verdad es la realidad” es lo mismo que “La realidad es la única verdad”? 
   Por eso es que aún cuando sea necesario que nos auto-organicemos, que hagamos política y dejemos de delegar nuestro poder en representantes, esto todavía sigue siendo insuficiente, puesto que el hecho que a la política la realicemos entre todos no garantiza que sea una política correcta, superadora o verdadera. ¿Además, acaso hoy no hacemos ya política entre todos, tanto sea delegando nuestro poder como cuando elegimos por intereses espúreos? El hecho de que no tengamos representantes indudablemente impide que le echemos la culpa a ellos si las cosas salen mal, y nos fuerza a hacernos cargo entre todos de los asuntos. Pero lo que el hecho de que hagamos las cosas entre todos no impide es que hagamos las cosas mal; y que hagamos las cosas mal no significa, como nos encanta creer, que simplemente nos equivocamos, y que si intentamos otra vez puede que esta vez nos salga bien. No, nunca hay errores ni hay excesos…, si hacemos las cosas mal es porque nuestro propio ser nos lleva a tales acciones, y lo que ésto verdaderamente significa es que estamos mal como pueblo.      
      «La Iglesia y la moral dicen: una generación, un pueblo, caminan a su perdición cuando se entregan al vicio y al lujo. Mi razón reconstruída dice: cuando un pueblo camina a su ruina, degenera fisiológicamente; de aquí se siguen el vicio y el lujo...Ved ese joven empalidecido y marchito an tes de tiempo. Sus amigos dicen: la causa de ello es tal o cual enfermedad. Yo digo: si está enfermo es a consecuencia de una vida ya empobrecida…El lector de periódicos dice: este partido se arruina con tal error. Mi más alta política dice: un partido que comete tales errores toca a su fin, no posee ya el instinto de su seguridad. Cualquier error, en cualquier sentido, es la consecuencia de una degeneración de instintos, de una disgregación de la voluntad: con esto se define casi lo que es el mal. Toda cosa buena es instinto y, por consiguiente, ligera, necesaria, libre. La fatiga es una objeción. Dios es típicamente distinto del héroe (en mi lenguaje: los pies ligeros son el primer atributo de la divinidad)». F.Nietzsche, El Ocaso de los Idolos.
  





















En estas últimas semanas, aquí y allí aparecen noticias que parecen querer reemplazar el "Qué se vayan todos" por la frase 'Aquí no ha pasado nada', y demostrar que en la Argentina de 2002 las jornadas de diciembre han pasado al recuerdo, grato para los luchadores, amargo para los dueños del poder. Pero al fin no presente sino recuerdo, destinado a desvanecerse progresivamente por el mero transcurso del tiempo.
Menem realiza actos proselitistas en distintos lugares del país. El eterno gobernador de Santiago del Estero, Carlos Suárez gana su enésima elección provincial (ya no es gobernador en los papeles, pero sí en los hechos). El poder legislativo intenta clausurar definitivamente el juicio político a la Corte Suprema. Los 'cerebros' del presidente Duhalde pergeñan una y otra vez sus planes para garantizar que las elecciones de marzo de 2003 sirvan para perpetuar la hegemonía política actual. Y paradoja mayor, Adolfo Rodríguez Saa, expulsado 'cacerolazo' mediante en los últimos días de 2001 de su interinato presidencial, despunta como el candidato a Presidente con mejores perspectivas.
La demanda tiende a diluirse, incluso por las acciones de la propia oposición, que intentó primero un operativo mediático en torno a ella (Carrió+Kirschner+Ibarra), y luego apostó a una movilización callejera (Carrió+Zamora+De Gennaro), que no fue el éxito que se esperaba y que no dio lugar, hasta ahora, a ningún movimiento o acción ulterior. Cierta dolorida resignación, junto a un escepticismo indiscriminado que no debería confundirse con sabiduría, aparentan volver poco a poco a ser el talante habitual de amplios sectores de la sociedad argentina. La idea de que nada más o menos sustancial va a cambiar, se vuelve más plausible ante el leve adormecimiento que produce lo que algunos llamaron 'veranito' económico: Un par de meses con el dólar estable, la inflación importante pero en baja, e indicadores productivos que no descienden de modo tan catastrófico como hasta hace pocos meses. Allí están los aterradores niveles de pobreza, desocupación y precariedad laboral, pero se cierne el peligro de que pasen a formar parte de una perversa 'normalidad', que neutralice el sentimiento de indignada sorpresa que hoy producen. La degradación de la institucionalidad política sigue su curso, entre rumores de coimas, tentativas de trampa electoral vía ley de lemas y otros mecanismos que tienen en común la intención de distorsionar los resultados electorales, y nada de lo ocurrido, está visto, ha impuesto un cambio en los métodos y las conductas de los que ocupan esas instituciones.
Por 'abajo' las asambleas populares ocupan edificios abandonados para realizar actividades comunitarias, arman comedores populares, establecen centros culturales, y hasta quieren reconstruir clínicas desactivadas hace años. Numerosas empresas (en general medianas y pequeñas) retoman su funcionamiento bajo la dirección de sus trabajadores, algunas como cooperativa, otras como organizaciones bajo control obrero. Las organizaciones piqueteras continúan su trabajo en barrios y villas, mientras fluyen trabajosamente los fondos del Plan Jefes de Hogar, el último de los 'planes sociales' que da sustento a las organizaciones, pero también a los 'punteros' radicales y peronistas, que persisten en su accionar pese a la profunda crisis de las estructuras partidarias. La presencia ruidosa en calles y rutas del movimiento social ha descendido, si bien esto no puede asimilarse sin más a desmovilización, sino en muchos casos a un vuelco a trabajar en la consolidación de las organizaciones, en la satisfacción de problemas tan concretos como urgentes de sus miembros, en fundamentar con mayor amplitud las críticas al sistema social imperante y las propuestas alternativas al mismo. Se siguen tejiendo lazos entre las capas medias en descenso y los sectores más pobres; asambleas populares organizan la vacunación antitetánica de los 'cartoneros' que lastiman sus manos buscando el sustento entre la basura, o tratan de pergeñar una obra social para el personal de las empresas tomadas; y muchos vecinos de los barrios acomodados incorporan cada vez más la idea de que los pobres y desempleados pueden ser sus aliados en las soluciones, y no una parte de sus problemas. Pero también están 'los otros', el conglomerado más 'silencioso' que masculla en las esquinas contra las frecuentes manifestaciones y cortes de calles; pide más represión para los delincuentes, mientras sigue apostando a la preservación de su capacidad de consumo, de su lugarcito a la sombra de algún poder, a la restauración de algún 'orden' que les permita seguir ignorando con mayor comodidad todo lo que exceda su repliegue individualista, aunque el mundo se derrumbe a su alrededor.
Y todavía otros más, los que instalados en el 'progresismo' o al menos en la 'corrección política', están al acecho para partir nuevamente rumbo al limbo de su vida privada : 'Ah viejo, si después de todo esto la gente vota a Rodríguez Saa o a Menem, yo no quiero saber más nada', se los escucha decir. Como otras veces, esperan que ocurra algún sinsabor colectivo para volver a autojustificar la inacción, con la monserga de que la mezquina sociedad en que viven no merece que persistan en sus elevados ideales... Que estas actitudes no se generalicen y terminen prevaleciendo no está asegurado, ya que mucho importante pero casi nada irreversible ha ocurrido en el movimiento social en los últimos años, días 19 y 20 incluidos.
Entretanto, se debate una reforma constitucional de carácter radical, se espera una movilización popular que vuelva a desbordar el poder político y reactualice los temas del último diciembre. Una parte de la militancia lo aguarda todo de la acción de base y repite que no quiere tomar el poder sino desenvolverse al margen de él, a riesgo de que el poder desarticule, o directamente destruya, cualquier construcción alternativa que decida no cuestionarlo (o peor la coopte gradualmente mellándole su filo crítico). Otra parte insiste en confundir el avance de la organización popular y de la radicalización del movimiento con el crecimiento de su propia organización y con el principio de realización de lo que tienen 'planificado' como ineluctable futuro revolucionario.
Sin embargo, desde el poder, el escenario está preparado para deslizarse sin mayores novedades hasta el próximo marzo, y allí lograr, a tuertas o derechas, que un representante de la decadente 'clase política', peronista casi con seguridad, ocupe la Presidencia, seguramente con legitimidad 'manca' por la limpieza más que dudosa del proceso electoral, pero con el aparato estatal en sus manos, para continuar haciendo lo que el gran capital ordene, que no otra perspectiva se dibuja en el horizonte de la dirigencia, ya curtida en demasía en propiciar flagrantes inmoralidades con altivo gesto de estadista. Valdrá la pena tratar de impedir que esto ocurra, poner un coto a la persistente alianza de poder económico, político y comunicacional que no cederá un ápice sino se lo obliga a ello. Volver a repudiar con protestas activas, abstenciones y votos nulos comicios cada vez más farsescos.
Pero el apuntar a la construcción de una democracia radical inédita, al afianzamiento de una cultura de la participación activa y el debate público, la instauración de una voluntad colectiva dispuesta a correr riesgos, a sufrir esperas y retrocesos, y a asentarse en una perspectiva anticapitalista, requiere forzosamente plazos más largos que los meses que van de aquí a marzo. Además de constancia en la construcción de poder, y claridad sobre la necesidad de 'autorreforma' de un movimiento contestatario que arrastra variadas rémoras que abarcan desde lo más conceptual de la 'visión del mundo' hasta el modo de emprender las prácticas más cotidianas. Difícilmente derrotas o victorias de largo alcance en la prosecución de esos caminos se vinculen con el nombre del próximo presidente; y "Qué se vayan todos" quiere decir mucho más que la terminación del mandato de unos cientos de legisladores.



[1] Publicado en revista PARTE DE GUERRA, año 2002.

SEMIOLOGÍA Y LINGÜÍSTICA