EL PSICOANÁLISIS ENTENDIDO COMO POLICÍA MENTAL[1]
Por Héctor Fenoglio

   Página 12 publicó el 12-5-99 un artículo titulado «Lewis Carroll entendido como abusador de niñas», donde la psicoanalista Isabel Monzón denuncia por “delincuente” al autor de Alicia en el país de las maravillas.No hace falta ser psicoanalista —dice—  para comprender, a través de esas cartas y de esas fotos, que Carroll abusaba sexualmente de sus pequeñas víctimas”. Se refiere a las cartas de Carroll traducidas por Eduardo Stilman, recientemente publicadas junto a los relatos de Alicia; y a las fotos de Carroll aparecidas en el libro Niñas
   Únicamente entendiendo al psicoanálisis como policía mental es posible concebir tamaña denuncia; porque nada hay en esas cartas ni en las fotos que oblige a sacar semejante conclusión, entendiendo por “abusar sexualmente” lo que todo el mundo entiende.
 *  Carroll, además de pastor y matemático, era un artista: a la vez que escritor, fue fotógrafo y dibujante de desnudos de niñas. Isabel Monzón dice: “En una de esas fotos, la niña está acostada en un diván, como una pequeña maja desnuda violentada por la conducta y la mirada obscena del artista.”  En una de las cartas Carroll le dice a una madre de las niñas: “Aquí estoy yo, un aficionado a la fotografía, con un profundo sentimiento de admiración por la forma, especialmente la forma humana, a la que creo la cosa más bella que Dios ha hecho en esta tierra...¡y que casi no tiene posibilidad de fotografiarla!.. Si yo no creyera que puedo tomar esas fotografías sin motivo más bajo que un puro amor al Arte, no las pediría, y si pensara que cabe algún temor de que menoscaben la hermosa ingenuidad de las niñas, no las pediría.”1 ¿Acaso se puede “comprender” en estas de Carroll la intención de victimizar a las niñas? ¿Con qué razones la profesional desconfía de los objetivos puramente artísticos declarados por Carroll y, por el contrario, le atribuye las más bajas intenciones? ¿No es indecente calificar de obscena una mirada sólo porque no coincide con el patrón estético o moral del que califica? ¿Qué otro criterio utiliza la psicoanalista sino el más rancio sentido común conservador para descalificar como “pornográficas” las fotos artísticas de Carroll? Tal vez haya encontrado un novedoso y riguroso criterio artístico ya que, hasta ahora, nadie las ha calificado como “pornográficas”; pero, lamentablemente, no lo explicita.       
 *  En otra parte la psicoanalista afirma: “las cartas dan testimonio del maltrato hacia las niñas”. Esta afirmación no sólo es gratuita sino directamente falsa: en ningún lugar de las cartas aparece tal maltrato hacia las niñas sino, por lo contrario, una paciencia exasperante. ¿Son obligadas a fotografiarse, lo hacen a disgusto? Monzón deduce que sí pues —dice ella— “En casi todas las fotos las criaturas tienen una expresión de suma tristeza o de enojo”. Ahora bien, más allá de su más que discutible interpretación, lo históricamente establecido —las miles de cartas que le enviaron lo atestiguan, amén de las innumerables visitas— es que las niñas tenían por Carroll un gran amor y cariño. Además, si “casi todas” hubieran sido maltratadas y violentadas, ¿por qué “casi todas” seguían su amistad con Carroll? ¿Es que las niñas eran tontas y tan fáciles de engañar?
 * Carroll nunca ocultó su obsesión fotográfica por los desnudos de niñas. Las cartas atestiguan que siempre solicitó la autorización de los padres, y que con ellos acordaba puntillosamente cómo y qué estaba autorizado a fotografiar. Ante alguna reticencia de los padres, insistía abiertamente sobre sus criterios artísticos. Un ejemplo: “Puedo hacer unos grupos encantadores con Ethel y Janet en ropa de baño, aunque nunca será exagerado decir cuánto mejor se verían sin ellos. Los trajes de baño me permitirían tomar una vista de Ethel de frente, que por supuesto no podría hacerse sin ellos: ¿pero por qué objetarían ustedes que yo le tome una vista de espaldas sin ellos? Sería una fotografía perfectamente presentable, y mucho más artística que si los tuviera puestos”.2 Tampoco, de sus cartas, se desprenden intenciones de ocultar su arte ante la sociedad ni ante nadie. A la misma madre le escribe: “Temo que Ud replicará que la única objeción insuperable es la «Sra Grundy» (Sra Moralina)...que seguramente la gente se enterará de que las fotografías han sido tomadas, y que hablará. En cuanto a que se sabrá, respondo «desde luego. Todo el mundo será bienvenido a saberlo, y bajo ningún concepto segeriría a las niñas que no hablen de ello, lo que sí intoroduciría un elemento reprensible»...Pero en cuanto a que la gente hablará del asunto, sólo citaré la vieja leyenda de los monjes. Dicen: ¿Qué es lo que dicen? ¡Déjalos que digan!”.2
   ¿Es coherente esta franqueza y transparencia pública con un abusador de menores? ¿No es acaso parte de del placer perverso el regodearse con la oculta transgresión?
 * Con respecto a la amistad con Alice Liddell —a quien y por quien Carroll hizo Alicia en el país de las maravillas—, nuestra prestigiosa psicoanalista aclara que “los padres de Alice le prohibieron a Carroll que volviera a acercarse a ella y a sus hermanitas y a frecuentar su casa.” Es cierto que hubo una disputa entre Carroll y los padres de Alice. Se dice que Carroll pidió la mano de Alice, lo que fue rechazado. Pero lo que no dice la psicoanalista es que, después de tal disputa, después de casada y hasta la muerte de Carroll, Alice mantuvo una estrechísima amistad con el autor. No creo que este hecho haya sido omitido deliberadamente por la Monzón, pero es claro que su omisión da lugar a entender, si es que directamente no lo da a entender, que Alice repudió por vida a Carroll.  
 *  La colega también dice: “A Carroll no le interesaban ni los niños varones (sic) ni las jovencitas púberes”. ¿Tal vez si le hubieran “interesado” los niños “varones”o, mejor aún, “las jovencitas púberes”, tendría entonces salvación? Sobre esto Carroll escribe en una carta a una amiguita: “...¡Estoy tan completamente de acuerdo contigo cuando dices que te sientes intimidada por los chicos cuando tienes que entretenerlos! A veces constituyen para mi un verdadero terror, especialmente los varones: con las niñas puedo arreglarme de vez en cuando, si son pocas; ellas fácilmente se vuelven de trop. Pero con los niños estoy siempre fuera de mi elemento”. Y agrega, refiriéndose a su negativa ante un amigo que quería que recibiera a su hijo: “El creía que idolatro a todos los niños. ¡Pero no soy omnívoro, como un cerdo! Discierno y selecciono...”.
   Es cierto: Lewis Carroll amaba a las niñas, pero no a los “niños varones”. Peor aún, éstos le daban terror, lo incomodaban, no sabía qué hacer entre ellos. ¿Toma cuenta la psicoanalista lo que significa la palabra terror? ¿Este es el pecado, el delito de Carroll?
 * La psicoanalista se pregunta “Mientras, los padres y la sociedad toda ¿qué veían? Más aún, ¿qué vemos?” Se imagina a sí misma en una cruzada heroica y solitaria contra un mito intocable. Pero es su pura imaginación: hubo gente que le desconfiaba y Carroll tuvo problemas por ello, pero no por ello se dejó intimidar y siguió sosteniendo a rajatabla su integridad. Carroll le contesta a una madre. “Por el hecho del que tan infortunadamente me he enterado, de que usted considera su presencia esencial [en las tomas fotográficas], que es lo mismo que decirme «No confío en Ud», ha arrebatado todo el placer que yo podría encontrar tomando esas fotografías, y casi todo mi deseo de fotografiarlas nuevamente de cualquier manera. No es agradable saber que no se confía en uno”. Y a otra: “¡Si no pueden confiar en mi palabra, les ruego que no vuelvan a traer ni enviar a las niñas! Sin duda preferiría, en tal caso, abandonar la relación”.

   Pero, aún cuando su arte e integridad sean incuestionables, la psicoanalista sigue condenando a Carroll por sus estilo de vida extemporáneo. Con respecto a la amistad con Alice Liddell—generalizable a la amistad con todas las niñas—, la Monzón declara: “Ella tenía diez años y Carroll treinta”, y remata “Como si un adulto pudiera entablar con un niño esa relación asimétrica (creo que quiso decir “simétrica”) llamada amistad. Como si un adulto, sépalo o no, quiéralo o no, no ocupara siempre para el niño el simbólico lugar de padre”. Dos cuestiones. La primera es que la psicoanalista afirma rotundamente que un adulto no puede entablar una amistad con un niño/a. Así planteadas las cosas, no es raro que ella vea como perversa a toda amistad de un adulto con un niño. ¿En base a qué criterio psicoanalítico niega tal posibilidad? Tampoco lo dice. Sólo dice, y es la segunda cuestión, que para todo niño “un adulto siempre ocupa el lugar de padre”.
  

                 


[1] Publicado en PARTE DE GUERRA.
1 Carta  a la Sra. A.L. Mayhew, 26 de mayo 1879.
2 Ídem anterior.
2 Carta  a la Sra. A.L. Mayhew, 26 de mayo 1879.

SEMIOLOGÍA Y LINGÜÍSTICA