APUNTES SOBRE LA COMPULSIÓN A LA REPETICIÓN Y EL FORT-DA

Héctor Fenoglio. Julio 1992.

Las siguientes líneas son reflexiones sobre el libro de S. Freud Más allá del principio del placer. Pido disculpas por la cantidad de extractos que citaré (de la traducción de Ballesteros, Ed. Biblioteca Nueva, tomo III), inevitables dado el carácter de estudio de estos apuntes.
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            Freud analizó tres fenómenos que lo llevaron a preguntarse si no hay algo más allá del principio de placer que rija la vida psíquica: los sueños en las neurosis traumáticas, el juego de los niños, y la repetición dentro de la transferencia. Empezaré por esto último.

            Transferencia, resistencia y cura.

            En el capítulo III (magnífico resumen histórico de la teoría de la cura) Freud recuerda que al inicio, el psicoanálisis era ante todo una ciencia de interpretación: el analista debía adivinar lo inconsciente oculto para el paciente, resumirlo y comunicárselo en el momento debido. Como la acción terapéutica no quedaba así completa se intentó forzar al enfermo a confirmar la construcción por medio de su propio recuerdo. En este trabajo lo principal era vencer las resistencias que el paciente oponía, descubrirlas lo antes posible, mostrárselas, y por el influjo del analista —“sugestión actuante como transferencia” (2514) — hacer cesar las resistencias.
            Se hizo claro que hacer consciente lo inconsciente —el recordar, fin de la cura— no se alcanzaba tampoco totalmente por este camino. Muchas veces el paciente no se convence de la interpretación, y lo que hace es repetir lo reprimido como suceso actual en vez de, según se esperaba, recordarlo como un trozo del pasado. Esta repetición de un fragmento de la vida sexual infantil, del complejo de Edipo y sus ramificaciones, tienen lugar siempre dentro de la transferencia, esto es, en relación con el analista. Esto se llamó “neurosis de transferencia”, se la vio como un fenómeno generado en la cura; y se concluyó que el analista no puede evitar esta fase de la cura, teniendo que dejar que el paciente “viva de nuevo un cierto trozo de su olvidada vida” (2514).
            Se impondrían aquí ya un sinnúmero de comentarios, pero sólo haré uno: es una versión de estas últimas posturas freudianas lo que circula en nuestros días como concepto de “transferencia”, que la hace casi equivalente a la repetición, en lo actual de la relación con el analista, de “cierto trozo de su olvidada vida”. Como contrapartida, el concepto de “repetición” pierde especificidad y se confunde con el de “transferencia”, y, lo que es peor, se lo confunde con el fenómeno de “resistencia”: se repite para no recordar.
            En estos momentos (y siempre) Freud, sin embargo, tiene una idea fija: lo reprimido no resiste (¿repite?). “Lo inconsciente, esto es, lo reprimido, no presenta resistencia alguna a la labor curativa; no tiende por sí mismo a otra cosa que a abrirse paso hasta la consciencia (¿recordar?) o a hallar un exutorio por medio del acto real (¿repetición?) venciendo la coerción a que se halla sometido” (2514). (Yo agregaría: los caminos del sueño, fallidos, síntomas). Y agrega: “La resistencia procede en la cura de los mismos estratos y sistemas superiores de la vida psíquica que llevaron a cabo anteriormente la represión” (2514), “...las resistencias del analizado parten de su yo y entonces vemos enseguida que la compulsión a la repetición debe atribuirse a lo reprimido inconsciente...” (2515). Las resistencias del yo, entonces, tratan de ahorrarle a éste el displacer que sería causado por la libertad de lo reprimido. Lo reprimido inconsciente trata de escapar de la coerción por cualquier medio; es decir, no resiste.
            Estamos aquí plenamente aún dentro del principio de placer: lo que es placer en una instancia es displacer en la otra, fundamento del conflicto y de la dinámica psíquica. Sea por recuerdo o repetición lo reprimido intenta salir; y esto es resistido por las mismas fuerzas que antes lo reprimieron. De allí que “la neurosis de transferencia” asume la estructura del “síntoma” (retorno de lo reprimido, transacción de satisfacción sustituta simbólica, desplazada), y deba interpretarse como cualquier otra formación del inconsciente. Hacer consciente lo inconciente sería, así, que el yo reconozca a este hijo bastardo (reprimido) fruto de alguna de sus lujuriosas noches infantiles y que, luego de tantos años que viene cerrándole la puerta, lo acepte de una buena vez y llegue a un arreglo satisfactorio para ambos. O sea, haciendo un llamado a la realidad (de la que no se puede escapar), sintonizar los placeres en ambas instancias. Pero dejando en claro que, en última instancia, es el yo el que debe ceder.

            La compulsión a la repetición.

            Pero es en este punto donde Freud se encuentra con algo totalmente desconcertante. Dice: “Un nuevo hecho singular es el de que la obsesión de repetición reproduce también sucesos del pasado que no traen consigo posibilidad alguna de placer y que cuando tuvieron lugar no constituyeron una satisfacción ni siquiera fueron desde entonces sentimientos instintivos reprimidos” (2515) (sub. míos).
            Esto es incomprensible bajo las leyes del principio de placer. Es como si recordara constantemente y sin poder olvidar —es decir, reprimir— el abandono de mamá o cuando tuvo un accidente por el que quedó paralítico. Parecería que fuese algo puramente masoquista.
            Freud aquí afirma:
   a).- se repiten sucesos que nunca dieron placer en el pasado, ni lo dan en el presente,
   b).- no son ni fueron nunca reprimidos.
            Estas consecuencias alteran todas las formas en que se venían planteando estas cuestiones. “Todo displacer neurótico —afirma— es de esta naturaleza: placer que no puede ser sentido como tal” (obviamente por el yo) (2509). Pero en la repetición aparece un displacer radical, no neurótico. Antes, el displacer provenía (para el yo) por parte de las pulsiones reprimidas que tratan de desencadenarse; en lo inconsciente no hay ni podría haber displacer, allí todo es puro principio de placer. Ahora, en cambio, aparecen desde lo inconsciente sucesos —bajo la forma de repetición— que nunca dieron placer y que nunca fueron reprimidos sino que, por el contrario, parecen muy difíciles de olvidar-reprimir, reaparecen constantemente y producen dolor. ¿Cuáles son estos sucesos? Cito expresiones del exquisito párrafo que Freud dedicó a esto que califica como “lamentos posteriores”: “no puedo conseguir nada, todo me sale mal”, “desengaño, inútil espera de satisfacción”, “la infidelidad de la persona amada”, “fracaso vergonzoso”, “el desprecio del que era víctima”.
            Creo necesario preguntarse si esta repetición que Freud ahora está describiendo es otra diferente de la que hablaba antes:

   Repetición I                                                        Repetición II

   * Repite lo reprimido........................................      * Repite algo que nunca fue reprimido.
   * Repite en vez de recordar..................................  * Repite y no puede olvidar (recuerda).
   * Lo reprimido es placer inconsciente..................  * Repite lo que nunca fue placentero.
  
            Y unos párrafos más adelante dice: “La obsesión [a la repetición, en personas sanas, sentida como influencia demoníaca que rige su vida] que en ello se muestra, no se diferencia de la repetición de los neuróticos, aunque tales personas no hayan ofrecido nunca señales de un conflicto neurótico resuelto por la formación de síntomas” (2516). Podríamos decir: “más allá de la neurosis”.
            Una última cita de este capítulo III: “Los fenómenos de la transferencia se hallan claramente al servicio de la resistencia por parte del yo, que, obstinado en la represión y deseo de no quebrantar el principio de placer, llama en su auxilio a la obsesión a la repetición” (2517).

            Los sueños en la neurosis traumáticas.

            El análisis de los sueños debe ser considerado por los psicoanalistas como el camino más seguro para la investigación de los más profundos procesos psíquicos. Los sueños en las neurosis traumáticas reintegran, repetida y continuamente, la situación del accidente. A partir de este hecho Freud afirma que estos sueños:
   a.- “...no sirve con ello a la realización de deseos”... “y mucho menos los que aparecen en el psicoanálisis, que nos vuelven a traer el recuerdo de los traumas psíquicos de la niñez. Obedecen más bien a la obsesión de repetición...” (2522). O sea: esta repetición no está en función de la realización del deseo.
   b.- “...actuando así se ponen a disposición de otra labor, que tiene que ser llevada a cabo antes que el principio de placer pueda comenzar su reinado” (2522).
   c.- “...intentan conseguirlo desarrollando la angustia (“la última línea de defensa de protección contra las excitaciones”), el dominio de la excitación, cuya negligencia (“falta de la disposición a la angustia”) ha llegado a ser la causa de la neurosis traumática” (2522).
   d.- “Nos dan de este modo una visión de una de las funciones del aparato anímico, que, sin contradecir al principio del placer, es, sin embargo, independiente de él, y parece más primitiva que la intención de conseguir placer y evitar displacer” (2522).
            ¿Cuál es esta otra labor o función más primitiva, independiente y condición necesaria para la instauración del principio del placer? Esta función no desaparecería una vez instaurado el principio de placer, sino que no operaría por no ser ya necesaria. Pero es suficiente que —por alguna razón— este principio quede fuera de juego para que tal función primera vuelva a operar.
            Dice Freud: “No siendo ya evitable la inundación del aparato anímico por grandes masas de excitación, habrá que emprender la labor de dominarla, esto es, de ligar psíquicamente las cantidades de excitación invasoras y procurar su descarga”. “Más el principio del placer queda aquí fuera de juego” (2521). Con esto se aclara que la labor o función a la que aludíamos es la de ligar psíquicamente la excitación, la ligadura psíquica de la impresión traumática.
            En base a estos datos clínicos, Freud construye un nuevo modelo de aparato psíquico: la vesícula con dispositivo protector, el que mantiene separado un adentro de un afuera. No voy a repetir aquí la hipótesis de Freud; si enfatizar que la repetición de los sueños en las neurosis traumáticas están al servicio de ligar psíquicamente una excitación destructora del aparato, producto de la “negligencia” del propio aparato para promover la defensa ante las excitaciones, disponerse angustiosamente ante la posibilidad de irrupción de excitación (“angustia señal”). Ante la irrupción masiva de excitación el sistema deberá operar y poner como dique (“contra-carga”) grandes cantidades de energía anímica que haya acumulado, empobreciendo con ello todos los sistemas, resultando una extensa parálisis o severa minoración del resto de las funciones psíquicas. Veremos después si esta excitación es interna o externa.
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            Creo que todo esto es de trascendental importancia para la práctica analítica. Hasta aquí el supuesto núcleo en la clínica era la tendencia a la realización de los deseos reprimidos (lo inconsciente), deseos que, en la neurosis, lograban retornar bajo la forma de síntomas. La libido reprimida se transformaba en angustia. Mediante la asociación libre debilitábamos el poder de censura de la consciencia y se lograban filtrar restos representacionales a través de los cuales se podía reconstruir y, en el mejor de los casos, acceder al material reprimido bajo la forma de recuerdo. Los sueños —aún los de angustia— eran realizaciones alucinatorias de deseos. Lo reprimido estaba allí, desconocido y escamoteado, pero retornaba simbólicamente en síntomas o disfrazado en sueños. El conflicto entre instancias, Inconsciente vs Preconsciente-Consciente era la lógica de base meta-psicológica del accionar psíquico, basado a su vez en la conflictiva pulsional de la libido versus pulsiones de autoconservación. Pero, y es importantísimo remarcarlo, Freud siempre dijo que esa “base” en realidad era la coronación del edificio psicoanalítico, no sus cimientos. Los cimientos siempre estuvieron en la práctica analítica.
            Teniendo en cuenta los nuevos datos sobre la compulsión a la repetición (y de otro dato central que aparece por esa época y que también modificaría esencialmente la práctica, me refiero al descubrimiento del yo como objeto erótico, o sea, del narcisismo) ya no alcanza con la interpretación de lo reprimido ni con el vencimiento de las resistencias para el avance de la cura. Esto no implica que se deje de lado toda la técnica y la teoría anterior, sino que ésta ya no alcanza para explicar los nuevos fenómenos descubiertos y para operar eficazmente en la cura. Y esto porque:
·         Hay sueños que no son realización de deseos reprimidos: por más que los interpretemos, no hay en ellos nada reprimido a liberar.
·         Hay repeticiones que no son “actos sintomáticos”, es decir, realizaciones simbólicas de deseos reprimidos, sino que son repetición del mismo suceso traumático infantil casi inalterado: “fijación al trauma”.
·         No hay asociaciones (deriva asociativa) que, partiendo de estos elementos que emergen a la consciencia, conduzca a lo reprimido: sólo hay repetición monocorde del mismo material.
·         Esto no es concebible como resistencia por parte del yo, sino, en todo caso, como resistencia a la ligazón psíquica de tales elementos. La elaboración psíquica (del material reprimido), esto es, poder poner los elementos asociativos que se perdieron entre la representación consciente y lo inconsciente, parece no funcionar entre estos fenómenos. 
·         El conflicto no se establece, entonces, entre lo reprimido y la instancia represora, Inconsciente vs. Precc-Cc. No parece haberse dado aquí represión, tanto sea lograda o no. Podemos preguntarnos: ¿hay aquí conflicto?, ¿entre qué?
·         Más que producir angustia neurótica (ante la presión de lo reprimido que empuja) se produce dolor psíquico, “angustia automática”.
·         El principio de placer queda desbaratado y ya no puede dirigir; parece no haber ya placer sino displacer, en todas las instancias (Inc. y Precc-Cc.).
·         Ante la exageración que ha experimentado la intervención analítica (sea interpretación o maniobra) conviene insistir con una perogrullada: no todo dolor psíquico es neurótico. Recordemos clásicos dolores que no son neuróticos como el duelo. Desde ahora podemos y debemos agregar otro.
·         A pesar que la repetición implica tanto a la etiología como a la cura de las neurosis, sin embargo es un fenómeno que excede los fenómenos neuróticos, e incluye a no neuróticas, niños, etc. La secuencia: represión pulsional—falla en la represión—retorno de lo reprimido, sigue siendo el mecanismo en la formación de los síntomas neuróticos. La repetición, por sí misma, no genera la neurosis, pero es un fenómeno primario que está inevitablemente implicado en esa génesis.

            El Fort-Da: ¿un juego de niños?

            Es por todos conocida la observación de Freud del juego de un niño de dieciocho meses que tiraba un carretel atado a un hilo mientras pronunciaba los sonidos “o-o-o-o-o” (de “fort”: “afuera” en alemán) y luego, cuando lo recogía el de “a-a-a-a-a” (“da”: “acá”, “adentro”). Freud interpretó el juego como puesta en escena de la ida y retorno de la madre, interpretación que fue aceptado por todos y hoy es parte obligada de la vulgata psicoanalítica. Pero lo que sorprendía a Freud era que del juego no se llevaba a cabo casi nunca más que la primera parte, lo cual tenía que ser desagradable para el niño. Freud concluyo que “En los juegos infantiles creemos comprender que el niño repite también el suceso desagradable, porque con ello consigue dominar la violenta impresión experimentada mucho más completamente de lo que le fue posible al recibirla” (2524).
            En primera instancia podemos decir que el niño se enfrenta con un hecho —la ida de la madre— que le resulta muy penoso, diríamos insoportablemente penoso; al cual intenta volverlo menos doloroso. Pero ¿para qué lo repite?, ¿intenta con ello acostumbrarse? (Es interesante aquí correlacionar este hecho con las consignas “no olvidar”, “tener memoria”, referidos a los terribles sucesos acontecidos bajo la dictadura militar instaurada en el 76: ¿alcanza con “no olvidar” para que no se repitan?)
            Freud aclara: “Hállase [se refiere al juego] en conexión con la más importante función de la cultura del niño, esto es, con la renuncia al instinto [renuncia a la satisfacción pulsional] por él llevado a cabo, al permitir sin resistencia alguna la marcha de la madre. El niño se resarcía en el acto, poniendo en escena la misma desaparición y retorno con los objetos que a su alcance encontraba” (2512). Bien entendido, el hecho doloroso, y la magnitud de dolor experimentada, no es un hecho o dato en bruto e independiente de quien lo experimenta, sino que depende de la estructura y situación del aparato psíquico que lo vive (en otro lado decía de esto: los hechos no están ya hechos). El hecho doloroso no es producto solamente de la ida de la madre, sino además de la no renuncia a la posesión absoluta de ella por parte del niño.
            Cuando hablamos de “no renuncia” hablamos de una represión no lograda aún, de los primeros intentos de represión de la pulsión. Este intento de la primera represión de la pulsión está en función de poder soportar hechos de la realidad que resultan sumamente penosos, dolorosísimos. De alguna manera podemos decir que están en función de aceptar los límites que la realidad nos impone. La realidad, de esta manera, es psíquicamente ubicable y definible con un índice inconfundible para el niño: el dolor. Tanto que hasta podríamos decirlo con una fórmula: todo lo que duele es real.
            Pero ya dije que el dolor no es algo “ya dado” sino que depende de las pulsiones a las que no hemos renunciado, lo cual podemos expresarlo también con otra fórmula: todo lo que duele es pulsión no reprimida. O bien: renunciamos a la pulsión para escapar del dolor insoportable que nos causa una realidad que no se adecua o no nos permite satisfacer nuestras fuerzas pulsionales radicalmente insaciables. (Ver mi borrador sobre “pulsión”)
            Queda aquí una pregunta sobre la que volveré después: esta represión o renuncia pulsional no lograda aún a los dieciocho meses ¿es producto de alguna falla en la operación del fort-da? Y además ¿es la misma falla en la represión que se constata con el retorno de lo reprimido en la formación de síntomas neuróticos?
            Pero volvamos al análisis del texto de Freud: ¿cómo el niño puede llegar a soportar el suceso “insoportable”?, ¿cómo puede dominarlo? Contesta Freud: “En éste [el suceso] representaba el niño un papel pasivo, era el objeto del suceso, papel que trueca por el activo repitiendo el suceso, a pesar de ser penoso para él, como juego”.  Esto es de suma importancia. Otros caminos —que Freud no contempla aquí—  podrían ser:
·         que el niño olvide totalmente el suceso (recordemos que  suceso implica el hecho de que la madre se marcha más la no renuncia a su posesión absoluta), es decir, que de ahí en más el niño se comporte como si la madre estuviera siempre (y, por ende, haya satisfacción pulsional asegurada para siempre o, lo que es lo mismo, no haya nunca más renuncia pulsional);
·         o se comporte como si la madre no estuviera nunca (y, por ende, insatisfacción pulsional permanente y pleno bloqueo pulsional, lo que llevaría al retiro del mundo: autismo).
En ambos casos implica la no aceptación del suceso, o sea, rechazo a la realidad y a la pulsión.
Pero el aspecto central se juega en el posicionamiento activo-pasivo (recordemos que la libido es activa, esto es, masculina). En las salidas antes mencionadas se acepta una posición cercana a la pasiva, o sea, “hacerse el tonto”, con la desventaja de que, a la corta o a la larga, la realidad-pulsión lo alcanzará. Y, además, el ubicarse en lugar pasivo, de objeto, es decir, de expulsar al exterior (“mi mamá me abandonó”) el proceso pulsional (y fantasmático) que le acontece al sujeto (usualmente decimos “dentro del sujeto”), lo deja sin defensa posible (“negligencia”). Las crisis son un ejemplo de ello; y los fenómenos psicóticos un caso extremo, donde en apariencia todo acontece afuera [desarrollar y aclarar]. En la base de las psicosis se encuentra un suceso “insoportable” (insisto: “suceso” implica el hecho insoportable más la no renuncia a la pulsión) que se expulsa afuera y, por ello, se lo sigue padeciendo pasivamente (como víctima). ¿Cómo procesar el suceso de otra manera, más activa? Dice Freud: “El arrojar el objeto [el carretel] de modo que desapareciese o quedase fuera podrá ser asimismo la satisfacción de un reprimido impulso vengativo contra la madre por haberse separado del niño, y significar el enfado de éste: «te puedes ir, no te necesito. Soy yo mismo el que te echa»” (2512) Al transcurrir esta frase me sonrío y pienso: ¿cuántos y cuántas no hemos despedido un amor frustrado a nuestro pesar con esta frase? No sabíamos que repetíamos un viejo mecanismo defensivo ante el dolor que nos inunda y desespera: ser activos, vengarnos, ser crueles, aún con otros que no son los originales. Transformación de pasivo en activo: ¿origen de la separación amor-odio? O el dolor y la furia queda masoquísticamente enquistado en el interior, o se lo expulsa sádicamente, haciendo sufrir, vengándose aún en cualquiera. (duelo).
            Esta posibilidad transforma la repetición de un suceso desagradable en una posibilidad de satisfacción pulsional. Dice Freud: “En el caso aquí discutido la única razón de que el niño repitiera como juego una impresión desagradable (y yo aclararía: de manera activa) era que a dicha repetición se enlazaba una consecución de placer de distinto género pero más directo” (2513). Y más adelante, diferenciándolos con la repetición de los sueños traumáticos y la repetición en la transferencia, dice: “En los juegos infantiles hemos hecho ya resaltar qué otras interpretaciones permiten su génesis. La obsesión de repetición, la satisfacción instintiva directa y acompañada de placer parecen confundirse aquí en una íntima comunidad” (2517). Se debe remarcar la expresión de Freud  “la satisfacción instintiva directa acompañada de placer”, y seguirla con una pregunta: ¿la repetición es satisfacción pulsional directa, es decir, no simbolizada ni sublimada?
            En el cambio de pasivo a activo aparece un plus de placer, el sadismo, por el cual aceptando el suceso (¿qué quiere decir aquí “aceptando”?) lo transforma y lo domina sádicamente. Me pregunto ¿es esta una manera restitutiva delirante de “aceptar” el suceso? Pero volvamos atrás. En una cita anterior  (2512) Freud decía acerca de esto:”...satisfacción de un reprimido impulso vengativo contra la madre...” Pregunto: ¿qué impulso reprimido si hasta ahí la madre estaba?. Pensemos: para el bebé: a) hasta ahí la madre estaba (o no registraba—como ahora—que no estaba); b) no había motivo, entonces, para impulsos hostiles o vengativos. Cuando registra que la madre no está, entonces sí hay buenos motivos para que se den intensos impulsos hostiles y vengativos: llorar, morder, ignorarla,etc. Pero nada de esto ocurre: el bebé acepta de buen grado que la madre se vaya y, encima, la festeja cuando regresa. ¿Qué operación maravillosa produce este Fort-Da con los niños?, ¿qué pasó que, cuando esperamos hostilidad, aparece aceptación y bienvenida? ¿Cómo logra renunciar a la posesión total de la madre?

            Algunas ideas sobre el Fort-Da: ¿adónde fuiste mamá?

            Tanto sea en la posición pasiva (objeto) de padecimientos extremos en el inicio del Fort-Da (expresión del masoquismo primordial) como en la transformación en acción activa (sujeto) sobre otros haciéndolos padecer (sadismo); tanto en un caso como en otro no hay renuncia (represión) pulsional. En ambas alternativas se pierde al ser apetecido: en la primera desconociéndolo-destruyéndose, en la segunda destruyéndolo y quedando vacío. Si se quiere conservar al ser querido no hay más alternativa que renunciar (reprimir) a la pulsión; conservación de todos modos paradójica pues, en ella se pierde para siempre la forma infantil omnipotente de poseerlo (o se lo posee por otra vía: identificándose con él).
            La aparición (creación del niño) del fort-da implica la “represión” de los impulsos agresivos en una doble operación simultánea: transformación en agresividad accionada sobre objetos del mundo (carretel) que son simbólicamente el objeto perdido, es decir, que de allí en más simbolizan la pérdida y dolor primordial; acción que crea en el mundo real nuevos objetos culturales que funcionan como contra-carga o dique contra las pulsiones-realidad (praxis). Esto es lo que llamamos creatividad, sublimación. Al mismo tiempo, renuncia a las pulsiones sado-masoquistas que nos reencontrarían con aquel objeto inigualable (lo “más uno de cada uno” o “lo más mío de mí”); o sea, creación, en ese acto de corte primordial, de los impulsos vengativos como reprimidos—para siempre—pero siempre satisfaciéndose simbólicamente en la contra-carga. (“Venganza” implica un pasado—que hasta allí no existía: creación del pasado—en el que padecí una ofensa, y a la que voy a remediar en un acto heroico—creación del futuro—).
            Hay una primera satisfacción-registro: la madre. La madre, antes del fort-da siempre estaba. El nuevo registro sólo es posible sobre un fondo, sobre algo que soporte una marca; ahora es el niño el que soporta: con el fort-da la madre pasa de ser soporte a ser marca. Esto quiere decir: puedo satisfacer mis impulsos sádicos contra el carretel, “le pego a la pared para no pegarte a vos”. Aparece el “desplazamiento”, operación simbólica, sólo posible bajo la condición de la represión que ofrezca otro elemento al cual remitir mi acción actual manifiesta.
            El fort-da se articula en este punto con los primeros momentos del Edipo.
            ¿Qué promueve el fort-da?
a).-   “...es un juego prototipo en tanto aparece una primera actividad en la cual se incluye la fantasía, la palabra y el movimiento corporal...” (1)
            Creo que lo decisivo es la inclusión de la palabra. Prácticamente todo el movimiento psicoanalítico admite la fantasía antes de la palabra (admisión de la que creo no se sacan todas las consecuencias, esto es, que el inconsciente es una praxis encarnada; por más que se lo disfrace con nombres como “significante” o “fantasía”). La inclusión de la palabra, y sólo ella, reprime la fantasía sado-masoquista de la omnipotencia infantil. Reprimir no quiere decir aquí “olvidar” sino “desplazar” a otro registro, en el cual la dialéctica pulsional se puede jugar simbólicamente. Esta operación inaugura la simbolización primordial (2).
b).-   Este otro registro (la simbolización primordial) posibilita algo inaudito: significar la presencia de una ausencia. La madre, que hasta allí siempre estaba, ahora no está pero sigue estando de otra manera. Hay que diferenciar aquí dos hechos: el fort-da y otro juego que podemos llamar “acatá” (acá está). El “acatá” es anterior, y el placer está ligado al reencuentro de la imagen: cuando ante un bebé un adulto se cubre la cara con algo, la expresión del bebé es de absoluto y genuino desconcierto. Al reaparecer, el bebé sonríe y el adulto expresa ridículamente “¡acatá!”. Este es un juego hecho por los adultos (repetido por el niño más adelante) y el bebé lo experimenta pasivamente. Hasta el fort-da para el bebé sólo existiría el objeto que cae dentro del campo perceptual o dentro del campo fantasmático (ligado a las pulsiones parciales). (OJO: a los ocho meses hay constancia de objeto. Piaget).
            Sólo a partir del fort-da es posible la satisfacción simbólica (en tanto reprimidas) de las pulsiones agresivas.
c).-   En tanto juego simbólico de desaparición-aparición debe haber un antes de pura aparición (la madre estaba siempre) Esto lo diferencia de otro momento conocido como la “fase del espejo”. En una nota al pié de página (nota 1480) Freud observa: “...el niño había permanecido solo y había hallado un medio de hacerse desparecer a si mismo. Había descubierto su imagen en un espejo que llegaba casi hasta el suelo y luego se había agachado de manera que la imagen desapareciera de sus ojos, esto es, quedarse fuera”(2512). La “fase del espejo” es muy anterior en todo sentido al fort-da, incluso es preparatorio de éste; es un momento de identificación primordial pero no simbólica, originario del narcisismo (al que aludo como “omnipotencia infantil”), sostenido por la imagen especular. Es este narcisismo el que entra en hecatombe en el fort-da.
d).-   El fort-da inaugura una nueva temporalidad y espacialidad. Me quiero detener en la temporalidad por las severas confusiones que se plantean. No es por casualidad que Freud, casi intempestivamente a la mitad del capítulo IV (2520), interpola una reflexión sobre el tiempo. En pocas líneas “refuta” nada menos que a Kant. Dice así: “...Los procesos anímicos inconscientes se hallan en sí fuera del tiempo: no pueden ser ordenados temporalmente, el tiempo no cambia nada en ellos, no se les puede aplicar la idea de tiempo”. Es decir, que en lo inconsciente los sucesos siguen pasando “como si nada”, por eso son eficaces (realidad psíquica) pues es como si estuvieran pasando ahora, son siempre de ahora y para siempre. Es la temporalidad del trauma, los sueños repetitivos, del juego y de los grandes poetas. La temporalidad inconsciente transcurre en un permanente ahora, en un eterno gerundio. (3)
            El fort-da inaugura un antes y un después, pero en absoluto nuestro antes y después adulto. La idea abstracta de tiempo kantiano, esto es, el tiempo único, constante, homogéneo, simultáneo, unidireccional, etc., es una construcción del sistema Precc-Cc que se termina de conquistar recién hacia los ocho o diez años. El antes y el después del fort-da están caracterizados por la instauración de la simbolización primordial, esto es, de un nuevo registro de los sucesos: “mamá no está pero sigue viva, lo que quiere decir” “no la maté y yo sigo vivo”, “volverá”. El fort-da instaura un antes (el dominio pulsional) y un después (el de la represión pulsional). Ni más ni menos. El más quiere decir la creación de una continuidad temporal de existencia que soporte el embate de las pulsiones destructivas que se desatan ante el suceso penoso. (Siempre hablo de “pulsiones destructivas”; en realidad son “destructivas” vistas desde la experiencia adulta. Las pulsiones en ese momento son AMODIO, es decir, la forma de amar es destruyendo el objeto, (comiéndolo, etc.), amarlo es odiándolo.)
            La espacialidad es solidaria con el tiempo: inaugura eso otro lugar invisible a la percepción sólo captable por la simbolización (presencia de una ausencia). El espacio abstracto del adulto, tridimensional, homogéneo, único, constante, es una construcción tardía del Precc-Cc. El espacio del inconsciente es el espacio de los sueños, fragmentario y heterogéneo por naturaleza, llamado (por Sami Ali) “espacio de inclusiones recíprocas”, donde lo uno esta en lo otro y lo otro en uno, todo está aquí y en el mismo lugar. El fort-da inaugura un espacio diferente al “todo aquí” perceptual.
e).-   El fort-da es un momento originario en la dialéctica de la constitución subjetiva. No es que constituya, como se dice, un “adentro” y un “afuera” (siguiendo burdamente el significado literal “fort-da”). Da, en todo caso, una nueva vuelta de tuerca al “adentro” y “afuera” que se viene constituyendo fantasmáticamente, pero una vuelta originaria fundamental: se constituye un nuevo lugar subjetivo, el simbólico, posibilitado por la palabra que relanza la dialéctica yo-no yo en nuevas dimensiones (pulsionales-reales). Significa un corte y, a la vez, una nueva continuidad. No hay corte sin continuidad ni continuidad sin corte: son funciones que se implican y se excluyen mutuamente.
  
            La simbolización originaria permite presentificar la ausencia, más aún, permite que aparezca la dimensión de lo ausente y lo presente como modos de registrar una pérdida. Antes del fort-da otros son los registros de la pérdida. Y también posibilita la simbolización de “sí mismo” (como en el juego del fort-da en el espejo): caída (represión) del yo-ideal y del proceso de identificaciones imaginarias primarias y apertura a identificaciones simbólicas, inicio del ideal del yo. Esto permitirá aclarar dos cuestiones: la primera relativa al origen y función del yo ideal y del ideal del yo, y la segunda a los procesos de identificación.
            La primera es la estrecha concepción acerca del lugar y función del Ideal del yo que usualmente se maneja, que podríamos denominar “la zanahoria del burro”. Dícese que el Ideal del yo sería el modelo (ideal agrego) e ideales a los cuales el yo tiende y que nunca lograría (por qué nunca lo lograría nadie lo dice), y en base a esa distancia (que se supone más “saludable” mientras mayor es) el yo se regula y se motoriza hacia un proyecto “de futuro” (R.Rodulfo). Esta idea en realidad corresponde a una traducción preconsciente-consciente del Ideal del yo, y, peor aún, a una versión imaginaria de la más pueril.
            En lo inconsciente no hay tiempo cronológico, todo transcurre ahora, así que es imposible que aparezca allí un proyecto “de futuro”. Es imposible que el yo se regule con semejante ideal pues para ello se necesitaría una tercera instancia que registrara la distancia entre ambos, la que es inexistente y por lo cual debemos concluir que el “ideal” propuesto no es más que el superyó con rostro civilizado, quedando el yo inerme y sometido a esos “ideales”. Estos “ideales” son la continuación del yo-ideal que, ante la imposibilidad de reconocerse omnipotente, proyecta esta omnipotencia en un futuro ideal (paraíso perdido, cielo, utopía, revolución) en el que se cumplirían todos los deseos (a resguardo de la realidad cruda y cruel). Esto es paralelo a como se concibe la salida del Edipo: una versión afirma que el niño “acepta” sus limitaciones de niño bajo la promesa de que “cuando seas grande vas a poder”, lo cual es lisa y llanamente una proyección-ilusión adulta, pues eso “no voy a poder” ni de grande ni nunca.
            En el fort-da (como a la salida del Edipo) me parece que debemos pensar al Ideal del Yo como la renuncia pulsional, que implica la tramitación pulsional en “otro registro” (simbólico, sublimación) el cual abre las puertas a la creación como modo de reparación y consuelo por una pérdida originaria que no tiene remedio.

(continuará con: las identificaciones)               
  

SEMIOLOGÍA Y LINGÜÍSTICA