¿CÓMO ESCRIBIR PSICOANÁLISIS?
Presentación del libro Producción Bornoroni
21 de Mayo de 2009 / Biblioteca Nacional - Sala Augusto Cortázar / 19 horas.
Presentación a cargo de Mario Woronowski, Claudia Huergo, Héctor Fenoglio y los autores.

Héctor Fenoglio:

En primer lugar, quiero agradecer  a los dos autores, Carlos y Sebastián, por habernos dado un libro no teórico. La verdad es que estamos un poco cansados de tanta teoría, venga de donde venga. Y en segundo lugar, gracias por habernos dado un libro que nos impone pensar: ¿qué libro es este?,  ¿qué quisieron hacer?

En primer lugar es un libro donde hay varias experiencias superpuestas, unas encima de otras. Está la experiencia primera de Roberto, el loco, la experiencia de su vida de locura, 30 años internado en manicomios, sus ideas locas, como la de construir un avión, sus frustraciones, sus odios, sus amores; y además, su relación con Carlos y la experiencia de relatar su vida. Después está la experiencia de Carlos como acompañante de Roberto, y después la experiencia de Carlos registrando y escribiendo su experiencia inmediata de acompañante. Todo podría haber quedado ahí, y de hecho quedó ahí por mucho tiempo. Bastante después aparece otra experiencia, la de Sebastián, como parte de la editorial Cactus, recibiendo el encargo de hacer, con los textos de Carlos, un libro. Desorientado, según acaba de testimoniar acá en la mesa, pensó: “¿qué hago con todo esto?” Como ven, el curso de todas estas experiencias es largísimo.

No es, entonces, un libro teórico. Tampoco es un libro de relato, aunque hay en él muchísimo relato. Tampoco es un libro de testimonio, aunque hay mucho testimonio, tampoco es un libro de reflexión, aunque haya, en las dos puntas y también adentro, muchos aspectos de reflexión. Es decir, es un libro medio inclasificable. Y como si todo esto fuera poco, está escrito en un estilo claramente desfachatado, claramente irreverente, claramente cordobés.

Hay una pregunta decisiva (creo que la hace Sebastián): ¿cómo mantener en el texto la intensidad (palabra que usan los autores) de la experiencia inicial? Yo directamente preguntaría ¿cómo sostener, en el texto, una experiencia? No es una pregunta ingenua, es la pregunta. Porque hacer simplemente un relato de una experiencia inicial, original, de hecho nos separa de aquella experiencia, la mata. La pregunta entonces es ¿cómo hacer, qué se debe hacer para mantener viva, intensa, aquella experiencia? ¿Continuar con la experiencia o hacer otra experiencia originaria, iniciar una nueva experiencia? Esta pregunta queda abierta, lo cual me parece importante. Creo que esta pregunta es auténticamente psicoanalítica, es la famosa disyuntiva de Freud acerca de los dos registros, de cuándo se juntan y cómo se opera la cura. Él decía: “yo les comunico a los pacientes el contenido reprimido que originan sus síntomas, pero éstos no remiten, porque el contenido de la comunicación queda en la cabeza en sentido intelectual, pero no llega al cuerpo en sentido vivencial”. Recién cuando se juntan los dos registros, el conciente y el inconsciente, es cuando hay cura. En relación a los textos estamos ante el mismo problema, estamos cansados de libros teóricos que solo son bla bla que se quedan en el registro intelectual, pero también estamos cansados de los libros bla bla que son puro registro representativo de lo vivencial o de experiencias vivenciales que son puro ah ah que se quedan en puras efusiones emocionales. ¿Cómo unir ambos registros en la escritura? ¿Cómo hacer una experiencia escrita o una experiencia de escritura que no hable sobre la cura, que no hable sobre la experiencia, sino que hable desde la experiencia, que sea la experiencia?

Todo es una experiencia. Aun los libros teóricos explicativos son una experiencia, experiencia de mierda pero experiencia al fin. Cómo hacer una  experiencia viva,  realmente curativa, sanadora, eso es otra cosa, ahí no hay joda. Esta pregunta es la pregunta por esencia psicoanalítica. La manera en que alguien escribe es la misma manera en que ese alguien analiza. No puedo concebir que en un lado sea de una manera y del otro lado sea de otra. Por eso no lo puedo imaginar a Carlos, el autor del este libro, diciendo muy ceremoniosamente: “por favor, acuéstese en el diván”, seguramente es de otra manera; puede ser mejor o peor, no lo sé, pero seguro es de otra manera. En esto de la escritura ocurre lo que ya decía Nietzsche con respecto a la vida en general: “se puede mentir con la boca, pero con la jeta siempre se dice la verdad”. Cuando alguien, diciendo ser psicoanalista, dicta una clase en la facultad, en ese acto ¿es psicoanalista? Yo creo que no, ahí es profesor, y por ahí de los peores; porque, para ser justo, hay buenos profesores y hay malos profesores, porque ser profesor implica pensar, reflexionar y encontrar la posición práctica adecuada de ser profesor en un aula. No es joda. Yo creo que muchísimos que nos decimos psicoanalistas a veces damos una clase desde el lugar de profesor inadecuado, reaccionario, es decir, desde lo teórico. Con lo cual, en un solo acto somos doblemente malos: malos psicoanalistas y malos profesores. No por acumular muchas palabras psicoanalíticas como “inconsciente”, “castración”, “nombre del padre”, “forclusión”, somos más ni mejores psicoanalistas; los pingos se ven en la cancha, o funciona o no funciona, punto. Ninguno se ríe de una película que se presenta como cómica, si no hay verdaderos chistes no pasa nada. Entonces ¿cómo se escribe psicoanálisis? Esa es la pregunta, y a mi me parece que es una pregunta muy importante. Creo que este libro es una respuesta, un intento, si es logrado o no, eso es otra historia. Es un intento de responder a esta pregunta, quiero decir, aquí se hizo la pregunta cuando, por lo general, casi nunca se la hace o, peor aún, ni siquiera se la concibe y menos aún que se la deba hacer. Estamos a años luz.

Me parece que cuando Carlos le trae a la gente de la editorial Cactus ese montón de papeles, que ni quiero imaginar el despelote tremendo que eran, y les dice “qué hacemos con esto” y dijo “no quiero que sea teórico, no quiero que sea una polémica entre posturas, ni esto ni lo otro…”, tenía bastante claro lo que no quería, e iba a un encuentro con otras personas para ver qué se podía hacer. Allí se me aparece otra pregunta: ¿qué quería Carlos? Carlos, al inicio del libro, se presenta como el “héroe del hartazgo”: en el año 93 estaba podrido de la carrera de ingeniería, estaba podrido de la facultad de psicología, estaba harto de toda esta impostura que vemos por todos lados todos los días. Cómo romper la impostura sin ser tontos, sin ser improductivos, no es algo tan sencillo. Entonces la escritura y la reflexión de la escritura, son una escritura y una reflexión desesperada y luminosa de una búsqueda, que está en la búsqueda de cómo hacer estas cosas en concreto y con precisión, con rigor y lucidez. Que no sea teórico no quiere decir que no sea riguroso, al contrario, debe ser mucho más preciso y mucho más riguroso que lo exacto. Lo teórico, la imposible verdad teórica, como siempre está lejos y siempre está más allá, admite aproximaciones y ajustes perpetuos, uno siempre la puede borrar y cambiar una y otra vez; la verdad real, existencial, en cambio, no se puede borrar, lo que se dice una vez no tiene arreglo, es irremediable, es irreversible. Acá la verdad se escribe con tajos sobre el pellejo.

En este marco, creo, se encontraron las búsquedas de Carlos y Sebastián, y produjeron una salida, un encuentro,  un camino, un libro. La búsqueda de Carlos empieza, según el relato, en Córdoba allá por el año 93; muchos años después se encuentra con otra pregunta y con otra búsqueda que, por su lado, traía Sebastián. Carlos afirmó y encauzó su búsqueda en su relación con Roberto, el loco, y Sebastián lo hizo, a su vez, con Carlos, el acompañante del loco. Hay que decir que la relación del terapeuta con su paciente y de éste con aquel no es muy distinta, no porque ustedes, Carlos y Sebastián, funcionen como tales, sino porque, cuando uno se encuentra con un paciente, uno también está en una búsqueda al igual que el paciente; ambos estamos abiertos, a veces el encuentro no se da, y otras veces así. ¿Por qué? Eso es un misterio. Carlos encuentra y/o produce un primer encuentro con Roberto. ¿Cómo? ¿Por qué? Bueno, para enterarse tienen que leer el libro. Pero a mí me parece que son tal para cual, uno más loco que el otro y, en ese sentido, se enganchan y empiezan a producir.

Yo vengo trabajando desde hace más de 20 años con psicóticos, muchas horas por día. Sin embargo hace muy poquito me di cuenta de algo que al principio me pareció raro, que me conmovió y que empecé a decir con cautela y vergüenza, algo que rompe un poco con mis estructuras psicoanalíticas. Ese algo es así: con los psicóticos, antes de tener una relación terapéutica, yo tengo una relación personal. No es algo que pienso ahora y hago ahora, sino que lo vengo haciendo desde hace 15 años pero recién me doy cuenta ahora, por lo cual me digo: ¡al diablo!, acá hay algo que me cambia todo y no me había dado cuenta. Por lo general tengo una relación amistosa, y con algunos directamente somos amigos: vamos a la cancha, armamos asados, y las dos esferas, la personal y la terapéutica, siguen funcionando a full al mismo tiempo como si nada. Lo que Carlos llevó adelante con Roberto es una relación personal y terapéutica a la vez, no lo dice en ningún lado, no lo teoriza, pero la muestra. Es en ese marco que “acompaña”, en el que él se pone o, mejor dicho, “cae” en el lugar de acompañante, y todo eso me parece interesantísimo para pensar esa función, esa manera, ese trabajo. Uno podría decir “Che Carlos, en el libro contás que lo fuiste a ver por la noche a su casa” como si fuera algo incorrecto, “fuera de encuadre”. Pero con psicóticos eso es lo más natural, como también que le digan a uno: “pero Héctor ¿en qué cabeza cabe?, ¿fuiste a ver un paciente a las 4 de la mañana y te quedás 4 horas tomando mate?, no hay plata que pague eso, eso es trabajar a pura pérdida.” Quienes hablan así, no saben lo que dicen, no saben lo que hacen, ni saben lo que se pierden. Carlos lo ha testimoniado con su libro: en esa praxis uno gana el cielo, así nomás, directamente; no hay experiencia más maravillosa que esa, no la hay, o tal vez sí, seguramente debe haberla, pero digo que si hasta el día de hoy, más de 15 años después, Carlos está aún reverberando y reviviendo ese encuentro con el loco de Roberto, si después escribió un libro, si después convenció y entusiasmó a Sebastián para que lo co-escribiera y encima lo editara, y si todos nosotros hoy estamos acá hablando de todas esas experiencias y de esos encuentros, quiere decir que tienen una potencia gigantesca, en especialísimo lugar la primera, la que inició toda esta deflagración cósmico-corporal, el encuentro de Carlos con Roberto. Creo que los que más ganamos en estos encuentros somos nosotros, los terapeutas, no los pacientes. Ojala que los pacientes ganen también, pero yo no puedo saberlo y menos asegurarlo; lo que sí puedo saber y sé, es que si yo gano, por ahí también gana el paciente, pero si yo no gano nada, seguro que el paciente tampoco gana nada, de eso estoy seguro. Esta es una cuestión que merece seguir siendo pensada. Creo que la relación personal es contemporánea y hasta previa a la relación terapéutica con el psicótico, esto no tiene nada que ver con un tema de democratismo o de buena voluntad, tiene que ver estrictamente con que o sale así o no se hace, no es una cosa pensada.

Volviendo al libro, entonces, ¿cómo se escribe psicoanálisis? La pregunta que se hace especialmente Sebastián es ¿cómo crear un enunciado de la experiencia? La preposición de aquí no significa sobre la experiencia sino desde la experiencia o de la experiencia. Que continúe aquella experiencia en otro plano con otra gente y en otro momento, es decir, que siga el baile con otra canción, pero que siga, cómo no parar el baile. Hay aquí un intento de escritura, exagerado y hasta desesperado, que he llamado “posición de eclipse”, que acontece cuando la mirada del narrador es, al mismo tiempo, la mirada del terapeuta o del acompañante y, al mismo tiempo, la mirada del paciente. O sea, que las tres miradas están encadenadas en diferentes funciones y/o personajes, en un mismo punto de vista, y en el mismo acto de escritura. Si no fuera así, estaría hablando o mirando el paciente y, por otro lado, mirando o hablando el terapeuta y, por otro lado, mirando o hablando el narrador, que puede ser el terapeuta o no. Así no sirve. Pero puestas en eclipse, es decir, con los astros alineados en una misma línea, las preguntas que van apareciendo son las mismas, porque las preguntas que se hace el paciente son las mismas que se hace el terapeuta y son las mismas que se hace el narrador, cada uno a su manera y desde su lugar. En esa experiencia se rompe esa separación supuesta y aparecen las preguntas comunes. La brutalidad terapéutica a la que se refería Mario (no sólo ni tanto por violenta sino por bruta nomás) justamente aparece cuando uno, como terapeuta, dice “yo no tengo nada que ver con este loco, me quiero ir rápido a mi casa, porque quiero ver el partido en la tele y comer con mi mujer y mis hijos” y desperdicia así la posibilidad de una experiencia, abandona la posibilidad de un encuentro, de una relación y, lo que es peor, se abandona y desperdicia a si mismo.
“Uno ve —dijo una vez alguien— salir a la gente disparada de sus trabajos para llegar rápido a sus casas, ¿y para qué? Para ver a Tinelli”. ¡Eso sí que es enfermedad!

Los autores dicen, varias veces, que no están a la altura de las circunstancias, que sólo presentan una materia prima para que otros, nosotros, los especialistas en salud mental, los que supuestamente sabemos, la utilicemos para elaborar nuestro saber. Yo, la verdad, no se si me están cargando o no, si es una gastada o lo dicen en serio. Cuando alguien dice que no está a la altura de las circunstancia, por lo general, es porque se pone por debajo, pero la expresión también admite que se ponga por arriba. Yo creo que el libro esta a la altura de las circunstancia, más aún, creo que son absolutamente necesario estos libros, para lo que venga, para ser leídos como narrativa, como denuncia, como reflexión, porque todo eso está y puede estar junto sin ningún problema.

Por último, me animo a decir, aunque no soy un gran conocedor del mundo algo he viajado, leído y escuchado, que esta manera de escribir, este tipo tan nuestro de escribir la clínica, mezclando registros, géneros y problemáticas, es muy propio de nuestra idiosincracia. Cuando digo nuestra quiero decir Córdoba (bueno, yo soy de Córdoba), Rosario, Tucumán, Buenos Aires, Argentina en general, es una manera muy propia de acá. Incluso me animo a decir muy sudamericana, muy sudaca. En este punto aparece algo así como una especie de posible forma de una escuela argentina o sudamericana, que tiene que ver con nuestra manera de hacer las cosas y que, además, por lo que sea, por nuestra manera de vivir la vida, por nuestra historia tan desgarrada, por nuestra desfachatez e irreverencia, sin embargo a pesar de todo la vamos tomando cada vez más en serio, quiero decir, seremos desfachatado pero no tarados, no somos loquitos que hacemos cualquier batata. No. Nuestra desfachatez tiene mucho sentido y mucho rigor, y rigor aquí quiere decir: si un libro está atravesado de punta a punta, en todos los sentidos de su escritura, con la pregunta ¿cómo se escribe esto?, eso quiere decir que es muy riguroso; puede contener errores, incluso mayúsculos, pero eso es un avatar del asunto y no arruina lo esencial; pero el no hacerse la pregunta, eso es imperdonable. Aquel que escribe psicoanálisis, o lo que sea, sin preguntarse nada de todo esto, decididamente no es riguroso.

Para finalizar: con toda seguridad, en los ambientes “serios” este libro será considerado “poco serio”. Por una parte mejor, así nos dejan vivir tranquilos, y por otra parte no, porque ya es hora de que empecemos a pisar más fuerte y a demostrar que la seriedad, de un libro como de una vida, no radica en que sea aburrido, insoportable y/o inentendible. La alegría y la risa es lo más serio de la vida. Gracias.















SEMIOLOGÍA Y LINGÜÍSTICA