tag:blogger.com,1999:blog-13719557676681944332024-03-21T01:28:56.562-07:00Héctor FenoglioPsicoanalistaHéctor Fenogliohttp://www.blogger.com/profile/11308550407688946357noreply@blogger.comBlogger54125tag:blogger.com,1999:blog-1371955767668194433.post-70137030879570368842011-11-26T15:33:00.000-08:002010-11-26T10:30:36.371-08:00PRESENTACIÓN<link href="file:///C:%5CDOCUME%7E1%5CADMINI%7E1%5CCONFIG%7E1%5CTemp%5Cmsohtml1%5C01%5Cclip_filelist.xml" rel="File-List"></link><style>
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<div class="MsoNormal">¡Bienvenid@s! En este espacio quiero compartir varios de mis escritos de <b>Psicoanálisis</b>, <b>Filosofía, Religión</b>, <b>Política</b>, <b>Semiología</b>, <b>Arte</b> y otros asuntos. Muchos de ellos ya fueron publicados, otros son inéditos. También incluí borradores, textos inconclusos, resúmenes, fragmentos y hasta anotaciones. Prefiero compartirlos ahora pues tal vez nunca los desarrolle y como están pueden servir de algo. Todos fueron escritos en los últimos 20 años. Con tiempo iré agregando otros, algunos antiguos y, por supuesto, los que escriba de ahora en más. Será una alegría recibir tus comentarios. Desde ya agradezco la difusión de este espacio entre tus contactos. Un fuerte abrazo.<o:p></o:p></div>Héctor Fenogliohttp://www.blogger.com/profile/11308550407688946357noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-1371955767668194433.post-20797306034789259672010-11-24T16:35:00.001-08:002010-11-24T16:35:56.481-08:00<!--[if gte mso 9]><xml> <w:WordDocument> <w:View>Normal</w:View> <w:Zoom>0</w:Zoom> <w:HyphenationZone>21</w:HyphenationZone> <w:PunctuationKerning/> <w:ValidateAgainstSchemas/> <w:SaveIfXMLInvalid>false</w:SaveIfXMLInvalid> <w:IgnoreMixedContent>false</w:IgnoreMixedContent> <w:AlwaysShowPlaceholderText>false</w:AlwaysShowPlaceholderText> <w:Compatibility> <w:BreakWrappedTables/> <w:SnapToGridInCell/> <w:WrapTextWithPunct/> <w:UseAsianBreakRules/> <w:DontGrowAutofit/> </w:Compatibility> <w:BrowserLevel>MicrosoftInternetExplorer4</w:BrowserLevel> </w:WordDocument> </xml><![endif]--><!--[if gte mso 9]><xml> <w:LatentStyles DefLockedState="false" LatentStyleCount="156"> </w:LatentStyles> </xml><![endif]--><!--[if gte mso 10]> <style>
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<div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><b><span style="font-size: 18pt; letter-spacing: 1pt;">UNO Y EL AMOR A LA VERDAD</span></b><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn1" name="_ftnref1" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><b><span style="font-size: 14pt; letter-spacing: 1pt;"><span><span class="MsoFootnoteReference"><b><span style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 14pt; letter-spacing: 1pt;">[1]</span></b></span></span></span></b></span></a><b><span style="font-size: 18pt; letter-spacing: 1pt;"></span></b></div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><br />
</div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span style="letter-spacing: 1pt;">Por Héctor Fenoglio</span></div><h1 style="text-align: justify;"><span style="font-size: 12pt; letter-spacing: 1pt;"> </span></h1><h1 style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span></span><span style="font-size: 12pt; letter-spacing: 1pt;">«No matarás», «no robarás», «no desearás la mujer de tus prójimo», son mandamientos difíciles pero no imposibles de cumplir. Pero «amarás a tu prójimo como a ti mismo» no sólo aparece como imposible de cumplir sino también hasta imposible de entender.</span></h1><h1 style="text-align: justify;"><span style="font-size: 12pt; letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Freud, un pensador honesto y radical como pocos, concluyó que cumplir con este precepto sólo nos conduciría a favorecer la maldad. Si después de 2000 años este simple puñado de palabras sigue presentando alternativas tan extremas, algún misterio deben esconder.<span> </span></span></h1><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span></span></div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><b><span style="font-size: 14pt; letter-spacing: 1pt;">1</span></b></div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span style="letter-spacing: 1pt;">EL EVANGELIO SEGÚN FREUD</span><span style="letter-spacing: 1pt;"></span></div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span style="letter-spacing: 1pt;">(fragmento del libro <b>El Malestar en la Cultura</b>, de Sigmund Freud)</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Uno de los pretendidos ideales postulados por la sociedad civilizada, el precepto «Amarás al prójimo como a ti mismo», que goza de universal nombradía y seguramente es más antiguo que el cristianismo, a pesar de que éste lo ostenta como su más encomiable conquista, sin duda no es muy antiguo, pues el hombre aún no lo conocía en épocas ya históricas. Adoptemos frente al mismo una actitud ingenua, como si lo oyésemos por vez primera: entonces no podremos contener un sentimiento de asombro y extrañeza. ¿Por qué tendríamos que hacerlo? ¿De qué podría servirnos? Pero, ante todo, ¿cómo llegar a cumplirlo? ¿De qué manera podríamos adoptar semejante actitud? Mi amor es para mí algo muy precioso, que no tengo derecho a derrochar insensatamente. Me impone obligaciones que debo estar dispuesto a cumplir con sacrificios. Si amo a alguien es preciso que éste lo merezca por cualquier título. (Descarto aquí la utilidad que podría reportarme, así como su posible valor como objeto sexual, pues estas dos formas de vinculación nada tienen que ver con el precepto del amor al prójimo.) Merecería mi amor si se me asemejara en aspectos importantes, a punto tal que pudiera amar en él a mí mismo; lo merecería si fuera más perfecto de lo que yo soy, en tal medida que pudiera amar en él al ideal de mi propia persona; debería amarlo si fuera el hijo de mi amigo, pues el dolor de éste, si algún mal le sucediera, también sería mi dolor, yo tendría que compartirlo. En cambio, si me fuera extraño y si no me atrajese ninguno de sus propios valores, ninguna importancia hubiera adquirido para mi vida afectiva y entonces me sería muy difícil amarlo. Hasta sería injusto si lo amara, pues los míos aprecian mi amor como una demostración de preferencia, y les haría injusticia si los equiparase con un extraño. Pero si he de amarlo con ese amor general por todo el Universo, simplemente porque también él es una criatura de este mundo, como el insecto, el gusano y la culebra, entonces me temo que sólo le corresponda una ínfima parte de amor, de ningún modo tanto como la razón me autoriza a guardar para mí mismo. ¿A qué viene entonces tan solemne presentación de un precepto que razonablemente a nadie puede aconsejarse cumplir?</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Examinándolo con mayor detenimiento, me encuentro con nuevas dificultades. Este ser extraño no sólo es en general indigno de amor, sino que —para confesarlo sinceramente— merece mucho más mi hostilidad y aun mi odio. No parece alimentar el mínimo amor por mi persona, no me demuestra la menor consideración. Siempre que le sea de alguna utilidad, no vacilará en perjudicarme, y ni siquiera se preguntará si la cuantía de su provecho corresponde a la magnitud del perjuicio que me ocasiona. Más aún: ni siquiera es necesario que de ello derive un provecho; le bastará experimentar el menor placer para que no tenga escrúpulo alguno en denigrarme, en ofenderme, en difamarme, en exhibir su poderío sobre mi persona, y cuanto más seguro se sienta, cuanto más inerme yo me encuentre, tanto más seguramente puedo esperar de él esta actitud para conmigo. Si se condujera de otro modo, si me demostrase consideración y respeto, a pesar de serle yo un extraño, estaría dispuesto por mi parte a retribuírselo de análoga manera, aunque no me obligara a ello precepto alguno. Aún más: si ese grandilocuente mandamiento rezara «Amarás al prójimo como el prójimo te ame a ti», nada tendría yo que objetar. Existe un segundo mandamiento que me parece aún más inconcebible y que despierta en mí una resistencia más violenta: «Amarás a tus enemigos.» Sin embargo, pensándolo bien, veo que estoy errado al rechazarlo como pretensión aun menos admisible, pues, en el fondo, nos dice lo mismo que el primero.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Llegado aquí, creo oír una voz que, llena de solemnidad, me advierte: «Precisamente porque tu prójimo no merece tu amor y es más bien tu enemigo, debes amarlo como a ti mismo.» Comprendo entonces que éste es un caso semejante al <i>Credo quia absurdum</i> [«Creo porque es absurdo»].</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Ahora bien: es muy probable que el prójimo, si se le invitara a amarme como a mí mismo, respondería exactamente como yo lo hice, repudiándome con idénticas razones, aunque, según espero, no con igual derecho objetivo; pero él, a su vez, esperará lo mismo. Con todo, hay ciertas diferencias en la conducta de los hombres, calificadas por la ética como «buenas» y «malas», sin tener en cuenta para nada sus condiciones de origen. Mientras no hayan sido superadas estas discrepancias innegables, el cumplimiento de los supremos preceptos éticos significará un perjuicio para los fines de la cultura al establecer un premio directo a la maldad. </span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>La verdad oculta tras de todo esto, que negaríamos de buen grado, es la de que el hombre no es una criatura tierna y necesitada de amor, que sólo osaría defenderse si se le atacara, sino, por el contrario, un ser entre cuyas disposiciones instintivas también debe incluirse una buena porción de agresividad. Por consiguiente, el prójimo no le representa únicamente un posible colaborador y objeto sexual, sino también un motivo de tentación para satisfacer en él su agresividad, para explotar su capacidad de trabajo sin retribuirla, para aprovecharlo sexualmente sin su consentimiento, para apoderarse de sus bienes, para humillarlo, para ocasionarle sufrimientos, martirizarlo y matarlo. <i>Homo homini lupus</i> [el hombre es el lobo del hombre]: ¿quién se atrevería a refutar este refrán, después de todas las experiencias de la vida y de la Historia? Por regla general, esta cruel agresión espera para desencadenarse a que se la provoque, o bien se pone al servicio de otros propósitos, cuyo fin también podría alcanzarse con medios menos violentos. En condiciones que le sean favorables, cuando desaparecen las fuerzas psíquicas antagónicas que por lo general la inhiben, también puede manifestarse espontáneamente, desenmascarando al hombre como una bestia salvaje que no conoce el menor respeto por los seres de su propia especie. Quien recuerde los horrores de las grandes migraciones, de las irrupciones de los hunos, de los mogoles bajo Gengis Khan y Tamerlán, de la conquista de Jerusalén por los píos cruzados y aun las crueldades de la última guerra mundial, tendrá que inclinarse humildemente ante la realidad de esta concepción.</span></div><div class="MsoBodyText" style="text-align: justify;"><span style="font-weight: normal; letter-spacing: 1pt;"><span> </span>La existencia de tales tendencias agresivas, que podemos percibir en nosotros mismos y cuya existencia suponemos con toda razón en el prójimo, es el factor que perturba nuestra relación con los semejantes, imponiendo a la cultura tal despliegue de preceptos. Debido a esta primordial hostilidad entre los hombres, la sociedad civilizada se ve constantemente al borde de la desintegración. El interés que ofrece la comunidad de trabajo no bastaría para mantener su cohesión, pues las pasiones instintivas son más poderosas que los intereses racionales. La cultura se ve obligada a realizar múltiples esfuerzos para poner barreras a las tendencias agresivas del hombre, para dominar sus manifestaciones mediante formaciones reactivas psíquicas. De ahí, pues, ese despliegue de métodos destinados a que los hombres se identifiquen y entablen vínculos amorosos coartados en su fin; de ahí las restricciones de la vida sexual, y de ahí también el precepto ideal de amar al prójimo como a sí mismo, precepto que efectivamente se justifica, porque ningún otro es, como él, tan contrario y antagónico a la primitiva naturaleza humana. Sin embargo, todos los esfuerzos de la cultura destinados a imponerlo aún no han logrado gran cosa.</span><i><span style="letter-spacing: 1pt;"></span></i></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><br />
</div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><b><span style="font-size: 14pt; letter-spacing: 1pt;">2</span></b></div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span style="letter-spacing: 1pt;">LA LEY</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>La experiencia de vida nos obliga a abandonar la ilusión de que el hombre, en el fondo, es un ser lleno de bondad y de amor. Peor aún, parece obligarnos a reconocer lo contrario; que la característica humana más definitoria quizá radique en un fondo de maldad tan antigua e insondable como el hombre mismo. La consecuencia inevitable que esta situación nos impone, entonces, es la necesidad de imponer <b>barreras</b> que contengan semejante maldad. La expresión concreta de estas barreras es la institución y sostenimiento de un conjunto de leyes (jurídicas, morales, culturales, etc.) imprescindibles para evitar el caos y el derrumbe social.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Pero la experiencia también nos obliga a reconocer que la esencia de estas leyes radica en prohibiciones; en disuasivos y amenazas ante su posible trasgresión. Dicho de manera más clara: aunque las leyes, por un lado, prohíban determinados actos, por el otro, dejan intactos los impulsos que empujan a cometerlos. Podríamos decir que estas leyes actúan de manera “externa” al impulso; o también que, como no tienen el objetivo de modificar “internamente” al impulso, es lógico, por lo tanto, que no logren modificar en nada la maldad que anida en el alma humana. A lo sumo, logran mantenerla a raya. Nos encontramos así en la incómoda situación de mantener un eterno empate entre las prohibiciones y lo prohibido, con el inevitable agregado de un oscuro pronóstico: si algún día la balanza llegara a inclinarse hacia un lado, ese lado necesariamente será el de la maldad, pues las leyes, por su propia esencia, no buscan la transformación sino tan sólo contener la maldad. </span><span lang="ES-TRAD" style="letter-spacing: 1pt;">Freud no era ignorante de esto; y así lo escribió en su artículo “<b>Consideraciones de actualidad sobre la Guerra y la Muerte</b>”: «<i>La sociedad civilizada</i>, <i>que exige el bien obrar sin preocuparse del fundamento instintivo del mismo, ha ganado, pues, para la obediencia o la civilización a un gran número de hombres que no siguen en ello a su naturaleza. El sujeto así forzado a reaccionar permanentemente en sentido de preceptos que no son manifestación de sus tendencias instintivas vive, psicológicamente hablando, muy por encima de sus medios y puede ser calificado, objetivamente, de hipócrita,...y es innegable que nuestra civilización favorece con extraordinaria amplitud este género de hipocresía. Podemos arriesgar la afirmación de que se basa en ella y tendría que someterse a hondas transformaciones si los hombres resolvieran vivir con arreglo a la verdad psicológica. Hay, pues, muchos más hipócritas de la cultura que hombres verdaderamente civilizados...»</i></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Es innegable que la satisfacción plena y sin remordimientos de nuestras peores tendencias egoístas no nos llevaría más que a la locura y criminalidad. Pero es innegable también que, tal como están planteadas las cosas hoy, el cumplimiento de la ley se vuelve imposible. Y no sólo eso sino algo bastante más terrible, que no muchos, sin embargo, quieren reconocer: el sostenimiento y cumplimiento de la ley, entendida puramente como prohibición, no puede llevarnos más que a una vida mortífera, de constante resignación y pena, condenándonos a no poder superar jamás el malestar intrínseco que imponen a la vida estas leyes que sólo prohíben pero no dan vida. La ley está como hambrienta y nos contagia el hambre; recurriendo a la ley nunca se consigue la abundancia, pues sus prescripciones cabalmente están hechas para quitar, para exigir y para estrujar hasta el extremo. Con cada prescripción la ley exige algo y, sin embargo, nunca hay tope para las prescripciones. Por esto la ley es exactamente lo contrario a la vida, porque la vida es abundancia. La ley se asemeja a la muerte. Y sin embargo todo parece indicar que no podemos abandonarla a riesgo de caer en la disolución social. Esta es la conclusión y el mensaje de Freud: lo inexorable del malestar en la cultura. Conclusión honesta y a la vez terrible que, más que resolver el asunto, no hace más que explicitar el presentimiento basal de la propia inviabilidad que subyace en nuestra cultura.<span> </span></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>En este exacto punto, en este nudo imposible de desatar, en este auténtico callejón sin salida en la relación entre la ley y la vida es cuando llega y adonde apunta el mensaje cristiano “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. La disyuntiva humana tan magníficamente descripta por Freud no es nueva, más aún, es la misma que enfrentaron Jesús y los primeros cristianos. Ya en aquellos tiempos la ley era imposible de cumplir y también, con sus insaciables exigencias, era la ruina de todos. Es ante esa situación de imposible resolución que el apóstol Pablo anuncia: “Cristo es el fin de la ley” (Cor. X.4). Y verdaderamente es así: Cristo es la ruina de la ley y, aunque suene paradojal, también es el cumplimiento de la ley.<span> </span></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>El precepto “amarás a tu prójimo como a ti mismo” no es una ley del tipo de las descriptas por Freud. Este precepto no apunta a condenar ni a mantener a raya el odio al prójimo dejando intacto ese odio (a lo que sí apunta, dicho sea de paso, nuestra progresista y tan ponderada exigencia de la “tolerancia” al otro). No apunta a una represión del odio (es decir, a una acción “externa” sobre él), como tampoco se propone meramente como una barrera contra el odio pero sin llegar a alterarlo. El precepto insta y convoca a todos y a cada uno, con absoluta seriedad, a una <b>transformación</b> del odio en amor. Por eso ya no es una ley general sino un proceso interior de vida; no es una ley que oprime sino una sugerencia vital, una invitación a vivir un tipo de vida diferente a la actual.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Llegado a este punto rápidamente se contestará que semejante pretensión (la de la <b>transformación</b> de los impulsos hostiles en amor) es algo imposible. Ya lo veremos. Lo que por ahora interesa recalcar es que, más allá de si es posible o no, el precepto no es una prohibición, sino un imperativo por el que, en el caso de realizarse, la ley queda cumplida y, por eso mismo, se vuelve innecesaria. Es por eso que es la ruina y, al mismo tiempo, es el cumplimiento de la ley. Y es por eso, también, que Pablo afirma que en la simpleza del precepto se resumen todas las leyes puesto que, de cumplirse, en el mismo acto se cumple toda ley. Por todo esto resulta obvio que confundir este precepto con una ley que meramente prohíbe es no entender el ABC del mensaje cristiano.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><br />
</div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><b><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 14pt; letter-spacing: 1pt;">3</span></b></div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span lang="ES-TRAD" style="letter-spacing: 1pt;">EL PRÓJIMO NO ES EL SEMEJANTE.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>La experiencia de amar aparentemente nos resulta a todos clara y transparente. El precepto dice “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”: ¿será este amor similar al amor a una pareja, o tal vez al amor a un amigo? Estos amores son tan viejos como la humanidad, y no agregaría más que confusión quien opinara que la diferencia que introduce el amor cristiano tan sólo consiste en que la amada o el amigo son queridos de una forma más fiel y más tierna. ¿No constatamos acaso en personas no cristianas ejemplos hermosos de este amor o de esta amistad? Si el cristianismo no trae al mundo un nuevo amor, todo su mensaje es un fraude. ¿Cuál es, entonces, la novedad que introduce el cristianismo en este asunto?<span> </span></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Hoy, como hace miles de años, diferenciamos lo que llamamos el “amor propio”, en sentido egoísta o narcisista, del “amor al otro”; y hoy como ayer repudiamos el amor egoísta tanto como exaltamos la entrega amorosa a un hombre o a una mujer, al pueblo, o a la humanidad. Pero fue el mismo Freud quien descubrió que estos amores “altruistas” no son más que desarrollos del amor narcisista: en el fondo todos amamos lo que somos o lo que nos gustaría ser. A pesar de su radicalidad, el descubrimiento freudiano sin embargo no es ninguna novedad: hace 2000 años el cristianismo ya afirmaba que tanto el “amor propio” como el amor a una pareja, al amigo, o a una causa, no son más que otras tantas formas del “amor propio”. Y es aquí donde, a diferencia de todo lo anterior y posterior, el cristianismo introduce su innovación decisiva que trastoca todos los valores, pues de manera categórica e irreversible afirma que «amar al prójimo como a ti mismo» es un amor absolutamente diferente a todos los demás amores, sean narcisistas o altruistas, hasta el punto extremo de llegar considerarlo como el único auténtico amor.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>De los reparos con los que Freud rechaza el precepto podemos aclarar este asunto. Freud dice así: «Merecería mi amor si se me asemejara en aspectos importantes, a punto tal que <b>pudiera amar en él</b> <b>a mí mismo</b>; lo merecería si fuera más perfecto de lo que yo soy, en tal medida que <b>pudiera amar en él al ideal de mi propia persona</b>; debería amarlo si fuera el hijo de mi amigo, pues el dolor de éste, si algún mal le sucediera, <b>también sería mi dolor</b>, yo tendría que compartirlo». Es indudable que los reparos que opone (como lo haría cualquiera de nosotros) son los del “amor propio”. El “prójimo” así entendido no es más que la duplicación de uno mismo, es decir, otro “uno” necesario para que uno pueda afirmarse. Entendámonos bien: no estamos hablando especialmente del narcisismo de Freud sino de la posición que él allí adopta, la normal desde la que cualquier persona en nuestra cultura piensa y siente. Freud mismo lo dice: “es muy probable que el prójimo, si se le invitara a amarme como a mí mismo, respondería exactamente como yo lo hice”. Resulta aquí imprescindible, entonces, hacer la siguiente aclaración: Freud aquí no está hablando del “amor al prójimo” sino del “amor al semejante”. Este amor se funda en la semejanza en virtud de la cual los que se aman son distintos a los demás, o en la cual se asemejan mutuamente en cuanto distintos de los demás. Este amor al semejante se funda, de forma inevitable, en una exclusión de los otros: por un lado la pareja, los amigos, el partido, la nación y la raza; por otro, los <i>otros</i>. Este amor es amor de preferencia y enteramente acorde con uno mismo; en él uno está a sus anchas y es feliz: todos somos “uno” (de Boca, de River, o de lo que sea, siempre y cuando haya algún otro en contra). Cuanto más fuertemente se enlazan dos “unos” entre sí con el fin de hacer un solo uno, tanto más se aferra al “amor propio” este “uno reunido”, excluyendo a todos los demás. En el punto culminante del amor y de la amistad, los dos, los tres, o los miles se hacen realmente una misma cosa, un solo “uno” colectivo. Pero en esta borrachera emocional, que hoy se considera el <i>summun</i> del amor, uno no se sigue amando más que a uno. Es que en este amor como sentimiento, como emoción o como identificación, uno no hace más que regodearse en uno mismo, acomodarse en una tibia trampa de la que nunca más quisiera salir. Para el cristianismo, en cambio, nada de esto es amor, puesto que sigue fundándose en el odio al “no uno”, es decir, “al prójimo”. A decir verdad, el semejante es casi lo opuesto y hasta el enemigo del prójimo. Freud, con la franqueza que lo caracteriza, lo confiesa de una manera tan irremediable como accesible a cualquiera que no quiera engañarse: «<i>Este ser extraño no sólo es en general indigno de amor, sino que —para confesarlo sinceramente— merece mucho más mi hostilidad y aun mi odio»</i>. No hay nada, pues, en uno ni en el prójimo, que me lleve a amarlo; por lo contrario, todo me lleva a odiarlo y a esperar de él una actitud equivalente. Por eso es que, para reprimir ese odio, se hace necesaria la ley; pero también es cierto que mientras sigamos sosteniendo y aferrándonos a la ley, seguiremos odiando. Así es la ley del “amor propio”. Y es justamente en este punto donde el precepto cristiano rompe el nudo anunciando que únicamente el amor al prójimo nos puede sacar de semejante atolladero. </span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><br />
</div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><b><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 14pt; letter-spacing: 1pt;">4</span></b></div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span lang="ES-TRAD" style="letter-spacing: 1pt;">UNO NO ES TI MISMO</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Pero ¿es posible? Recordemos aquí las ya citadas palabras de Freud: «<i>la sociedad civilizada tendría que someterse a hondas transformaciones si los hombres resolvieran vivir con arreglo a la verdad psicológica».</i><span> </span>Nuestra sociedad sólo exige que se acate la ley, y le tiene sin cuidado si las personas sienten a la ley como una imposición ajena a su ser o la asumen como propia. Pero, como todos sabemos, hecha la ley hecha la trampa. Esta forma de vida, subjetiva y objetiva a la vez, que se funda en la represión y no en la transformación de los impulsos, necesariamente es hipócrita y mentirosa. </span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>El amor a una pareja, a un amigo o a una causa es algo bellísimo, que nadie en su sano juicio puede despreciar; pero elevar cualquiera de éstos amores a supremo valor regulativo de la vida sólo puede conducir a desastres. Si anteponemos el amor a la pareja, a la familia o a la patria a cualquier otra cosa, inmediatamente veremos despuntar el odio a esa “otra cosa”: cualquier tercero es rechazado en la relación de pareja, apareciendo los celos; la sola existencia de otra patria alcanza para encender la tensión agresiva para con ella. Elevar a primer plano el amor a la pareja también lleva a dejar muy por detrás la relación con la propia verdad de cada uno de sus integrantes, quienes rápidamente empiezan a usar el amor al otro como escondite para ocultar sus propias miserias y mentiras. Y así nuevamente vuelve a aparecer en primer lugar el amor propio. Uno gusta imaginarse que es uno el que viene a controlar el odio que le brota a pesar de su voluntad, y que en esa tarea tiene como aliada a la ley. Uno y ley son la misma cosa, y pone al odio por fuera y contra suyo. Esta fantasía de uno, sin embargo, viene como anillo al dedo para no ver que uno se funda en tensión agresiva con el otro, y que el amor propio inevitablemente se sostiene, en espejo, del odio al otro.<span> </span></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Muy diferente es querer salir de la mentira y vivir con arreglo a la verdad; esto funda un amor totalmente diferente a todos los anteriores que, incluso, puede llevarnos a romper parejas y amistades. Este amor, a diferencia de los anteriores, es absolutamente solitario, siendo una tarea de cada uno, solo ante la verdad. Y en esto de nada vale simular que se acata, porque no hay nadie ante quien simular ni a quien acatar, como tampoco hay nadie quien avale nada. Tampoco es un acto que se puede hacer entre muchos, tanto sea porque no nos alcancen nuestras propias fuerzas como para darnos más valor; pues aquí uno está solo ante la verdad. Además este amor jamás puede convertirme en una sola cosa con el otro, resultando un “uno” reunido; por el contrario, es y siempre será un amor entre dos personas eternamente determinadas cada una por su lado. Recién aquí es donde puede llegar a aparecer el “amor a ti mismo”, el cual no tiene nada que ver con amarse a uno mismo, el que siempre es y será amor de preferencia y de regocijo en la propia imagen. El amor así entendido y practicado no tiene nada que ver con el sentimiento (gusto), como tampoco con la moral (obligación), sino simplemente con la verdad. Y no hay ley general, ni aún la más revolucionaria y socialista, que pueda imponer su cumplimiento, pues esto es una cuestión de cada uno.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Nadie puede dejar de ver que nuestro mundo es casi la antítesis de este precepto, y que llevarlo a la práctica va contra uno. Pero también nadie deja de ver que nuestro mundo, fundado en uno y en la ley, no tiene salida; y que, así, hasta uno mismo se perjudica. Vivir con arreglo a la verdad no es un sueño. No es sólo una afirmación doctrinaria del freudismo la que afirma que la cultura y sus obras son un producto de la transformación pulsional, sino que, y en primer lugar, es su misma praxis clínica la que se asienta en dicha transformación, la que se transita a través del penoso reconocimiento de una verdad rechazada y no reconocida por uno —reprimida. Esta verdad no es algo ya creado y existente en nosotros, y que tan sólo esperaría su reconocimiento de nuestra parte, sino que, por una extraña operación, es algo que se vuelve a crear en el exacto momento de su reconocimiento que, a su vez, coincide con el reconocimiento de la mentira propia de uno. Es en esa travesía que uno reconoce que hay algo más allá de uno, y que <b>eso</b> es más propio que uno mismo.<span> </span></span></div><div><br clear="all" /> <hr align="left" size="1" width="33%" /> <div id="ftn1"> <div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref1" name="_ftn1" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="EN-US"><span><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="EN-US" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[1]</span></span></span></span></span></a><span lang="EN-US"> </span><span>Publicado en revista <b>Parte de Guerra</b> Nº 10, Junio 2000, Buenos Aires.</span></div></div></div>Héctor Fenogliohttp://www.blogger.com/profile/11308550407688946357noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-1371955767668194433.post-35652465399267088252010-11-21T11:49:00.000-08:002010-11-21T11:50:18.307-08:00<!--[if gte mso 9]><xml> <w:WordDocument> <w:View>Normal</w:View> <w:Zoom>0</w:Zoom> <w:HyphenationZone>21</w:HyphenationZone> <w:PunctuationKerning/> <w:ValidateAgainstSchemas/> <w:SaveIfXMLInvalid>false</w:SaveIfXMLInvalid> <w:IgnoreMixedContent>false</w:IgnoreMixedContent> <w:AlwaysShowPlaceholderText>false</w:AlwaysShowPlaceholderText> <w:Compatibility> <w:BreakWrappedTables/> <w:SnapToGridInCell/> <w:WrapTextWithPunct/> <w:UseAsianBreakRules/> <w:DontGrowAutofit/> </w:Compatibility> <w:BrowserLevel>MicrosoftInternetExplorer4</w:BrowserLevel> </w:WordDocument> </xml><![endif]--><!--[if gte mso 9]><xml> <w:LatentStyles DefLockedState="false" LatentStyleCount="156"> </w:LatentStyles> </xml><![endif]--><!--[if gte mso 10]> <style>
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<div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><b><span lang="ES-AR" style="font-size: 14pt;">NACE UN MITO</span></b></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR">A propósito de la muerte de Néstor Kirchner.</span></div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR">Un mito siempre es mito de origen, no porque cuente o explique de dónde venimos o cómo empezó todo, sino porque <i>repite</i> el hecho, <i>convoca</i> a repetir el hecho de empezar siempre de vuelta, de nuevo. Junta lo fáctico y lo ético, corta de cuajo la pesada cadena causal que viene del pasado y, en un instante, anuda lo cotidiano a lo eterno.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR">Y el hecho volvió a ocurrir.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR">La muerte de Kirchner fue mucho más que la muerte de Kirchner. Ni él mismo sospechó su destino. Y no tenía porqué; no era un asunto de él sino de su pueblo.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR">Su muerte convocó al pueblo a volver a ser pueblo.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR">Su muerte convocó al pueblo a volverse a encontrar consigo mismo, a no sentir vergüenza de su fe, a creer que puede caminar, una vez más, el camino de su felicidad.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR">Y el pueblo dijo –<i>Aquí estoy</i>. </span></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR">El pueblo lo lloró. Había mucha necesidad contenida de llorar. Lo lloró con inmenso dolor, pero a la vez con orgullo y con todas las ganas de llorar. Fue un inmenso alivio y una gran alegría poder llorarlo así, públicamente, de cara al mundo.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR">El pueblo volvió a ser pueblo. Cada uno volvió a sentir el orgullo de ser argentino, de tener un país con destino propio, volvieron las ganas de participar, de decidir, de ser parte de la historia.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR">Nació un mito. ¿Nació el mito de Kirchner o del pueblo kirchnerista? </span></div>Héctor Fenogliohttp://www.blogger.com/profile/11308550407688946357noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-1371955767668194433.post-52048645384903510972010-11-21T10:53:00.001-08:002010-11-21T10:53:35.935-08:00Héctor Fenogliohttp://www.blogger.com/profile/11308550407688946357noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-1371955767668194433.post-81784109428903549342010-11-21T10:52:00.000-08:002010-11-21T10:52:00.291-08:00<!--[if gte mso 9]><xml> <w:WordDocument> <w:View>Normal</w:View> <w:Zoom>0</w:Zoom> <w:HyphenationZone>21</w:HyphenationZone> <w:PunctuationKerning/> <w:ValidateAgainstSchemas/> <w:SaveIfXMLInvalid>false</w:SaveIfXMLInvalid> <w:IgnoreMixedContent>false</w:IgnoreMixedContent> <w:AlwaysShowPlaceholderText>false</w:AlwaysShowPlaceholderText> <w:Compatibility> <w:BreakWrappedTables/> <w:SnapToGridInCell/> <w:WrapTextWithPunct/> <w:UseAsianBreakRules/> <w:DontGrowAutofit/> </w:Compatibility> <w:BrowserLevel>MicrosoftInternetExplorer4</w:BrowserLevel> </w:WordDocument> </xml><![endif]--><!--[if gte mso 9]><xml> <w:LatentStyles DefLockedState="false" LatentStyleCount="156"> </w:LatentStyles> </xml><![endif]--><!--[if !mso]><img src="http://img2.blogblog.com/img/video_object.png" style="background-color: #b2b2b2; " class="BLOGGER-object-element tr_noresize tr_placeholder" id="ieooui" data-original-id="ieooui" /> <style>
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<div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 20pt;">¿PORQUÉ LUCHA LA IZQUIERDA?</span></div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span lang="ES-TRAD">Por Héctor Fenoglio<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn1" name="_ftnref1" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 12pt;">[1]</span></span></span></span></a></span></div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 10pt;"><span> </span>José Pablo Feinmann, en su último libro <b>La Sangre Derramada</b>, afirma: </span><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Verdana; font-size: 9pt;">Lo que define al hombre de izquierda es su incapacidad para tolerar la <i>desigualdad</i>, este «malestar frente al espectáculo de las enormes desigualdades, tan desproporcionadas como injustificadas, entre ricos y pobres, entre quien está arriba y quien está abajo en la escala social, entre quien tiene el poder y no lo tiene». Si nos proponemos partir de elementos sencillos pero contundentes, diríamos que lo que diferencia al hombre de izquierda del de derecha es este «malestar» que menciona Bobbio. El mundo, tal como es, resulta intolerable para el hombre de izquierda . Y si esto es así es porque el hombre de izquierda tiene una aguda sensibilidad (cualidad que lo ennoblece) para percibir las desigualdades. El hombre de derecha, por el contrario, es siempre un “justificador” del estado de cosas...</span><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 9pt;"></span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 10pt;"><span> </span>En un mundo escencialmente injusto la lucha por la igualdad y la justicia parece ser la motivación inicial que encontramos en quienes se dicen de izquierda o revolucionarios. Este impulso está <i>antes</i> que cualquier teoría, la que sólo después viene a elaborar o a justificar ese hecho. Y la Revolución futura vendría a remediar estas injusticias y desigualdades económicas y sociales.</span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 10pt;"><span> </span>¿Qué se quiere decir con “erradicar las desigualdades económicas y sociales”? Hoy, por más lejos que se vaya, esencialmente se piensa en una <i>justa distribución de los bienes y servicios</i>; se dice que mientras el hombre de derecha principalmente se interesa por la producción <i>per cápita</i>, mientras el de izquierda lo hace por la distribución <i>per cápita</i>. Recordemos de paso, que el dogma marxista era “de cada cual según su posibilidad y a cada cual según su necesidad”. Pero al mismo tiempo siempre se ha señalado que aún logrando la igualdad económica, social y política, no por ello se resuelven <i>todas</i> las desigualdades; quedan, todavía, las del amor, las de la belleza física, las de capacidad intelectual, y muchas más, la mayoría tanto o más importantes que las económicas en cuanto provocadoras de odios, envidias y resentimientos.</span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 10pt;"><span> </span>¿Es realmente ésta la motivación y objetivo central de la lucha de la izquierda, y por ende, de su tan ansiada Revolución? ¿Qué resuelve y qué no resuelve este objetivo? Más aún ¿qué exacerba el mismo?</span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 10pt;"><span> </span>Cuando a la justicia e igualdad se la concibe <i>centrada</i> en bienes y servicios ocurren dos cuestiones: en primer lugar, a la futura Revolución se la piensa centralmente como <i>distributiva</i>; y en segundo lugar, toda lucha revolucionaria actual se degrada en <i>economicismo</i>. ¿Qué significa esto? Significa que, ahora y después de la revolución, el objetivo central es económico. O sea ¿los ricos tienen automóviles?, entonces: automóviles para todos. ¿Los ricos tienen lindas casas?: lindas casas para todos. Pero la lógica misma de este pensamiento conduce más lejos aún: “no podemos pensar en automóviles para todos —se razona— cuando hay chicos que no tienen zapatillas”; entonces aparecen las “prioridades”, por las que lo económica y socialmente urgente pasa a ser lo decisivamente revolucionario. Todo esto lleva a concebir que la lucha por objetivos económicos y sociales —buena atención en hospitales, mejores sueldos y condiciones de trabajo, acceso a la educación, etc—<span> </span>es la acción revolucionaria. Y mientras más urgente y extremadamente necesaria sea la reivindicación, más revolucionaria.</span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 10pt;"><span> </span>Es obvio que es necesario luchar por mejores condiciones de vida, tanto para uno mismo como para otros, como también ayudar a quienes estan pasando, sea transitoria o permanentemente, condiciones de vida terribles; pero de allí a hacer de eso “la acción revolucionaria” por excelencia es otra cosa muy diferente. </span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 10pt;"><span> </span>Podemos estar de acuerdo o no con Marx, pero hay que ser claros en una cosa: Marx jamás pensó a la clase obrera como sujeto de la revolución porque era pobre, porque era víctima de una distribución injusta, o porque sufría. En la época en que Marx vivía, había sectores tanto o más pobres y abandonados que los obreros industriales, por ejemplo los campesinos o los trabajadores de las colonias. Si Marx concibió al proletariado como sujeto revolucionario fue porque era la clase que encarnaba la contradicción estructural <i>necesaria</i> al capitalismo. Por supuesto que todo eso hoy está en revisión y en discusión, pero no podemos hacer pasar por marxismo a esta visión que sustenta el impulso y fin revolucionario en la inequititiva distribución de la riqueza, pues fue Marx mismo el que la denunció como “populismo”. Y “populismo” no es un epíteto despectivo, sino una definición filosófica política para definir aquello que, por más que quiera, nunca va llegar a ser revolucionario. </span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 10pt;"><span> </span>Quienes centran la acción revolucionaria en la equidad de posibilidades de acceso a los bienes y servicios materiales se consideran por ello “materialistas”, en sentido filosófico, o sea, que no luchan por sueños vanos sino por cosas muy concretas. Dentro de los sueños vanos piensan a todo aquello que no tiene que ver con las <i>necesidades</i> básicas de los hombres; y se acusa de “idealista”, en sentido filosófico, a quienes afirman que el hombre es mucho más que necesidades. Es muy probable que el “materialismo dialéctico” tenga mucho que ver con esta estrechez de miras, pues nunca pudo dar una visión más enriquecedora de lo que ahora se llama “subjetividad” más que como reflejo superestructural de la estructura económica. Sin ir más lejos, baste recordar la pobreza de la psicología, tanto en la exURSS como en Cuba, reducida la mayoría de las veces al más estrecho conductismo positivista.</span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 10pt;"><span> </span>En ese sentido el capitalismo fue y sigue siendo, por lo menos, mucho más astuto, ya que cada vez más es una enorme maquinaria de vender sueños, la mayoría de las veces de los más pueriles, pero sabiendo apuntar al corazón del asunto. El consumismo capitalista consiste justamente en vender felicidad en cuotas y con tarjeta de crédito; felicidad plasmada en el último modelo de automóvil, de televisor, los últimos CD y computadoras, maravillosos viajes a hermosas playas o jugosas frutas tropicales; ha descubierto que cualquier cosa puede ser un buen cebo para la ilusión humana. La actual sociedad postindustrial no se basa en la satisfacción de las <i>necesidades básicas</i>; si bien se <i>monta</i> en ellas (y muchas veces ni eso) las transforma en bellos productos para la supuesta satisfacción del <i>deseo</i> humano. </span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 10pt;"><span> </span><i>No hay necesidades, hay deseos</i>; y la fortaleza del capitalismo radica en que es un gigantesco dispositivo de manipulación del deseo. Y el deseo<i> también es material</i>, salvo para la estrecha visión de los “materialistas”, y es más material que la supuesta materialidad que ellos imaginan, la que finalmente no es más que una pura abstracción. </span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 10pt;"><span> </span>Las “necesidades básicas” a las que cualquier persona aspira hoy no se reducen a comer, dormir, etc.; fundamentalmente lo que todos quieren es disfrutar de las cosas lindas que disfrutan los ricos. Todos quieren ser parte de la fiesta. Ese es el bienestar material que se desea y a lo que ha quedado reducido el deseo: a consumir las brillantes zanahorias que el capitalismo produce. ¿También a eso queda reducida la aspiración revolucionaria? Aquí no hay aquí ningún deseo diferente de lo que el propio capitalismo ofrece. Pero la izquierda no es franca en su discurso y no dice abiertamente esto, sino que exalta la lucha contra el hambre y la pobreza, y para ello debe pintar una situación social extrema miseria, exagerando hasta el ridículo, resaltando en primer plano situaciones terribles que por supuesto las hay, pero que no son la generalidad. Y esto le resulta necesario porque si no hay hambre y miseria general, entonces se quedan sin motivo de lucha y ¿para qué la revolución? </span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 10pt;"><span> </span>Nadie en su sano juicio, ni aún el más pobre entre los pobres, puede creer que el sentido de su vida radica en poder comer, dormir, tener atención médica, educación, etc. Lo que así se hace es animalizar la humanidad, y es una falta de respeto a cualquier ser humano adjudicarle que esas son sus deseos fundamentales. Por supuesto que cualquier persona necesita todo eso, pero también es cierto que cualquier persona desea a mucho más que eso. Y con eso no me refiero a muchas más cosas de ese tipo, como aviones, piscinas, etc., me refiero a <i>otra cosa</i>.<span> </span></span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 10pt;"><span> </span>Por ello es que, para adelantarme a cualquier malentendido, nada de lo dicho tiene que ver con volver a vivir de la caza y de la pesca, volver al estado natural, o a la época de las cavernas. Es absurdo no pretender un buen pasar material; pero más absurdo es poner <i>el centro</i> de los asuntos humanos, del deseo humano, en el buen pasar material. Porque aún cuando se satisfagan todas las “necesidades básicas” todavía ni siquiera se habría rozado el asunto del deseo. Si se centra, además, la satisfacción del deseo en la consumición de bienes y servicios “materiales” no saldremos nunca del consumismo —la política deseante capitalista—; y al mismo tiempo todo otro deseo que no sea “material” se lo considerará “ideal” en el peor sentido, es decir, pura ilusión.</span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 10pt;"><span> </span>La izquierda puede aceptar que la revolución y todo acto revolucionario debe atender al deseo humano, pero siempre <i>después</i> de resolver las situaciones “materiales” más críticas: hambre, salud, etc., sin darse cuenta que de esa manera nunca saldrá de la lógica capitalista-consumista; como tampoco que en todo acto anticapitalista, sea actual o futuro, las “necesidades básicas” siempre están <i>despues</i> de eso otro que llamamos deseo.</span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 10pt;"><span> </span></span></div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 10pt;"><span> </span>Centrar la lucha revolucionaria en el acceso masivo a los bienes y servicios tiene una virtud: se cree saber qué desea el hombre. Y lo sabe, ya que el deseo que la actual sociedad promueve no es otro que de bienes y servicios; pero de esa manera no sólo no se cuestiona la política deseante capitalista sino que, peor aún, se la hace propia.</span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 10pt;"><span> </span>Cuestionarla se vuelve imprescindible porque ninguna conquista en el terreno de los bienes y servicios —por más lejos que se vaya en ésto— puede ni siquiera atemperar el malestar al que dice venir a remediar, por la sencilla razón de que tal remedio está hecho en función del desconocimiento, la evitación y la negación de dicho malestar. Dicho de otra manera: lo que tal política intenta no es enfrentar el malestar reconociéndolo, sino que lo que busca es no enfrentarlo, taparlo, hacer de cuenta que no existe, alejarse lo más posible de la boca del abismo.<span> </span>Tal política dice “esto es lo que tú deseas”, pero no puede ni quiere abrir la pregunta “¿qué es lo que deseo?” Porque el deseo, siendo lo más deseado por el hombre, curiosamente también le resulta lo más desconocido, peligroso y angustiante. La potencia de tal política estriba en que logra evitarle al hombre la pregunta dándole, servido en bandeja, un supuesto sosiego y la seguridad de una vida sin misterios ni peligros. Mientras más agarrado esté de esa tranquilidad más perdido de sí mismo estará, alienado a bienes y servicios que siempre pedirán más y más sin por ello alcanzar, siquiera mínimamente, la realización de los deseos, aumentando la sensaciónes de frustración, insatisfacción y tedio.</span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 10pt;"><span> </span>La pregunta ¿qué quiero para mi vida? no entra en la política deseante capitalista, como tampoco en la política revolucionaria tradicional —la que siempre sabe qué quiere. Más aún, tal pregunta <i>no debe</i> entrar, pues se corre el serio riesgo de que derrumbe todo el andamiaje. Sin embargo —de lograr <i>hacerse</i>, y por el sólo hecho de <i>hacerla</i>—<span> </span>dicha pregunta subvierte <i>realmente</i> toda la economía deseante capitalista. </span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 10pt;"><span> </span>Enunciar la pregunta no alcanza, ni remotamente, para <i>hacerla</i>. <i>Hacerla</i> es experimentar definitivamente (porque es una cuestión de vida o muerte) la vacuidad de todos los objeto y de todas respuestas que intentan cerrarla, en tanto subvierte la economía deseante de <i>este</i> mundo encarnada en mí y con la cual inevitablemente soy uno.<span> </span></span></div><div class="MsoHeader"><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 10pt;"><span> </span>La conciencia actual, ubicando a la carencia de bienes y servicios como la causa de su malestar, se aliena en la lucha por su conquista, e imagina el bienestar del que hoy se siente excluído en el disfrute de tales bienes. De tal manera todo su pensamiento se orienta hacia afuera, hacia los objetos, y no se le ocurre preguntar si realmente aquella es la causa y éste el remedio a su malestar; y menos aún si no es necesario un cambio de orientación en su propia búsqueda. Es por ello que la conciencia actual debe tomarse por buena (bien hecha, definitiva, y justa); y al mundo, a la sociedad o al sistema por malo (mal hecho, a modificar, injusto). Justamente por ello no puede dejar de quejarse de este mundo tan injusto y desigual. </span><span lang="ES-TRAD"><span> </span></span></div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div><br clear="all" /> <hr align="left" size="1" width="33%" /> <div id="ftn1"> <div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref1" name="_ftn1" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="EN-US"><span><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="EN-US" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[1]</span></span></span></span></span></a><span lang="EN-US"> </span><span>Publicado en PARTE DE GUERRA, AÑO 1990. </span></div></div></div>Héctor Fenogliohttp://www.blogger.com/profile/11308550407688946357noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-1371955767668194433.post-81822952413361114492010-11-21T10:47:00.000-08:002010-11-21T10:47:45.585-08:00<!--[if gte mso 9]><xml> <w:WordDocument> <w:View>Normal</w:View> <w:Zoom>0</w:Zoom> <w:HyphenationZone>21</w:HyphenationZone> <w:PunctuationKerning/> <w:ValidateAgainstSchemas/> <w:SaveIfXMLInvalid>false</w:SaveIfXMLInvalid> <w:IgnoreMixedContent>false</w:IgnoreMixedContent> <w:AlwaysShowPlaceholderText>false</w:AlwaysShowPlaceholderText> <w:Compatibility> <w:BreakWrappedTables/> <w:SnapToGridInCell/> <w:WrapTextWithPunct/> <w:UseAsianBreakRules/> <w:DontGrowAutofit/> </w:Compatibility> <w:BrowserLevel>MicrosoftInternetExplorer4</w:BrowserLevel> </w:WordDocument> </xml><![endif]--><!--[if gte mso 9]><xml> <w:LatentStyles DefLockedState="false" LatentStyleCount="156"> </w:LatentStyles> </xml><![endif]--><!--[if gte mso 10]> <style>
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<h1>DOS DEMONIOS </h1><div class="MsoNormal"><span>Por Héctor Fenoglio<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn1" name="_ftnref1" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[1]</span></span></span></span></a></span></div><div class="MsoNormal"><span><span> </span></span></div><div class="MsoNormal"><span><span> </span>Sin duda Videla y Cía. deben estar presos. ¿Es necesario preguntarse por qué <b>deben<i> </i></b>estar en la cárcel? Más aún ¿es pertinente esta pregunta?</span></div><div class="MsoNormal"><span><span> </span>Videla, se afirma, debe estar preso<b> porque es un asesino</b><span> </span>—o sea, porque violó las leyes<i>. </i><span> </span>La mayoría de la gente lo repite a diario. La izquierda, la que sea, tampoco dice mucho más que eso. Lo mismo ocurre con la mayoría de los organismos de derechos humanos. La cosa llegó a ser tan obvia que, según parece, no hay nada más que decir o pensar. Pero la cosa, aunque obvia,<span> </span>no es tan sencilla ni intrascendente.</span></div><div class="MsoNormal"><span><span> </span>Es que la razón invocada <b><i>no alcanza</i></b>. ¿Por qué no alcanza? Porque siguiendo esa lógica<span> </span>–<b>debe</b> estar preso porque mató y violó las leyes–, muchos de los desaparecidos, de los asesinados y de los sobrevivientes de la dictadura genocida también <b>deberían</b> estar presos porque mataron –a militares, empresarios, sindicalistas o policías. También –con esa lógica– deberían estar presos aquellos que utilizaban métodos políticos que violaban la ley con el expreso y proclamado objetivo, además, de derrocar un estado legal.</span></div><div class="MsoNormal"><span><span> </span>Es fundamental aclarar que los desaparecidos y asesinados en los años 70 no tuvieron un juicio ajustado a la ley<span> </span>–“como sí lo tuvieron los <i>terroristas</i> en Italia”, según reza el prólogo de NUNCA MÁS–<span> </span>sino que fueron “aniquilados” sistemáticamente fuera de la ley, negando y ocultando los hechos, por el mismo estado que debía velar por su estricto cumplimiento. Por eso hubo violación de los derechos humanos –acto que tan sólo un estado puede perpetrar.<span> </span>Pero ¿esto es todo? ¿Toda la cuestión radicaría entonces en reclamar que los revolucionarios hubieran debido tener un “juicio justo” como el que proponemos para Videla? No está de más aclarar que este reclamo, de la ley como último y único fundamento, es la bandera que levantan hoy los Marianos Grondonas.</span></div><div class="MsoNormal"><span><span> </span>Una de dos: o muchos de los revolucionarios de los 70 también fueron asesinos o la ley como último tribunal de decisión debe abandonarse.</span></div><div class="MsoNormal"><span><span> </span>Por eso es decisivo volver a destacar que el nudo<b> </b>de la teoría de los dos demonios consiste justamente en poner al respeto o a la violación de la ley como último tribunal de decisión, reduciendo así la política al derecho. Porque creyendo estar en contra de la teoría de los dos demonios –reclamando que Videla debe ir preso por asesino– muchas veces no se hace otra cosa que afirmarla, más allá de la honestidad o buena fe de quien reclame. </span></div><div class="MsoNormal"><span><span> </span>¿Por qué Videla <b>debe </b>que estar preso?<span> </span>–sigue siendo una pregunta abierta. Es traducción concreta de otras más generales tales como: ¿la política<span> </span>–sus objetivos y métodos–<span> </span>está más allá del derecho?, ¿es legítima la violación de la ley por los revolucionarios?, ¿cómo conjurar el peligro de caer en la arbitrariedad?</span></div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div><br clear="all" /> <hr align="left" size="1" width="33%" /> <div id="ftn1"> <div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref1" name="_ftn1" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="EN-US"><span><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="EN-US" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[1]</span></span></span></span></span></a><span lang="EN-US"> </span><span lang="ES-AR">Publicado en revista PARTE DE GUERRA, año 1999.</span></div></div></div>Héctor Fenogliohttp://www.blogger.com/profile/11308550407688946357noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-1371955767668194433.post-32918027655139592032010-06-14T15:48:00.000-07:002010-06-14T15:48:08.618-07:00La Telépata. <br />
Un psicoanálisis de la alucinación y el delirio<br />
PREFACIO<br />
Por Héctor Fenoglio<br />
<br />
Estos escritos pretenden ser un psicoanálisis de la alucinación y el delirio. De acuerdo al espíritu teorético hoy predominante en el psicoanálisis argentino, la indagación sobre estos fenómenos, tanto de su naturaleza como del proceso de remisión, debería orientarse, rápida y directamente, a explicar el por qué de tales fenómenos, postulando las razones metapsicológicas o de estructura, y los hipotéticos mecanismos intrapsíquicos o la combinatoria significante que los producen, así como las transformaciones y condiciones pulsionales que podrían conducir, a su vez, a los cambios subjetivos subyacentes. <br />
A cambio de éste, tomaré otro camino mucho menos transitado: más que explicar el por qué intentaré describir algunos aspectos de cómo se dan las cosas en torno de estos asuntos. Recorreré dos vías: por un lado, trataré de desmontar ciertos prejuicios muy extendidos, asentados y dañinos sobre lo que se entiende por delirio y por alucinaciones verbales (voces); y por otro, describiré cómo remitió el delirio de una paciente bajo tratamiento psicoanalítico a mi cargo. <br />
Es probable que a esta disposición de priorizar el cómo sobre el por qué algunos la entenderán como una adhesión a la fenomenología ; mi intención, sin embargo, no va más allá de evitar lo que considero un vicio muy común en ciertos escritos psicoanalíticos actuales sobre estos temas: busco no encallar en especulaciones puramente teóricas sin otro referente ni contenido que el comentario de los textos de Freud o Lacan.<br />
Este vicio, a mi entender, no se reduce sólo a aquellas elucubraciones alejadas de la praxis clínica; también emerge, y éste es el peor vicio, desde el seno de la clínica utilizándola como mero material “empírico”, incluso como mera “viñeta” clínica para ejemplificar y demostrar la justeza de una teoría, cualquiera sea su “ismo”. Este proceder sostiene el mismo engaño que ya veía Nietzsche en el proceder de los filósofos de su época: Lo que un filósofo es, eso resulta difícil de aprender, pues no se puede enseñar: hay que «saberlo», por experiencia, — o se debe tener el orgullo de no saberlo. Pero que hoy todo el mundo habla de cosas con respecto a las cuales no puede tener experiencia alguna, eso es algo que se aplica ante todo y de la peor manera a los filósofos y a los estados de ánimo filosóficos. <br />
El saber psicoanalítico es, en este sentido, igual al saber filosófico. Se puede creer saber y sentirse autorizado para hablar, por ejemplo, de la castración o del Otro por el simple hecho de haberlo leído en libros o haberlo estudiado en la universidad. Pero este proceder, ya malsano de por sí, practicado dentro del psicoanálisis no puede sino conducirlo a su máxima degradación. Si Bill Gates firma un cheque por un millón de dólares, es muy probable que el cheque tenga fondos; si lo firmo yo, es una broma. Todo escrito es como un cheque, su valor depende de lo que haya en caja. Si tomamos las cosas en serio, escribir sin fondos es una estafa. Hablar o escribir de cosas sin saberlas por experiencia, más que error es un engaño, y más que engaño es un fraude. <br />
A modo de consuelo y justificación, queda el hecho de que en nuestros días este proceder en absoluto se limita al psicoanálisis; en realidad se extiende a todos los ámbitos de las llamadas ciencias sociales y más allá también, habiéndose transformado en una verdadera enfermedad de época. Esta calamidad excede con creces la dimensión de estilo o simple manera de exposición, y no caer en ella se ha vuelto una verdadera batalla político-cultural contra las prácticas alienantes de nuestra civilización.<br />
No todas las culturas fueron ni son presa de esta enfermedad; algunas, por el contrario, fueron muy conscientes de este peligro y poseyeron poderosos antídotos para conjurarla. Las lenguas de la familia Jaqi (Jaqaru, Kawki y Aymara) de las civilizaciones de los Andes de Sudamérica (Bolivia, sur de Perú, norte de Chile), tienen incorporadas en su gramática algunas prevenciones decisivas contra el fraude en el saber. Citaré un extenso pasaje de una investigación lingüística que, por simple contraste, alcanza para poner al descubierto la profunda enfermedad que padece nuestra cultura: <br />
«El postulado lingüístico (Hardman 1972, 1978c) es una categoría que se marca en una lengua en varios niveles de la gramática, en tal forma que es muy difícil enunciar una oración en esta lengua donde no se encuentra esta marca. El postulado también tiene sus reflejos dentro de la cultura. <br />
Por ejemplo, en las lenguas indoeuropeas género y número son postulados lingüísticos. Es muy difícil pensar en una oración en una lengua indoeuropea donde no haya ninguna indicación gramatical de número -es decir ni un singular, ni un plural-. Existen tales oraciones pero no se presentan fácilmente. Del mismo modo es muy fácil ver que estos dos postulados tienen muchos reflejos de las culturas derivadas de Europa. El predominio de lo masculino es marcado en la gramática y en la cultura en todo momento, y resulta sumamente difícil desarraigarlo...<br />
El tema de este ensayo es la interacción de dos postulados lingüísticos de las lenguas Jaqi. <br />
El primer postulado es el postulado de fuente de datos. En las lenguas Jaqi, es muy difícil tener una oración donde no esté marcado de dónde vino la información. Es decir, tal como se marca el número en las lenguas indoeuropeas, en las lenguas Jaqi es obligatorio señalar si lo que se dice viene de la experiencia propia del hablante, o a través del lenguaje, o por conocimientos indirectos, o si se encuentra fuera de conocimiento. El sistema admite muchas complejidades basándose en estas categorías básicas, los ejemplos indicados abajo del aymara representan las cinco categorías simples. <br />
1) sari wa "Va/Fue (yo la vi ir)" <br />
Esta forma se usa cuando la persona hablante es testigo personal del hecho. Si se usa en otros contextos es mentira y quien así habla demuestra desprecio para quien oye. <br />
2) sariw siw "Va, dicen/Fue, dicen" <br />
Esta forma se podrá usar siempre que la información haya llegado a través del lenguaje, sea escrito o verbal. Entonces si se lee alguna oración en un libro, tiene que marcarse. No es cuestión de verdad y falsedad; sino que es cuestión de fuente de datos. Para comprender el sistema Jaqi es de mucha importancia entender que no se habla del tipo de contraste que se encuentra en las lenguas indoeuropeas de verdad y de falsedad: es del todo otra escala de valores. <br />
3) saratayna "Había ido* (pero no lo vi ir)" <br />
[*Esa es traducción perfecta para quien habla el castellano andino; para lo no andino sería simplemente "fue"]<br />
Esta forma se usa para conocimiento-no-personal o para sorpresa; es la forma normal para la historia donde nadie que hoy vive puede haberlo visto, y también es la forma común para cuentos y leyendas. <br />
4) sarpacha "Seguro fue. Habrá ido (deduzco por evidencia secundaria) <br />
Las traducciones arriba indicadas son las típicas, pero lo que quiere decir es que la persona hablante sabe por evidencia secundaria, es decir por implicación. <br />
5) sarchixaya "Puede ser que se haya ido, pero no es de mi responsabilidad" <br />
Esta forma tiene varias funciones, pero el enfoque es que quien habla no acepta ninguna responsabilidad, ya sea por desconocer, o por no tener la responsabilidad (o la culpa), o por no tener interés, o porque el hecho no se puede conocer.» <br />
Como se ve, en la cultura aymará resulta imposible enunciar un saber que no se lo sepa por experiencia propia tal como si se lo supiera de esa manera. Este comportamiento, por el contrario, en nuestra lengua no sólo resulta posible sino que es de lo más común. Lo verdaderamente curioso, sin embargo, no es que ocurra eso entre nosotros, sino que ocurra incluso sin que haya la intención clara y conciente de engañar por parte de quienes lo ejecutan ya que, en la mayoría de los casos, lo hacen sin saber que lo hacen. <br />
<br />
***<br />
Por lo general, cuando decimos experiencia entendemos o hacemos referencia a la experiencia que realizamos con objetos y sucesos exteriores a nosotros, ajenos e independientes del experimentador; y cuando decimos saber por experiencia nos referimos al saber que obtenemos por esas vías. A esta experiencia se la denomina empírica, sensible u objetiva, y todo lo que podamos llegar a saber a partir de ella se dice que está basado en la experiencia y la observación. Muchos creen que la práctica clínica psicoanalítica es una experiencia de este tipo, lo cual es un despropósito. <br />
Hay otras maneras de concebir lo que es una experiencia. Cuando Nietzsche, en el fragmento citado, habla de saber por experiencia, no se refiere a la experiencia empírica antes señalada, sino a que en ciertos asuntos, para llegar a saber, es necesario que en cada uno hayan madurado las condiciones propias para acceder a dicho saber. En el mismo sentido agrega: De las cosas (entre ellas los libros) nadie puede comprender más de lo que ya sabe. Carecemos de oídos para las cosas a las cuales no nos han dado aún acceso los acontecimientos de la vida. A este tipo de experiencia la llamaremos experiencia propia. <br />
En la experiencia objetiva lo que se adquiere es información sobre el mundo, lo que no es poco, pero sí limitado y acotado a ese ámbito; en la experiencia propia, en cambio, lo fundamental no radica en la información objetiva sino en otro lado. Cuando decimos «hoy es un día frío» decimos algo relacionado con el estado del mundo, con lo objetivo; en cambio, cuando decimos «yo tengo frío» decimos algo referido al sujeto de la experiencia, con lo subjetivo. ¿A esta experiencia subjetiva es a la que se refiere Nietzsche? Tampoco. <br />
Tanto la objetiva como la subjetiva son experiencias relativas; ambas se constituyen en relación a una realidad exterior y anterior a la misma experiencia: al objeto, en un caso, al sujeto, en el otro. Toda experiencia relativa, tanto subjetiva como objetiva, no puede alterar la realidad a la que se refiere y de la cual se sostiene, por la razón de que esa realidad siempre estará fuera de su alcance; ese ámbito es, en palabras de Kant, trascendente a la experiencia relativa. La experiencia propia, en cambio, es otro tipo de experiencia: no sólo no se funda en algo exterior a sí misma sino que, además, está más allá de la oposición entre objeto y sujeto; en ella los objetos preexistentes estallan y el sujeto nunca sale siendo el mismo que el que entró a la experiencia. La expresión idiomática lo sé por experiencia nos puede acercar bastante al sentido de la misma. A esta experiencia propia bien podemos definirla como absoluta, por el hecho de que ella no es relativa a nada exterior a sí misma.<br />
¿Qué tipo de experiencia es la psicoanalítica? No cabe duda que es una experiencia propia: lo que se busca y espera de un tratamiento psicoanalítico es justamente una transformación íntima decisiva en quien hace la experiencia, del sujeto de la experiencia , es decir, del paciente. Se supone que el psicoanalista, por su parte, no busca ni obtiene transformaciones íntimas importantes como resultado de su praxis, aunque haya ocasiones excepcionales en las que un tratamiento es desencadenante de procesos que modifican no sólo su praxis analítica sino también su posición personal en el mundo. La experiencia terapéutica psicoanalítica, con sus rasgos de artificialidad, aun cuando en apariencia parece no consistir más que en hablar, en realidad consiste en el desarrollo de una relación real y efectiva entre paciente y analista, inmersa y parte, a su vez, de una inmensa red de multifacéticas relaciones en la que está contenida. Las transformaciones íntimas reales que se pueden producir en el paciente, se producen porque participa activamente en esa relación real y efectiva con otra persona, con el terapeuta; relación viva, actual y tan real que la que tiene con su padre, madre o su pareja. Estos rasgos generales son los mismos para toda experiencia psicoterapéutica, tanto sea con neuróticos o psicóticos.<br />
<br />
***<br />
¿Cómo se enuncia, en nuestra cultura y nuestra lengua, una experiencia propia? ¿Cómo escribir una experiencia propia que, más que una descripción de la experiencia, sea en sí y por sí ya una experiencia? Tiene que ser una nueva experiencia propia. La experiencia terapéutica psicoanalítica transcurre entre el paciente y el analista, en cuya relación se instalan y despliegan todas las instancias y personajes que están encarnados en ambos (padre, madre, el Otro, etc.). En ese marco acontece la experiencia propia “interior” del paciente, experiencia que después transmitirá, de manera explícita o implícita, en sus palabras y en sus actos, de alguna manera que no es cualquiera, pues la experiencia del fin de análisis lo obliga a que su transmisión no sólo no desvirtúe ni traicione su esencia, sino que en el acto de transmisión haga revivir y renueve aquella experiencia. <br />
¿Cómo se transmite la experiencia terapéutica desde el lado del analista? También debe ser una nueva experiencia propia, en otro ámbito y en otro registro que el original terapéutico, pero guardando con él una sintonía y una armonía que va mucho más allá del mero contenido manifiesto. ¿Hay una sola forma exacta? ¿Debe ser una fórmula lógica matemática, científica, un ensayo, un relato, un poema? ¿Su forma es indiferente? La decisión del camino discursivo que he tomado, consistente en describir el cómo y no en explicar el por qué, está en función de alcanzar ese objetivo. Está abierta la discusión si lo he logrado o no. <br />
Llamará la atención, tal vez, que en un escrito que se pretende psicoanalítico casi no aparezcan palabras “psicoanalíticas”. Es que considero que, así como para hablar con amor o con odio no hace falta utilizar las palabras amor u odio, para dar testimonio y compartir la experiencia propia con el inconsciente o la castración tampoco es necesario utilizar las palabras inconsciente o castración, y menos aún hablar de eso. Considero que estas palabras hacen referencia a una experiencia propia, y si tal experiencia no se hace presente en el texto, su circulación las vuelve moneda falsa. <br />
Detengámonos un momento en el discurso explicativo. En apariencia no va más allá de una manera de hablar, de un intercambio de ideas, pero en realidad constituye una verdadera experiencia explicativa. ¿En qué consiste ésta experiencia? Hegel la describe así: «Muchos que se acercan de buena fe a estas ciencias [las actuales ciencias experimentales], podrían creer que las moléculas, los espacios intermedios vacíos, la fuerza centrífuga, el éter, el rayo de luz aislado, la materia eléctrica, magnética, y un sinnúmero más de otras cosas semejantes, fueran cosas o relaciones que se hallasen realmente presentes en la percepción, de acuerdo con la manera de hablar sobre ellas que las trata como determinaciones inmediatas de la existencia. …están enunciadas como realidades y de buena fe se las hace valer como tales, antes de darse cuenta de que son más bien hipótesis y ficciones deducidas por una reflexión que carece de sentido crítico. Nos hallamos ante una especie de círculo encantado, donde los fenómenos y los fantasmas ficcionales se encuentran en asociación inseparable, se confunden entre ellos y gozan de igual rango de realidad.» <br />
Lo que la experiencia explicativa efectúa en quien se sumerge en ella, entonces, es que tome por realidad el objeto del que habla, el objeto mentado. Quien se somete al discurso explicativo cree en la teoría, cree en ella como si fuese realidad, cree que ella es la realidad objetiva. Cuando, por ejemplo, se explica la castración de manera objetiva, es decir, cuando se la concibe como un hecho objetivo, tanto da que sea un efecto del significante o de la represión primaria, la mayoría de las veces se olvida que esa palabra, castración, originariamente nació para señalar una experiencia terapéutica desde el lado del analista la que, por otro lado, vista desde el lado del paciente, es una experiencia propia que, a grosso modo, significa que el que la atraviesa (sea por un análisis o por simple experiencia de vida) se da cuenta de que cada uno debe llevar adelante en su vida la tarea que tiene que realizar y nadie puede hacerla por uno, que en eso está irremediablemente solo, situación que acepta con gratitud y entusiasmo. Lo grave es que la experiencia explicativa conlleva a creer que todo saber por experiencia consiste simplemente en tener información sobre un hecho objetivo, información que no importa quién ni cómo la produjo y que, recíprocamente, cualquiera la puede incorporar sin más esfuerzo que leerla en un libro. Por eso constatamos, con mayor frecuencia que la deseada, que se habla, de manera sincera, creyendo saber de lo que se trata la castración sin haber hecho la experiencia propia de atravesarla.<br />
De lo que se trata, entonces, no es de explicar en qué consiste la castración sino en alcanzar o en acompañar a alcanzar la experiencia de castración. A eso apunta un tratamiento psicoanalítico. ¿También un escrito psicoanalítico? Por supuesto, también un escrito psicoanalítico; en primer lugar, no generando la ilusión de que se sabe cuando, en realidad, no se sabe, pues tener el orgullo de reconocerlo es un paso muy importante en el camino de acceso a la experiencia de castración. <br />
En estas páginas, entonces, trato de compartir mi experiencia terapéutica propia con las voces y con el delirio en tanto psicoanalista de una paciente alucinada y delirante. La manera en cómo no voy a explicar el por qué sino a describir el cómo remitió su delirio, será haciendo girar todo el análisis alrededor del punto de vista delirante de la paciente y, siguiendo por esa vía, intentando mostrar, como si se tratara del punto de vista de un personaje de una película o una novela, su posición subjetiva en los diferentes momentos del proceso de remisión del delirio. Este proceder intenta poner en una misma línea discursiva subjetiva, tal como se ubican los tres astros en un eclipse, tres miradas diferentes: la de la paciente, la del narrador y la del lector. Para el caso del lector, no parto de la teoría psicoanalítica sino que parto respetando el punto de vista del sentido común más llano; a partir de allí intento desenrollar y desplegar los prejuicios encajados en la mirada habitual, tanto del especialista como del no especialista. No parto de la teoría explicativa porque, además de las razones ya aludidas, desde allí es muy fácil y común caer en la ilusión de que ya dejamos atrás los prejuicios cuando, en estos asuntos, la mayoría de las veces nos dominan por completo . Para el caso del narrador, se da el hecho de que el desarrollo del texto reduplica el desarrollo del propio punto de vista que la paciente llevó adelante en su tratamiento, en un sentido cronológico pero más especialmente en el sentido de los cambios acontecidos en su mirada, partiendo del sentido común más llano, en este caso alucinado y delirante, hasta el punto donde llegó el tratamiento. El narrador, a su vez, reduplica también el punto de vista de sí mismo como terapeuta quien, en el acto de tratamiento, a su vez se plegó y acompañó al punto de vista de la paciente, aun en los momentos en que hacía manifiesto sus disensos con ella. <br />
¿Hablo aquí, entonces, de la alucinación y del delirio o de lo que nosotros, los especialistas, entendemos de la alucinación y el delirio? Ambas posibilidades en absoluto parecen ser lo mismo: en un caso hablamos de una realidad objetiva independiente de quien la observe, en el otro caso hablamos de una realidad subjetiva, de los juicios y prejuicios de quien observa. La mayoría de los escritos psicoanalíticos hoy dan por hecho que están hablando de hechos objetivos, sin tomar en cuenta, en el acto de escritura, el análisis del propio punto de vista desde el que se está hablando (y a veces directamente sin darse cuenta que se habla desde un punto de vista). La ingenuidad de este proceder es inaceptable en quienes se presentan como psicoanalistas. El psicoanálisis de la alucinación y el delirio (como de cualquier otro asunto), no puede ni debe separar ambos mundos ni, aún menos, desatender o hacer caso omiso del mundo de los prejuicios y presupuestos que sostienen los profesionales, enfocando el análisis sólo en el de los pretendidos hechos objetivos.<br />
<br />
***<br />
Durante muchos años yo supuse que los delirios eran incurables. Conocía, por supuesto, historias y casos donde el delirio había remitido , pero en veinte años de práctica psicoanalítica con psicosis nunca había sido capaz de asistir y operar de tal modo que se dieran tales efectos. Todo dio un vuelco total a partir del tratamiento de P, una paciente alucinada y delirante, con diagnóstico de psicosis que, según sostengo y despliego en estos textos, se curó del delirio. <br />
Casi la totalidad del material clínico que utilizo aquí está tomado del tratamiento de esta paciente. A pesar de esta limitación y de la especificidad de su cuadro alucinatorio delirante, creo que las reflexiones sobre su caso sirven para pensar el trabajo con alucinados y delirantes en general. Quiero señalar, además, que el trabajo y las reflexiones específicas sobre la alucinación y el delirio de este caso deben enmarcarse en un movimiento mucho más general y abarcativo que realizó la paciente, pues su proceso terapéutico excedió con creces la simple remisión del delirio, dando por resultado un salto cualitativo en su posicionamiento subjetivo en la vida. <br />
Quiero adelantar algunos límites y aclarar posibles confusiones del presente texto: cuando digo «psicoanálisis de la alucinación y el delirio» no me refiero a un dispositivo general que abarque e incluya a todos los aspectos del tratamiento con alucinados y delirantes, tales como la transferencia, los sueños y otros tantos; busco precisar, de manera muy puntual, la posición psicoanalítica más general ante los fenómenos alucinatorios y delirantes. Dentro de esta acotación, además, sólo trataré aspectos decisivos de la posición terapéutica ante tales fenómenos en general, por lo que dejaré sin tratar, o lo haré de manera lateral, otros asuntos de gran importancia, como la diferencia del abordaje terapéutico entre un episodio delirante aislado y un delirio crónico, o las diferencias en el tratamiento con delirantes en los diversos cuadros psicóticos, en los neuróticos, borderlines, etc.<br />
Finalmente, quiero hacer público aquí mi enorme agradecimiento a mi ex paciente P. Muchas de las ideas, reflexiones y precisiones que desarrollaré aquí me fueron expuestas directamente por ella, o bien las fuimos elaborando juntos a lo largo de su tratamiento. Para ella mi público reconocimiento como modo de ser y manifestar mi mayor agradecimiento y constante amistad. Gracias. <br />
<br />
Héctor Fenoglio.<br />
Buenos Aires, 2009.Héctor Fenogliohttp://www.blogger.com/profile/11308550407688946357noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-1371955767668194433.post-84464559443497411462010-06-14T12:04:00.001-07:002010-06-14T12:04:52.124-07:00EL SABER Y LA DISOCIACIONEL SABER Y LA DISOCIACION<br />
Por Héctor Fenoglio<br />
<br />
Hoy todos sabemos que la histeria, de acuerdo a los síntomas predominantes —«somatizaciones» en un caso, fobias en el otro—, se clasifica en histeria de conversión e histeria de angustia. Y también sabemos que, a pesar de presentar sintomatologías tan distintas, tienen idéntica estructura: en ambos casos es la represión y el retorno de lo reprimido el mecanismo que las produce. Ahora bien, ¿cómo lo sabemos? Tanto la represión como el retorno de lo reprimido no son fenómenos observables, sino teóricos mecanismos intrapsíquicos que se postulan para explicar ciertos hechos. Lo sabemos, entonces, por haberlo leído o escuchado. Pero, ¿hay en la histeria algún fenómeno, aparte de la conversión y las fobias, que nos permita llegar a saber algo de ella desde la experiencia? Sí: los fenómenos de disociación. <br />
<br />
I<br />
<br />
Veamos en qué consiste la disociación a través de una historia. <br />
Desde chico Guido siempre veraneó en la casa de sus abuelos en Miramar. En esa ciudad tenía, además, muchos familiares con los que compartía concurridas y ruidosas sobremesas. En ellas nunca faltaba quien le preguntara: «¿Y, ya conseguiste novia?» A los 48 años, sin haber tenido jamás una novia, ya no sabía qué contestar. Por eso decidió cortar por lo sano y pasar el próximo veraneo en Monte Hermoso. Reservó un hotel y viajó. Una vez instalado bajó a la playa. Y allí se desencadenó lo inesperado: súbitamente vio que todo el mundo estaba en familia y que el único sin compañía era él. Antes de que pudiera hacer nada, lo invadió un terrible desconcierto; sentado en la arena, bajo el sol ardiente de mediodía, lloró desconsoladamente. Volvió al hotel como pudo y durmió. Despertó a la tardecita bastante recompuesto; se bañó y salió a cenar. Se acomodó en un restorán, abrió la carta y miró a su alrededor: entonces vió, de nuevo, que todos estaban acompañados menos él; se levantó, recorrió ahogado en llanto las pocas cuadras que lo separaban del hotel, y se desplomó en la cama. Cuando pudo conciliar el sueño, el sol comenzaba a brillar sobre el mar. Despertó al mediodía; no podía dejar de repasar, una y otra vez, toda su vida. La sola idea de ir a la playa lo aterrorizaba. Entonces volvió a Buenos Aires. <br />
Nunca antes Guido había sentido una angustia semejante, aunque motivos no le faltaron. El sueño de su vida, desde jovencito, siempre fue muy claro: a los 30 años, como máximo, tener un buen trabajo, un hogar, mujer e hijos. Pero las cosas salieron al revés: ya tiene 48 y nunca tuvo novia, hace 15 años que está sin trabajo y nunca se fue de la casa de sus padres. A pesar de que no estaba conforme con su vida, siempre se justificaba diciéndose: “Todavía tengo tiempo, ya voy a conseguir un trabajo, conocer una mujer y casarme”. Sin embargo, la realidad de los últimos 20 años fue muy otra: se fue quedando solo y encerrado, sin poder salir de su casa salvo para hacer los trámites más intrascendentes, acorralado por la vergüenza y la impotencia. En ese marco fue que llegó el fatídico día en Miramar. <br />
Meses después del episodio en la playa, Guido comenzó un tratamiento psicoanalítico. Desde el primer día no dejó de preguntarse: «¿Cómo pude estar tanto tiempo engañándome? ¿En qué estaba pensando? ¿Cómo se lo explico a alguien cuando ni yo mismo me lo puedo explicar?» Podemos resumir su actual situación de la siguiente manera: no se encuentra en el mismo lugar en el que estaba antes, cuando justificaba su aislamiento sin sentir la menor angustia, sino que ahora es consciente de que está mal, es decir, sabe que está mal, y ha asumido con total entereza que debe hacer algo para solucionar el problema del que, tal como reconoce, es el único responsable; pero el hecho de haber caído en la cuenta de que se venía engañando, es decir, de saber que antes se engañaba, no ha modificado en nada su conducta, pues sigue sin poder salir de su casa en procurar de lo que quiere: un trabajo, una mujer, amistades, etc. Esta conducta, que antes le resultaba familiar y no lo inquietaba, ahora en cambio le resulta ajena y angustiante; pero a pesar de saber que se engañaba y de hacer ahora un gran esfuerzo para conducirse de otro modo, la manera antigua, sin embargo, se le sigue imponiendo a pesar de su voluntad. <br />
Esta historia nos permite enfocar el fenómeno de la disociación y señalar en él un aspecto decisivo, que muchas veces se olvida o directamente se desconoce. Antes del ataque de angustia en la playa, podemos decir que Guido «negaba» el hecho de que estaba mal, y de esa manera conseguía al menos mantener alejada de la conciencia la angustia que le provocaba su situación. ¿La disociación consiste, entonces, en este «negar» y no hacerse cargo del hecho de que él estaba mal? De ninguna manera; a pesar de no poder reconocerlo de frente, Guido siempre supo, de manera lateral y confusa, que estaba evitando lo inevitable, es decir, reconocer su malestar y tomar cartas en el asunto. El solo hecho de evitar las situaciones que podían recordarle su malestar indica, de manera indirecta pero patente, que sabía muy bien lo que evitaba. Tanto el acto de evitar enterarse, como el asunto mismo que se evitaba, estaban en un mismo campo de realidad; y si alguien le señalaba la realidad que estaba evitando reconocer, él se angustiaba, se enojaba o huía, lo que prueba que no la desconocía. <br />
Distinta es la situación después del ataque de angustia: ahora reconoce estar mal, sabe bien lo que tendría que hacer, pero no lo puede hacer. Antes, su conciencia no registraba ningún conflicto en su vida, sino que, por el contrario, justificaba sus carencias y frustraciones diciendo «Todavía tengo tiempo…»; no sólo no estaba ni entraba en conflicto consigo misma, sino que reconocía a todos sus actos y haceres como propios y dentro de una misma unidad coherente; ahora, en cambio, su conciencia siente que una parte de sí, de sus actos y haceres, no es suya, al mismo tiempo que no puede dejar de reconocer que sí lo es. Pero la situación no termina allí; su conciencia, además, padece esta disociación y pagaría cualquier precio por erradicarla, pues tiene plena conciencia de su impotencia para remediarla. Ahora, ante la irremediable incapacidad para resolver la disociación, el juego de evitación en la que antes estaba embarcado le parece cosa de niños. <br />
No es, entonces, como lo angustioso, lo abochornante, o lo que hay que evitar a toda costa el modo en que lo disociado se presenta ante la conciencia, sino que se presenta bajo la forma de lo inaccesible. Lo inconsciente, por tanto, no puede simplemente entenderse como aquello que la conciencia reprime y mantiene alejado de sí en lo inconsciente, dejando así la sensación de que podría volver a admitirlo cuando ella esté en condiciones de hacerlo; por el contrario, lo que no se puede desconocer ni olvidar es que lo inconsciente resulta inaccesible a a la conciencia por intermedio de los modos más propios de su proceder, y ello es así especialmente en el caso de que lo quiera con toda su voluntad. Consciente e inconsciente no son las dos mitades de una misma manzana; por el contrario, son campos o registros de naturaleza radicalmente diferentes. <br />
<br />
II<br />
<br />
¿Cómo entender esta inaccesibilidad, esta diferencia radical entre ambos registros?<br />
Dice Freud: «Cuando comunicamos a un paciente una idea por él reprimida en su vida y descubierta por nosotros, esta revelación no modifica en nada, al principio, su estado psíquico. Sobre todo, no levanta la represión ni anula sus efectos, como pudiera esperarse, dado que la idea antes inconsciente ha devenido consciente. Por el contario, sólo se consigue al principio una nueva repulsa de la idea reprimida. Pero el paciente posee ya, efectivamente, en dos lugares distintos de su aparato anímico y bajo dos formas diferentes, la misma idea...El levantamiento de la represión no tiene efecto, en realidad, hasta que la idea consciente entre en contacto con la huella mnémica inconsciente después de haber vencido las resistencias. Sólo el acceso a la conciencia de dicha huella mnémica inconsciente puede acabar con la represión. A primera vista parece esto demostrar que la idea consciente y la inconsciente son diversas inscripciones, tópicamente separadas, del mismo contenido. Pero una reflexión más detenida nos prueba que la identidad de la comunicación con el recuerdo reprimido del sujeto es tan sólo aparente. El haber oído algo y el haberlo vivido son dos cosas de naturaleza psicológica totalmente distinta, aunque posean igual contenido». <br />
La esencia del pasaje se resume en la frase: «Sólo el acceso a la conciencia de dicha huella mnémica inconsciente puede acabar con la represión», entendiendo que «huella mnémica» aquí es equivalente a «recuerdo reprimido». Analicemos, entonces, un aspecto del fenómeno del recuerdo. Resulta por demás claro que la experiencia de recordar haber dado un beso, por ejemplo, es de naturaleza totalmente distinta que la experiencia de dar realmente un beso, por más que ambas tengan igual contenido; mientras la primera es una experiencia que se desarrolla íntegramente en el llamado mundo interior, la segunda, en cambio, acontece en el mundo exterior y en contacto con otra persona. ¿Es esta diferencia a la que se refiere Freud cuando dice que «El haber oído algo y el haberlo vivido son dos cosas de naturaleza psicológica totalmente distinta»? No, Freud no se refiere aquí a la diferencia entre las experiencias en el mundo interior y otras en el mundo exterior, sino que las dos experiencias que busca distinguir se desarrollan íntegramente en el llamado mundo interior. Podemos aproximarnos a esta entender esta diferencia concibiendo a tales experiencias como dos formas diferentes de recordar. Pero ¿cómo entender un recuerdo que no se diferencia de la experiencia viva?<br />
En todo recuerdo se presentan dos realidades que debemos distinguir: por un lado está lo que Freud llama el «contenido», es decir, la idea, el significado o la imagen de, por ejemplo, «dar un beso»; por otro lado está el acto mismo de recordar. Entre ambos lados usualmente se produce la siguiente relación: mientras que lo que llamamos el «contenido» se ubica siempre en el pasado, el acto de recordar siempre es actual, presente y es, valga la redundancia, en acto. Entre ellos, además, se establece una relación de mutua exclusión: mientras soy conciente o percibo el «contenido» del recuerdo, el acto de recordar queda en entre bambalinas y no lo veo, no soy conciente de él; y al revés, si fijo mi atención en el acto de recordar, dejo de percibir el «contenido» del recuerdo. Del fenómeno del recordar lo más común es que sólo retengamos el «contenido», y sintamos que en eso consiste y que allí se agota toda la experiencia del recordar; sin embargo, una vez que quedan señalados ambos lados del recordar, es fácil ver que, mientras el «contenido» está irremediablemente perdido en el pasado, el acto de recodar, en cambio, es actual, real y efectivo, es decir, es la única experiencia viva que está ocurriendo aquí y ahora. Una manera sencilla y gráfica de expresar lo mismo es diciendo que lo único que se puede recordar es el «contenido», mientras que al acto no se lo puede recordar pues, si se lo recuerda, deja de ser acto y pasa a ser «contenido» de otro acto.<br />
«La naturaleza psicológica totalmente distinta» a la que se refiere Freud entre «El haber oído algo y el haberlo vivido», debe entenderse, entonces, como la diferencia que media y se establece entre el «contenido» del recuerdo y el acto de recorda. En el recuerdo disociado, el «contenido» ocupa todo el fenómeno, dejando siempre fuera de la conciencia al acto de recordar; en cambio, en el acceso a la conciencia del recuerdo reprimido como la repetición , el acto y el «contenido» coinciden siendo una y la misma cosa.<br />
Para finalizar, una última cuestión: ¿cómo accedimos nosotros a saber la disociación: por «haber oído algo» de ella o por «haberla vivido»?Héctor Fenogliohttp://www.blogger.com/profile/11308550407688946357noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-1371955767668194433.post-42583246013736804172010-06-14T12:03:00.001-07:002010-06-14T12:03:49.065-07:00PSICOANÁLISIS DE LAS CRISIS PSICÓTICAS<meta content="text/html; charset=utf-8" http-equiv="Content-Type"></meta><meta content="Word.Document" name="ProgId"></meta><meta content="Microsoft Word 11" name="Generator"></meta><meta content="Microsoft Word 11" name="Originator"></meta><link href="file:///C:%5CDOCUME%7E1%5CADMINI%7E1%5CCONFIG%7E1%5CTemp%5Cmsohtml1%5C01%5Cclip_filelist.xml" rel="File-List"></link><o:smarttagtype name="metricconverter" namespaceuri="urn:schemas-microsoft-com:office:smarttags"></o:smarttagtype><o:smarttagtype name="PersonName" namespaceuri="urn:schemas-microsoft-com:office:smarttags"></o:smarttagtype><style>
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<div class="MsoNormal" style="margin-left: 35.4pt;"><b><span style="font-family: Garamond; font-size: 16pt;">PSICOANÁLISIS DE LAS CRISIS PSICÓTICAS <o:p></o:p></span></b></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Por Héctor Fenoglio<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn1" name="_ftnref1" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[1]</span></span></span></a>. Enero 2010.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">En las crisis psicóticas el paciente experimenta un quiebre, un estallido, un derrumbe o un ataque, generalizado e insostenible, tanto en su interior como en su exterior, que lo deja sin capacidad de respuesta.</span><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn2" name="_ftnref2" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 12pt;">[2]</span></span></span></a><span style="font-family: Garamond;"> Esto se manifiesta en que, o bien ya no puede sostener el devenir más elemental de su vida y, por ende, <i>cae</i> en un estado de padecimiento extremo (pasivo o furioso); o bien es <i>tomado </i></span><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn3" name="_ftnref3" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 12pt;">[3]</span></span></span></a><span style="font-family: Garamond;"> por completo por su posición delirante y sostiene desde allí una ruptura casi total con el mundo. Para el entorno familiar, ambas posibilidades significan momentos de gran angustia, desesperación y hasta de espanto. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">La mayoría de los profesionales consideran a las crisis psicóticas como situaciones muy peligrosas para la integridad física y psíquica del paciente, por lo cual el objetivo prioritario y urgente –como si se estuviera ante un incendio– debería consistir en “ahogar” o “apagar” la crisis, lo más rápido posible y de la manera en que se pueda.</span> <span style="font-family: Garamond;">En tal sentido, la respuesta casi automática y más habitual se reduce a: 1) control farmacológico masivo y estricto y, 2) control y vigilancia institucional. Es decir, la internación. Sin embargo, semejante reducción es altamente cuestionable.</span><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn4" name="_ftnref4" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 12pt;">[4]</span></span></span></a><span style="font-family: Garamond;"> <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond;"> <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">CRISIS Y DEMANDA<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Es muy fuerte y arraigado el prejuicio de que los psicóticos en crisis no están en condiciones de tomar decisiones de ningún tipo, por lo que se hace necesario decidir casi todo por ellos. Este prejuicio, sumado al terror por la supuesta alta </span><i><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond;">peligrosidad para sí y/o para terceros </span></i><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn5" name="_ftnref5" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-MX"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-MX" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 12pt;">[5]</span></span></span></span></a><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond;"> del psicótico en crisis, viene permitiendo y hasta propiciando internaciones innecesarias sin recurrir antes a otro tipo de medidas más adecuadas, como la internación domiciliaria, el hospital de día, etc. De esta manera se termina, en lo clínico, despojando al psicótico de su posición de sujeto reduciéndolo a mero objeto de manipulación, y en lo político, justificando la violación de los derechos humanos de los pacientes, quienes no son tenidos en cuenta a la hora de tomar decisiones importantes sobre su vida.</span><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn6" name="_ftnref6" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-MX"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-MX" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 12pt;">[6]</span></span></span></span></a><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond;"> </span><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond; font-size: 10pt;"><o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond;">El tratamiento psicoanalítico, por el contrario, requiere que el paciente se haga cargo de sus decisiones. Hay dos grandes modelos de plantear el tratamiento de la enfermedad mental: o bien la decisión y el deseo del paciente de curarse es imprescindible y decisivo, o bien no lo es y lo único eficaz es la acción química de los fármacos. Para nosotros, el deseo de curarse es imprescindible y, en ese marco, la medicación es uno de los recursos más importantes en nuestra terapéutica. Pero en todos los casos es necesario que la persona <i>quiera curarse</i>. Es necesario, incluso, exigir una demanda formal en tal sentido.<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn7" name="_ftnref7" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[7]</span></span></span></a> Esta demanda es la manera en que un paciente se agarra de la punta de la soga de un tratamiento mientras nosotros tiramos de la otra punta para ayudar a sacarlo de la situación en la que está. <i>Con una soga se puede tirar, pero no se puede empujar</i>: si el paciente no desea curarse, si no se agarra fuertemente de la soga, o la suelta, nadie ni nada lo puede empujar ni obligar a curarse. Las crisis psicóticas no son una excepción a esta regla.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond;">La condición del respeto irrestricto a las decisiones del paciente y/o familiares, y la necesidad de contar con su acuerdo para llevar adelante cualquier medida terapéutica que propongamos, no sólo es, entonces, una condición ética-política insoslayable, sino que también, y principalmente, constituye el <i>punto de apoyo</i> necesario e imprescindible para plantearse cualquier tratamiento. Sin esta condición, es imposible la emergencia y el despliegue del deseo de curarse. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond;">El objetivo de “ahogar” la crisis, a contramano de lo anterior, contiene la idea de que, una vez desatada, no se puede hacer nada productivo mientras dure; entonces sólo resta esperar que pase lo más rápido posible. Esta idea, sin embargo, es un grave error, mezcla de indolencia e ignorancia, pues <b>toda crisis es una oportunidad inmejorable para establecer o relanzar el <i>vínculo terapéutico</i></b>.</span><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn8" name="_ftnref8" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-MX"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-MX" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 12pt;">[8]</span></span></span></span></a><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond;"> Si bien es cierto que en la crisis el psicótico <i>cae</i> como sujeto, o es <i>tomado</i> por el delirio (es decir, se quiebra la relación con el Otro), nuestra práctica nunca debe plegarse ni acentuar ese camino de eclipsamiento del sujeto sino todo lo contrario, es decir, desde el vamos debemos incluir al Otro y convocar al psicótico a que se sostenga como sujeto. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><st1:personname productid="LA PRIMERA CRISIS" w:st="on"><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond;">LA PRIMERA CRISIS</span></st1:personname><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond;"> Y LAS CRISIS BAJO TRATAMIENTO<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond;">Cuando somos convocados de urgencia para actuar en la crisis de un paciente que no conocemos,</span><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn9" name="_ftnref9" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-MX"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-MX" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 12pt;">[9]</span></span></span></span></a><span lang="ES-MX"> </span><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond;">para ambos es la <i>primera crisis</i> juntos, aunque él antes haya pasado ya por otras.</span><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn10" name="_ftnref10" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-MX"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-MX" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 12pt;">[10]</span></span></span></span></a><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond;"> La manera como actuemos allí será decisiva para el desarrollo posterior: si “ahogamos” la crisis no podemos pretender, después, establecer un vínculo psicoanalítico cuando, en su momento más difícil, no lo tratamos como sujeto. Aun en medio del vendaval, debemos saber ubicarlo y respetarlo como sujeto y, además, hacer que todos los demás lo respeten y traten como sujeto, especialmente su familia. Si logramos hacerlo, lo más probable es que el psicótico establezca de inmediato un vínculo firme y franco con nosotros.</span><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn11" name="_ftnref11" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-MX"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-MX" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 12pt;">[11]</span></span></span></span></a><span lang="ES-MX"> </span><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond;"><o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond;">Toda crisis tiene una <i>historia</i>. Una tarea inmediata e imprescindible es comenzar a conocer esa historia: cuándo comenzó, cómo comenzó, si se daba cuenta de lo que le estaba pasando, cómo reaccionó la familia, el entorno, etc. <i>Historizar la crisis</i> se inserta y se continúa, a la vez, con el trabajo de <i>historizar la vida</i> entera del paciente y su familia, lo que conduce a preguntarse cómo es que llegó a esta situación tan crítica</span><span lang="ES-MX">.<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn12" name="_ftnref12" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-MX" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 12pt;">[12]</span></span></span></a> <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond;">Toda crisis, además, tiene <i>sentido</i>: por qué le pasa esto, quién es responsable, que debe hacerse, etc. Como terapeutas debemos <i>respetar y</i> <i>partir del punto de vista del psicótico</i>; de ninguna manera es aceptable que, </span><span style="font-family: Garamond;">bajo la excusa de ser claros y directos, despleguemos un ataque frontal contra el <i>punto de vista</i> que constituye la locura del psicótico, es decir, contra su delirio, su alucinación, o lo que sea. Nuestra tarea consiste en <i>acompañarlo</i>, sin aceptar ni confirmar su punto de vista, pero sí con pleno respeto del mismo, sin caer en la posición autoritaria de supremacía exclusiva que nuestra cultura otorga al punto de vista del adulto normal medio asimilado a sus normas y valores. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Ayudarlo a atravesar la <i>primera crisis</i> juntos, respetando su punto de vista: esa es nuestra tarea.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Diferente es cuando el psicótico está en tratamiento a nuestro cargo y se produce una crisis severa. Es muy común que el propio profesional a cargo (y la familia) la considere como un índice indudable de que el tratamiento anda mal, y de que el paciente está peor. Y no sólo eso, también es común que lo inunde la angustiosa idea de que su trabajo es un desastre. En mi caso, a pesar de los muchos años de tratar crisis psicóticas y de estar muy seguro de lo que hago, debo confesar que en tales ocasiones siempre me asalta el mismo pensamiento: <i>¡¿Quién carajo me manda a meterme en esto?! </i> Y, a la vez, me invade un imperioso deseo de huir. Pero en ese mismo instante también <i>vuelvo a saber</i> que esa angustia arrolladora es la experiencia contra-transferencial inevitable de asistir a una crisis psicótica, y recién cuando la experimento estoy seguro de haber hecho contacto efectivo con el paciente y que, además, recién allí se abre la posibilidad cierta de encontrar un <i>punto de apoyo</i> transferencial real y eficaz. A tal punto esto es así, que me animo a afirmar que mientras no se haya atravesado esa angustia, no se habrá entrado en contacto ni acompañado una crisis psicótica, como tampoco encontrado un <i>punto de apoyo</i> transferencial firme y claro.</span><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn13" name="_ftnref13" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 12pt;">[13]</span></span></span></a><span style="font-family: Garamond;"><o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Junto a lo anterior, también se nos impone la idea de que un tratamiento bien llevado o que anda bien, no debería atravesar crisis. Sin embargo, el tratamiento mejor llevado y con mejores resultados no necesariamente es aquel en el que no aparecen crisis; la aparición de una no implica necesariamente un retroceso o que algo ande mal, al contrario, bien puede ser un momento muy fecundo para la salud del paciente y/o su familia</span>.<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn14" name="_ftnref14" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 12pt;">[14]</span></span></span></a><o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Una crisis psicótica no llega por casualidad. Tampoco es el resultado inevitable de ser psicótico, pues hay muchos psicóticos que no están en crisis y tantos otros que hace muchísimo tiempo que no tienen una. Una crisis psicótica, por supuesto, no puede aparecer sino en el marco de una <i>condición</i> psicótica,</span><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn15" name="_ftnref15" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 12pt;">[15]</span></span></span></a><span style="font-family: Garamond;"> pero no aparece en cualquier momento y circunstancia, sino cuando la persona estalla al no poder enfrentar ni sobrellevar la acumulación de los conflictos que la vida le presenta. Repito: la crisis psicótica no es un desajuste electroquímico azaroso del cerebro, vaya uno a saber por qué, sin ton ni son, un puro <i>sin sentido</i>. No, la crisis psicótica tiene historia y tiene sentido. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Pero más allá de que sean para mejor o para peor, lo que es innegable es que las crisis psicóticas son más probables y más desestabilizadoras que las crisis neuróticas, y la razón de esto radica en que la <i>condición</i> psicótica es altamente inestable en un mundo estructurado sobre la base de parámetros neuróticos <i>reales</i>. Por ello, entonces, aunque sea por mera resignación empírica, deberíamos aceptarlas como posibles y hasta inevitables. A partir de aquí, mejor que desear de manera timorata e irresponsable <i>¡Ojalá que no venga ninguna otra crisis!</i>, lo que los terapeutas deberíamos hacer es prepararnos y, sobre todo, preparar al paciente, para la próxima crisis.</span><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn16" name="_ftnref16" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 12pt;">[16]</span></span></span></a><span style="font-family: Garamond;"> <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Nuestra tarea ante las <i>crisis bajo tratamiento</i>, entonces, no sólo se amplía, sino que también ahora contamos con mayores y mejores recursos. Toda <i>crisis bajo tratamiento</i> se anuncia, tiene signos precursores. Nosotros, como terapeutas, debemos saber leerlos, comunicárselos al paciente y, sobre todo, ponerlo a trabajar sobre los mismos: desorganización del tiempo y actividades, pérdida de rutinas de sueño/vigilia, querellas o proyectos alocados, etc. El paciente, en primer lugar, tiene ante sí la tarea de <i>“apropiarse de su crisis”</i> y manejarla lo mejor que pueda; antes las cosas fueron al revés: esas fuerzas siempre fueron ajenas a él, se apropiaban de su vida y lo manejaban. En segundo lugar, el paciente sabe muy bien que está muy bien acompañado, que en su terapeuta tiene un aliado incondicional para enfrentar la crisis: juntos preparan el combate, disponen las fuerzas familiares, los recursos económicos, ponen a resguardo las posibles problemas familiares (esposa, hijos) y sociales (trabajo, etc.). Se piensan los diferentes escenarios complicados que pueden aparecer, se establecen dispositivos de alarma y procedimientos de acción ante cada circunstancia, etc. Todo esto en pos de un objetivo: el paciente tiene que salir entero de la crisis, y, de ser posible, victorioso. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Ayudar al psicótico a <i>gestionar su crisis</i>, anunciándosela, preparando el combate y acompañándolo en su atravesamiento, es nuestra tarea en las <i>crisis bajo tratamiento</i>.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">El final de la <i>cura</i> del psicótico (<i>fin de análisis</i>), es otro artículo. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">FIN<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Una vez pasada la crisis, el trabajo consiste en un psicoanálisis de cada detalle, de cada momento, qué se hizo bien, qué se hizo mal, qué pudo haberse hecho y no se hizo, por qué no se hizo, etc. El psicoanálisis de <i>todas</i> las crisis anteriores, y la minuciosa preparación de las por venir, son uno de los carriles privilegiados del tratamiento psicoanalítico del psicótico. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond;">Hay muchos pacientes psicóticos que nunca entran en crisis, pero tampoco están bien; andan como a la deriva, sin rumbo, sin pasión, como esperando algo que nunca les llega. Ante estos casos, uno muchas veces se sorprende pensando: «¡Qué bien le vendría una crisis!». Este no es un pensamiento loco o irresponsable, sino que manifiesta que las crisis, aunque son desesperantes y lo último que alguien quisiera pasar, son, a la vez, una verdadera oportunidad, una puerta abierta a la vida. Y al abismo. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Cuando enfrentamos una crisis no tenemos ninguna garantía de que las cosas vayan a salir bien, pero debemos encararla con la seguridad de que vamos a hacer todo lo que está a nuestro alcance y que lo vamos a hacer bien, aun cuando no sepamos exactamente qué vamos a hacer, qué medidas debemos implementar, etc. Es decir, confiar en nuestra experiencia, en nuestra práctica y en nuestra buena fe. Las cosas, por supuesto, siempre pueden salir mal, nadie puede asegurar el resultado. Contra todos nuestros deseos, hay que decir que, <i>por supuesto</i>, no hay manera de asegurar el salto. El vértigo, la angustia previa al salto, es inevitable. Si no la hubiera sería índice de que no hay salto. Y si, de nuestra parte, no hay salto, entonces no hay tratamiento posible de la crisis psicótica. Sólo hay un «como si». <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Por todo esto reafirmo que </span><b><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond;">las crisis son una oportunidad inmejorable para establecer o relanzar el <i>vínculo terapéutico </i>con el psicótico</span></b><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond;">, como también para remover las imposturas del lugar del analista conque la burguesa nos carcome y pudre el deseo. <b> <o:p></o:p></b></span></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><br />
</div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div><br />
<hr align="left" size="1" width="33%" /><div id="ftn1"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref1" name="_ftn1" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[1]</span></span></span></span></a><span lang="PT-BR"> </span>Todo lo que digo aquí se basa en mi experiencia de más de 20 años atendiendo psicóticos. Primero en el <i>SAS, Servicio de Atención para <st1:personname productid="la Salud" w:st="on">la Salud</st1:personname></i>; después en el <i>Equipo de Salud</i> del Taller de Pensamiento, y desde el 2006 en el <i>Centro de Salud, Arte y Pensamiento <st1:personname productid="LA PUERTA" w:st="on">LA PUERTA</st1:personname></i>, del cual soy director general. Cuando digo “nosotros”, hablo desde la experiencia del Equipo de Atención del <i>Centro <st1:personname productid="LA PUERTA." w:st="on">LA PUERTA<span style="font-style: normal;">.</span></st1:personname></i><o:p></o:p></div></div><div id="ftn2"><div class="MsoNormal"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref2" name="_ftn2" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 12pt;">[2]</span></span></span></span></a><span lang="PT-BR"> </span><span style="font-size: 10pt;">Algunos de los <i>índices objetivos</i> más comunes de una crisis psicótica son:</span> <span style="font-size: 10pt;">pérdida o grave alteración de los ritmos de sueño/vigilia, de hábitos de comidas e higiene y de lazo social (aislamiento/querellas); desorganización del tiempo y del espacio; excitación psicomotriz extrema. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoFootnoteText">Algunos <i>índices subjetivos</i> más comunes son: predominio pleno de la posición delirante (persecución, poderío, revelación mística, etc.); invasión y dominio de fenómenos alucinatorios intrusivos (voces, miradas, sensaciones cenestésicas. etc.); proyectos e intentos suicidas; proyectos e intentos de ataque a terceros; depresión profunda, episodios maníacos o hipomaníacos, etc.<o:p></o:p></div></div><div id="ftn3"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref3" name="_ftn3" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[3]</span></span></span></span></a> Es difícil en psicosis hablar de “identificaciones”, si bien se ha utilizado la expresión “Identificación masiva” para señalar el carácter absoluto e inamovible de tales estados. <o:p></o:p></div></div><div id="ftn4"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref4" name="_ftn4" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[4]</span></span></span></span></a><span lang="PT-BR"> </span>No estamos en contra de toda internación, ni consideramos que sean una especie de tortura o provoquen un trauma irreversible al paciente. Lo que decimos, simplemente, es otra cosa: más que estar en función del cuidado del enfermo, muchas veces la internación se decide en función de la protección y el resguardo profesional, ante un posible juicio por <i>mala praxis</i> o, directamente, por no saber qué otra cosa hacer. El criterio más claro para decidir una <i>internación</i>, en cambio, es tener en mente la <i>externación</i>: qué objetivos buscamos, que trabajo hacer al respecto y cuanto tiempo llevará cumplirlo. Si no, la internación simplemente consiste en sacarse de encima un problema.<o:p></o:p></div><div class="MsoFootnoteText">Otra cosa: <i>Mala praxis</i> es, efectivamente, “no hacer lo que hay que hacer”; pero también (y esto se olvida muy a menudo) “hacer lo que no hay que hacer”, es decir, cuando “es peor el remedio que la enfermedad”. Amputar un miembro para prevenir una grangrena cuando todavía no es necesario, es <i>mala praxis</i>. <o:p></o:p></div></div><div id="ftn5"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref5" name="_ftn5" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[5]</span></span></span></span></a><span lang="PT-BR"> </span>El concepto «peligrosidad para sí y/o para terceros» es en extremo ambiguo. Lo que sí es claro, sin embargo, es que no es sinónimo de «crisis psicótica». <o:p></o:p></div></div><div id="ftn6"><div class="MsoNormal"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref6" name="_ftn6" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 12pt;">[6]</span></span></span></span></a><span lang="PT-BR" style="font-size: 10pt;"> </span><span lang="ES-MX" style="font-size: 10pt;">Negamos que el respeto a la voluntad del paciente y/o sus familiares sea una imprudencia profesional que tome a la ligera las posibles conductas peligrosas. Para los casos de real peligro a terceros, alcanzan las mismas garantías que para todo el mundo, allí debe actuar la ley; pero antes de la ley, debe desplegarse el trabajo terapéutico sobre la voluntad y el poder de decisión del paciente y su familia, implementando todas las medidas posibles que protejan la vida, la salud y los bienes propios y ajenos.</span><span lang="ES-AR" style="font-size: 10pt;"><o:p></o:p></span></div></div><div id="ftn7"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref7" name="_ftn7" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[7]</span></span></span></span></a><span lang="PT-BR"> </span>La demanda de “cura”, tanto en las psicosis como en las neurosis, está expresada en relación a las dificultades y problemas reales y puntuales que se padecen y no pueden resolver. <o:p></o:p></div></div><div id="ftn8"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref8" name="_ftn8" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[8]</span></span></span></span></a><span lang="PT-BR"> </span>Sobre el “vínculo terapéutico con psicóticos”, ver mi texto <i>FRANQUEZA PERFECTA, </i>Ediciones <st1:personname productid="LA PUERTA" w:st="on">LA PUERTA</st1:personname>, Bs.As. 2010. <o:p></o:p></div></div><div id="ftn9"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref9" name="_ftn9" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[9]</span></span></span></span></a><span lang="PT-BR"> </span>Por lo general somos convocados por la familia y/o amigos del paciente. Muy pocas veces el paciente consulta solo.<o:p></o:p></div></div><div id="ftn10"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref10" name="_ftn10" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[10]</span></span></span></span></a><span lang="PT-BR"> </span>Willy Apollon, en <i>Tratar la psicosis</i>, Ed. Polemos, Bs.As., también habla de “La primera crisis”, pero no se trata de lo mismo; él se refiere a “la primera crisis” que el paciente tiene cuando ya es parte del Centro “<st1:metricconverter productid="388”" w:st="on">388”</st1:metricconverter> y está en un tratamiento en curso. <o:p></o:p></div></div><div id="ftn11"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref11" name="_ftn11" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[11]</span></span></span></span></a><span lang="PT-BR"> </span>Ver <i>FRANQUEZA PERFECTA</i>…<o:p></o:p></div></div><div id="ftn12"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref12" name="_ftn12" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[12]</span></span></span></span></a><span lang="PT-BR"> </span>Esta simple tarea de “relatar” es, sin embargo, de gran importancia terapéutica, pues obliga al paciente a tomar distancia de la inmediatez de sus vivencias psicóticas y a <i>escindir su discurso</i> entre el acto de relato (en el presente) y los hechos relatados (en el pasado). Esto abre una tregua en el continuo “tabletear de las ametralladoras” propio de los fenómenos de las crisis psicóticas. Al respecto, ver mi libro <st1:personname productid="LA TELPATA" w:st="on"><i>LA TELÉPATA</i></st1:personname><i>, un psicoanálisis de la alucinación y el delirio</i>.<o:p></o:p></div></div><div id="ftn13"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref13" name="_ftn13" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[13]</span></span></span></span></a><span lang="PT-BR"> </span>Con la expresión <i>punto de apoyo</i> transferencial busco reduplicar la famosa afirmación de Arquímedes sobre la potencia mecánica de la palanca: «Dadme un punto de apoyo, y moveré el mundo».<o:p></o:p></div></div><div id="ftn14"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref14" name="_ftn14" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[14]</span></span></span></span></a><span lang="PT-BR"> </span>Una crisis psicótica puede, en este sentido, ser equiparable a una crisis de angustia neurótica.<o:p></o:p></div></div><div id="ftn15"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref15" name="_ftn15" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[15]</span></span></span></span></a><span lang="PT-BR"> </span>Las psicosis, a mi entender, no son en sí mismas una enfermedad sino una <i>condición</i>, tal como la condición de ser neurótico, ser hombre, ser mujer, ser homosexual. Esto quiere decir que un psicótico jamás se volverá neurótico, y viceversa. A la <i>condición</i> Lacan la denomina <i>estructura</i>. <o:p></o:p></div></div><div id="ftn16"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref16" name="_ftn16" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[16]</span></span></span></span></a><span lang="PT-BR"> </span>Sobre este punto, compartimos lo expresado por Willy Apollon en <i>Tratar la psicosis</i> en cuanto al sentido y manera de trabajar las segundas crisis. Sobre su criterio de “cura” de “la tercera crisis”, la que sería la última crisis del paciente, nuestra experiencia es diferente pues, a nuestro pesar, puede que no sea la última. <o:p></o:p></div></div></div>Héctor Fenogliohttp://www.blogger.com/profile/11308550407688946357noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-1371955767668194433.post-40464367745824458552010-06-14T12:02:00.001-07:002010-06-14T14:20:13.077-07:00LA TELÉPATA. Un psicoanálisis de la alucinación y el delirio. Prefacio: Sobre la transmisión en psicoanálisis. Por Héctor Fenoglio.Estos escritos pretenden ser un psicoanálisis de la alucinación y el delirio. De acuerdo al espíritu teorético hoy predominante en el psicoanálisis argentino, la indagación sobre estos fenómenos, tanto de su naturaleza como del proceso de remisión, debería orientarse, rápida y directamente, a explicar el por qué de tales fenómenos, postulando las razones metapsicológicas o de estructura, y los hipotéticos mecanismos intrapsíquicos o la combinatoria significante que los producen, así como las transformaciones y condiciones pulsionales que podrían conducir, a su vez, a los cambios subjetivos subyacentes. <br />
A cambio de éste, tomaré otro camino mucho menos transitado: más que explicar el por qué intentaré describir algunos aspectos de cómo se dan las cosas en torno de estos asuntos. Recorreré dos vías: por un lado, trataré de desmontar ciertos prejuicios muy extendidos, asentados y dañinos sobre lo que se entiende por delirio y por alucinaciones verbales (voces); y por otro, describiré cómo remitió el delirio de una paciente bajo tratamiento psicoanalítico a mi cargo. <br />
Es probable que a esta disposición de priorizar el cómo sobre el por qué algunos la entenderán como una adhesión a la fenomenología ; mi intención, sin embargo, no va más allá de evitar lo que considero un vicio muy común en ciertos escritos psicoanalíticos actuales sobre estos temas: busco no encallar en especulaciones puramente teóricas sin otro referente ni contenido que el comentario de los textos de Freud o Lacan.<br />
Este vicio, a mi entender, no se reduce sólo a aquellas elucubraciones alejadas de la praxis clínica; también emerge, y éste es el peor vicio, desde el seno de la clínica utilizándola como mero material “empírico”, incluso como mera “viñeta” clínica para ejemplificar y demostrar la justeza de una teoría, cualquiera sea su “ismo”. Este proceder sostiene el mismo engaño que ya veía Nietzsche en el proceder de los filósofos de su época: Lo que un filósofo es, eso resulta difícil de aprender, pues no se puede enseñar: hay que «saberlo», por experiencia, — o se debe tener el orgullo de no saberlo. Pero que hoy todo el mundo habla de cosas con respecto a las cuales no puede tener experiencia alguna, eso es algo que se aplica ante todo y de la peor manera a los filósofos y a los estados de ánimo filosóficos. <br />
El saber psicoanalítico es, en este sentido, igual al saber filosófico. Se puede creer saber y sentirse autorizado para hablar, por ejemplo, de la castración o del Otro por el simple hecho de haberlo leído en libros o haberlo estudiado en la universidad. Pero este proceder, ya malsano de por sí, practicado dentro del psicoanálisis no puede sino conducirlo a su máxima degradación. Si Bill Gates firma un cheque por un millón de dólares, es muy probable que el cheque tenga fondos; si lo firmo yo, es una broma. Todo escrito es como un cheque, su valor depende de lo que haya en caja. Si tomamos las cosas en serio, escribir sin fondos es una estafa. Hablar o escribir de cosas sin saberlas por experiencia, más que error es un engaño, y más que engaño es un fraude. <br />
A modo de consuelo y justificación, queda el hecho de que en nuestros días este proceder en absoluto se limita al psicoanálisis; en realidad se extiende a todos los ámbitos de las llamadas ciencias sociales y más allá también, habiéndose transformado en una verdadera enfermedad de época. Esta calamidad excede con creces la dimensión de estilo o simple manera de exposición, y no caer en ella se ha vuelto una verdadera batalla político-cultural contra las prácticas alienantes de nuestra civilización.<br />
No todas las culturas fueron ni son presa de esta enfermedad; algunas, por el contrario, fueron muy conscientes de este peligro y poseyeron poderosos antídotos para conjurarla. Las lenguas de la familia Jaqi (Jaqaru, Kawki y Aymara) de las civilizaciones de los Andes de Sudamérica (Bolivia, sur de Perú, norte de Chile), tienen incorporadas en su gramática algunas prevenciones decisivas contra el fraude en el saber. Citaré un extenso pasaje de una investigación lingüística que, por simple contraste, alcanza para poner al descubierto la profunda enfermedad que padece nuestra cultura: <br />
«El postulado lingüístico (Hardman 1972, 1978c) es una categoría que se marca en una lengua en varios niveles de la gramática, en tal forma que es muy difícil enunciar una oración en esta lengua donde no se encuentra esta marca. El postulado también tiene sus reflejos dentro de la cultura. <br />
Por ejemplo, en las lenguas indoeuropeas género y número son postulados lingüísticos. Es muy difícil pensar en una oración en una lengua indoeuropea donde no haya ninguna indicación gramatical de número -es decir ni un singular, ni un plural-. Existen tales oraciones pero no se presentan fácilmente. Del mismo modo es muy fácil ver que estos dos postulados tienen muchos reflejos de las culturas derivadas de Europa. El predominio de lo masculino es marcado en la gramática y en la cultura en todo momento, y resulta sumamente difícil desarraigarlo...<br />
El tema de este ensayo es la interacción de dos postulados lingüísticos de las lenguas Jaqi. <br />
El primer postulado es el postulado de fuente de datos. En las lenguas Jaqi, es muy difícil tener una oración donde no esté marcado de dónde vino la información. Es decir, tal como se marca el número en las lenguas indoeuropeas, en las lenguas Jaqi es obligatorio señalar si lo que se dice viene de la experiencia propia del hablante, o a través del lenguaje, o por conocimientos indirectos, o si se encuentra fuera de conocimiento. El sistema admite muchas complejidades basándose en estas categorías básicas, los ejemplos indicados abajo del aymara representan las cinco categorías simples. <br />
1) sari wa "Va/Fue (yo la vi ir)" <br />
Esta forma se usa cuando la persona hablante es testigo personal del hecho. Si se usa en otros contextos es mentira y quien así habla demuestra desprecio para quien oye. <br />
2) sariw siw "Va, dicen/Fue, dicen" <br />
Esta forma se podrá usar siempre que la información haya llegado a través del lenguaje, sea escrito o verbal. Entonces si se lee alguna oración en un libro, tiene que marcarse. No es cuestión de verdad y falsedad; sino que es cuestión de fuente de datos. Para comprender el sistema Jaqi es de mucha importancia entender que no se habla del tipo de contraste que se encuentra en las lenguas indoeuropeas de verdad y de falsedad: es del todo otra escala de valores. <br />
3) saratayna "Había ido* (pero no lo vi ir)" <br />
[*Esa es traducción perfecta para quien habla el castellano andino; para lo no andino sería simplemente "fue"]<br />
Esta forma se usa para conocimiento-no-personal o para sorpresa; es la forma normal para la historia donde nadie que hoy vive puede haberlo visto, y también es la forma común para cuentos y leyendas. <br />
4) sarpacha "Seguro fue. Habrá ido (deduzco por evidencia secundaria) <br />
Las traducciones arriba indicadas son las típicas, pero lo que quiere decir es que la persona hablante sabe por evidencia secundaria, es decir por implicación. <br />
5) sarchixaya "Puede ser que se haya ido, pero no es de mi responsabilidad" <br />
Esta forma tiene varias funciones, pero el enfoque es que quien habla no acepta ninguna responsabilidad, ya sea por desconocer, o por no tener la responsabilidad (o la culpa), o por no tener interés, o porque el hecho no se puede conocer.» <br />
Como se ve, en la cultura aymará resulta imposible enunciar un saber que no se lo sepa por experiencia propia tal como si se lo supiera de esa manera. Este comportamiento, por el contrario, en nuestra lengua no sólo resulta posible sino que es de lo más común. Lo verdaderamente curioso, sin embargo, no es que ocurra eso entre nosotros, sino que ocurra incluso sin que haya la intención clara y conciente de engañar por parte de quienes lo ejecutan ya que, en la mayoría de los casos, lo hacen sin saber que lo hacen. <br />
<br />
***<br />
Por lo general, cuando decimos experiencia entendemos o hacemos referencia a la experiencia que realizamos con objetos y sucesos exteriores a nosotros, ajenos e independientes del experimentador; y cuando decimos saber por experiencia nos referimos al saber que obtenemos por esas vías. A esta experiencia se la denomina empírica, sensible u objetiva, y todo lo que podamos llegar a saber a partir de ella se dice que está basado en la experiencia y la observación. Muchos creen que la práctica clínica psicoanalítica es una experiencia de este tipo, lo cual es un despropósito. <br />
Hay otras maneras de concebir lo que es una experiencia. Cuando Nietzsche, en el fragmento citado, habla de saber por experiencia, no se refiere a la experiencia empírica antes señalada, sino a que en ciertos asuntos, para llegar a saber, es necesario que en cada uno hayan madurado las condiciones propias para acceder a dicho saber. En el mismo sentido agrega: De las cosas (entre ellas los libros) nadie puede comprender más de lo que ya sabe. Carecemos de oídos para las cosas a las cuales no nos han dado aún acceso los acontecimientos de la vida. A este tipo de experiencia la llamaremos experiencia propia. <br />
En la experiencia objetiva lo que se adquiere es información sobre el mundo, lo que no es poco, pero sí limitado y acotado a ese ámbito; en la experiencia propia, en cambio, lo fundamental no radica en la información objetiva sino en otro lado. Cuando decimos «hoy es un día frío» decimos algo relacionado con el estado del mundo, con lo objetivo; en cambio, cuando decimos «yo tengo frío» decimos algo referido al sujeto de la experiencia, con lo subjetivo. ¿A esta experiencia subjetiva es a la que se refiere Nietzsche? Tampoco. <br />
Tanto la objetiva como la subjetiva son experiencias relativas; ambas se constituyen en relación a una realidad exterior y anterior a la misma experiencia: al objeto, en un caso, al sujeto, en el otro. Toda experiencia relativa, tanto subjetiva como objetiva, no puede alterar la realidad a la que se refiere y de la cual se sostiene, por la razón de que esa realidad siempre estará fuera de su alcance; ese ámbito es, en palabras de Kant, trascendente a la experiencia relativa. La experiencia propia, en cambio, es otro tipo de experiencia: no sólo no se funda en algo exterior a sí misma sino que, además, está más allá de la oposición entre objeto y sujeto; en ella los objetos preexistentes estallan y el sujeto nunca sale siendo el mismo que el que entró a la experiencia. La expresión idiomática lo sé por experiencia nos puede acercar bastante al sentido de la misma. A esta experiencia propia bien podemos definirla como absoluta, por el hecho de que ella no es relativa a nada exterior a sí misma.<br />
¿Qué tipo de experiencia es la psicoanalítica? No cabe duda que es una experiencia propia: lo que se busca y espera de un tratamiento psicoanalítico es justamente una transformación íntima decisiva en quien hace la experiencia, del sujeto de la experiencia , es decir, del paciente. Se supone que el psicoanalista, por su parte, no busca ni obtiene transformaciones íntimas importantes como resultado de su praxis, aunque haya ocasiones excepcionales en las que un tratamiento es desencadenante de procesos que modifican no sólo su praxis analítica sino también su posición personal en el mundo. La experiencia terapéutica psicoanalítica, con sus rasgos de artificialidad, aun cuando en apariencia parece no consistir más que en hablar, en realidad consiste en el desarrollo de una relación real y efectiva entre paciente y analista, inmersa y parte, a su vez, de una inmensa red de multifacéticas relaciones en la que está contenida. Las transformaciones íntimas reales que se pueden producir en el paciente, se producen porque participa activamente en esa relación real y efectiva con otra persona, con el terapeuta; relación viva, actual y tan real que la que tiene con su padre, madre o su pareja. Estos rasgos generales son los mismos para toda experiencia psicoterapéutica, tanto sea con neuróticos o psicóticos.<br />
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***<br />
¿Cómo se enuncia, en nuestra cultura y nuestra lengua, una experiencia propia? ¿Cómo escribir una experiencia propia que, más que una descripción de la experiencia, sea en sí y por sí ya una experiencia? Tiene que ser una nueva experiencia propia. La experiencia terapéutica psicoanalítica transcurre entre el paciente y el analista, en cuya relación se instalan y despliegan todas las instancias y personajes que están encarnados en ambos (padre, madre, el Otro, etc.). En ese marco acontece la experiencia propia “interior” del paciente, experiencia que después transmitirá, de manera explícita o implícita, en sus palabras y en sus actos, de alguna manera que no es cualquiera, pues la experiencia del fin de análisis lo obliga a que su transmisión no sólo no desvirtúe ni traicione su esencia, sino que en el acto de transmisión haga revivir y renueve aquella experiencia. <br />
¿Cómo se transmite la experiencia terapéutica desde el lado del analista? También debe ser una nueva experiencia propia, en otro ámbito y en otro registro que el original terapéutico, pero guardando con él una sintonía y una armonía que va mucho más allá del mero contenido manifiesto. ¿Hay una sola forma exacta? ¿Debe ser una fórmula lógica matemática, científica, un ensayo, un relato, un poema? ¿Su forma es indiferente? La decisión del camino discursivo que he tomado, consistente en describir el cómo y no en explicar el por qué, está en función de alcanzar ese objetivo. Está abierta la discusión si lo he logrado o no. <br />
Llamará la atención, tal vez, que en un escrito que se pretende psicoanalítico casi no aparezcan palabras “psicoanalíticas”. Es que considero que, así como para hablar con amor o con odio no hace falta utilizar las palabras amor u odio, para dar testimonio y compartir la experiencia propia con el inconsciente o la castración tampoco es necesario utilizar las palabras inconsciente o castración, y menos aún hablar de eso. Considero que estas palabras hacen referencia a una experiencia propia, y si tal experiencia no se hace presente en el texto, su circulación las vuelve moneda falsa. <br />
Detengámonos un momento en el discurso explicativo. En apariencia no va más allá de una manera de hablar, de un intercambio de ideas, pero en realidad constituye una verdadera experiencia explicativa. ¿En qué consiste ésta experiencia? Hegel la describe así: «Muchos que se acercan de buena fe a estas ciencias [las actuales ciencias experimentales], podrían creer que las moléculas, los espacios intermedios vacíos, la fuerza centrífuga, el éter, el rayo de luz aislado, la materia eléctrica, magnética, y un sinnúmero más de otras cosas semejantes, fueran cosas o relaciones que se hallasen realmente presentes en la percepción, de acuerdo con la manera de hablar sobre ellas que las trata como determinaciones inmediatas de la existencia. …están enunciadas como realidades y de buena fe se las hace valer como tales, antes de darse cuenta de que son más bien hipótesis y ficciones deducidas por una reflexión que carece de sentido crítico. Nos hallamos ante una especie de círculo encantado, donde los fenómenos y los fantasmas ficcionales se encuentran en asociación inseparable, se confunden entre ellos y gozan de igual rango de realidad.» <br />
Lo que la experiencia explicativa efectúa en quien se sumerge en ella, entonces, es que tome por realidad el objeto del que habla, el objeto mentado. Quien se somete al discurso explicativo cree en la teoría, cree en ella como si fuese realidad, cree que ella es la realidad objetiva. Cuando, por ejemplo, se explica la castración de manera objetiva, es decir, cuando se la concibe como un hecho objetivo, tanto da que sea un efecto del significante o de la represión primaria, la mayoría de las veces se olvida que esa palabra, castración, originariamente nació para señalar una experiencia terapéutica desde el lado del analista la que, por otro lado, vista desde el lado del paciente, es una experiencia propia que, a grosso modo, significa que el que la atraviesa (sea por un análisis o por simple experiencia de vida) se da cuenta de que cada uno debe llevar adelante en su vida la tarea que tiene que realizar y nadie puede hacerla por uno, que en eso está irremediablemente solo, situación que acepta con gratitud y entusiasmo. Lo grave es que la experiencia explicativa conlleva a creer que todo saber por experiencia consiste simplemente en tener información sobre un hecho objetivo, información que no importa quién ni cómo la produjo y que, recíprocamente, cualquiera la puede incorporar sin más esfuerzo que leerla en un libro. Por eso constatamos, con mayor frecuencia que la deseada, que se habla, de manera sincera, creyendo saber de lo que se trata la castración sin haber hecho la experiencia propia de atravesarla.<br />
De lo que se trata, entonces, no es de explicar en qué consiste la castración sino en alcanzar o en acompañar a alcanzar la experiencia de castración. A eso apunta un tratamiento psicoanalítico. ¿También un escrito psicoanalítico? Por supuesto, también un escrito psicoanalítico; en primer lugar, no generando la ilusión de que se sabe cuando, en realidad, no se sabe, pues tener el orgullo de reconocerlo es un paso muy importante en el camino de acceso a la experiencia de castración. <br />
En estas páginas, entonces, trato de compartir mi experiencia terapéutica propia con las voces y con el delirio en tanto psicoanalista de una paciente alucinada y delirante. La manera en cómo no voy a explicar el por qué sino a describir el cómo remitió su delirio, será haciendo girar todo el análisis alrededor del punto de vista delirante de la paciente y, siguiendo por esa vía, intentando mostrar, como si se tratara del punto de vista de un personaje de una película o una novela, su posición subjetiva en los diferentes momentos del proceso de remisión del delirio. Este proceder intenta poner en una misma línea discursiva subjetiva, tal como se ubican los tres astros en un eclipse, tres miradas diferentes: la de la paciente, la del narrador y la del lector. Para el caso del lector, no parto de la teoría psicoanalítica sino que parto respetando el punto de vista del sentido común más llano; a partir de allí intento desenrollar y desplegar los prejuicios encajados en la mirada habitual, tanto del especialista como del no especialista. No parto de la teoría explicativa porque, además de las razones ya aludidas, desde allí es muy fácil y común caer en la ilusión de que ya dejamos atrás los prejuicios cuando, en estos asuntos, la mayoría de las veces nos dominan por completo . Para el caso del narrador, se da el hecho de que el desarrollo del texto reduplica el desarrollo del propio punto de vista que la paciente llevó adelante en su tratamiento, en un sentido cronológico pero más especialmente en el sentido de los cambios acontecidos en su mirada, partiendo del sentido común más llano, en este caso alucinado y delirante, hasta el punto donde llegó el tratamiento. El narrador, a su vez, reduplica también el punto de vista de sí mismo como terapeuta quien, en el acto de tratamiento, a su vez se plegó y acompañó al punto de vista de la paciente, aun en los momentos en que hacía manifiesto sus disensos con ella. <br />
¿Hablo aquí, entonces, de la alucinación y del delirio o de lo que nosotros, los especialistas, entendemos de la alucinación y el delirio? Ambas posibilidades en absoluto parecen ser lo mismo: en un caso hablamos de una realidad objetiva independiente de quien la observe, en el otro caso hablamos de una realidad subjetiva, de los juicios y prejuicios de quien observa. La mayoría de los escritos psicoanalíticos hoy dan por hecho que están hablando de hechos objetivos, sin tomar en cuenta, en el acto de escritura, el análisis del propio punto de vista desde el que se está hablando (y a veces directamente sin darse cuenta que se habla desde un punto de vista). La ingenuidad de este proceder es inaceptable en quienes se presentan como psicoanalistas. El psicoanálisis de la alucinación y el delirio (como de cualquier otro asunto), no puede ni debe separar ambos mundos ni, aún menos, desatender o hacer caso omiso del mundo de los prejuicios y presupuestos que sostienen los profesionales, enfocando el análisis sólo en el de los pretendidos hechos objetivos.<br />
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Durante muchos años yo supuse que los delirios eran incurables. Conocía, por supuesto, historias y casos donde el delirio había remitido , pero en veinte años de práctica psicoanalítica con psicosis nunca había sido capaz de asistir y operar de tal modo que se dieran tales efectos. Todo dio un vuelco total a partir del tratamiento de P, una paciente alucinada y delirante, con diagnóstico de psicosis que, según sostengo y despliego en estos textos, se curó del delirio. <br />
Casi la totalidad del material clínico que utilizo aquí está tomado del tratamiento de esta paciente. A pesar de esta limitación y de la especificidad de su cuadro alucinatorio delirante, creo que las reflexiones sobre su caso sirven para pensar el trabajo con alucinados y delirantes en general. Quiero señalar, además, que el trabajo y las reflexiones específicas sobre la alucinación y el delirio de este caso deben enmarcarse en un movimiento mucho más general y abarcativo que realizó la paciente, pues su proceso terapéutico excedió con creces la simple remisión del delirio, dando por resultado un salto cualitativo en su posicionamiento subjetivo en la vida. <br />
Quiero adelantar algunos límites y aclarar posibles confusiones del presente texto: cuando digo «psicoanálisis de la alucinación y el delirio» no me refiero a un dispositivo general que abarque e incluya a todos los aspectos del tratamiento con alucinados y delirantes, tales como la transferencia, los sueños y otros tantos; busco precisar, de manera muy puntual, la posición psicoanalítica más general ante los fenómenos alucinatorios y delirantes. Dentro de esta acotación, además, sólo trataré aspectos decisivos de la posición terapéutica ante tales fenómenos en general, por lo que dejaré sin tratar, o lo haré de manera lateral, otros asuntos de gran importancia, como la diferencia del abordaje terapéutico entre un episodio delirante aislado y un delirio crónico, o las diferencias en el tratamiento con delirantes en los diversos cuadros psicóticos, en los neuróticos, borderlines, etc.<br />
Finalmente, quiero hacer público aquí mi enorme agradecimiento a mi ex paciente P. Muchas de las ideas, reflexiones y precisiones que desarrollaré aquí me fueron expuestas directamente por ella, o bien las fuimos elaborando juntos a lo largo de su tratamiento. Para ella mi público reconocimiento como modo de ser y manifestar mi mayor agradecimiento y constante amistad. Gracias. <br />
<br />
Héctor Fenoglio.<br />
Buenos Aires, 2009.<i></i>Héctor Fenogliohttp://www.blogger.com/profile/11308550407688946357noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-1371955767668194433.post-68522891120867502172010-06-14T12:00:00.001-07:002010-06-14T12:00:59.736-07:00LA EXPERIENCIA PSICOTERAPÉUTICA<meta content="text/html; charset=utf-8" http-equiv="Content-Type"></meta><meta content="Word.Document" name="ProgId"></meta><meta content="Microsoft Word 11" name="Generator"></meta><meta content="Microsoft Word 11" name="Originator"></meta><link href="file:///C:%5CDOCUME%7E1%5CADMINI%7E1%5CCONFIG%7E1%5CTemp%5Cmsohtml1%5C01%5Cclip_filelist.xml" rel="File-List"></link><o:smarttagtype name="PersonName" namespaceuri="urn:schemas-microsoft-com:office:smarttags"></o:smarttagtype><style>
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<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><st1:personname productid="LA EXPERIENCIA PSICOTERAPUTICA" w:st="on">LA EXPERIENCIA PSICOTERAPÉUTICA</st1:personname><o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"> Héctor Fenoglio. Febrero 2009.<o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">Antes de abordar la manera de trabajo en los diferentes dispositivos terapéuticos de <st1:personname productid="La Puerta" w:st="on">LA PUERTA</st1:personname>, es necesario pensar lo que entendemos por <i>tratamiento psicoterapéutico</i> y por <i>cura</i>, y las diferencias que existen en el tratamiento con neuróticos y con psicóticos.<o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">¿En qué consiste un tratamiento psicoterapéutico? En el sentido más amplio, un tratamiento psicoterapéutico consiste en una <i>experiencia</i>.<o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">Por lo general, cuando decimos <i>experiencia</i> entendemos o hacemos referencia a la experiencia que realizamos con objetos y sucesos exteriores a nosotros, ajenos e independientes del experimentador; y cuando decimos <i>saber por experiencia</i> nos referimos al saber que obtenemos por esas vías. A esta experiencia se la denomina <i>empírica,</i> <i>sensible</i> u<i> objetiva</i>, y todo lo que podamos llegar a saber a partir de ella se dice que está basado en la experiencia y la observación. Muchos creen que la práctica clínica psicoanalítica es una experiencia de este tipo, lo cual es un despropósito. <o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">Hay otras maneras de concebir lo que es una experiencia. Nietzsche, en relación al proceder filosófico, dice lo siguiente: <i>Lo que un filósofo es, eso resulta difícil de aprender, pues no se puede enseñar: hay que «saberlo», por experiencia, — o se debe tener el orgullo de <u>no</u> saberlo. Pero que hoy todo el mundo habla de cosas con respecto a las cuales <u>no puede</u> tener experiencia alguna, eso es algo que se aplica ante todo y de la peor manera a los filósofos y a los estados de ánimo filosóficos</i><span style="font-size: 10pt;">.<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn1" name="_ftnref1" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[1]</span></span></span></a> </span>Cuando Nietzsche habla aquí de <i>saber por experiencia</i> no se refiere a la experiencia empírica antes señalada, sino a que en ciertos asuntos, para <i>llegar a saber,</i> es necesario que en cada uno hayan madurado las condiciones propias para acceder a dicho saber:<span style="font-size: 10pt;"> </span><i>De las cosas (entre ellas los libros) nadie puede comprender más de lo que ya sabe. Carecemos de oídos para las cosas a las cuales no nos han dado aún acceso los acontecimientos de la vida</i><span style="font-size: 10pt;">.<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn2" name="_ftnref2" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[2]</span></span></span></a> </span>A este tipo de experiencia la llamaremos <i>experiencia propia. <o:p></o:p></i></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">En la <i>experiencia objetiva</i> lo que se adquiere es información sobre el mundo, lo que no es poco, pero sí limitado y acotado a ese ámbito; en la <i>experiencia propia</i>, en cambio, lo fundamental no radica en la información objetiva sino en otro lado. Cuando decimos «hoy es un día frío» decimos algo relacionado con el estado del mundo, con lo objetivo; en cambio, cuando decimos «yo tengo frío» decimos algo referido al sujeto de la experiencia, con lo subjetivo. ¿A esta <i>experiencia subjetiva</i> es a la que se refiere Nietzsche?<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn3" name="_ftnref3" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 12pt;">[3]</span></span></span></a> De ninguna manera. <o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">Tanto la objetiva como la subjetiva son experiencias <i>relativas</i>; ambas se constituyen en relación a una realidad exterior y anterior a la misma experiencia: al objeto, en un caso, al sujeto, en el otro. Toda <i>experiencia relativa</i>, tanto subjetiva como objetiva, no puede alterar la realidad a la que se refiere y de la cual se sostiene, por la razón de que esa realidad siempre estará fuera de su alcance; es, en palabras de Kant, <i>trascendente</i> a la experiencia relativa. La <i>experiencia propia</i>, en cambio, es otro tipo de experiencia: no sólo no se funda en algo exterior a sí misma sino que, además, está más allá de la oposición entre objeto y sujeto; en ella los objetos preexistentes estallan y el sujeto nunca sale siendo el mismo que el que entró a la experiencia. La expresión idiomática <i>lo sé por experiencia </i>nos puede acercar bastante al sentido de la misma. A esta experiencia propia bien podemos definirla como <i>absoluta</i>, por el hecho de que ella <i>no es relativa</i> a nada exterior a sí misma.<o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">¿Qué tipo de experiencia es la psicoanalítica? No cabe duda que es una <i>experiencia propia</i>: lo que se busca y espera de un tratamiento psicoanalítico es justamente una transformación íntima decisiva en quien hace la experiencia, en el <i>sujeto de la experiencia</i><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn4" name="_ftnref4" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 12pt;">[4]</span></span></span></a>, es decir, en el paciente. Se supone que el psicoanalista, por su parte, no busca ni obtiene transformaciones íntimas importantes como resultado de su praxis, aunque haya ocasiones excepcionales en las que un tratamiento es desencadenante de procesos que modifican no sólo su praxis analítica sino también su posición personal en el mundo (discutiremos esto más adelante). La experiencia analítica, con sus rasgos de artificialidad, aun cuando en apariencia parece no consistir más que en hablar, en realidad consiste en el desarrollo de una <i>relación real y efectiva</i> entre paciente y analista, inmersa y parte, a su vez, de una inmensa red de multifacéticas relaciones en la que está contenida. A esta relación la denominamos <i>transferencia. </i>Las transformaciones íntimas pero reales que se pueden producir en el paciente, se producen porque participa activamente en esa relación real y efectiva con otra persona, con el terapeuta; relación viva, actual y tan real (y hasta <i>más real</i>) que la que tiene con su padre, madre o su pareja. Estos rasgos generales son los mismos para toda experiencia psicoterapéutica, tanto sea con neuróticos o psicóticos. <o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">¿Cómo se llega a establecer tal relación? Aquí comienzan las diferencias. En un caso, es el propio neurótico quien <i>demanda</i> o solicita una terapia. Lo hace, al menos, por dos razones. Una, porque esta padeciendo algunos hechos que le generan graves sufrimientos (impotencia sexual, constantes peleas con los otros, ideas obsesivas que lo abruman, etc.); otra, porque ha llegado a la conclusión que, de alguna manera, él no es ajeno sino que es el primer responsable de los problemas que padece. En este sentido, desde el psicoanálisis decimos que el paciente toma ha transformado a sus padecimientos en <i>síntomas,</i> es decir, productos que tienen un sentido dentro de un conflicto vital del que, para bien y para mal, él es el principal protagonista.<o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">Con el psicótico las cosas son diferentes. También él siente que padece de muchos problemas en su vida, pero por lo general los considera ajenos a su propia responsabilidad, haciéndole cargo de ellos a su familia, a los otros o al mundo en general; de allí que lo más común sea que la familia es quien consulta y traiga a tratamiento al paciente. No podemos aquí, por lo tanto, hablar de <i>síntoma </i>es sentido psicoanalítico.<o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">Todo lo dicho, sin embargo, es muy impreciso y sólo tiene un sentido muy general pues, en las neurosis, es frecuente tener que realizar un trabajo de poner en régimen el síntoma, es decir, lograr que el paciente dé a su padecimiento un sentido; como también es frecuente en las psicosis lo contrario, es decir, que el paciente signifique de muchas maneras, y a veces hasta por demás, sus padecimientos, y que se haga cargo de los mismos.<o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">A pesar de todas las diferencias, una tarea central de las <i>entrevistas iniciales</i> de una psicoterapia, tanto con neuróticos como con psicóticos, es establecer, de manera explícita y formal, el pedido o demanda de tratamiento. En esto no hay diferencias: todo el mundo tiene que establecerla de manera clara y formal, y en ella debe constar cuáles son los problemas que quiere resolver y cuáles los objetivos que anhela alcanzar. Sin esto no debería comenzar ningún tratamiento. Los neuróticos por lo general lo que buscan simplemente es desembarazarse de los síntomas, dejar de estar mal, volver a estar bien.<o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">La experiencia psicoterapéutica, entonces, tiene un objetivo y un sentido: <i>la cura</i>. Para el paciente neurótico, la cura consiste en desembarazarse de los problemas, en dejar, como se dice, de <i>estar mal y volver a estar bien</i>. Pero nosotros, como terapeutas, no tenemos el poder (por suerte) de desembarazarlos de sus problemas y listo. ¿En qué consiste, desde nuestro lado, la <i>experiencia de cura</i>? En la <i>experiencia de cura neurótica</i>, fundamentalmente en que el paciente <i>caiga en la cuenta, se da cuenta, le caiga la ficha, asume</i> o, según la expresión tradicional, <i>haga conciente</i> <u>algo</u> (un asunto, un hecho, una actitud, un recuerdo, etc.) del que no quiere saber nada. Este <i>hacer conciente</i>, más que un mero recordar algo olvidado o perdido, en realidad es un auténtico <i>reconocer</i> algo que hasta ese momento venía alejando de sí porque le resultaba doloroso e insoportable. Este alejar y mantener alejado de sí es una maniobra que el paciente no realizaba ya de manera deliberada y conciente sino que lo hacía mecánicamente, sin darse cuenta de ello, aunque ponía y perdía en ello muchísima energía y, de alguna manera, lo debía registrar; de igual manera, el reconocimiento de lo alejado y de la maniobra de alejamiento tampoco lo puede hacer de manera voluntaria o deliberada, por el contrario, ese reconocimiento siempre se hace a contrapelo de su voluntad, sin darse cuenta, tropezando o de manera sorpresiva. La tarea del terapeuta, entonces, es disponer las cosas de tal manera para que esas posibilidades se hagan reales; no es apelando a la buena voluntad del paciente ni a su búsqueda conciente, sino a ciertos caminos y encrucijadas en apariencia laterales, indiferentes, insospechados o invisibles de tan cercanos. El análisis de los sueños y la intervención sobre la transferencia son dos de esos caminos fundamentales.<o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">Este hacer conciente o reconocer lo reprimido no es posible sin la presencia del otro; esto es así porque, por un lado, librado a su propia suerte, aun cuando algo de lo insoportable alcance la conciencia, en el mismo instante se vuelve a tomar distancia de ello y es olvidado de inmediato; la presencia del otro, del terapeuta en este caso<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn5" name="_ftnref5" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 12pt;">[5]</span></span></span></a>, actúa así como <i>testigo</i> material y existencial que no deja caer en el olvido lo ocurrido. La relación con el terapeuta, por otro lado, es también el campo en el que se actualiza, de manera viva y real, las posturas e imposturas fundamentales del ser con otro de cada cual; por fuera de esa actualización efectiva nada puede transformarse, y toda referencia a la realidad sería teórica, pura representación<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn6" name="_ftnref6" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 12pt;">[6]</span></span></span></a>. <o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">El reconocimiento de lo reprimido genera un cambio en el <i>punto de vista</i> en que está ubicado el paciente, un verdadero reacomodamiento en toda su estructura personal-real. Este movimiento de pasaje de un punto de vista a otro es lo que denominamos que el paciente <i>dialectiza</i>, haciendo referencia a un movimiento dialéctico de <i>aufheben</i>, de negación, conservación y superación del primer estado en el segundo. Estos movimientos de cambio de punto de vista o <i>aufheben</i> van desde lo más cercano, lo que aparece de manera inmediata, hacia zonas que están fuera de la conciencia o de los intereses inmediatos, hacia los recuerdos y eventos de la infancia o adolescencia, a maneras mínimas pero decisivas de nuestro ser, a fantasías antiguas y perseverantes, etc. De esta manera se van como limpiando sectores, curando infecciones locales, resolviendo conflictos parciales, haciendo tratados de paz regionales, etc. En el transcurso de este trabajo llega un momento donde los síntomas por los que se había consultado desaparecen, y <i>ya no se está mal</i>. Se registra aquí, en este momento, un movimiento muy curioso: el paciente que <i>deja de estar</i> mal descubre que no solo puede no estarlo sino que ahora, si se lo propone, puede <i>estar realmente bien</i>. Este es un momento de viraje en el tratamiento de neuróticos. Muchos pueden llegar hasta aquí, hasta dejar de estar mal, y está bien. El tratamiento cumplió con sus objetivos. Pero otros vuelven a apostar o, mejor dicho, redoblan la apuesta, entreven otra posibilidad, se dan cuenta de que en realidad nunca estuvieron realmente bien y la apuesta, una apuesta <i>ahora posible</i>, es a <i>estar bien como nunca antes lo estuvieron en la vida</i>. Éstos enfilan hacia una experiencia terapéutica conocida como <i>fin de análisis</i>. Esta experiencia es, precisamente, el fin del psicoanálisis, en los dos sentidos de fin: uno, más allá de eso, o una vez atravesada esa experiencia, no hace falta más psicoterapia, finaliza la psicoterapia; otro, entendiendo fin como finalidad u objetivo de la psicoterapia, es que más allá de la terminación de la psicoterapia prosigue el psicoanálisis de cada uno, pero prosigue no ya dentro de una relación psicoterapéutica, sino en el entramado de las relaciones personales en el trabajo de construcción de hechos y realidades en el mundo.<o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">Cada psicoanalista debe trabajar en y desde el fin de análisis. En primer lugar, desde su propio fin de análisis (volvemos a la <i>experiencia propia</i>), pero también desde el fin de análisis de cada paciente, aún cuando el paciente se encuentre en la primer entrevista. Nunca sabemos hasta donde quiere, puede y va a llegar cada paciente; a cada uno se lo debe ver desde la mayor experiencia de plenitud y ser posible de su vida, nunca limitarlo a que solo deje de estar mal. El que deje de estar mal no es, en verdad, nuestro verdadero trabajo ni objetivo, eso es una consecuencia lateral e inevitable de hacer conciente lo inconciente; nuestro verdadero trabajo es acompañar y, si podemos, ayudar a que cada quien haga conciente en la mayor medida posible, despliegue el máximo de su ser y llegue a ser lo más real que pueda, es decir, a que llegue a estar realmente bien. <o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">La psicoterapia con psicóticos plantea grandes diferencias comparado con el tratamiento de neuróticos. La primera diferencia aparece de inmediato en la modalidad de la demanda y en el lugar que ocupa la familia en el tratamiento. Como ya dijimos, el pedido de tratamiento, por lo menos en la instancia inicial, por lo general no lo realiza el psicótico sino su entorno (familia, amigos, juez, etc.). El psicótico sufre de innumerables problemas, pero no los transforma en <i>síntomas</i> de algo que no funciona en su vida sobre lo que él tiene responsabilidad, sino que los adjudica a razones ajenas a él (a los demás, al mundo, al cielo, a la fisiología, etc.). Ante esto se plantea un trabajo similar que con el neurótico, de hacerse cargo de las cuestiones que debe y puede hacerse cargo, desde la demanda de tratamiento, pactos de convivencia con los demás, etc. Este aspecto incluye desde el inicio a la familia, que nunca deja de ser parte constitutiva del tratamiento; y junto con la familia toda la comunidad. La comunidad terapéutica pasa a ser el ámbito más propicio y natural del trabajo terapéutico sobre esta faceta más neurótica del psicótico; y esto es así porque la transferencia psicótica, a diferencia de la transferencia neurótica, implica que sea necesario la inclusión del Otro (excluido del discurso delirante) en vivo y directo, encarnado en personas, relaciones y reglas actuales y efectivas, no sólo experienciadas mentalmente. Las sesiones de psicoterapia individual, entonces, tienen su fundamente y eje no en la relación única con su terapeuta, sino en la relación transferencial institucional con toda la comunidad terapéutica. Es ésta en su conjunto la que ocupa el lugar del Otro en vivo y en directo, con todos sus recursos y dispositivos propios: asamblea, multifamiliar, etc. En la transferencia con psicóticos este lugar es muy difícil de sostener por un terapeuta solitario, y es imposible si lo quiere sostener desde su consultorio a la manera neurótica<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn7" name="_ftnref7" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 12pt;">[7]</span></span></span></a>. En relación al trabajo con esta faceta más neurótica podemos reconocer que es posible que el psicótico <i>dialectice</i>, es decir, que opere cambios de posición o puntos de vista al estilo del neurótico, pero siempre dentro de la manera psicótica, o sea, en vivo y directo. Es por ello que la familia y la comunidad, campo real donde el psicótico despliega los conflictos que el neurótico despliega en su discurso con el terapeuta (el Otro), deben estar incluida desde el inicio en el tratamiento. <o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">Pero, por otro lado, es necesario lo opuesto: que el psicótico y su familia tomen cabal conciencia que enfrentan hechos que escapan a su responsabilidad, ante los cuales, en lo inmediato, solo cabe buscar alguna manera de manejarse o convivir con ellos: fenómenos automáticos elementales motrices, sensibles o mentales; alucinaciones de diverso tipo, etc. Estos fenómenos, los más molestos y que generan mayor sufrimiento tanto al psicótico como a su familia, no <i>dialectizan</i>, es decir, no los podemos abordar de manera directa ni indirecta, de ellos no derivan asociaciones ni permiten asentar sentido alguno. Ante ellos la cura psicoterapéutica en lo inmediato se revela ineficaz e impotente, y sólo cabe recurrir a la terapia psicofarmacológica. Pero debe entenderse que esta impotencia e ineficacia sólo lo es en lo inmediato, puesto que el trabajo psicoterapéutico a mediano y largo plazo tiene efecto sobre ellos, a la manera de la psicoterapia clásica, es decir, como efecto secundario, como efecto asociado al trabajo constante de hacer conciente lo inconciente. La extensión, la profundidad y alcance de los cambios también son a la manera de la psicoterapia tradicional, varían en cada persona, son singulares, y dependen también del cuadro inicial. <o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">Esto nos lleva a la siguiente cuestión: la experiencia y posición (estructura) psicótica, ¿es un campo único y homogéneo como el de las neurosis? El plural de <i>Las</i> psicosis, ¿remite a diversos cuadros, como en las neurosis, o a diferentes estructuras? En las psicosis veo, por lo menos, tres grandes posiciones bien diferentes: por un lado las esquizofrenias (en sus distintas variantes), por otro la posición maníaco depresiva y, por último, las posiciones delirantes. Cada una de ellas plantea modalidades transferenciales diferentes como también problemáticas radicalmente distintas a la psicoterapia. Estas diferencias deberemos tratarlas por separado en otro momento<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn8" name="_ftnref8" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 12pt;">[8]</span></span></span></a>. En cuanto a las características comunes, una razón poderosa para considerarlas un campo único y homogéneo es, como ya señalamos, su posición subjetiva muy similar ante padecimientos muy diferentes, es decir, la de no considerar a sus padecimientos como <i>síntomas</i> de algo que no anda bien en sus vidas y de lo cual deben hacerse responsables. Como también ya señalamos, esta des-responsabilización no es injustificada (tratarlos así sería tratarlos como neuróticos), ya que son sede de fenómenos automáticos elementales que no generan interpelaciones a su vida, ni admiten, al menos inicialmente, abordaje psicoterapéutico directo; sin embargo, la psicoterapia también produce efectos sobre ellos, a la manera psicoanalítica más clásica, es decir, por efecto secundario del trabajo de hacer conciente lo inconciente. <o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><u>Agregado: La manera <i>directa</i> e <i>indirecta</i> de operar del psicoanálisis. <o:p></o:p></u></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"> Vale la pena desplegar con mayor detalle un aspecto de gran importancia en el proceso terapéutico y de cura que vengo señalando de la siguiente manera: la remisión de lo <i>síntomas<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn9" name="_ftnref9" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><b><span style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 12pt;">[9]</span></b></span></span></a> </i>no se produce ni alcanza por un ataque directo o frontal sobre los mismos, sino de <i>manera indirecta</i>, es decir, por un efecto secundario o asociado del trabajo de hacer conciente lo inconciente reprimido. <o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">A un hombre con trastornos de erección, jamás se nos ocurriría, como terapia psicoanalítica, indicarle maniobras tales como que mire videos porno, que se excite manualmente, que piense en otra cosa, que use alguna crema o, directamente, que pruebe con otra persona; no sólo porque esto nada tiene que ver con el psicoanálisis sino también porque, y aunque sea una ridiculez hay que recordarlo, al paciente ya se le ocurrieron y probó con esas y otras mil maniobras por el estilo, sin que le dieran el menor resultado. Por eso, justamente, consulta. Lo mismo sucede con todos los demás <i>síntomas</i>: rituales obsesivos, fobias, etc. <o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"> A la conciencia o a la subjetividad del paciente, el síntoma se le presenta como un «cuerpo extraño» que le provoca sufrimiento y constante malestar, ajeno a su ser, del que no puede entender cómo llegó a su vida ni qué relación tiene que él. Se le presenta, además, como enigmático y sin sentido, lo que en la tradición psicoanalítica se señala con la expresión «opacidad del <i>síntoma</i>»: no deja pasar la luz ni la refleja. <o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">Este es el asunto que quería destacar: a pesar de postular al síntoma como resultado del retorno de lo reprimido, como el último eslabón de una cadena asociativa que comienza en un complejo ideo-afectivo inconciente reprimido, no es posible, sin embargo, recorrer el camino inverso de manera directa, es decir, remontar el curso asociativo que le dio origen, partiendo ahora del síntoma hasta llegar al origen reprimido. De la superficie del síntoma no se producen asociaciones ni emerge ningún sentido, es un área de tierra estéril; es inútil tratar de entrar por él pues allí no hay puerta (de entrada al menos). Con esto quiero indicar que el <i>síntoma no dialectiza, </i>que esa fijeza, esa opacidad, esa repetición monocorde e idéntica no es sólo patrimonio de los <i>fenómenos automáticos elementales</i> propios de la psicosis. El síntoma, entonces, tampoco dialectiza de esa manera, es decir, de <i>manera directa</i>; pero sí lo hace de <i>manera indirecta</i>.<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn10" name="_ftnref10" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 12pt;">[10]</span></span></span></a><o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">¿Qué hacemos entonces? Entramos por la primera puerta que encontramos abierta, es decir, por cualquier punto del que emerjan o salgan asociaciones de manera espontánea o «libre», cualquiera sea el asunto, ocurrencia, recuerdo de que se trate; a esta disposición terapéutica de no elegir por donde entrar sino de estar atento a las puertas que se abren, la tradición analítica la llama «atención flotante».<o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"> La mayor parte del tiempo terapéutico transcurre en la persecución de estas asociaciones siempre en fuga, como quien remonta un gran río partiendo de un pequeño riacho perdido entre los cientos o miles que hay en el delta de su desembocadura en el mar, hacia el corazón de las tinieblas, hacia territorios antiguos y olvidados, como la primera infancia, o hacia zonas desconocidas y salvajes, como las pasiones más bajas e inconfesables. Verdadero trabajo de demolición por saturación: <i>pacientemente</i> va horadando la ladera de una montaña gigantesca hasta que los cimientos ceden y <i>caen</i> sobre él gigantescos volúmenes de sentido. Sucesivos a<i>ufheben</i>, reconocimientos parciales iluminadores y aliviantes; constantes y crecientes reconciliaciones consigo mismo. Hacia el final, hundimiento definitivo de <i>toda</i> la montaña más amada, emergencia de las angustias y miedos más atroces, de lo insoportable, aquello que nunca quisimos entrever y menos que menos enfrentar. Final de juego, <i>fin de análisis</i>.<o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"> El psicoanálisis no trabaja sobre el <i>síntoma</i> ni busca, de manera directa, su remisión; he aquí uno de los principios que está en la base de nuestra praxis y hace a su misma esencia. El trabajo directo sobre el síntoma es <i>sugestión,</i> lo que, por supuesto, no está prohibido y algunas veces puede alcanzar la remisión del síntoma; pero lo que jamás puede alcanzarse por esta vía es el reconocimiento de lo reprimido y la reconciliación consigo mismo, es decir, hacer conciente lo inconciente.<o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">Este trabajo, estrictamente psicoanalítico, se desarrolla de dos maneras complementarias: de manera <i>indirecta</i> y de manera <i>directa</i>. En los últimos párrafos lo que estamos destacando es la manera <i>indirecta</i>, la más clásica, la que apunta y trabaja sobre lo que usualmente se señala como lo “interior”, la que tiene en la interpretación de los sueños su modelo ejemplar y que, curiosamente, en los últimos decenios ha sido casi dejada de lado y su elaboración abandonada, como si fuese un asunto ya acabado. Podríamos decir que esta manera <i>indirecta</i> es un acceso o nos «da la posibilidad tratar lo real mediante lo simbólico»<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn11" name="_ftnref11" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 12pt;">[11]</span></span></span></a>.<o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">Por otro lado, no hay que confundir la <i>sugestión</i> con el trabajo psicoanalítico de imposición de c<i>ondiciones</i> e <i>indicaciones</i> terapéuticas, ni con las <i>intervenciones</i> en lo real de la transferencia; estas, a diferencia de las anteriores, son maneras <i>directas</i> que no operan sobre el síntoma ni se refieren a él, no trabajan sobre lo “interior” sino directamente en el tiempo y espacio real de la relación con el paciente, como decíamos antes «en vivo y en directo» (esta manera la hemos trabajado más arriba). Podríamos decir que esta manera <i>directa</i> es, a la inversa de la anterior, un acceso o nos da la posibilidad de tratar lo simbólico mediante real.<o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><br />
</div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;">***<o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">Dejemos la neurosis y volvamos a las psicosis. El delirio consiste en una experiencia no inmediata sino mediata de la realidad, en la que se establece un juicio<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn12" name="_ftnref12" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 12pt;">[12]</span></span></span></span></a> sobre experiencias inmediatas o directas, un juicio sobre la experiencia de la realidad, a la que impropiamente podríamos llamar “bruta”, que afirma o niega que las cosas sean de tal o cual modo<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn13" name="_ftnref13" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 12pt;">[13]</span></span></span></span></a>. Como la que realiza tal juicio es la propia conciencia, el delirio, a la inversa del <i>síntoma</i>, siempre es vivido como algo propio y se impone con la fuerza de lo propio. A la conciencia o a la subjetividad del paciente, entonces, el delirio no se le presenta como un «cuerpo extraño» que le provoca sufrimiento y constante malestar, como algo ajeno a su ser, del que no puede entender cómo llegó a su vida ni qué relación tiene que él; tampoco como algo enigmático y sin sentido; todo lo contrario, se le presenta pleno de sentido, como una y la misma cosa que el propio ser: <i>el psicótico ama a su delirio más que a sí mismo</i>. El trabajo con el delirio, entonces, a la inversa que con el síntoma, en primera instancia debería tratar de generar una <i>brecha</i> entre el delirante y su delirio, es decir, generar un interrogante en la <i>posición delirante</i> desde la cual emerge<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn14" name="_ftnref14" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 12pt;">[14]</span></span></span></a>.<o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">A mi entender, las tres diferentes posiciones psicóticas que señalé con anterioridad —las esquizofrenias, la maníaco-depresiva y las delirantes—, a pesar de las enormes diferencian que las separan, sostienen una <i>posición delirante primaria </i>común o compartida: la de no considerar a sus padecimientos como <i>síntomas</i> de algo que no anda bien en sus vidas y de lo cual deben hacerse responsables<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn15" name="_ftnref15" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 12pt;">[15]</span></span></span></a>. Esta des-responsabilización de la conciencia del psicótico se nos aparece como un intento de <i>negación</i> de su realidad, en la que siempre intervienen, con mayor o menor peso, sino ya un delirio hecho y derecho, al menos ideas o actitudes delirantes<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn16" name="_ftnref16" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 12pt;">[16]</span></span></span></a>. El trabajo psicoterapéutico sobre esta <i>actitud o posición delirante primaria</i> es, como dijimos, intentar abrir y establecer una <i>brecha</i> entre la idea delirante y la conciencia que la sostiene. Este trabajo es posible si el terapeuta se introduce e instala en el seno del <i>conflicto psicótico</i> que, ha diferencia del conflicto neurótico entre las <i>instancias psíquicas</i> del yo y el ello, se desarrolla entre las <i>instancias psíquicas</i> del yo y el mundo exterior<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn17" name="_ftnref17" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 12pt;">[17]</span></span></span></a>. Este trabajo de establecer de manera clara los parámetros del conflicto psicótico y trabajar sobre él es un buen ejemplo de lo que llamé la <i>manera directa</i> de operar del psicoanálisis<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn18" name="_ftnref18" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 12pt;">[18]</span></span></span></a>, manera que la el sentido común diría que trabaja sobre lo “exterior” o sobre la realidad exterior. <o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">Pero antes también ya señalé que esta des-responsabilización no es totalmente injustificada, dado que, en mayor o menor medida, todos los psicóticos padecen diversos «cuerpos extraños», desde fenómenos automáticos elementales, alteraciones del ánimo, hasta complejas alucinaciones, todos fenómenos que, finalmente, no sienten como propios ni tienen el menor sentido para ellos. Las alucinaciones, por ejemplo, al contrario del delirio, son un verdadero «cuerpo extraño». La alucinación, para quien la vive, consiste en una experiencia inmediata y directa de lo real: se escuchan voces, se ven personas, se tienen sensaciones corporales; todos estos hechos están ahí, “ante los ojos”, por lo que resulta imposible dudar de su existencia. En el testimonio de los alucinados no aparece la menor vacilación o ambigüedad, no dicen: <i>tuve la impresión de que..</i>, <i>me pareció que..,</i> <i>sentí que..;</i> por el contrario, dicen: <i>escucho voces</i>, <i>siento un huevo dentro de la cabeza</i>, etc. Sean agradables o desagradables, estos fenómenos se imponen a la conciencia alucinada como algo real, algo independiente y autónomo, algo ajeno a la conciencia, que meramente los recibe sin reconocerlos como productos propios, como sí lo hace con los recuerdos, las creaciones de su imaginación o los delirios.<o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><br />
</div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;">***<o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">Con estas observaciones lo que quiero destacar es que no hay, en las psicosis, una única y principal manera de estructurar el abordaje psicoterapéutico; siguen siendo fundamentales tanto lo que llamé <i>manera indirecta</i> como la <i>manera directa</i>. En cada uno de los dispositivos, por ejemplo, en la asamblea, en musicoterapia o en las sesiones individuales de psicoterapia, puede que se privilegie uno u otro camino, incluso puede que no se privilegie uno u otro camino por dispositivos sino en los diferentes momentos en un mismo dispositivo, etc. Hay que pensarlo y elaborarlo.<o:p></o:p></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;">Por último, creo importante que podamos en nuestro trabajo pensar un <i>destino de la pulsión</i> muy dificultoso de abordar; me refiero a la <i>sublimación</i>. <o:p></o:p></div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div><br />
<hr align="left" size="1" width="33%" /><div id="ftn1"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref1" name="_ftn1" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[1]</span></span></span></span></a> NIETZSCHE, F., <i>Más allá del bien y del mal</i>, Editorial Alianza, Madrid-Buenos Aires, 1993, pág.158. <o:p></o:p></div></div><div id="ftn2"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref2" name="_ftn2" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[2]</span></span></span></span></a> NIETZSCHE, F., <i>Ecce Homo</i>, Ediciones Siglo Veinte, Buenos Aires, págs. 49-50.<o:p></o:p></div></div><div id="ftn3"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref3" name="_ftn3" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[3]</span></span></span></span></a> No es nada raro que se tome al «perspectivismo» nietzscheano como un mero subjetivismo.<o:p></o:p></div></div><div id="ftn4"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref4" name="_ftn4" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[4]</span></span></span></span></a><span lang="PT-BR"> </span><i>Si hablamos de curación, vemos que la persona que cura, el médico, no considera al paciente sujeto de la curación, sino objeto. Así, el tratamiento se transforma, objetivamente, en puro calco del médico y no permite al enfermo ninguna posibilidad de expresarse subjetivamente. En este sentido nosotros decimos que la curación es una forma de control porque, desde el momento en que no hay expresión subjetiva por parte del enfermo, el tratamiento no genera otro resultado que la reproducción objetiva del juego del capital. Sucede lo mismo en la fábrica, donde el obrero se reproduce a través de su producto. Como el producto del trabajo del obrero es del patrón, de la misma manera el producto de la curación del enfermo pertenece al médico</i>. Franco Basaglia, <i>La condena de ser loco y probre. Alternativas al manicomio</i>, Ed.Topia, Bs.As, 2008.<o:p></o:p></div></div><div id="ftn5"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref5" name="_ftn5" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[5]</span></span></span></span></a><span lang="PT-BR"> </span><span lang="ES-AR">Esta función de <i>testigo</i> ha sido y sigue siendo ejercida por otras personas e instancias en nuestra como en otras culturas. <o:p></o:p></span></div></div><div id="ftn6"><div class="MsoNormal"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref6" name="_ftn6" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR" style="font-size: 10pt;"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[6]</span></span></span></span></a><span lang="PT-BR" style="font-size: 10pt;"> </span><span style="font-size: 10pt;">No se puede vencer <i>en esfingie/en abstencia</i> decía Freud.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoFootnoteText"><br />
</div></div><div id="ftn7"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref7" name="_ftn7" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[7]</span></span></span></span></a> En <st1:personname productid="La Puerta" w:st="on">LA PUERTA</st1:personname> este lugar lo venía cumpliendo y sosteniendo el Equipo de Atención.<o:p></o:p></div></div><div id="ftn8"><div class="MsoNormal"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref8" name="_ftn8" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR" style="font-size: 10pt;"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[8]</span></span></span></span></a><span style="font-size: 10pt;"> En mi escrito <st1:personname productid="La Tel←pata" w:st="on"><i>La Telépata</i></st1:personname>, <i>un psicoanálisis de la alucinación y el delirio</i>, mostré una manera de abordar los cuadros alucinatorios delirantes.<o:p></o:p></span></div></div><div id="ftn9"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref9" name="_ftn9" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[9]</span></span></span></span></a> Cuando hablo de <i>síntomas</i> doy por sentado que siempre me refiero a la neurosis. Teóricamente se los entiende como productos del retorno de lo reprimido, satisfacción sustituta, etc. Antes me he referido a lo que podemos llamar el lado “fenomenológico” de esto, es decir, a los índices clínicos efectivos que aparecen en la neurosis, diferentes a los que aparecen en las psicosis. Vale la pena aclarar que tomar estos índices como “productos del retorno de lo reprimido…” es una idea teórica, que podemos modificar o cambiar todo las veces que queramos; los índices clínicos, por el contrario, están allí, no son elaboraciones teóricas, son, a la sumo, interpretables de diferente manera, pero siguen siendo el cable a tierra. <o:p></o:p></div></div><div id="ftn10"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref10" name="_ftn10" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[10]</span></span></span></span></a> Utilizo las expresiones «manera <i>directa</i>» y «manera <i>indirecta</i>» porque, en primer lugar, me parecen bastante claras y gráficas; pero, además, con ellas retomo y continúo el pensamiento que Søren Kierkegaard desplegó en toda su obra sobre la <i>comunicación directa</i> y la <i>comunicación indirecta</i>, en especial en su libro <i>Mi Punto de Vista</i>. Faltan las palabras para transmitir el extraordinario valor de la obra de este pensador para muy diferentes ámbitos, en especial para el psicoanálisis.<o:p></o:p></div></div><div id="ftn11"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref11" name="_ftn11" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[11]</span></span></span></span></a><span lang="PT-BR"> </span>«¿Qué es una praxis? Me parece dudoso que este término pueda ser considerado impropio en lo que concierne al psicoanálisis en general. Es el término más amplio para designar una acción concertada por el hombre, sea cual fuere, que le da la posibilidad de tratar lo real mediante lo simbólico». J.Lacan, <i>Seminario XI</i>, pag.14.<o:p></o:p></div></div><div id="ftn12"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref12" name="_ftn12" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[12]</span></span></span></span></a> Sobre el juicio extractamos la siguientes definiciones: «JUICIO: De los numerosos significados que se han dado al término “juicio” examinaremos los siguientes: 1) Juicio es la afirmación o negación de algo (de un predicado) con respecto a algo (un sujeto); esta es propiamente la definición de la proposición pero puede extenderse también al juicio en cuanto término mental correlativo de la proposición. ...3) Juicio es una operación de nuestro espíritu en la que se contiene una proposición que es o no conforme a la verdad y según la cual se dice que el juicio es o no correcto. 4) Juicio es un producto mental enunciativo. 5) Juicio es un acto mental por medio del cual pensamos un enunciado». <i>Diccionario de Filosofía abreviado</i>, José Ferrater Mora, Edhasa-Sudamericana, Barcelona.<o:p></o:p></div></div><div id="ftn13"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref13" name="_ftn13" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[13]</span></span></span></span></a> Tal vez sea el reconocimiento de esta diferencia, que opone la inmediatez perceptual en la alucinación por un lado a la mediación del juicio que caracteriza al delirio por el otro, la que haya producido y siga produciendo la convicción tan extendida de que el delirio emerge como un intento posterior de explicación de los fenómenos alucinatorios previos, los que de otro modo quedarían inexplicados y requiriendo ser integrados a la corriente consciente de la vida. Esta postura, hasta donde puede averiguar, ya la encontramos en Clerambault y aún en Charcot. <o:p></o:p></div><div class="MsoFootnoteText"> No habría, sin embargo, que dar por buena rápidamente esta idea tan aceptada como extendida, pues no sólo la pone en dudas la observación al alcance de todos de que hay muchos estados delirantes sin fenómenos alucinatorios previos, sino también, y muy especialmente, abrirse a la posibilidad inversa, a la de que tal vez los fenómenos alucinatorios puedan, a su vez, ser producto de una estructura delirante. ¿Por qué, además, la explicación de la alucinación estaría condenada a ser delirante y no una explicación normal? Sobre estos y otros asuntos conexos, consultar mi texto <st1:personname productid="La Tel←pata" w:st="on"><i>La Telépata</i></st1:personname><i>, un psicoanálisis de la alucinación y del delirio</i>.<o:p></o:p></div></div><div id="ftn14"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref14" name="_ftn14" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[14]</span></span></span></span></a> Se plantea aquí, de nuevo, la confrontación con aquellas posiciones terapéuticas que indican “no tocar el delirio”. <o:p></o:p></div></div><div id="ftn15"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref15" name="_ftn15" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[15]</span></span></span></span></a> De allí la importancia nuclear que tiene, según veo, investigar la realidad del delirio en particular para entender la realidad de las psicosis en general. <o:p></o:p></div></div><div id="ftn16"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref16" name="_ftn16" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[16]</span></span></span></span></a> «La neurosis no niega la realidad; se limita a no querer saber nada de ella. La psicosis la niega e intenta sustituirla». S. Freud, <i>La pérdida de la realidad en la neurosis y en las psicosis. <o:p></o:p></i></div></div><div id="ftn17"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref17" name="_ftn17" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[17]</span></span></span></span></a> Qué diferencia existe entre la <i>instancia psíquica</i> «mundo exterior» y la <i>realidad</i> del «mundo exterior» es un tema que excede este escrito pero que cada psicoanalista tiene el deber de establecer.<o:p></o:p></div></div><div id="ftn18"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref18" name="_ftn18" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="PT-BR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[18]</span></span></span></span></a> En mi escrito <st1:personname productid="La Tel←pata" w:st="on"><i>La Telépata</i></st1:personname><i>, un psicoanálisis de la alucinación y el delirio</i> se describe con minuciosidad y extremo detalle el trabajo realizado sobre el conflicto psicótico en el cuadro alucinatorio delirante de la paciente P. <o:p></o:p></div><div class="MsoFootnoteText"><br />
</div></div></div>Héctor Fenogliohttp://www.blogger.com/profile/11308550407688946357noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-1371955767668194433.post-68915543967492595242010-06-14T11:54:00.001-07:002010-06-14T11:54:24.325-07:00LA COMUNIDAD TERAPÉUTICA.LA COMUNIDAD TERAPÉUTICA.<br />
Héctor Fenoglio. Enero 2009.<br />
<br />
Desde el inicio hay que dejar establecido lo siguiente: el eje sobre el que gira y el ámbito en que se desarrolla toda la actividad terapéutica de La Puerta es la Comunidad Terapéutica. Este es el dispositivo mayor que incluye al Hospital-Centro de Día como un dispositivo subordinado, junto a otros como el tratamiento farmacológico, la psicoterapia individual, el acompañamiento terapéutico, los encuentros multifamiliares y algunos más.<br />
¿Qué rasgos fundamentales definen al dispositivo Comunidad Terapéutica (CT)? Esta debería ser una de las principales tareas a encarar en el área de formación y elaboración durante 2009. En el Informe de la subcomisión de diseño del dispositivo terapéutico de las reuniones del 17 y 24 de Octubre de 2008, quedaron establecidas algunas pautas generales; allí decíamos, en relación al espíritu del trabajo terapéutico en La Puerta, que de ahora en más el abordaje grupal-institucional desplazará al abordaje que venimos desarrollando centrado en la relación individual profesional-paciente. <br />
Una característica fundamental de la CT es que instituye una comunidad real, una sociedad en miniatura constituida por un reducido número de miembros. Esta comunidad instaura y basa su accionar en un determinado modo de relación o lazo social. En su libro Comunidad de Locos W.R.Grimnson dice: Una estructura hospitalaria es una sociedad, o sea una estructura social en la que se desarrolla un proceso. Existen implícita o explícitamente en tal institución normas sobre el funcionamiento que están engarzadas en un sistema de valores (24-25). Y un poco más adelante dice: En una institución de comunidad terapéutica todo lo que se hace es terapéutico y todos los que lo hacen son terapeutas (68) El foco pasa a ser social y no individual (26) y la institución pasa a ser el sujeto de la experiencia (69) .<br />
Las experiencias más conocidas de CT en Argentina siempre se han desarrollado en instituciones con pacientes internados, esto significa que las experiencias se realizaron puertas adentro y estuvieron protagonizadas principalmente por los miembros de la comunidad hospitalaria: pacientes y profesionales de la salud. Nuestra comunidad terapéutica, en cambio, tiene la particularidad de que se realiza con pacientes ambulatorios, de allí el aditamento de Abierta o de Día. Entre estas dos posibilidades, entiendo que Abierta es la que mejor expresa nuestra práctica, no sólo porque su actividad se extiende y mantiene alerta las 24 horas del día, sino porque, además, incluye e integra de manera decisiva a la familia y a los allegados del paciente, la constante asistencia domiciliaria y telefónica, el fuerte apoyo en las funciones de acompañamiento, asistencia social y otras actividades realizadas en el ámbito social-comunitario, etc. Además, muchos ámbitos formales de La Puerta (talleres, cursos, etc.), sean terapéuticos o no, son abiertos a la comunidad y allí los pacientes participan sin distinción con el público en general; también muchas otras actividades sociales, recreativas, deportivas son abiertas a la comunidad, en las que, de manera premeditada y controlada, los pacientes participan, sin distinción alguna, con allegados, amigos, familiares y público en general. Por todo esto considero que Abierta expresa mejor la práctica que hoy desarrollamos en La Puerta.<br />
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***<br />
<br />
Todo lo anterior, aunque ilustra bastante bien nuestra práctica, queda sin embargo en una mera descripción externa de la misma, sin poner de manifiesto su esencia. ¿Cuáles son las notas internas que caracterizan nuestra praxis terapéutica con psicóticos? Creo que lo fundamental radica en la manera en que establecemos y desarrollamos la relación con los pacientes, con su núcleo familiar y sus allegados. No pocas veces nos han dicho que nuestra práctica se distingue de otras por su acento en el aspecto «humano», pero esto no aclara mucho pues, con toda seguridad, debe haber otros lugares donde también el acento en lo «humano» es relevante.<br />
¿Qué podemos decir nosotros, como profesionales de La Puerta, de nuestra disposición hacia los pacientes? Por lo general, los psicóticos se quejan de que sus opiniones y decisiones no son tenidas en cuenta y que su vida es manejada por sus familiares y profesiones tratantes; en otras palabras, de haber sido despojados de su posición de sujeto y reducidos a un estado de objeto: control y vigilancia constante, no respeto a su voluntad, objeto de maniobras violentas cuando no de encierro y de castigo . Muchos familiares y profesionales justifican esta conducta propia con la observación descalificante de que el paciente no tiene conciencia de enfermedad. La “no conciencia de enfermedad” o la no asunción plena de que está en problemas es, por supuesto, una situación bastante común; de todos modos, ello no justifica desconocer la voluntad del paciente, o no necesitar el consenso del paciente y/o su familia para llevar adelante las medidas terapéuticas que crea conveniente, cualquiera ellas sean . Considerar a esta necesidad de consenso como el punto de partida constitutivo y punto fundamental del trabajo terapéutico, es la única manera para que ese consenso sea, en principio, posible y, después, llegue a ser real . <br />
¿Cuál es, ante esta situación, nuestra actitud básica? Primero, respetar o bien restituir al paciente su posición de sujeto, devolverle la responsabilidad sobre sus actos y hacerle cargo de la totalidad de sus decisiones. Segundo: no mentir ni andarle con vueltas, no minimizar su situación ni crearle falsas expectativas, pero tampoco quitarle responsabilidad por su situación; hablarle de manera franca y clara, con el cuidado que requiere una persona que no está en la plenitud de sus facultades o que se encuentra en un estado alterado (como lo hacemos con alguien que está alcoholizado, drogado, accidentado, golpeado, muy enfermo, en estado de shock, etc.). Le reconocemos la validez de su denuncia y de su reclamo pero, así como apoyamos su percepción de que ha sido excluido de manera injusta y arbitraria del lazo social, le aclaramos que esta exclusión no consiste en no darle la razón en todo sino en no reconocerle su posición de sujeto. Con este reconocimiento, y con el ofrecimiento de la integración inmediata y plena a nuestra comunidad terapéutica abierta, sin otra condición que su pedido o su simple consentimiento, le requerimos su inclusión inmediata en un lazo social diferente y su pertenencia a una comunidad real y concreta que, aun siendo parte de la misma comunidad que lo excluyó, sin embargo la cuestiona y la combate por muchos motivos, entre otros, por haberlo excluido. De este modo, realmente le reconocemos su exclusión arbitraria del lazo social y, con la misma fuerza, le ofrecemos y requerimos su inmediata reinclusión en nuestra comunidad, por propia decisión . <br />
Todo esto puede sonar a pase de magia, sin embargo es una operación real y, en la mayoría de los casos, muy efectiva. Se trata, nada más ni nada menos, de tratarlo como una persona y, a la vez, de forzar a que nos trate de la misma manera. <br />
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***<br />
Para que el tratamiento pueda ser accesible al psicótico, es necesario que una brecha en la certeza de su delirio haga posible el trabajo de construcción de un mínimo lazo social. Esta brecha que el psicótico viene a reparar en el Centro, y que funda su demanda, es lo que el analista debe mantener abierto. Es precisamente esto lo que desencadena la estructura de transferencia… <br />
Esta transferencia no es neurótica. Al inicio de la transferencia neurótica no hay exclusión del lazo social, lo que hay, o mejor dicho, lo que desde su punto de vista el neurótico experimenta al inicio como situación de exclusión, es el no reconocimiento de su valor fálico dentro del lazo social; en la transferencia psicótica, en cambio, lo que se juega al inicio es la exclusión o la posible inclusión real en el lazo social, es decir, el reconocimiento efectivo o no de su posición de sujeto .<br />
Dicho de otra manera, lo que se juega en el momento inaugural en la transferencia psicótica es la posibilidad o no del re-alojamiento en el Otro. El Otro, como señala Lacan, está excluido del discurso delirante . Esta fórmula, la mayoría de las veces, es entendida al revés, como que El delirante está excluido del discurso del Otro, interpretación no sólo inaceptable sino sintomática, pues entendida así expresa, casi con exactitud, la esencia de la posición psicótica delirante. Aceptar que El delirante está excluido del discurso del Otro es aceptar dos cosas inaceptables: una, que el Otro se funda y vive en la mala fe (arbitrariedad), y la otra, que el psicótico es irresponsable como sujeto pues está en posición de objeto. <br />
Es notorio y registrable la arbitrariedad del Otro (la madre, el padre y otras figuras sustitutas) en lo empírico de la historia personal y familiar del psicótico, pero también es cierto que muchas otras veces esto no es notorio ni verificable. Lo mismo ocurre con la posición del psicótico: muchas veces registramos su verdadera buena fe y constatamos con tristeza que no puede enlazarse con la buena fe del entorno; pero en otras tantas registramos que su posición se basa en la simple y llana mala fe. De lo que no hay duda es que tanto la inclusión como la exclusión del Otro (sea del discurso delirante como de cualquier otro discurso) remiten respectivamente a la buena fe y a la mala fe; en ambos casos, lo que termina inclinando la balanza es la disposición del sujeto pues, en ambos casos, el Otro, a pesar de todas las desgracias en la historia personal y familiar, siempre está disponible de buena fe. Si no fuera así, no habría ni la más mínima posibilidad de tratamiento ni de recrear un lazo social nuevo en la vida del psicótico. <br />
La comunidad terapéutica encarna y ofrece esta buena fe. La CT se funda y basa su existencia y accionar en estos principios de inclusión; con la inclusión del paciente se incluyen, desde el vamos, también sus familiares y allegados que, de ahora en más, pasan a regularse con las normas de la comunidad terapéutica, tanto dentro del espacio físico de la institución como fuera de ella: en la casa donde vive el paciente, en las relaciones familiares, de amistad, etc. <br />
Esta relación-lazo social, este espacio social-institucional que instituimos entre todos (en los dos sentidos: tanto en el sentido de “hecho y determinado por nosotros” como en el sentido de “entre-medio de nosotros y que nos determina”) no existía, existe desde el momento en que consentimos en crearlo, y sigue existiendo solo si lo cuidamos y seguimos sosteniendo día a día . Este espacio-lazo intermedio, esta praxis que constituimos y nos constituye en lo que somos en ella, es real; es allí donde se desarrollan las experiencias de salud y enfermedad y no dentro de la cabeza o de una supuesta realidad psíquica, entendida como un mundo de representaciones o de puros significantes . Esto es así tanto en las psicosis como en las neurosis . Este real, espacio entre subjetivo y objetivo o, mejor dicho, reunión, reconciliación o, mejor aún, superación que contiene a ambos, no es una manera novedosa de entender la materialidad de nuestro ámbito y quehacer, por el contrario, ya ha sido señalado como tal, aunque con distintos nombres, por los más destacados referentes del psicoanálisis. <br />
<br />
***<br />
Que El Otro está excluido del discurso delirante quiere decir, en primer lugar, como ya vimos, que el delirante está excluido como sujeto, no reconocida su posición de sujeto. En primer lugar, y de manera muy especial, por él mismo. Lo primero que hay que hacer, entonces, es incluir al Otro en el discurso con el delirante, esto es, en la relación efectiva con el psicótico, haciéndolo partícipe de nuestra inclusión del Otro. <br />
Todos somos parte de la comunidad; el paciente no puede esperar ni pretender respeto hacia sí como sujeto si, por su parte, no respeta a los demás como tales, en primer lugar a sus familiares. Si el paciente no quiere tratarse, en ninguna de sus formas, el trabajó será con los familiares que están a su cargo, o con los allegados que están a su alrededor. Quiéralo o no, el psicótico ya tiene y mantiene con ellos una relación efectiva que no es del agrado de éstos; y éstos no saben ya qué hacer. Se trabajará con los otros del paciente para poder incluir al Otro, es decir, al tratamiento con profesionales o no profesionales (pueden ser otras figuras: sacerdotes, chamanes, líder reconocido, etc.). Esto puede llevar mucho tiempo, todo el tiempo que sea necesario, para generar una grieta en el discurso delirante o lograr meter una cuña en esa grieta . <br />
El trabajo sobre la grieta nos introduce de lleno en el tema del conflicto psicótico. Este conflicto no es intra-personal, es decir, no se desarrolla en el “interior” de la persona, ya fuese entre dos alternativas en que el paciente se debate, por ejemplo, entre sentir que se es atacado pero que tal vez no fuese así; ya fuese entre dos instancias, una consciente y otra inconsciente, por ejemplo, sentir una gran amenaza y angustia ante alguna situación pero sin reconocer un motivo real o imaginado. Por el contrario, la característica central del conflicto psicótico es que principalmente se da en y con la realidad exterior, es decir, en y con la realidad del lazo social efectivo con otros. Esta situación coincide con las famosa sentencia de Freud que dice: «la neurosis sería el resultado de un conflicto entre el “yo” y su “Ello”, y, en cambio, la psicosis, el desenlace análogo de tal perturbación de las relaciones entre “yo” y el mundo exterior» . <br />
Aceptar que no debemos operar por la fuerza no solo es aceptar nuestro límite, es algo mucho más importante: es constituir nuestro ser. Como profesionales podemos operar por la fuerza (internar, etc.), la ley nos ampara y, no solo eso, muchas veces hasta nos obliga a actuar así ; pero al hacerlo así caemos fuera del discurso-praxis psicoanalítico y nos ubicamos en otro discurso (de amo, de patrón, de matón), en el que ejercitamos un poder que no es el nuestro. Nuestra posición o discurso, por el contrario, consiste en aceptar, de manera gustosa y hasta amorosa, nuestra debilidad, o, mejor dicho, nuestra supuesta debilidad, puesto que, en realidad, es nuestra fuerza, nuestra verdadera fuerza, que proviene de esa debilidad, de la aceptación de ese límite, del respeto irrestricto a la posición de sujeto del otro. <br />
No se puede incluir de prepo al Otro en el discurso delirante. No se trata de ponernos en posición tal que hagamos imposible que el psicótico, o cualquier otro, nos engañe, nos perjudique (perjuicio) o nos dañe; simplemente se trata de que nosotros actuamos de buena fe y, aunque deseamos que el otro actúe de igual manera, también contamos con la posibilidad de que no sea así. Lo que sí requerimos al inicio para establecer el lazo social, es que nos comprometamos a actuar de buena fe; una vez aceptada esa condición, lo que el otro haga o deje de hacer cae bajo su propia responsabilidad. Y el otro tiene derecho a mentir y a engañar todo lo que quiera, pues mantener su compromiso depende de él y de nadie más. Sostener el mundo de la buena fe depende de la decisión de cada uno que participa en él, no es posible imponerlo por la fuerza ni por ningún otro medio que no sea la libre disposición de cada cual . <br />
<br />
***<br />
La comunidad terapéutica se expresa en dos órganos-dispositivos institucional- terapéuticos:<br />
a.- La asamblea y<br />
b.- la multifamiliar.<br />
Además, mantiene la cena mensual, un encuentro institucional y social.<br />
<br />
***<br />
Dos grandes diagnósticos: enfermedad/salud mental o discapacidad/condición diferente.<br />
Dos grandes objetivos: cura o rehabilitación. <br />
Una sola pregunta: ¿son enfoques excluyentes o complementarios?Héctor Fenogliohttp://www.blogger.com/profile/11308550407688946357noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-1371955767668194433.post-8228584556065611942010-06-14T11:53:00.000-07:002010-06-14T11:53:14.204-07:00FRANQUEZA PERFECTA El vínculo terapéutico con psicóticos<meta content="text/html; charset=utf-8" http-equiv="Content-Type"></meta><meta content="Word.Document" name="ProgId"></meta><meta content="Microsoft Word 11" name="Generator"></meta><meta content="Microsoft Word 11" name="Originator"></meta><link href="file:///C:%5CDOCUME%7E1%5CADMINI%7E1%5CCONFIG%7E1%5CTemp%5Cmsohtml1%5C01%5Cclip_filelist.xml" rel="File-List"></link><o:smarttagtype name="PersonName" namespaceuri="urn:schemas-microsoft-com:office:smarttags"></o:smarttagtype><style>
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<div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.45pt;"><b><i><span style="font-family: Garamond; font-size: 22pt;">FRANQUEZA PERFECTA</span></i></b><b><span style="font-family: Garamond; font-size: 22pt;"> <o:p></o:p></span></b></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.45pt;"><b><span style="font-family: Garamond; font-size: 18pt;">El vínculo terapéutico con psicóticos <o:p></o:p></span></b></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Por Héctor Fenoglio. 2009/2010 <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Recientemente he caído en la cuenta, con gran sorpresa para mí, de una característica que tiñe de manera decisiva toda mi relación terapéutica con psicóticos, a quienes vengo tratando, varias horas por día, desde hace más de 20 años. Esta característica no siempre estuvo, apareció hace unos 12 años y continúa hasta hoy. Antes venía trabajando de manera frecuente con niños y adultos psicóticos, pero esta característica no era parte de mi praxis terapéutica.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Digo “no estuvo siempre” o “apareció” porque la manera fue exactamente esa, quiero decir, no comencé a implementarla de forma deliberada y conciente, sino que simplemente se fue dando. Hasta hoy no fui conciente de ello, de allí mi gran sorpresa al darme cuenta de que durante muchos años vine haciendo algo, con gran gusto además, sin tener conciencia de ello. Y no sólo eso; lo que aumenta aún más mi desconcierto es que recién ahora registro que este asunto es central y decisivo en el tratamiento con psicóticos, a tal punto que me resulta muy difícil pensar una relación terapéutica con ellos que no la contemple. Esta característica, en apariencia intrascendente, cuestiona todo lo que venía pensando sobre el concepto de la relación psicoterapéutica psicoanalítica.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">¿Cuál es esta nota principal que caracteriza mi<i> relación terapéutica</i> con psicóticos? Es algo muy sencillo: antes de tener y de ser una <i>relación terapéutica</i>, yo tengo y desarrollo con ellos una <i>relación personal</i> <i>amistosa</i>. En algunos casos, además de ser paciente y terapeuta, directamente somos amigos. La relación terapéutica, entonces, se incluye en una relación personal que la contiene, relación ésta que, cuando la pienso, se me impone como previa, aunque veo que se va construyendo al mismo tiempo que la terapéutica. Con los pacientes neuróticos, en cambio, las cosas se dan de manera diferente; con ellos desarrollo, de una manera deliberada y muy cuidada, una relación terapéutica que podríamos llamar clásica, donde lo personal queda afuera. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">En muchas de nuestras relaciones mundanas (comerciales, laborales, vecinales, etc.) no se da ni es necesario que, en el seno de las mismas, se plantee una relación personal; tampoco exigen lo inverso, es decir, que lo personal no deba darse, tanto sea por dentro como por fuera de esas relaciones. Por otro lado, mantenemos a diario relaciones personales muy intensas e importantes, como la de padre-hijo, esposo-esposa, etc., que no tienen como objetivo lo terapéutico. En el ámbito que nos ocupa, en el vínculo terapéutico con psicóticos, las cosas se me plantean de otra manera a todas las anteriores. Para que una relación terapéutica con psicóticos sea posible, se me impone que debo entablar, de manera necesaria, una relación personal amistosa a la vez que terapéutica, mientras que con los neuróticos, a la inversa, también de manera casi necesaria, debo evitar la relación personal, pues de otro modo la terapéutica se volvería inviable. Podemos resumirlo así: mientras que con neuróticos la relación debe ser <i>puramente terapéutica</i>, con los psicóticos debe ser <i>personal terapéutica</i>.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">¿Cuándo y cómo una relación <i>terapéutica</i> es al mismo tiempo <i>personal </i>y cuando no? Con neuróticos la relación no es personal porque el eje por donde transcurre el devenir de un tratamiento no se instala en la relación efectiva-actual con la persona real del analista sino con su función, de la misma manera que con el médico, en tanto paciente, no se entabla un vínculo personal sino con su función profesional. Aun cuando el médico y el paciente sean amigos, en el momento y acto de la consulta la amistad queda de lado, y lo que prima es la relación médico-paciente. Las cosas cambian con el vínculo terapéutico con el psicótico. En este caso, para que la relación profesional-terapéutica sea posible, se me impone que debe estar enmarcada en una relación personal.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Si bien para el neurótico el analista puede ocupar el lugar del padre o de la madre, debe aclararse que lo ocupa de manera <i>simbólica</i>; para el psicótico, en cambio, el analista también ocupa ese lugar o función de manera <i>real.</i> Con los psicóticos, ambas esferas, la real y la simbólica, parecen unirse en una sola y misma cosa, mientras que con los neuróticos, ambos planos están nítidamente diferenciados y separados, y la relación terapéutica se desarrolla fundamentalmente en la esfera simbólica. En este punto hay que aclarar algo importante: ni los neuróticos ni los psicóticos confunden el lugar o función, tanto sea simbólica como real, con la realidad cotidiana; ninguno confunde su analista con su padre real. El padre de la realidad es el padre de familia, el padre jurídico; la función real de padre, en cambio, la pueden ejercer, de manera efectiva, diversas personas de la realidad; el lugar simbólico de padre, también lo pueden personificar diversas figuras e instancias de la realidad, pero no lo ejercen de manera real sino simbólica. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">No creo estar diciendo nada novedoso al reconocer que con los psicóticos se impone establecer una relación personal-terapéutica; a este hecho lo vienen señalando todos los terapeutas, trabajen o no con psicóticos, cuando reconocen que éstos son pacientes complejos y difíciles de atender, que no todo profesional soporta, porque requieren una gran disponibilidad y estar muy atentos a su evolución, porque no se los puede desatender en el intervalo de tiempo entre sesión y sesión, etc. Planteadas así las cosas, parecería que el trabajo con psicóticos exige un enorme sacrificio personal, pero no creo que sea así, al contrario, creo que es mucho más lo que se gana que lo que se pierde. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">I.- CON NEURÓTICOS<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">¿Por qué con los neuróticos no desarrollamos una relación personal durante el tratamiento<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn1" name="_ftnref1" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[1]</span></span></span></a> sino, además, nos preocupamos por evitarla? Veo dos caminos de abordaje a esta pregunta: el primero pone los reparos del lado del analista, centrados en la neutralidad y la abstinencia; el segundo los pone del lado del paciente, en la agresividad del neurótico. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 10pt;">A.- VIDA PERSONAL Y FUNCIÓN DE ANALISTA: NEUTRALIDAD Y ABSTINENCIA.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Desde esta posición se plantea que una relación personal con el paciente violaría los principios de neutralidad y abstinencia del analista. Considera que l</span><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond;">os aparejos simbólicos que hacen posible el despliegue de la transferencia y aseguran la marcha de la cura se sostienen de la <i>función</i> del analista y no de la <i>persona real </i>del analista<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn2" name="_ftnref2" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[2]</span></span></span></a>; y se afirma que lo decisivo de nuestra tarea se desarrolla y juega dentro de la sesión, y lo que hagamos o dejemos de hacer fuera de ella no altera ni afecta nuestro quehacer psicoanalítico ni es de incumbencia del paciente. Considero que esta posición está errada.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond;">Es innegable que para la instalación de la relación terapéutica, se la llame <i>transferencia, sujeto supuesto saber</i> o como se quiera, es necesario que el paciente coloque al analista en una posición de un <i>saber hacer</i> terapéutico que, en su imaginación, es equivalente o se corresponde con un <i>saber vivir</i> la vida personal. El hecho de adjudicarle al analista este supuesto saber hacer y saber vivir, como si fuera un verdadero ideal viviente, es algo puramente imaginario que, más para bien que para mal, acompaña y motoriza el pedido de tratamiento y va cayendo paulatinamente durante su desarrollo hasta que, al final de la cura, cae total y definitivamente. Teniendo en cuenta este hecho, el mantener una relación personal más o menos estrecha puede atentar, y por lo general atenta, contra el inicio y la continuidad del tratamiento. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond;">En oposición a esta prevención, también es necesario señalar los riesgos y peligros que pueden venir desde la otra parte, es decir, del lado de los psicoanalistas. Puede ocurrir que este velamiento de lo personal sea usado por el analista como una coartada perfecta para cubrir aspectos de su vida que, decididamente, entran en conflicto con el desempeño de su función. No resultaría extraño constatar que para algunos psicoanalistas resultaría bastante dificultoso seguir sosteniendo su función si sus pacientes conocieran un poco más de su vida personal. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoBodyTextIndent" style="margin-bottom: 7.2pt;"><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond;">¿Hay una separación absoluta entre la vida personal de un analista y el desempeño de su función? Creo que no. Para empezar, recordemos que Freud estableció que la principal condición para ser analista es haber realizado un extenso análisis. Y todo análisis es <i>personal</i>. Esto posibilita liquidar represiones y acceder a una nueva disposición deseante. No estoy planteando la exigencia de que el analista deba tener una vida impecable o deba ser el campeón que nunca traiciona su deseo; simplemente señalo que no se puede operar en función de liberar las represiones ajenas si al mismo tiempo, por ejemplo, se retrocede espantado y reprime los propios deseos o el de los seres queridos más cercanos. Muy a menudo se escuchan sesudas elucubraciones acerca de la manera exacta de cómo “ocupar el lugar de analista”, como si se tratara de algo simple, como ocupar el asiento en un colectivo o con quien sentarse en una cena, cuando en este asunto, como en cualquier otro de importancia en la vida, nadie puede ser otra cosa de lo que es. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoBodyTextIndent" style="margin-bottom: 7.2pt;"><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond;">Todo esto, que parece ser muy abstracto, tiene traducción directa en la vida cotidiana. Por ejemplo: ¿puede ser buen psicoanalista quien, por otro lado, cumple tareas policiales represivas o, directamente, es un torturador? Me dirán que esto es una exageración de ocurrencia imposible. Sin embargo ocurrió, hace muy poco tiempo y en un lugar muy cercano: el Dr. Lobo, mientras era un reconocido psicoanalista y ocupaba un alto cargo en los años 70 en <st1:personname productid="la Asociacin Psicoanal■tica" w:st="on"><st1:personname productid="la Asociacin" w:st="on">la Asociación</st1:personname> Psicoanalítica</st1:personname> de Río de Janeiro, Brasil, a la vez era un importante cuadro torturador de la dictadura brasileña. Pero no hace falta referirse a ejemplos tan extremos, pensemos posibilidades cercanas y cotidianas: ¿incide en su praxis terapéutica que un psicoanalista tenga como aspiración (y digo “aspiración”, no ya “mayor sueño”) llegar a tener una casa en Cariló y una lujosa camioneta 4x4? ¿Da lo mismo para su praxis que vea el mundo y viva la vida desde el cinismo posmoderno que desde las 20 verdades de la doctrina peronista? ¿Influye en su praxis que el analista la considere un simple medio de ganarse la vida, una praxis revolucionaria o un apostolado por la verdad?<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">En la tradición psicoanalítica estos asuntos han sido tratados dentro de los conceptos de <i>neutralidad</i> y <i>abstinencia</i>. </span><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond;">Por <i>neutralidad</i> usualmente se entiende la exigencia al analista de <i>abstenerse</i> de inculcar a los pacientes sus valores políticos, religiosos o morales, con la aclaración de que tal exigencia «no alude a la persona real del analista, sino a su función».<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn3" name="_ftnref3" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[3]</span></span></span></a> Planteada así, esta exigencia es doblemente inconveniente: primero porque es imposible de cumplir y, segundo, porque la separación entre la persona real del analista y su función no es algo tan sencillo y evidente como parece serlo, por ejemplo, en un dentista. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Digo que es imposible de cumplir porque dicha exigencia tal vez pueda observarse con las sugerencias más groseras y <i>explícitas</i>, pero ¿acaso no transmitimos cantidad de valores <i>de manera implícita</i>, en cómo vestimos, dónde atendemos, cuánto cobramos, etc.? Para colmo, estas otras maneras, mudas e invisibles, son mucho más eficaces y dañinas, pues pasan inadvertidas y sin mayor obstáculo las prevenciones del paciente más atento.</span><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn4" name="_ftnref4" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond;"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[4]</span></span></span></span></a><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond;"> </span><span style="font-family: Garamond;">Reducir la exigencia de neutralidad y abstinencia solo a lo expresado de manera directa y manifiesta por el analista es, a mi entender, algo ajeno y hasta opuesto al espíritu del psicoanálisis.<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn5" name="_ftnref5" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[5]</span></span></span></a> <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt;"><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond;"> No podemos ser neutrales. La idea y la exigencia de neutralidad ya son, por sí mismas, no neutrales. La pretensión de estar más allá de las ideologías es una ilusión pues, por más que nos obstinemos en negarlo, no podemos dejar de encarnar y transmitir una ideología, si por ideología entendemos no meramente un sistema consciente de representaciones (cosmovisión) sino una forma concreta de vivir.<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn6" name="_ftnref6" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[6]</span></span></span></a> La tarea, entonces, no consiste en alcanzar un grado superlativo de supuesta objetividad y neutralidad que esté más allá de toda duda y parcialidad, sino en que, aceptando que encarnamos posiciones diferentes a las de otros, podamos mantenernos abiertos en constante revisión, elaboración y decisión de nuestro propio lugar. Visto así, nada podrá evitar los conflictos y enfrentamiento que están inscriptos, cual destino irremediable, en el desarrollo de una y otra posición. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Algo similar ocurre con la indicación de <i>abstinencia</i> cuando ésta se basa y reduce a la separación tajante entre la <i>función</i> y la vida <i>personal</i> del analista, pues se sostiene más como un ritual obvio y sin alma, como ya establecido para siempre (como tantos otros: el uso del diván, el tiempo de sesión, etc.), que de una manera espontánea y creativa. Se ha llegado a tal punto de vaciamiento conceptual que la seriedad del psicoanalista y hasta del mismo psicoanálisis se identifica con la exactitud en la repetición meticulosa de estos ceremoniales externos y burocratizados, cuando en realidad gran parte de su realidad funciona exactamente en contra de la seriedad bien entendida, es decir, funciona como armadura protectora contra la angustia que emerge cuando el analista debe sostener su función no desde esos rituales sino desde su propia praxis deseante. </span><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond;"><o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond; font-size: 10pt;">B.- <st1:personname productid="LA AGRESIVIDAD DEL" w:st="on">LA AGRESIVIDAD DEL</st1:personname> NEURÓTICO. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond;">La segunda vía de abordaje a la pregunta sobre p</span><span style="font-family: Garamond;">or qué, como analistas, no sólo no desarrollamos una relación personal con los pacientes neuróticos sino, además, nos preocupamos por evitarla,</span><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond;"> recae del lado del paciente. Se funda en la presunción de que tanto el acceso a la información personal sobre el analista como el contacto social o personal frecuente por fuera de sesión, puede ofrecer y hasta disparar en el paciente la oportunidad de entorpecer o de hacer naufragar el desarrollo de un tratamiento. De ahí el empeño que la mayoría de los psicoanalistas ponemos en cuidar y sostener lo que llamamos <i>encuadre, </i>consistente en una serie de condiciones y pactos que enmarcan, podríamos decir “por fuera”, la relación y el trabajo terapéutico “por dentro”: intimidades personales y familiares del analista, sus gustos personales, los horarios del tratamiento, los honorarios, la forma de pago, proceder ante las suspensiones, vacaciones, etc.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond;">La función del encuadre es propiciar que toda aquella producción que el paciente busca dejar por fuera del tratamiento (comentarios al margen, faltas a sesión, llegadas tarde, problemas con el pago de honorarios, etc.) sea incorporada y tomada por el trabajo analítico como una producción más del inconsciente. Es muy común que los pacientes transgredan o busquen transgredir los pactos y condiciones establecidas de común acuerdo y que, para hacerlo, recurran a artilugios y maniobras que, después, les resultan muy arduos de reconocer. Faltar a sesión para evitar pagar y así ahorrar el dinero de las mismas, llegar tarde a la sesión como forma de venganza por un enojo con el analista o por simple fiaca, etc., son maniobras habituales que el paciente cree manejar a su antojo y voluntad cuando, en realidad, es manejado por motivaciones inconscientes o ha sido tomado por intensas reacciones pasionales que son necesarias y posibles de analizar. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond;">El objetivo, entonces, es sustraer estos actos y producciones del plano cotidiano y mundano, evitar que queden dentro de la relación personal actual con la persona del profesional, y permitir que se incorporen a la esfera del tratamiento, es decir, a la relación terapéutica. La insistencia en mantener todas estas producciones dentro del ámbito mundano y de la relación personal es propio de la neurosis, así como la reticencia de tomar sus propios actos y ocurrencias como <i>síntomas,</i> tanto como considerar ajenos a sí mismo también los <i>síntomas</i> de los que padece pero de los que no quiere saber nada, salvo desembarazarse de ellos lo más rápido posible y con el menor esfuerzo. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond;">En el mismo sentido funciona la regla de <i>abstinencia</i> por parte del analista. Como ya vimos, la exigencia de abstenerse de inculcar a los pacientes sus valores políticos, religiosos o morales es, desde el punto de vista práctico, un ideal impracticable, y desde el punto de vista teórico, una estafa, puesto que con ello se postula como ideal una <i>neutralidad</i> a todas luces engañosa y falsa. La abstinencia del analista de dar a sus pacientes consejos sobre el buen vivir no se basa en que él no está, al respecto, en mejor posición que el común de los mortales; tampoco en reconocer, como lo hace la sabiduría popular, que los consejos, aún los mejores, están hechos para no seguirse; menos aún porque </span><span style="font-family: Garamond;">nos ubiquemos en un lugar de pureza que huye espantado del adoctrinamiento ideológico, de los pacientes o de quien sea, pues está a la vista que de nuestra parte, como lo vimos, no estamos ni podemos quedar libres de todo pecado de adoctrinamiento y, por parte de los pacientes, o saben defenderse bastante bien o, también, quieren ser adoctrinados. </span><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond;"> <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond;"> La razón profunda de la regla de abstinencia analítica, en realidad, radica en otro lado, en la posible incitación a la reacción agresiva del paciente: <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">¿<i>Qué preocupación —</i>pregunta Lacan<i>— condiciona pues, la actitud del analista?<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn7" name="_ftnref7" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><b><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[7]</span></b></span></span></a> <o:p></o:p></i></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Y contesta:<i> Queremos evitar una emboscada</i>…; <i>es la reacción hostil la que guía nuestra prudencia y la que inspiraba ya a Freud su puesta en guardia contra toda tentación de jugar al profeta. Sólo los santos</i> <i>están lo bastante desprendidos de la más profunda de las pasiones comunes para evitar los contragolpes agresivos de la caridad</i>. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><i><span style="font-family: Garamond;">Los resortes de agresividad —</span></i><span style="font-family: Garamond;">termina afirmando<i>— deciden de las razones que motivan la técnica del análisis.</i><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn8" name="_ftnref8" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[8]</span></span></span></a><o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Es, entonces, la reacción hostil del paciente la que guía nuestra prudencia, reacción hostil que espera, siempre lista y agazapada entre los pliegues de la ambivalencia afectiva, el momento oportuno de hincar el diente; hostilidad de mil caras, que bien puede expresarse en el reproche que nos hace culpables de que, por seguir nuestro consejo, todo resultó un fracaso; en el orgullo herido de no ser él quien decide sus cuestiones; o en la emboscada ladina y taimada de, primero, ponerse sin reparos en posición de objeto para, después, levantarse desde la humillación simulada, reclamando agriamente haber sido atropellado en sus derechos y desconocido como sujeto adulto y libre.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">¿Desde qué abismos insondables emerge esta reacción hostil? Emerge, al menos, desde dos vertientes que hunden sus raíces en las más profundas grietas inconscientes: por un lado, del inveterado amor propio y la adoración del brillo fálico como forma de ser y, por otro, del uso consuetudinario de la represión como medio de evitar los conflictos. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">a).- En relación a la primera vertiente, dice Lacan, «<i>Lo que aparece aquí como reivindicación orgullosa del sufrimiento mostrará su rostro —y a veces en un momento bastante decisivo para entrar en esa “reacción terapéutica negativa” que retuvo la atención de Freud— bajo la forma de esa resistencia del amor propio…<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn9" name="_ftnref9" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><b><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[9]</span></b></span></span></a><o:p></o:p></i></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">¿Por qué, ante nuestra intención de hacer un bien, ante nuestra ayuda “desinteresada”, el paciente siempre nos devolverá, casi segura e inevitablemente, la más furibunda de las rabias, acuñada con la esfinge del resentimiento? No sólo hay que contar con la reacción hostil del paciente, también debe entrar en la cuenta nuestro propio aporte: nuestra caridad y desinterés, en realidad, son moneda falsa. Es que como terapeutas, nosotros también estamos en la búsqueda de algo, inconfesable o no: dinero, prestigio, conocimiento, sabiduría o salud, no siempre ni necesariamente disfrazados, por supuesto, de caridad y desinterés.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">La emboscada que Lacan quiere evitarle al analista, entonces, más que el tropiezo propio del incauto, es la celada propia del estafado, en la que nunca se cae por inocencia sino por codicia. Como bien lo reconoce Lacan, <i>Sólo los santos</i> <i>están lo bastante desprendidos de la más profunda de las pasiones comunes para evitar los contragolpes agresivos de la caridad</i>. Es que los pacientes serán locos pero no son tontos, y detectan muy rápido y muy bien las imposturas de los terapeutas. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">b).- En cuanto a la segunda vertiente desde donde emerge la agresividad del paciente, es decir, la recurrencia constante al mecanismo de la represión, Freud decía que, ante un conflicto insoportable con la realidad, el psicótico directamente la sustituye por otra (alucinatoria, delirante, etc.), mientras que el neurótico simplemente no quiere saber nada con ella. A esta maniobra neurótica, Freud la llamó <i>represión</i>; nosotros, desde el lenguaje cotidiano, le decimos <i>zafar</i>. La actitud central del neurótico es <i>zafar</i> de los conflictos o, como dicen comúnmente, <i>taparlos,</i> no enfrentarlos ni resolverlos sino <i>patearlos para adelante</i>.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Por eso, el proceso de cura del neurótico justamente consiste en el progresivo <i>reconocimiento</i> por su parte de, al menos, dos asuntos: uno, que en vez de enfrentar y resolver los conflictos, lo que viene haciendo es <i>reprimirlos </i>(“no hacerse cargo”, “des-conocerlos”, “negarlos”, “no asumirlos”, etc.); y el otro, que debe aceptar y “reconciliarse” con aquellos asuntos originarios de los que, en su momento, no quiso saber nada, es decir, que reprimió. Éstos, por lo común, son deseos que el neurótico no hubiera querido tener o decisiones que nunca hubiera querido enfrentar, tanto como no quiere tener ni tomar ahora pues, por una u otra razón, le causan bochorno, culpa (dolor moral), lo hacen sentirse inferior, le hacen ver que no es querido o, peor, que es despreciado, dejado de lado y que otro ocupa su legítimo lugar, etc. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">El motivo de porqué reprime estas realidades es porque le llegan a resultar insoportables. Pero, más allá de los motivos de por qué el neurótico reprimió, lo notorio es que éste mecanismo considera que uno, por decisión voluntaria y conciente, puede decidir y manejar a su propio antojo su vida pasional, decidir <i>a piaccere</i> lo que acepta y lo que rechaza de lo que siente y le pasa dentro de sí. Esta forma de plantarse ante el mundo y ante los otros, es lo que yo identifico con el nombre de <i>posición fálica</i>. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoFootnoteText" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">El acto de <i>reconocimiento</i> significa y contiene al menos dos realidades. En primer lugar, señala la acción neutra de volver a conocer algo. Ésta implica tres momentos diferentes: primero, el tiempo en el que se sabía; al final, el tiempo actual, en el que se vuelve a saber; y entre ambos, un tiempo intermedio, en el que no se sabía lo que se sabía al principio y que al final volvemos a saber. Nada se dice aquí del mecanismo, proceso o motivo de por qué se dejó de saber ni por qué se volvió a saber, tampoco si el nuevo saber es igual al anterior o contiene algo más, etc. En segundo lugar, <i>reconocimiento</i><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn10" name="_ftnref10" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[10]</span></span></span></a> indica el dejar de realizar la acción que se venía ejecutando de manera constante, consistente en no aceptar, en no querer saber nada, en dejar afuera, en des-conocer lo sabido, asunto que, por el acto de reconocimiento, se vuelve a acoger como saber propio. Aquí se supone que, en el tiempo intermedio, aunque a lo desconocido no se lo sabía, de alguna forma se lo presentía, aunque sea en la mera y simple acción de no querer saberlo.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Uno aspecto esencial de la vida neurótica, entonces, consiste en esa tensión constante entre eso no aceptado por uno, porque no le viene bien y de lo que no quiere saber nada, y el permanente empuje de eso, que uno mantiene lo más alejado posible, por volver a ser reconocido y aceptado por uno. O sea, una guerra permanente y despiadada entre uno y eso, uno tratando de liquidar definitivamente eso y eso tratando de retornar a cualquier costo y por cualquier medio, utilizando las recursos más impensados e imprevisibles para uno. Hay, en toda esta guerra, una característica que le da su sello propio: uno siente los temores y temblores propios de la guerra, pero no sabe que está en guerra, no es conciente de ella, es como si no existiese; la guerra es secreta, soterrada, uno no divisa a eso frente a frente, al contrario, en la superficie visible de su vida sólo se manifiestan los resultados del combate: los territorios conquistados (síntomas corporales), las vías de comunicación cortadas (olvidos), los mensajes cifrados que eso logra sabotear y filtrar (lapsus, sueños), la escasez de alimentos, el desánimo, la falta de ganas de encarar la vida, la angustia constante de que todo puede ir de mal en peor hasta terminar en una catástrofe, etc.. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">No resulta raro, entonces, que uno, cada vez más y más, se vaya transformando en un ser desconfiado, en alerta constante, siempre a la defensiva y listo para el contraataque, en una especie de maestro de la simulación y del engaño; todo lo que uno hace y dice ha sido previamente calculado y premeditado, todo tiene una intencionalidad, un propósito oculto e inconfesable.<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn11" name="_ftnref11" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[11]</span></span></span></a><o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">II.- CON PSICÓTICOS<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">La pregunta de la que partimos, sin embargo, no preguntaba si con los neuróticos era posible la separación tajante entre lo terapéutico y lo personal, sino por qué con los psicóticos debería plantearse, antes que la relación terapéutica, una relación personal amistosa.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond; font-size: 10pt;">A.- AMABILIDAD - AGRESIVIDAD</span><span style="font-family: Garamond;">. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">¿Qué quiero decir con <i>amistosa</i>? La palabra “amigo” está en el campo semántico de “amar”; originariamente significa “persona a quien se ama”. Más que referirme a la relación amistosa en sí, lo que quiero transmitir es mi experiencia en ese tipo de relación, lo que yo siento y, en especial, lo que ella me trae de benéfico.<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn12" name="_ftnref12" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[12]</span></span></span></a> Por una relación personal amistosa entiendo aquella en la que no está en juego, de manera central, ningún interés mundano, material o no, donde ninguno tiene que cuidarse de nada ni mantener las formas, es decir, donde se puede reposar tranquilo con la seguridad de que, del otro lado, no va aparecer ninguna agresión, competencia o descalificación; una relación en la que, aun cuando haya críticas y reprimendas severas, éstas siempre son de buena leche; en la que se puede bajar la guardia y mostrar la hilacha, las debilidades, las torpezas, las fallas, los defectos, incluso lo más feo y bajo que tengamos, pues tenemos la certeza (o casi) de que seremos cuidados y no condenados, escuchados y no juzgados, etc. No es ésta, por cierto, la respuesta que esperamos encontrar en la mayoría de las relaciones que establecemos a diario, más bien todo lo contrario; y como terapeutas, si de algo estamos alertados, es de no esperar encontrarla en nuestra relación con neuróticos.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">No ocurre lo mismo con los psicóticos; con ellos, por el contrario, la relación personal amistosa fluye desde un inicio con toda naturalidad, y no precisamente por nuestra actitud, sino por la de ellos. Esto es notorio principalmente con los psicóticos estabilizados; en ellos no encontramos esa hostilidad que encontramos en los neuróticos, como tampoco el estado de beligerancia y competencia perpetua propio del neurótico, tanto sea en la tensión y pelea interna, como en el recelo y cálculo hacia afuera.<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn13" name="_ftnref13" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[13]</span></span></span></a> <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">He dicho que la agresividad del neurótico emerge, al menos, desde dos vertientes principales: por un lado, de un inveterado amor propio<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn14" name="_ftnref14" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[14]</span></span></span></a> y una adoración del brillo fálico y, por otro, del uso consuetudinario de la represión como medio de evitar los conflictos. El psicótico, en cambio, en estos asuntos, nos sorprende: no encontramos en él ninguna de esas dos vertientes de la agresividad neurótica. El psicótico no participa (sea porque les es ajeno o porque es excluido) de la competencia para ver quien brilla más, tan común en el universo neurótico. Tampoco participa de la carrera del amor propio, todo lo contrario; al respecto se encuentra en una posición de extrema desventaja, desvalido y sin defensas ante la agresividad propia de la “lucha por la vida” que despliega con tanta naturalidad y orgullo el neurótico.<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn15" name="_ftnref15" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[15]</span></span></span></a> A tal punto esto es así, que la constatación de la presencia de esta extrema dificultad, o lisa y llana imposibilidad, de defensa personal ante la agresividad neurótica, es un índice a tener muy en cuenta en el diagnóstico diferencial. Por esta conducta, es común que el neurótico lo considere un “tonto”. Podemos decir con seguridad que el psicótico no participa de esa forma neurótica de plantarse ante el mundo que yo identifico con el nombre de <i>posición fálica</i>. Esta forma de plantarse, de decidir y manejar a su antojo la vida pasional, o sea, lo que acepta y lo que no acepta de lo que siente y de lo que le pasa en la vida, de sus sentimientos hacia sí y hacia otros, es la condición de posibilidad y la esencia misma de la represión. El psicótico, en cambio, no reprime, no puede reprimir, “no le sale”, ni siquiera entiende esa forma de ser en el mundo; a él las cosas le suceden y le resulta casi imposible tomar distancia de ellas, le resulta impensable mentir sobre eso, simular otra cosa, etc. En estas cosas se maneja con una ingenuidad que sorprende y asombra al neurótico; una razón más, entonces, para que lo considere “tonto”. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6pt; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Garamond;">El pisicótico mantiene con la verdad un contacto muy diferente al común de los mortales, mucho más estrecho, casi físico, a tal punto que no puede evitar toparse y tropezarse continuamente con ella. El neurótico, en cambio, vive difiriendo su encuentro con la verdad, vive zafando; la reacción que más lo define es la cínica pregunta de quien busca relativizar y desentenderse de asunto que quema: «¿Qué es la verdad?».<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn16" name="_ftnref16" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[16]</span></span></span></a> <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6pt; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Garamond;">¿Cuál debe ser la esencia del vínculo terapéutico con el psicótico? No puede ser la misma que ante el neurótico. Hace 200 años, Hegel planteaba la siguiente indicación: <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6pt; text-indent: 35.4pt;"><i><span style="font-family: Garamond;">Importa, ante todo, ganar la confianza del enfermo, cosa que es factible, porque los alienados son todavía seres morales. El medio más seguro para obtener esta confianza, consiste en observar con ellos una franqueza perfecta, sin que esta franqueza degenere en un ataque directo contra la representación que constituye su locura.<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn17" name="_ftnref17" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><b><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[17]</span></b></span></span></a></span></i><span style="font-family: Garamond;"><o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Esta <i>franqueza perfecta</i> es, a mi entender, la posición y actitud exacta del psicoanalista ante el psicótico. No es algo tan fácil de entender, y menos aún de practicar. ¿Cuál es la posición más usual ante el psicótico, tanto de los profesionales como de los familiares? Es una mezcla de descalificación y paternalismo. Sobre la base del prejuicio de que no está en condiciones de decidir sobre su vida ni de valerse por sí mismo, debido a una supuesta debilidad o déficit producto de su enfermedad, el psicótico es despojado de su lugar de persona, es destituido como sujeto: «lo hacemos por tu bien». A partir de allí, son los otros los que pasan a decidir y manejar su vida, y sus deseos y decisiones ya no son tenidos en cuenta, ni siquiera de la manera en que se hace con los chicos. Desde ese lugar en que se pone el Otro destituyente, es imposible cualquier franqueza, por la sencilla razón de que frente a sí no reconoce a un sujeto ni se dirige a una persona. Desde ese lugar, entonces, lo más común es que, bajo la excusa de ser claros y directos, la pretendida franqueza <i>degenere</i> casi de inmediato en un ataque frontal contra la representación que constituye la locura del psicótico, contra su delirio, su alucinación, etc.; ni se le respete ni otorgue el derecho a tener su propio punto de vista, por ser loco y alienado, a pesar de que respetar no implica aprobar ni estar de acuerdo, y nada impide dejar en claro los desacuerdos que tengamos con él.<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn18" name="_ftnref18" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[18]</span></span></span></a> No es nada raro, entonces, que desde esta posición jamás se logre ganar la confianza del psicótico, sino que ocurra todo lo contrario.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">La <i>franqueza perfecta</i> implica el respeto pleno y absoluto del punto de vista del psicótico (como de cualquier otro), y el abandono definitivo de la posición de supremacía exclusiva que nuestra cultura otorga al punto de vista del adulto normal medio asimilado a sus normas y valores. Alcanzar esta posición no es algo tan fácil como en principio parece, pues implica poder dejar en suspenso o, directamente, <i>suspender todo juicio</i> sobre normas y valores en el transcurso real y práctico de nuestra vida<span class="MsoFootnoteReference"> </span>.<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn19" name="_ftnref19" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[19]</span></span></span></a> Resulta claro, para quien quiere ver, que el contacto cotidiano entre los hombres en nuestra sociedad se rige por una franqueza a medias, muy propia y típica de la neurosis.<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn20" name="_ftnref20" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[20]</span></span></span></a> Solamente desde la <i>franqueza perfecta</i> es posible entrar en contacto verdadero con cualquier persona; pero con los psicóticos, ésta es, simplemente, la única manera de hacer contacto con ellos. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6pt; text-indent: 35.4pt;"><i><span style="font-family: Garamond;">Después de haber ganado la confianza del enfermo –</span></i><span style="font-family: Garamond;">continua Hegel<i>–, hay que conquistar una justa autoridad sobre él evocando en él el sentimiento de lo noble y lo verdadero. Los alienados conocen su debilidad espiritual y su estado de dependencia frente al hombre razonable. Este puede hacerse respetar por ellos. El loco, aprendiendo a respetar al que le cuida, adquiere la facultad de dejar aparte su estado subjetivo, que está en colisión con la realidad objetiva.<o:p></o:p></i></span></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR" style="font-family: Garamond;">¿Con qué derecho, con qué <i>justa autoridad</i> nos proponemos, ante el psicótico, como su terapeuta, su curador o su cuidador?<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn21" name="_ftnref21" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[21]</span></span></span></a> ¿Qué legitima, ante el psicótico, nuestra práctica terapéutica con él? ¿Un título universitario, un lugar y una función social reconocida, acaso los libros de Freud o Lacan? ¿Por qué debería él dejarse cuidar por nosotros? ¿Necesita ser cuidado? ¿Quiere ser cuidado? ¿Pide ser cuidado? ¿Qué cuidados y qué ayuda pide?<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Lo más común es ver que los profesionales, antes de escucharlo, <i>ya saben</i> lo que el psicótico necesita; y lo saben no sólo antes de que él lo pida, sino –algo mucho peor- sin que él jamás lo pida. De esta manera, de más está decirlo, nunca se conquistará una <i>justa autoridad</i> ante el psicótico ni ante nadie. Podemos justificarnos diciendo que el ser terapeuta es nuestro trabajo, que de eso vivimos; pero si bien puede que tengamos el derecho de trabajar de lo que querramos, esto no nos da, sin embargo, la <i>justa autoridad </i>de hacer de terapeuta, ni ante el psicótico ni ante nadie.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Es común, también, justificarnos bajo la razón de que nosotros tan sólo buscamos ayudar a alguien que sufre. Pero, ¿el psicótico sufre? ¿Cómo lo sabemos? ¿Acaso nos lo dijo él mismo, o es una mera presunción nuestra, un puro prejuicio nuestro? ¿Él nos pidió, directamente, ayuda para aliviar su sufrimiento?<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Justificar nuestra práctica terapéutica por la supuesta ayuda al sufrimiento ajeno, la cual está presentada, además, como una acción de innegable generosidad, es un acto que suena más a justificación, en el peor sentido del término, que a otra cosa. En primer lugar, hay un hecho innegable, y es que nosotros cobramos por nuestra acción, o sea, ayudamos si nos pagan, con dinero o con otra cosa, y si no, no ayudamos. Esta es la primera verdad.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">En segundo lugar, el sufrimiento neurótico no tiene nada que ver con el sufrimiento de una verdadera víctima, ni con el de quien padece un duelo; estos son sufrimientos sanos, normales, hasta necesarios o inevitables. El </span><span lang="ES-AR" style="font-family: Garamond;">sufrimiento neurótico, m</span><span style="font-family: Garamond;">uy por el contrario,</span><span style="font-family: Garamond;"> <span lang="ES-AR">es la consecuencia lógica y natural de quien no quiere hacerse cargo de su parte de responsabilidad, de no querer reconocer cómo él mismo contribuyó para que ocurra lo mismo que lo atormenta; es el precio que paga por sus traiciones y vilezas, por no poder mirar a la realidad de frente, hasta el punto de preferir, incluso, la enfermedad y aun la muerte, a vivir de acuerdo con la verdad. Lo que el neurótico nos pide, en verdad, es que lo ayudemos a seguir mintiéndose más y mejor, y sólo en medio de ese pedido, por demás ambiguo y desesperado, es que podemos llegar a despejar y establecer, y sólo después de un trabajoso forcejeo, una verdadera demanda de emancipación. Nosotros, como psicoanalistas, entonces, no tratamos de evitarle o ayudarle a sacarse de encima su sufrimiento neurótico, al contrario, damos gracias a ese sufrimiento pues, gracias a él, fue que el neurótico “bajó el copete”, se proclamó “vencido por la vida” y decidió hacer público su impotencia y pedido de ayuda.<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn22" name="_ftnref22" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[22]</span></span></span></a><o:p></o:p></span></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6pt; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR" style="font-family: Garamond;">Se podrá decir que el sufrimiento psicótico no es como el del neurótico, que es diferente. Ciertamente; pero, en primer lugar, el sufrimiento psicótico no se encuentra donde el sentido común cree hallarlo. Contra las creencias más extendidas, en muchos de los casos donde el sentido común cree que el psicótico sufre, él en realidad goza, como, por ejemplo, en los episodios delirantes y maníacos: «El delirante ama a su delirio más que a sí mismo». El episodio maníaco o hipomaníaco, o el despliegue delirante, cualquiera sea su contenido, no sólo es sintónico con el yo, sino que significa una verdadera fiesta de egocentrismo psicótico. Ningún maníaco ni delirante sufre por su manía ni por su delirio, esto es innegable; si sufre, en todo caso, es porque el mundo no está de acuerdo con él y lo contraría. Quien sufre, y esto también es innegable, es su entorno: familiares, compañeros, amigos, etc. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6pt; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR" style="font-family: Garamond;">En ambos casos, neurótico y psicótico, nos enfrentamos, entonces, a un sufrimiento <i>falso</i>, no justificado, no legítimo, no verdadero; un sufrimiento que, más que ayudar, debemos enfrentar, denunciar y desenmascarar. ¿Cómo hacer semejante cosa? <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">La única manera de conquistar una <i>justa autoridad</i> –dice Hegel- es evocando en el psicótico el sentimiento de lo noble y lo verdadero, y esto –digo yo- no puede ser evocado si no abrigamos en nuestro ser, en nuestra vida y en nuestra práctica terapéutica, lo noble y lo verdadero. En esto no se puede andar simulando ni separando la función de analista por un lado y la persona real del analista por el otro. Únicamente desde ese lugar noble y verdadero –sé que esto es un desafío- es posible conquistar una justa autoridad, y ejercer sobre el psicótico enfermo, el loco, un efecto saludable.<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn23" name="_ftnref23" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[23]</span></span></span></a> <i>El loco </i>–dice Hegel-<i>, aprendiendo a respetar al que le cuida, adquiere la facultad de dejar aparte su estado subjetivo, que está en colisión con la realidad objetiva. </i>Y <i>cuidar</i>, hay que entenderlo, significa solicitud y entrega, efectiva y real, significa estar al servicio del loco, y esto tal vez ya no guste a los profesionales de salud mental. Sin embargo éste es, precisamente, nuestro trabajo, y de eso vivimos honradamente.<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn24" name="_ftnref24" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[24]</span></span></span></a><o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Nuestra práctica laboral nos proporciona, sin que sea visible para la inmensa mayoría, mucho más que un medio de vida. En primer lugar, nos permite estar y cultivar una actitud de <i>franqueza perfecta</i> y una relación de <i>justa autoridad</i> no sólo como eje de nuestro trabajo, sino también como eje de nuestras vidas, pues si tal actitud y tal relación no rigen nuestras vidas, no pueden regir nuestro trabajo. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Debo decir que yo no descubrí ni conquisté esta actitud práctica en mi vínculo terapéutico con psicóticos sino en mi análisis. Al final de </span><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Garamond;">mi análisis toqué un núcleo de verdad, un </span><i><span style="font-family: Garamond;">núcleo real de la existencia</span></i><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Garamond;">. Ese fue un encuentro y un acto decisivo en mi vida. De ahí en más trato de no dejar de tocarlo, de no alejarme de él pues, sin él, todo pierde sentido. ¿Cómo sigo conectado a ese núcleo de verdad, propiciado por la asociación libre, una vez finalizada mi terapia? ¿Cómo lo sigo desplegando después, en mi vida cotidiana? Mi asistencia a la locura, mi vínculo terapéutico con los psicóticos, es una de las formas que he encontrado, junto a otras, para continuar caminando un camino que encontré en mi análisis y del cual no me quiero apartar. Todo paciente loco, aún el más irrecuperable, el más aburrido, es una puerta abierta a ese núcleo real de la existencia. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Ese núcleo real despoja a todo valor mundano de su ubicación central en la vida, propicia una experiencia de desapego, de desprendimiento, de despojo de lo mundano o, lo que es lo mismo, posibilita el acceso al saber, por <i>experiencia propia,</i> que los brillos fálicos que ofrece este mundo no son más que señuelos que nos distraen de nuestra real y verdadera tarea. Esta es la primera condición a conquistar.<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn25" name="_ftnref25" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[25]</span></span></span></a> Ante esta situación, de <i>desamparo absoluto</i>, no queda otra salida que <i>llegar a ser lo que se es</i>. En este sentido, es notoria la semejanza —reconocida por los mejores analistas—, entre la destitución a la que se accede en el <i>fin de análisis <a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn26" name="_ftnref26" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><b><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[26]</span></b></span></span></a> </i>con la posición subjetiva espontánea esencial de los psicóticos. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Aunque sea notoria, no hay sin embargo igualdad: no se registra en todos los psicóticos, por el mero hecho de serlo, el <i>acto </i>como modo de existencia libre, el <i>acto</i> que emerge y da sentido ante el más absoluto sinsentido. Sólo quien ha logrado atravesar la experiencia y acceder, con o sin análisis, sea psicótico o sea neurótico, a una posición similar a la de fin de análisis neurótico, puede ubicarse en la tranquila potencia de quien puede <i>Esperar contra toda esperanza</i>.<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn27" name="_ftnref27" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[27]</span></span></span></a> <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">¿El psicótico es un enfermo?, ¿está como está porque padece una <i>enfermedad</i>? La psicosis, a mi entender, no es una enfermedad ni un déficit. La idea de enfermedad remite a una <i>desviación</i> del estado sano, al cual habría que volver. Lo sano, según el sentido común, sería lo neurótico; pero es una evidencia harto evidente y establecida que un psicótico jamás se volverá neurótico. Tampoco es un déficit, en el sentido de que al psicótico le faltaría algo que el neurótico sí tiene, y que debiera o podría reponer, rehabilitar o ser suplementado. La psicosis, a mi entender, es una <i>condición</i>, un modo de ser humano, de la misma manera que ser neurótico, ser homosexual, etc. Y así como hay una salud neurótica y un estar enfermo neurótico, también hay una salud psicótica y un estar enfermo psicótico. Así como hay neuróticos <i>neuróticos</i>, es decir, enfermos de su neurosis, y neuróticos sanos, es decir, liberados de su neurosis (de manera espontánea o por fin de análisis), también hay psicóticos enfermos de su psicosis, y psicóticos sanos, liberados de su psicosis de manera espontánea (Joyce) o por fin de análisis. Hay que aclarar que la <i>condición psicótica</i> es altamente inestable en un medio social como el nuestro, neurótico y machista, y que la probabilidad de enfermar es muy alta. En este sentido es que es posible hablar de <i>cura </i>en la psicosis, entendiendo por tal no la transformación o cambio de condición (o de estructura, como dirían los lacanianos), sino la estabilización y despliegue creativo de la misma, lo que no implica una asimilación a los valores y normas de nuestra sociedad sino, con palabras de Pichón Riviere, una “adaptación activa”, pero, con palabras mías, “a su modo”. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Garamond;">Mi relación terapéutica con los locos me permite y hasta me obliga a seguir en contacto, de manera cotidiana y natural, con mi núcleo existencial, con mi ser, contacto que otros consiguen con el arte, otros con la religión, y que es muy fácil perder en nuestra vida burguesa cotidiana, la del trabajo, la familia, los hijos, etc. ¿Por qué me permite y hasta casi me obliga? Porque la única manera de establecer un vínculo con los psicóticos es, como lo vimos, desarrollando una <i>franqueza perfecta</i>, a diferencia con los neuróticos donde, como también vimos, el vínculo corre por otros caminos. O sea, lo más importante es que para entablar y sostener ese vínculo debo posicionarme en coordenadas subjetivas maravillosamente sanas y pacíficas. Ciertamente, uno tiene que estar personalmente concernido e interesado para sostenerlo, de otro modo eso es insostenible; sobre todo con pacientes que son tan complejos y difíciles. No todo profesional de la salud mental soporta, se banca, quiere atender, ni debe hacerlo, a este tipo de pacientes. Son pacientes sumamente exigentes que requieren de muchísima disponibilidad, y no funciona el famoso “nos vemos la semana que viene” y, en el intervalo, hago la plancha, me olvido, me desenchufo. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt;"><b><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Garamond;"> </span></b><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Garamond;">Hay un deseo, hay una satisfacción, un placer que no se encuentra en una clínica estandarizada. El deseo de Freud cuando “abre” la histeria (porque hay que abrirla, o se abre sola), no se fundaba en que quería “ayudar” a las histéricas, porque en realidad eran insoportables, nadie las aguantaba. Algo de esa dimensión lo atrapó, y creo que tenía que ver con algo de él, no en el sentido psicológico, sino en otro sentido, a tal punto que aún hoy, en cualquier tratamiento individual neurótico clásico, si no está en juego el deseo del terapeuta, <i>eso</i> no se abre. Si uno no escucha, <i>eso</i> no se abre. Por eso es que hasta el estatuto real del asunto está en discusión. ¿Hay neurosis o es que uno instituye eso como neurosis bajo un mecanismo de escucha, algo así como que de un defecto sacás una virtud? Del barro sacás oro. Y en el barro de la locura hay oro.<o:p></o:p></span></div><div align="center" class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-align: center;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Garamond;">***<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Garamond;">¿Deberíamos sugerir a las mujeres y hombres psicóticos, maníaco-depresivos, esquizofrénicos, delirantes y –por qué no- neuróticos graves, que se abstengan de traer hijos al mundo porque, genéticamente, tendrían la misma tara que sus padres; o porque, como padres y/o madres, no podrían cuidarlos adecuadamente?<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Garamond;">¿Deberíamos sugerir el aborto de embriones cuyo análisis genético indicara que, científicamente, van a desarrollarse como psicóticos, maníaco-depresivos, esquizofrénicos, delirantes, o neuróticos graves? <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Garamond;">¿Es legítimo tomar, en base a un criterio <i>científico</i>, decisiones políticas decisivas sobre la <i>evolución</i> de la humanidad? <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: Garamond;"> Hay, sin embargo, para quien quiera ver, muchas evidencias que, desde un punto de vista psiquiátrico, la gente más interesante y, quizás, más ha enriquecido al mundo, fueron y son locos, gente que o tienen una misión divina, o están en guerra contra el mundo, o son autodestructivos, u oyen voces. Es decir, gente que no es normal.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-MX" style="font-family: Garamond; font-size: 10pt;">B.- SIMBÓLICO - REAL</span><span style="font-family: Garamond;">.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Como el psicótico no reprime, tampoco puede, por ende, llegar a <i>reconocer</i> lo reprimido: esa operación (“está bien, <i>reconozco</i> que soy así”), tan típica y tan familiar al neurótico, es extraña y ajena al universo psicótico. Desde el punto de vista psicótico, todo esto es una chiquilinada. La operación y la eficacia psicoterapéutica con neuróticos se basa, justamente, en la posibilidad y la capacidad que éstos tienen de <i>dialectizar</i> su posición, es decir, de operar cambios en su <i>punto de vista</i> hasta poder <i>llegar a reconocer</i> («hacer conciente lo inconciente») que lo que venían haciendo no vale la pena, no sirve, es inútil, es incorrecto, es mentiroso, etc.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">La enfermedad neurótica, según Freud, consiste en dos momentos: en el primero se trata de <i>no querer saber nada</i> de la realidad (externa o interna) que disgusta y resulta insoportable, y la manera por la cual logramos <i>desconocer</i>, <i>olvidar</i> o <i>no saber nada</i> de ella la llamamos <i>represión</i>. El segundo momento es que <i>eso</i>, de lo que no queremos saber nada, no se queda quieto, sino que intenta volver y ser <i>reconocido</i> de cualquier forma, por las buenas (sueños, lapsus) o por las malas (retorna en síntomas, inhibiciones, etc.). Lo que retorna siempre es el primer o antiguo asunto reprimido, pero lo hace bajo una nueva forma, transformado y disfrazado, para evitar volver a ser reprimido otra vez. Por eso decimos que la mecánica de la neurosis implica dos elementos (y dos tiempos), donde el segundo, el retorno, la “formación del inconsciente” (síntoma, lapsus, etc.), sustituye y representa de manera <i>simbólica</i> al primero; o, visto desde la otra punta, el primero “transfiere” todo su conflictiva al segundo.<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn28" name="_ftnref28" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[28]</span></span></span></a> <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Cuando hablamos de <i>simbólica</i> nos referimos a una realidad cuya esencia consiste en contar, como mínimo, de dos elementos ensamblados, a los que he llamado <i>primero</i> y <i>segundo</i>, donde el segundo sustituye y representa al primero; sustituye quiere aquí significar que el primero desaparece de la vista sin quedar por ello eliminado o aniquilado, por el contrario, continua estando pero transformado, representado<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn29" name="_ftnref29" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[29]</span></span></span></a>, contenido o “transferido” al segundo (y esa es, justamente, su particular manera de seguir estando o de ser).<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn30" name="_ftnref30" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[30]</span></span></span></a> Esta realidad simbólica, aunque implica dos elementos (el primero y su sustituto), en realidad es una sola unidad, el <i>símbolo</i>. El segundo elemento, el visible y presente ante nosotros de manera inmediata, remite al primero, ausente en lo inmediato o, mejor dicho, presente en tanto representado y accesible sólo por mediación del segundo. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Cuando se habla de realidad simbólica y de símbolo se piensa, casi de inmediato, en una realidad mental, inmaterial o algo por el estilo. Hay que aclarar que de ninguna manera es así. El aspecto presente y visible del símbolo, el segundo, siempre es material, y no es ni puede ser reducido a los sonidos del lenguaje o a la grafía de la escritura, por el contrario, desborda ampliamente estos registros. Fue el psicoanálisis, principalmente, quien desplegó la infinitud de materialidades que pueden ser tomados y funcionar como elementos simbólicos: las más diversas partes del cuerpo como un pié, el pene, la nariz; las más diversas funciones corporales, como el dormir, comer, etc.; aún los órganos del cuerpo como los ojos, la faringe, etc.; diferentes comportamientos, como los rituales; las ideas, como las obsesiones, los delirios; cualquier acto y ceremonial, como el saludo, etc.; cualquier objeto del mundo, como una cartera, un zapato, un panteón, etc.; cualquier animal, un caballo, una víbora, etc., y así con todo lo que se nos ocurra.<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn31" name="_ftnref31" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[31]</span></span></span></a> Esto quiere decir que lo simbólico no es meramente “mental”, si con ello queremos decir que no afecta o no implica la materialidad del mundo que nos rodea; lo simbólico y, por ende, el símbolo, es una realidad material y social por excelencia que organiza y estructura por completo nuestro mundo.<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn32" name="_ftnref32" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[32]</span></span></span></a> <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Todo lo anterior queda claro en referencia al segundo elemento, al presente y visible. ¿El primer elemento, por su lado, es conceptual, es mental, es el <i>significado</i>? Tampoco. La <i>realidad simbólica </i>de la que estamos hablando se compone del ensamble de dos elementos, S y S´</span><span style="font-family: "Century Gothic";">, </span><span style="font-family: Garamond;">donde el segundo continúa y sustituye al primero, de acuerdo a ciertas reglas que Freud denominó <i>condensación</i> y <i>desplazamiento.</i> La relación entre el elemento visible S y un significado<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn33" name="_ftnref33" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[33]</span></span></span></a>, por su lado, se diferencia de la anterior porque el significado emerge del pasaje o la oposición de un símbolo o a otro, y no está ni queda ligado a un único elemento material S, de manera fija y estable.<o:p></o:p></span></div><div align="center" class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-align: center;"><span style="font-family: Garamond;">***<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">¿En qué consiste la enfermedad psicótica? Freud decía que también consiste en dos momentos: en el primero, igual que en la neurosis, se debe enfrentar una realidad insoportable, pero la manera de evadirla no es <i>olvidarla</i> o <i>no saber nada</i> de ella, es decir, <i>reprimirla, </i>sino directamente <i>borrarla</i> del mapa, <i>que no quede nada</i>, <i>ni el rastro</i>, como si nunca hubiera existido. El segundo momento consiste en que <i>eso</i>, que por supuesto nunca muere, no se queda quieto sino que intenta volver por todos los medios, pero no puede volver siendo <i>reconocido</i> (detrás de una transformación y disfraz) como algo propio, porque nunca fue desconocido-reprimido, sino que fue borrado del mapa, y de él ya no queda ni el rastro; entonces aparece o vuelve a aparecer con los siguientes caracteres: como <i>algo nuevo</i> (y no como retorno de algo antiguo olvidado), como algo de lo que realmente<i> no se sabe nada</i> (y no como algo de lo que <i>no se quiere saber nada</i>), y como algo ajeno a enfrentar, es decir, <i>como una realidad</i> <i>exterior</i> insoportable: <i>alucinación.<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn34" name="_ftnref34" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><b><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[34]</span></b></span></span></a></i><o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">A partir de este punto, en las psicosis aparece un tercer momento, inexistente en la neurosis: el psicótico trata de sobreponerse a este embate siempre nuevo del mundo-realidad, pero como <i>eso</i> no retorna desde el interior (propio pero reprimido) sino que viene del exterior ajeno, la represión no hace en él mella alguna (como no lo hizo antes ni tampoco lo hace ahora ningún otro mecanismo que opere hacia lo interior), entonces no queda otro camino que transformar el mundo exterior. Pero como para transformar el mundo exterior,<i> real y efectivamente,</i> no alcanza tan solo con los deseos o la pura voluntad, lo que se transforma entonces es la realidad exterior<i> psíquica</i>, (la que se podría llamar, tomándonos una licencia, “realidad exterior <i>interna</i>”). El psicótico construye, en este tercer momento, una nueva realidad, esta vez soportable y acorde a sus deseos: <i>delirio</i>.<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn35" name="_ftnref35" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[35]</span></span></span></a> <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Si la enfermedad neurótica es el producto del segundo momento (el retorno en <i>síntoma</i>), ¿la enfermedad psicótica es el producto del segundo momento (<i>alucinación</i>), del tercero (<i>delirio</i>) o de ambos? <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">El asunto primero insoportable en las psicosis es inmune al reconocimiento, por el simple hecho que de aquella realidad insoportable no ha quedado nada, ni el rastro, no hay contenido reprimido a reconocer, y lo único que ahora aparece es una realidad enteramente nueva o, a lo sumo, un vacío imposible de re-integrar. A decir verdad, desde aquí deberíamos suponer que en las psicosis nunca hubo un primer momento que haya “transferido” su conflictiva a un segundo, sustituto y representante suyo; el retorno desde el exterior, el segundo momento psicótico, no es un elemento simbólico segundo que encuentre su sostén y sentido en otro anterior, primero, sino que está enteramente solo. No encontramos aquí ninguna simbolización. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Más arriba he adelantado que para el neurótico el analista puede ocupar, por ejemplo, el lugar del padre o de la madre de manera <i>simbólica</i>, y que para el psicótico el analista puede también ocupar ese lugar o función, pero de manera <i>real</i>. Con <i>real</i> quiero significar, en primer lugar, que su esencia no consta de dos elementos ensamblados en una única y misma realidad, como en el símbolo, sino de un solo y único elemento. En los psicóticos ambas esferas, la <i>real </i>y la <i>simbólica</i>, parecen confundirse en una y misma cosa, mientras que en los neuróticos, ambos planos están nítidamente diferenciados y bien separados, y la relación terapéutica se desarrolla sólo, o preponderantemente, en la esfera <i>simbólica. </i>Con <i>real</i>, en segundo lugar, no quiero decir que se tome al analista realmente como el padre; éste puede estar presente, ausente o incluso muerto, pero nadie jamás, sea neurótico o psicótico, lo confundirá con su analista.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">¿Qué diferencia hay entre lo real psicótico, lo real simbólico y lo real a secas? Para nuestro sentido común, la realidad cotidiana es lo real a secas, y esta, también, es algo muy diferente de lo simbólico. Esa es la primera confusión del sentido común, pues la realidad cotidiana, es decir la supuesta realidad a secas, en realidad está atravesada y estructurada por lo simbólico de punta a punta. Si queremos buscar “lo real a secas”, es decir, ajena a lo simbólico, en realidad donde lo deberíamos buscar y, tal vez, encontrar, es del lado de lo real psicótico, donde lo real aquí es sinónimo de <i>literal</i>. No se trata de que el psicótico esté fuera del lenguaje, sino que su realidad no incluye la dimensión simbólica tal como la establecimos: “El Otro está excluido del discurso delirante”.<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn36" name="_ftnref36" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[36]</span></span></span></a> Aquí el signo –sea cual fuese— no sustituye ni remite a otro signo, no hace símbolo, sino que se queda o bien en el puro significado o bien en la <i>literalidad</i>. De allí que sea tan complicado para el psicótico manejarse y entender el mundo del chiste, de la seducción, del doble sentido, etc. Por otro lado, el psicótico se maneja muy bien con el discurso inmediato, pero se maneja mal y se pierde en el discurso mediato, donde siempre hay dos instancias, como ocurre, por ejemplo, en el discurso reflexivo. En matemáticas, en cambio, se maneja muy bien. Da toda la impresión de que el signo en la psicosis queda en su literalidad sin remitir a otro signo, quedando así o vacío o pleno de sentido.<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn37" name="_ftnref37" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[37]</span></span></span></a> <o:p></o:p></span></div><div align="center" class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-align: center;"><span style="font-family: Garamond;">***<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Después de lo dicho, se hace necesario aclarar lo siguiente: es claro que nosotros, como terapeutas o como pacientes, solo estamos en contacto efectivo y real con la realidad de lo que hemos llamado el segundo momento, es decir, con hechos concretos, tales como los sueños, los lapsus, las ideas compulsivas, los rituales, los dolores corporales, las cegueras, las fobias, los miedos y muchos otros fenómenos más. Que una idea compulsiva o un ritual pasen a ser un “síntoma”, y éste, a su vez, un “retorno de lo reprimido”, no es un hecho, es una interpretación de tales hechos. Otra interpretación posible puede ser que estamos poseídos por un demonio, por lo que se hace necesario realizar maniobras mágicas para expulsarlo. Sólo desde una mirada psicoterapéutica es que algunos de estos hechos se transforman en “síntomas”, y sólo desde el psicoanálisis los consideramos como “retorno de lo reprimido”.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Todos los procesos y sucesos descriptos correspondientes al llamado “primer momento”, tanto neuróticos como psicóticos, son procesos y sucesos <i>supuestos</i> por nosotros, los teorizadores; es decir, son realidades <i>hipotéticas</i> con las cuales no tenemos ningún contacto efectivo ni registro directo, sino que las construimos o inventamos a fin de explicar lo que única y efectivamente está ante nuestros ojos: la idea compulsiva-obsesiva, el ritual, etc. Insisto: ninguna de las entidades del llamado primer momento son hechos efectivos, son puras realidades <i>ficcionales</i>. Ahora bien, estas realidades ficcionales, más conocidas como <i>teorías</i>, no se construyen en base a la pura y libre imaginación, sino sobre la base y teniendo en cuenta cómo se dan los hechos: por la manera en que <i>eso</i> se presenta ante nosotros, deducimos o hipotetizamos cómo debió haber sido antes, en el primer momento. Después de un largo camino asociativo, que partió de un elemento presente (el “segundo”), emerge un elemento diferente y “nuevo” (el “primero”) que el neurótico llega <i>reconocer</i> como propio, y con él llega a reconocer lo que nunca antes había querido reconocer. De esta secuencia deducimos que, de alguna oscura forma, él ya lo sabía y no lo quería reconocer. A esta forma de comportarse con lo propio pero separado de la conciencia y después olvidado (y olvidado que olvidó) lo llamamos <i>represión</i>, y tratamos de reconstruir imaginativamente cómo debió haber sido todo el proceso que desembocó en esto.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Lo particular con el psicótico, en cambio, es que partiendo del segundo elemento nunca se accede a un primer elemento, a pesar de todo el tiempo y el esfuerzo que pongamos en ello. A menudo se escucha afirmar que el psicótico no establece una “transferencia” con el analista, entendiéndose con ello que no puede generar un vínculo terapéutico con él. Es evidente que esto no es así: los psicóticos pueden establecer un vínculo terapéutico como cualquier otra persona. Lo que ocurre es que no establece una <i>relación simbólica</i> con el analista, donde él funcione como un símbolo, como segundo elemento que lleva al primer elemento del símbolo. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt;"><span style="font-family: Garamond;">III.- EL CONCEPTO <i>EN ACTO </i> (este punto aún es un borrador)<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">El psicoanálisis con psicóticos y borderlines se hace imposible si se mantiene la separación tajante entre función y persona del analista; una razón de ello es que en estos tratamientos, los avatares del devenir deseante de los pacientes no circulan por los carriles <i>simbólicos</i> como en los neuróticos, sino que se juegan en el entresijo de las relaciones <i>actuales</i> de todo tipo: personales, familiares, sociales, terapéuticas, etc. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">¿Qué entiendo aquí por <i>actualidad</i> y <i>actual</i>? <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Es conocida la oposición aristotélica entre ser en <i>potencia</i> y ser en <i>acto</i>; apunta a la esencia del movimiento y del cambio de <i>lo que es</i>: La semilla es un árbol en <i>potencia</i>, tiene todas las condiciones necesarias para <i>llegar a ser</i> árbol, pero aún no lo es <i>en acto</i>. El ser <i>en acto</i> es la potencia realizada, la consumación del ser. Una vez consumado, el ser <i>es</i>, y ya no debe llegar a ser lo que es.<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn38" name="_ftnref38" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[38]</span></span></span></a><o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Aunque muy emparentado con el modo aristotélico, lo que entiendo por <i>actualidad</i> está referido a una diferenciación que la tradición filosófica alemana expresó con dos palabras diferentes: <i>Realität </i>y <i>Wirklichkeit</i>. Alfredo Llanos, uno de los traductores al español de <st1:personname productid="la Fenomenolog■a" w:st="on">la <i>Fenomenología</i></st1:personname><i> del Espíritu </i>de Hegel, aclara de la siguiente manera el sentido de la palabra <i>actualidad</i> en alemán: «<i>El idioma alemán utiliza dos palabras para realidad: <b>Realität</b>, del latín <b>res</b>, y <b>Wirklichkeit</b>, del verbo <b>wirken</b> (efectuar, actuar): actualidad, existencia, efectividad, autenticidad. Traducimos la primera por realidad, la segunda por actualidad (del latín <b>actualitas</b>). Realidad es la cosa inerte; actualidad es lo que ha llegado a ser. Creemos que hay en esto una reminiscencia aristotélica: la doctrina de la potencialidad a la actualidad, de fuerte contenido dialéctico</i>».<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn39" name="_ftnref39" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[39]</span></span></span></a> <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Como vemos, <i>actual</i> se relaciona con el sentido de lo que es “realidad” o “ser real”. En español tenemos sólo la palabra “realidad” o “real” para nombrar todo “lo que es”; cuando decimos es “real” o es “realidad” queremos decir que <i>es</i> en el sentido de que <i>existe </i>(o bien que <i>existió</i>), en oposición a un ser imaginario, que <i>es</i> pero <i>no existe</i>, que es <i>irreal, ideal, ficción</i>, <i>imaginario</i>, <i>ilusorio</i>, <i>falso.</i><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn40" name="_ftnref40" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[40]</span></span></span></a> Sin embargo, no todo lo ubicado dentro del campo que identificamos como real es idéntico. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">El obelisco de la ciudad de Buenos Aires, por ejemplo, es real, existe, pero no es <i>actual,</i> sino que en este momento sólo es (o está siendo) <i>mentado</i> en mi discurso <i>actual</i>. El ser <i>actual</i>, en el sentido que estamos tratando de precisar, connota una referencia específica ineludible a la <i>presencia</i>, tanto en sentido temporal, de que existe o sucede en el tiempo <i>presente</i>, como en el sentido existencial, de <i>estar efectivamente presente</i> ante mí, <i>en acto</i>. Podemos decir, para concluir, que mientras lo <i>real mentado</i> solo es una <i>representación </i>de lo real, lo <i>real actual</i> es una <i>presentación efectiva</i> de lo real, es la <i>presencia misma</i> de lo real ante mí.<u><o:p></o:p></u></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">No se trata de poner en duda, por tanto, la existencia o la realidad del obelisco de la ciudad de Buenos Aires; el asunto que nos ocupa es otro: no estamos simplemente discutiendo la existencia o no de lo real, sino el sentido de lo que para nosotros es realidad y real. Más que de la existencia o no de objetos y hechos, lo que tratamos de establecer son las diferentes maneras que la realidad se nos presenta y las diversas maneras de contactarnos con ella. ¿Hablamos, entonces, de “lo que es”, de “lo que existe”, o hablamos de “lo que nosotros entendemos” por ser o existir? Pero, ¿hay manera de hablar de lo primero sin hablar a la vez de lo segundo?<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Cuando cotidianamente nos referimos a “realidad”, por ejemplo, a la realidad del obelisco de la ciudad de Buenos Aires, en realidad no entramos en contacto con la realidad misma, sino con una representación de lo real. Si, desde el sentido común, debiéramos señalar dónde, cuándo y cómo entraríamos en contacto con la realidad <i>real</i>, tendríamos que concluir que nuestro único contacto efectivo con lo real se establecería en nuestra <i>percepción</i>, o incluso antes, en la pura <i>sensación</i>, en la mera recepción pasiva del estímulo o dato físicoquímico bruto, antes de todo registro e interpretación.<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn41" name="_ftnref41" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[41]</span></span></span></a> Según este planteo, entrar en contacto con la realidad implicaría un contacto por fuera o previo al lenguaje o a cualquier otro sistema simbólico pues, una vez que interviene la palabra o hay mediación por el signo, la realidad ya estaría perdida para siempre, y quedaríamos encerrados de este lado del mundo, del lado de las palabras, de la imagen, del significante o como quiera llamárselo, pero siempre del lado que no es real sino un mero reflejo de lo real, una sombra<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn42" name="_ftnref42" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[42]</span></span></span></a> de lo real. Pero, al plantear el asunto de esta manera, ocurren dos cosas: en primer lugar, de aquel primer contacto “bruto” no podemos tener registro, pues “registro” significa justamente un elemento que sólo está para aludir a otro momento real ya perdido o pasado; o sea, cuando tenemos el registro quiere decir que ya perdimos lo real registrado. Y, en segundo lugar, al quedar considerando y añorando aquel suceso originario, supuestamente previo y base de todo registro como la verdadera y única realidad real, no vemos ni tenemos en cuenta la única realidad efectiva humana que sí está a nuestra alcance, o sea, la realidad inmediata en la que constatamos que lo que el hombre real<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn43" name="_ftnref43" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[43]</span></span></span></a> “ve”, es bastante más que la mera luz física que estimula la retina de su ojo, y que lo que “escucha”, es mucho más que los meros movimientos del aire que impactan en el tímpano de su oído. Todo esto lleva a pensar, entonces, que el hombre no puede entrar en contacto con una realidad “bruta”, sino que siempre lo hace por intermedio y a través de un aparato simbólico cultural que es más carne que su propia carne. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Todos conocemos los lineamientos generales de ambas <i>teorías</i>, la que supone que lo único real es el primer contacto con la realidad bruta, y la otra, la que afirma que tal contacto es meramente supuesto e inexistente, y que toda realidad ya es significada. De allí en más todo el problema queda reducido a: ¿cómo saber cuál de las dos es la correcta? Y allí también concluye todo el asunto: en la manera de verificar o de falsar una teoría. Ahora bien, hay otro asunto que ninguna teoría ve, que no es ninguna teoría, y que consiste en lo siguiente: las dos <i>teorías</i> planteadas (como <i>toda </i>teoría) hablan <i>de</i> la<i> </i>realidad, <i>de</i> la percepción, <i>de</i>l lenguaje, <i>de</i> las palabras –todas las teorías hablan <i>de</i>. ¿Qué tipo de realidad son todas estas realidades <i>de</i> las que habla la teoría? Todas éstas son realidades<i> mentadas</i>. Ninguna teoría presenta ni puede presentar más que la realidad <i>mentada</i> y jamás la realidad<i> actual. </i>Las teorías no <i>presentan</i> sino <i>representan</i> la realidad.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Todo discurso que trate <i>de</i> la realidad “por fuera” de la palabra, “por fuera” de lo simbólico o de lo dialéctico, es decir, que hable de una realidad <i>supuesta</i> sin la más mínima contaminación simbólica, sin reparar que en ese mismo instante está <i>hablando</i> de ella, y no incorpore ese <i>hablar </i>como un elemento constitutivo decisivo de la realidad de la que habla; todo discurso de este tipo sólo accede y puede presentar una realidad mentada, representada. <o:p></o:p></span></div><div align="center" class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-align: center;"><span style="font-family: Garamond;">***<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">¿Es posible que se haga <i>presente</i> la realidad, la <i>presencia misma de lo real</i> ante nosotros? De ser posible, eso sería lo <i>actual</i>. Ahora bien, para que eso ocurra, la primera condición a tener en cuenta y a constatar es que lo real tiene que aparecer <i>en lo simbólico</i> (pues no hay realidad “bruta” y, si la hubiera, de ella no tendríamos registro), y la segunda, es que tiene que aparecer en lo simbólico <i>actual</i>, es decir, <i>en acto</i>. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Esta dificultad para que aparezca lo real <i>en acto</i> y no simplemente una realidad <i>mentada</i>, está lejos de ser un problema especulativo, se encuentra en el centro y origen de la clínica psicoanalítica. </span><span lang="ES-AR" style="font-family: Garamond;">Dice Freud: <i>«Cuando comunicamos a un paciente una idea por él reprimida en su vida y descubierta por nosotros, esta revelación no modifica en nada, al principio, su estado psíquico. Sobre todo, no levanta la represión ni anula sus efectos, como pudiera esperarse, dado que la idea antes inconsciente ha devenido consciente. Por el contrario, sólo se consigue al principio una nueva repulsa de la idea reprimida. Pero el paciente posee ya, efectivamente, en dos lugares distintos de su aparato anímico y bajo dos formas diferentes, la misma idea... El levantamiento de la represión no tiene efecto, en realidad, hasta que la idea consciente entre en contacto con la huella mnémica inconsciente después de haber vencido las resistencias. Sólo el acceso a la conciencia de dicha huella mnémica inconsciente puede acabar con la represión. A primera vista parece esto demostrar que la idea consciente y la inconsciente son diversas inscripciones, tópicamente separadas, del mismo contenido. Pero una reflexión más detenida nos prueba que la identidad de la comunicación con el recuerdo reprimido del sujeto es tan sólo aparente. El haber oído algo y el haberlo vivido son dos cosas de naturaleza psicológica totalmente distinta, aunque posean igual contenido».<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn44" name="_ftnref44" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><b><span lang="ES-AR" style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[44]</span></b></span></span></a></i> </span><span style="font-family: Garamond;"> <o:p></o:p></span></div><div class="MsoBodyText2" style="line-height: normal; margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR" style="font-family: Garamond;">La esencia del pasaje se resume en la frase: <i>«Sólo el acceso a la conciencia de dicha huella mnémica inconsciente puede acabar con la represión»,</i> entendiendo que «<i>huella mnémica</i>» aquí es equivalente a «<i>recuerdo reprimido</i>». Analicemos, entonces, un aspecto del fenómeno del recuerdo. Resulta por demás claro que la experiencia de recordar haber dado un beso, por ejemplo, es de naturaleza totalmente distinta de la experiencia de dar realmente un beso, por más que ambas tengan igual contenido; mientras la primera es una experiencia que se desarrolla íntegramente en el llamado mundo interior, la segunda, en cambio, acontece en el mundo exterior y en contacto con otra persona. ¿Es esta diferencia a la que se refiere Freud cuando dice que «<i>El haber oído algo y el haberlo vivido son dos cosas de naturaleza psicológica totalmente distinta</i>»? No, Freud no se refiere aquí a la diferencia entre las experiencias en el mundo interior y otras en el mundo exterior, sino que las dos experiencias que busca distinguir se desarrollan íntegramente en el llamado mundo interior. Una es el saber algo por evocar el recuerdo de “haberlo vivido” (el tiempo verbal pretérito perfecto indica que la acción no es actual); y otra, es saber algo por evocar el recuerdo de “haberlo oído”, entendiendo por “oído” que el asunto le fue relatado, es decir, que tuvo una noticia por segunda mano, siendo, por tanto, ya en el origen un saber mediato o mediatizado, y no un saber en el origen de una experiencia directa de, por ejemplo, “haber oído” la explosión).<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn45" name="_ftnref45" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[45]</span></span></span></a> <o:p></o:p></span></div><div class="MsoBodyText2" style="line-height: normal; margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR" style="font-family: Garamond;">Hay, entonces, tres tipos de saberes y experiencias: 1º) saber por evocación de “haberlo oído”; 2º) un saber por evocación de “haberlo vivido”; y finalmente, 3º) un saber por “estar viviéndolo” en el instante. Este último no es algo tan obvio. ¿Qué quiere decir un saber por “estar viviéndolo en el instante”? Hay dos maneras de pensarlo: una, la más evidente y al alcance de todos, es el saber que yo, en este instante, estoy escribiendo este texto, y su saber que Ud. lo está leyendo en este instante. Como es obvio, ambos <i>actos</i> de saber, tanto mi saber (que estoy escribiendo) como su saber (que está leyendo) no realizan o efectivizan el acto de escribir o de leer; por eso podemos decir que estos saberes son actos exteriores al asunto que saben. Sólo un saber que sea interior al asunto que sabe o, dicho de otra manera, sólo un saber que, en tanto acto, al mismo tiempo que sabe sea el asunto o contenido que sabe, sólo este saber es un saber <i>en acto</i>. En este caso no se evoca nada, no se recuerda nada, o, si hay evocación o recuerdo, este acto es exactamente igual al contenido recordado. Pero ¿cómo entender un recuerdo que no se diferencia de la experiencia viva?<o:p></o:p></span></div><div class="MsoBodyText2" style="line-height: normal; margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR" style="font-family: Garamond;">En todo recuerdo se presentan dos realidades que debemos distinguir: por un lado está lo que Freud llama el «contenido», es decir, la idea, el significado o la imagen de, por ejemplo, «dar un beso»; por otro lado está el acto mismo de recordar. Entre ambos lados usualmente se produce la siguiente relación: mientras que lo que llamamos el «contenido» se ubica siempre en el pasado, el acto de recordar siempre es actual, presente y, valga la redundancia, es <i>en acto</i>. Entre ellos, además, se establece una relación de mutua exclusión: mientras soy conciente o percibo el «contenido» del recuerdo, el acto de recordar queda en entre bambalinas y no lo veo, no soy conciente de él; y al revés, si fijo mi atención en el acto de recordar, dejo de percibir el «contenido» del recuerdo. Del fenómeno del recordar lo más común es que sólo retengamos el «contenido», y sintamos que en eso consiste y que allí se agota toda la experiencia del recordar; sin embargo, una vez que quedan señalados ambos lados del recordar, es fácil ver que, mientras el «contenido» está irremediablemente perdido en el pasado, el acto de recordar, en cambio, es <i>actual</i>, <i>real</i> y <i>efectivo</i>, es decir, es la única experiencia viva que está ocurriendo aquí y ahora. Una manera sencilla y gráfica de expresar lo mismo es diciendo que lo único que se puede recordar es el «contenido», mientras que al acto no se lo puede recordar pues, si se lo recuerda, deja de ser acto y pasa a ser «contenido» de otro acto. A este acto, entonces, no se lo registra ni recuerda, pero tampoco se lo sabe como acto (“en el acto”), pues no se es conciente de él. Pareciera que la única manera de hacer conciente algo es recordarlo, mentarlo, etc., es decir, que no esté en acto, pues si está en acto, no está ante mí, no es presente para mí, no es actual, no es <i>en acto</i>.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoBodyText2" style="line-height: normal; margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.45pt;"><span lang="ES-AR" style="font-family: Garamond;">Sólo un saber que, en tanto acto, al mismo tiempo que sabe sea el asunto o contenido que sabe, donde no haya disociación entre acto de saber y contenido sabido sino que ambos sean una sola y la misma cosa, sólo este saber es un saber <i>en acto</i>. En este caso no se evoca nada, no se recuerda nada, o, si hay evocación o recuerdo, este acto es exactamente igual al contenido recordado.<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn46" name="_ftnref46" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[46]</span></span></span></a><o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.45pt;"><span style="font-family: Garamond;">La palabra del neurótico está separada del ser. Lo que su palabra piensa y dice no es la vida sino una <i>representación</i> de la vida. De esta manera ha consumado la ruina tanto de la palabra como la del ser. Por eso es que, como dice Lacan, «No se trata de saber si hablo de mí mismo de manera conforme con lo que soy, sino si cuando hablo de mí, soy el mismo que aquel del que hablo».<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn47" name="_ftnref47" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[47]</span></span></span></a> El neurótico habla de todo y hasta de sí como objetos, habla <i>de</i>; podríamos decir que habla en teoría y vive en teoría.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.45pt;"><span style="font-family: Garamond;">El fin del psicoanálisis con neuróticos, tanto en el sentido de objetivo final como de finalización, es superar la escisión entre el ser y la palabra. No se trata de restituir un supuesto estado de salud perdido, pues no nacemos sanos ni fuimos sanos nunca, de lo que se trata es de ver si podemos alcanzar la salud. No nacemos ya hechos y terminados, por eso es que debemos hacernos y alcanzar el estado más saludable. El hombre no está ya hecho, ya terminado, como lo están los animales; está abierto al destino, al futuro y al ser. El hombre no nace siendo, ni ya es por el solo hecho de existir; por el contrario, nace sin ser y debe llegar a ser<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Este <i>llegar a ser lo que se es</i>, no es una acción exterior a sí misma, tal como puede ser empujar un auto, donde el productor, el producto y la producción son elementos diferentes, separados y ajenos unos a otros; tampoco la acción ni el ser están por fuera de la palabra o del registro, es decir, por fuera de lo simbólico, sino que es un llegar a ser por medio de la palabra y lo simbólico. Pero es una palabra que no hace ninguna referencia a un ser exterior a ella, por fuera de ella, y ajeno a ella; su ser no está del lado de afuera de la palabra, del lado de la referencia, de lo dicho, sino que su ser es porque está dicho. Es una acción interior a sí misma, una acción y un ser <i>en acto</i>, de sí misma sobre sí misma haciéndose a sí misma. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 7.2pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-family: Garamond;">Hay seres que son más <i>en acto</i> que otros, tienen más ser o son más que otros, y, a la vez, más libres y más verdaderos que otros. Nuestra tarea es llegar a ser lo que se es.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div><br />
<hr align="left" size="1" width="33%" /><div id="ftn1"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref1" name="_ftn1" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[1]</span></span></span></span></a><span lang="ES-AR"> </span>Digo “durante el tratamiento” porque hay muchos casos en que terapeuta y paciente después de la finalización del tratamiento desarrollaron una amistad.<o:p></o:p></div></div><div id="ftn2"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref2" name="_ftn2" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[2]</span></span></span></span></a><span lang="ES-AR"> </span>J.LAPLANCHE, J-B PONTALIS, <i>Diccionario de psicoanálisis</i>, Ed. Labor. <o:p></o:p></div></div><div id="ftn3"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref3" name="_ftn3" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[3]</span></span></span></span></a> J.LAPLANCHE, J-B PONTALIS, <i>Diccionario de psicoanálisis</i>, Ed. Labor. <o:p></o:p></div></div><div id="ftn4"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref4" name="_ftn4" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[4]</span></span></span></span></a> ¿Estos gestos y formas de ser, forman parte de la comunicación inconsciente? De ser así, <span lang="ES-MX">estaríamos concibiendo lo inconsciente de una manera que no se reduciría a lo intrapsíquico individual sino de otra que contempla lo reprimido y renegado socialmente.</span><o:p></o:p></div></div><div id="ftn5"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref5" name="_ftn5" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[5]</span></span></span></span></a><span lang="ES-AR"> </span>Si a todo esto agregamos que el analista muchas veces es un hombre más o menos público, que sus actos e ideas son públicas, etc., debemos concluir que neutralidad pretendida se vuelve imposible. <o:p></o:p></div></div><div id="ftn6"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref6" name="_ftn6" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[6]</span></span></span></span></a><span lang="ES-AR"> </span>Esto explica que muchas veces nos sintamos más cerca de gente que piensa muy diferente y rechacemos a otros que piensan muy parecido; es que lo que verdaderamente importa son los gestos, la praxis y no lo que se dice de la boca para afuera. Como decía Nietzsche, <i>aunque la boca mienta, la jeta dice la verdad</i>. <o:p></o:p></div></div><div id="ftn7"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref7" name="_ftn7" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[7]</span></span></span></span></a><span lang="ES-AR"> </span>La actitud del analista a la que refiere, Lacan la describe así: <i>La de ofrecer al diálogo un personaje tan despojado como sea posible de características individuales; nos borramos, salimos del campo donde podría percibirse este interés, esta simpatía, esta reacción que busca el que habla en el rostro del interlocutor, evitamos toda manifestación de nuestros gustos personales, ocultamos lo que puede delatarnos, nos despersonalizamos, y tendemos a esa meta que es representar para el otro un ideal de impasibilidad.</i> JACQUES LACAN, <i>La agresividad en psicoanálisis,</i> Escritos I, Siglo XXI, págs. 99-100.<o:p></o:p></div></div><div id="ftn8"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref8" name="_ftn8" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[8]</span></span></span></span></a><span lang="ES-AR"> </span><i>La agresividad…</i><o:p></o:p></div></div><div id="ftn9"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref9" name="_ftn9" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[9]</span></span></span></span></a><span lang="ES-AR"> </span><i>La agresividad…<o:p></o:p></i></div></div><div id="ftn10"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref10" name="_ftn10" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[10]</span></span></span></span></a><span lang="ES-AR"> </span><i>Reconocimiento </i>es la expresión que a mí me sienta mejor para expresar la famosa fórmula freudiana “hacer conciente lo inconciente”. <o:p></o:p></div></div><div id="ftn11"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref11" name="_ftn11" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[11]</span></span></span></span></a><span lang="ES-AR"> </span>En relación a la posición existencial del neurótico, ver en mi texto <i>UNO, psicoanálisis de un sujeto gramatical</i> (inédito)<i>.<o:p></o:p></i></div><div class="MsoFootnoteText"><br />
</div><div class="MsoFootnoteText"><br />
</div><div class="MsoFootnoteText"><br />
</div></div><div id="ftn12"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref12" name="_ftn12" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[12]</span></span></span></span></a> De lo que me pasa a mí puedo dar cuenta directamente (<i>testimonio</i>) pues, aunque lo que sienta sea malintencionado o falso, yo lo siento; de lo que le pasa al otro o a terceros, sean realidades objetivas o subjetivas, por más que yo esté muy convencido de lo que siento y pienso de ellas, no puedo dar cuenta directamente de mi convencimiento, es decir, no estoy en el lugar real de poder dar testimonio de que lo que digo sea tal como lo digo. Esta diferencia, tan sencilla de entender, sin embargo no es tenida en cuenta todo lo que se debería. Aunque, pensándolo bien, tampoco es tan sencilla, pues en ella se basa la diferencia decisiva entre <i>evidencia</i> y <i>certeza</i>, realidades que, mucho más a menudo que lo deseable, se confunden y se toman como equivalentes. Al respecto, ver mi libro <st1:personname productid="La Tel←pata" w:st="on"><i>La Telépata</i></st1:personname><i>, un psicoanálisis de la alucinación y el delirio, Post-Scriptum: Certeza y Verdad. <o:p></o:p></i></div></div><div id="ftn13"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref13" name="_ftn13" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[13]</span></span></span></span></a> Por lo general tiende a pensarse que cuando están en crisis, los psicóticos son agresivos e intratables. Es cierto que en tales circunstancias pueden desplegar conductas persecutorias, de excitación u otras similares que casi imposibilitan un trato cordial; pero las crisis no son siempre de este tipo, también pueden consistir en momentos de gran pavura, perplejidad, o desorganización en los que manifiestan un gran desamparo. En todos los casos, sin embargo, y en contra del prejuicio más extendido, las crisis psicóticas son y ofrecen una oportunidad única e incomparable de establecer un vínculo auténtico con el psicótico. <o:p></o:p></div></div><div id="ftn14"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref14" name="_ftn14" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[14]</span></span></span></span></a><span lang="ES-AR"> “Amor propio” no es equivalente a “narcicismo”. El “amor propio” es amor a un “objeto” privilegiado, yo mismo, mientras que en el “narcicismo” aún no hay objeto. Podemos, por supuesto, diferenciar un narcisismo primario de otro secundario, donde en éste habría objeto; pero lo que importa en este punto, ahora, es remarcar esa diferencia fundamental: dónde hay objeto y dónde aún no lo hay. </span></div></div><div id="ftn15"><div class="MsoNormal"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref15" name="_ftn15" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-size: 10pt;"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[15]</span></span></span></span></a><span style="font-size: 10pt;"> «La preeminencia de la agresividad en nuestra civilización quedaría ya suficientemente demostrada por el hecho de que se la confunde habitualmente en la moral media con la virtud de la fortaleza. Entendida con toda justicia como significativa de un desarrollo del yo, se la considera de un uso social indispensable y tan comúnmente aceptada en las costumbres…» J. Lacan. <i>La agresividad en psicoanálisis</i>, Escritos I, págs. 112/113. <o:p></o:p></span></div></div><div id="ftn16"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref16" name="_ftn16" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[16]</span></span></span></span></a><span lang="ES-AR"> Palabras de Poncio Pilatos. Juan, 18. 38 </span></div></div><div id="ftn17"><div class="MsoNormal"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref17" name="_ftn17" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-size: 10pt;"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[17]</span></span></span></span></a><span lang="ES-AR" style="font-size: 10pt;"> </span><span style="font-size: 10pt;">HEGEL, <i>El tratamiento de la locura</i> (1820), Fragmento extraído de <i>Filosofía del Espíritu</i>, Ed. Anaconda, Bs.As. </span><span lang="ES-AR" style="font-size: 10pt;"><o:p></o:p></span></div></div><div id="ftn18"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref18" name="_ftn18" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[18]</span></span></span></span></a><span lang="ES-AR"> <i>«Dr Latrémolière, porque usted está </i>persuadido<i> de que soy un Alienado –y porque se halla en frente de mi en la posición del Médico del Asilo frente al internado, y que el médico siempre tiene razón contra un encarcelado, porque le basta con afirmar, y el enfermo siempre está en el error porque en tales casos aun sus afirmaciones de hechos entran en la categoría de un delirio catalogado cualquiera que sea la lucidez que emplee en expresarlo».</i> Antonin Artaud, <i>Cartas desde Rodez</i>, del 19/7/1943, Ed.Fundamentos, Madrid.</span></div></div><div id="ftn19"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref19" name="_ftn19" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[19]</span></span></span></span></a><span lang="ES-AR"> <i>Epogé </i>y <i>Ataraxia</i>.</span></div></div><div id="ftn20"><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6pt;"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref20" name="_ftn20" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-size: 10pt;"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[20]</span></span></span></span></a><span lang="ES-AR" style="font-size: 10pt;"> </span><i><span style="font-size: 10pt;">«El sujeto forzado a reaccionar permanentemente en el sentido de preceptos que no son manifestación de sus tendencias instintivas vive, psicológicamente hablando, muy por encima de sus medios y puede ser calificado, objetivamente, de hipócrita, de sé o no clara cuenta de esta diferencia, y es innegable que nuestra civilización actual favorece con extraordinaria amplitud este género de hipocresía. Podemos arriesgar la afirmación de que se basa en ella y tendría que someterse a hondas transformaciones si los hombres resolvieran vivir con arreglo a la verdad psicológica. Hay, pues, muchos más hipócritas de la cultura que hombres verdaderamente civilizados…».</span></i><span style="font-size: 10pt;"> S.Freud, <i>Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte,</i> 1915. </span><span lang="ES-AR" style="font-size: 10pt;"><o:p></o:p></span></div></div><div id="ftn21"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref21" name="_ftn21" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[21]</span></span></span></span></a><span lang="ES-AR"> Tanto el término <i>Terapia</i>, de origen griego, como <i>Cura</i>, su traducción latina, significan <b>cuidar</b> (servir, solicitud, entrega), que es el término que utiliza Hegel en el pasaje citado.</span></div></div><div id="ftn22"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref22" name="_ftn22" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[22]</span></span></span></span></a><span lang="ES-AR"> Al respecto, ver mi artículo <i>Cuerpo Teórico</i>, en revista TOPIA, Nº4, Bs.As. 1992.</span></div></div><div id="ftn23"><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 6pt;"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref23" name="_ftn23" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-size: 10pt;"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[23]</span></span></span></span></a><span lang="ES-AR" style="font-size: 10pt;"> «</span><i><span style="font-size: 10pt;">Los alienados conservan un sentimiento de los justo y de lo bueno. Saben, por ejemplo, que no es lícito causar daño a los demás, y por esto se les puede dar a conocer el mal que han hecho y hacerles sentir su responsabilidad… Así se fortifica lo que hay mejor en ellos y se les da confianza en su propia fuerza moral. Un tratamiento duro, imperativo y desdeñoso, puede, por el contrario, alejar del enfermo el sentimiento moral hasta el punto de llevarlo a los paroxismos de la rabia</span></i><span style="font-size: 10pt;">.» Hegel, Idem.</span><span lang="ES-AR" style="font-size: 10pt;"><o:p></o:p></span></div></div><div id="ftn24"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref24" name="_ftn24" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[24]</span></span></span></span></a><span lang="ES-AR"> A esta praxis actualmente se la denomina, muy simpáticamente, “secretario del alienado”. A mi la verdad es que no me gusta, considero que no refleja el verdadero trabajo del analista con el loco..</span></div></div><div id="ftn25"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref25" name="_ftn25" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[25]</span></span></span></span></a> Primera, valga aclarar, después de la más elevada del estadio anterior (dominado por la ley y lo ético), es decir, de habernos tomado muy en serio y hecho realmente carne con lo ético.<o:p></o:p></div></div><div id="ftn26"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref26" name="_ftn26" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[26]</span></span></span></span></a><span lang="ES-AR"> </span>Destitución del sujeto supuesto saber; atravesamiento del fantasma (<i>epojé</i>); la falta en el Otro, etc.<o:p></o:p></div></div><div id="ftn27"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref27" name="_ftn27" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[27]</span></span></span></span></a><span lang="ES-AR"> San Pablo, Epístola a los Romanos.</span></div></div><div id="ftn28"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref28" name="_ftn28" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[28]</span></span></span></span></a> En la tradición freudiana, esta es la manera primera en que aparece y se entiende la idea de “transferencia”; también en ella, al segundo elemento se lo denomina “formación sustituta”, justamente porque sustituye y representa al primero. <o:p></o:p></div></div><div id="ftn29"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref29" name="_ftn29" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[29]</span></span></span></span></a><span lang="ES-AR"> </span>La palabra “representación” en Freud debe ser entendida como “representante”, como lo que está, ocupa y representa el ser de otra cosa. El “representante representativo” representa a la idea, a la imagen; el “representante afectivo” representa al afecto. <o:p></o:p></div></div><div id="ftn30"><div class="MsoNormal"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref30" name="_ftn30" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-size: 10pt;"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[30]</span></span></span></span></a><span lang="ES-AR" style="font-size: 10pt;"> </span><span style="font-size: 10pt;">Una interpretación posible de la doctrina de Jaques Lacan diría que se denomina “significantes” a estos dos elementos ensamblados, que él nombra como S y S</span><span style="font-family: "Century Gothic"; font-size: 10pt;">´ </span><span style="font-size: 10pt;">(<i>La instancia de la letra</i>, Escritos I). Que “el inconsciente está estructurado como un lenguaje” querría decir, justamente, que su esencia es la misma que la del símbolo, que consiste (como mínimo) en dos elementos mutuamente implicados y ensamblados.<o:p></o:p></span></div></div><div id="ftn31"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref31" name="_ftn31" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[31]</span></span></span></span></a> Esto debería alcanzar para hacer ver el tremendo error en el que caen ciertos lacanianos cuando por “significante” entienden “el aspecto material acústico o gráfico del signo”. Que “el inconsciente esté estructurado como un lenguaje” no quiere decir, entonces, que está compuesto de sonidos acústicos o gráficos, sino que que, en su gramática, cualquier cosa puede funcionar como significante. <o:p></o:p></div></div><div id="ftn32"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref32" name="_ftn32" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[32]</span></span></span></span></a> Este planteo ya había sido desarrollado por Marx en <i>El Capital</i>. Allí estableció que la <i>mercancia</i> es una unidad real que implica dos aspectos: el <i>valor de uso</i> y el <i>valor de cambio</i>. El valor de uso “es el aspecto material” (por ejemplo, las características físicas del pan); en cuanto el valor de uso, dos panes son idénticos e imposibles de diferenciar, por más que uno esté hecho a máquina y el otro esté hecho a mano, el pan es pan se haga hoy aquí o se haya hecho hace dos mil años en Roma. El valor de cambio es el “tiempo social necesario para su producción”, y este aspecto, que varía constantemente, no está en lo que llamamos realidad “física” del pan sino que es constitutiva de su producción-realidad “social”. Esta faceta, ajena a lo inmediatamente físico, aunque no es visible, sin embargo es la que ordena y hace efectiva la circulación de todos los bienes físicos. Por eso Marx define a las “mercancías” como “objetos físicamente metafísicos u objetos sociales”. <i>El Capital</i>,<i> El fetichismo de la mercancía</i>, Fondo de Cultura Económico, pag. 38-38. A este tipo de materialidad físicamente metafísica o social la llamó <i>materialidad dialéctica</i>.<o:p></o:p></div></div><div id="ftn33"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref33" name="_ftn33" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[33]</span></span></span></span></a><span lang="ES-AR"> </span>Jaques Lacan expresa esta relación con la fórmula S/s.<o:p></o:p></div></div><div id="ftn34"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref34" name="_ftn34" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[34]</span></span></span></span></a> «No es, por tanto, exacto decir que la sensación interiormente reprimida es proyectada al exterior, pues ahora vemos más bien que lo interiormente reprimido retorna desde el exterior». S.Freud, <i>Observaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia (caso Schreber)</i>, Biblioteca Nueva, Madrid, pág. 1522-23. <o:p></o:p></div></div><div id="ftn35"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref35" name="_ftn35" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[35]</span></span></span></span></a><span lang="ES-AR"> </span>Por eso el delirio, la posición delirante, es “sintónico” con el yo: “el delirante ama a su delirio más que a sí mismo”.<o:p></o:p></div></div><div id="ftn36"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref36" name="_ftn36" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[36]</span></span></span></span></a><span lang="ES-AR"> </span>Jacques Lacan, Seminario 3, Las Psicosis, pags, 80, 81 y otras.<o:p></o:p></div></div><div id="ftn37"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref37" name="_ftn37" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[37]</span></span></span></span></a> Si ponemos en correspondencia “signo” y “mercancía”, hay que decir que el <i>valor de cambio</i> de cualquier mercancía (más allá de su <i>valor de uso</i>) se establece por “el trabajo socialmente necesario para producirla”. Ahora bien, ¿cómo se establece el valor de cambio de una obra de arte? En la obra de arte no es posible recurrir al trabajo social necesario, se impone pues otro criterio. La misma excepción podemos establecer en el signo psicótico: no es posible remitirlo a ningún otro signo o sentido social estblecido.<o:p></o:p></div></div><div id="ftn38"><div class="MsoNormal"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref38" name="_ftn38" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-size: 10pt;"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[38]</span></span></span></span></a><span lang="ES-AR" style="font-size: 10pt;"> </span><span style="font-size: 10pt;">Puede haber, y de hecho hay, una <i>jerarquía</i> de seres de acuerdo a la mayor o menor realización de la potencia. Dios, en un extremo, es el Acto Puro, puro ser consumado. Para Plotino debe distinguirse el sentido de <i>acto </i>según se aplique a lo sensible o a lo inteligible… En lo inteligible, a diferencia de lo sensible, la actualidad es propia de todos los seres, de modo que, siendo el ser en acto el acto mismo, la forma no es un mero acto: más bien es <i>en acto</i>. <i>Diccionario de Filosofía.</i> Ferrater Mora.<o:p></o:p></span></div></div><div id="ftn39"><div class="MsoNormal"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref39" name="_ftn39" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-size: 10pt;"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[39]</span></span></span></span></a><span style="font-size: 10pt;"> HEGEL, <i>Fenomenología del Espíritu,</i> Ed. Rescate, Nota del traductor, pag. 69. <o:p></o:p></span></div></div><div id="ftn40"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref40" name="_ftn40" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[40]</span></span></span></span></a> Vale la pena señalar la asombrosa diversidad de sentidos y realidades que caen dentro de este campo opuesto a lo real. <o:p></o:p></div></div><div id="ftn41"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref41" name="_ftn41" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[41]</span></span></span></span></a> Hume, <o:p></o:p></div></div><div id="ftn42"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref42" name="_ftn42" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[42]</span></span></span></span></a><span lang="ES-AR"> </span>Esta idea se remonta al conocido “mito de la caverna” de Platón. <o:p></o:p></div></div><div id="ftn43"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref43" name="_ftn43" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[43]</span></span></span></span></a> Nos referimos a la realidad humana del adulto, y específicamente del adulto despierto normal. Las intoxicaciones, la fiebre, las lesiones cerebrales, las enfermedades mentales, etc., alteran esa realidad. La realidad del niño y del bebé también es diferente a la del adulto. Y es probable que la diversidad cultural también establezca realidades diferentes. <o:p></o:p></div></div><div id="ftn44"><div class="MsoBodyText2"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref44" name="_ftn44" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-size: 10pt; line-height: 200%;"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[44]</span></span></span></span></a><span lang="ES-AR" style="font-size: 10pt; line-height: 200%;"> FREUD, SIGMUND. <i>Lo Inconsciente</i>, O.C., Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, Tomo II pags. 2066-67.</span><span style="font-size: 10pt; line-height: 200%;"><o:p></o:p></span></div></div><div id="ftn45"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref45" name="_ftn45" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[45]</span></span></span></span></a><span lang="ES-AR"> En relación a cómo la estructura misma de un lenguaje permite o prohíbe diferentes maneras de enunciar cómo un saber se sabe (por se testigo presencial del hecho, por información a través del lenguaje, como información de la que nadie vivo puede dar testimonio, por deducción, como rumor, etc.), ver el Prefacio a mi libro <st1:personname productid="La Tel←pata." w:st="on"><i>La Telépata</i>.</st1:personname></span></div></div><div id="ftn46"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref46" name="_ftn46" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[46]</span></span></span></span></a><span lang="ES-AR"> </span>A este acto Søren Kierkegaard lo denomina <i><span lang="ES-AR">repetición.</span></i><span lang="ES-AR"> </span>Sobre el concepto de «repetición» y el de «instante» hay pocos desarrollos tan ricos y poderosos como los que despliega Kierkegaard. Cfr.al respecto <st1:personname productid="La Repeticin" w:st="on"><i>La Repetición</i></st1:personname> y también <i>El concepto de la angustia</i>.<o:p></o:p></div></div><div id="ftn47"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref47" name="_ftn47" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[47]</span></span></span></span></a><span lang="ES-AR"> J. LACAN, “<i>La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud</i>”, Escritos I, Siglo XXI, pag. 497.</span></div></div></div>Héctor Fenogliohttp://www.blogger.com/profile/11308550407688946357noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-1371955767668194433.post-6164151933197563512010-06-14T11:51:00.001-07:002010-06-14T11:51:20.563-07:00ESTAR SANO ES MUCHO MÁS QUE NO ESTAR ENFERMOESTAR SANO ES MUCHO MÁS<br />
QUE NO ESTAR ENFERMO<br />
Declaración de Principios del Área de Salud. <br />
LA PUERTA centro de salud, arte y pensamiento. <br />
(Borrador)<br />
<br />
<br />
1.- Más que contra de la enfermedad, trabajamos por la salud<br />
<br />
El Centro de pensamiento, arte y salud LA PUERTA, más que contra la enfermedad trabaja por la salud. Tanto en los casos leves como en los más graves, no trabajamos para restituir un supuesto estado de salud perdido, sino para conquistar la vida más plena que hoy seamos capaces de alcanzar. Bajo el lema Estar sano es mucho más que no estar enfermo, realizamos tareas de asistencia, promoción, prevención, rehabilitación, docencia e investigación en el campo de la salud mental.<br />
Somos un grupo de psicoanalistas, psiquiatras y psicólogos que, junto con artistas plásticos, del teatro, trabajadores corporales, musicoterapeutas, maestros de yoga, de Tai Chi y muchas otras disciplinas, trabajamos coordinados en un red interconectada de: <br />
* Consultorios Externos de psicología y psiquiatría (adultos, niños, familias). <br />
* Equipo de Atención en situaciones de Crisis y Psicosis, ambulatorio e interdisciplinario.<br />
* Hospital de Día, para psicosis y otros trastornos severos. <br />
* Equipo de Acompañantes Terapéuticos.<br />
* Club de Salud, espacio de recreación, acompañamiento y encuentros.<br />
* Talleres y Cursos de Prevención y Promoción de Salud, <br />
* Investigación, formación y enseñanza. <br />
<br />
<br />
2.- Nadie puede estar sano en un mundo enfermo.<br />
<br />
El modelo médico dominante considera que las perturbaciones mentales son puras enfermedades orgánicas, y que el acto de recetar psicofármacos es la única estrategia terapéutica seria y efectiva. Este modelo considera que las perturbaciones mentales graves —en especial las psicosis— son enfermedades incurables de curso irreversible y de carácter crónico, por lo que la internación asilar, en establecimientos públicos o privados, es la principal —sino la única— estrategia de contención cuando los fármacos resultan insuficientes. <br />
Para nosotros, en cambio, resulta imposible reducir el origen y desarrollo de las enfermedades mentales a causas orgánicas, como aceptar que tal origen y evolución sean ajenos al modo de vida alienante que reina en nuestra sociedad. El trabajo por la salud mental, entonces, lejos de reducirse a la administración de fármacos, es una lucha constante contra la alienación social e individual por parte de todos los involucrados en ella: profesionales, pacientes, familiares y la comunidad en general.<br />
<br />
<br />
3.- La salud es algo demasiado importante para dejarla en manos de especialistas.<br />
<br />
El trabajo por la salud mental presupone un a priori ético imprescindible: el derecho irrestricto de cada persona a decidir sobre su propio destino, el que, a su vez, implica la responsabilidad de cada uno para con su propia vida. Este a priori ético se traduce en una condición clínica ineludible: la aplicación de cualquier medida terapéutica, desde la más inocua hasta la más trascendente, debe contar con el acuerdo del paciente y/o sus familiares.<br />
Últimamente, sin embargo, se ha impuesto la idea de que esta condición no puede ni debe aplicarse a pacientes peligrosos para sí o para terceros. Esta idea, en extremo imprecisa, viene permitiendo internaciones innecesarias sin antes recurrir a otro tipo de medidas más adecuadas y menos costosas. Así se termina oficializando la violación de los derechos humanos de los pacientes, quienes no son tenidos en cuenta a la hora de tomar decisiones sobre su vida. De esta manera hemos llegado a la lamentable situación de que el profesional en salud mental se ve obligado —¿por ley?— a tomar medidas propias del aparato jurídico-policial, ajenas a su praxis e incumbencia.<br />
Negamos que el respeto a la voluntad del paciente y/o sus familiares sea una imprudencia profesional que toma a la ligera las posibles conductas peligrosas para sí o para terceros. Para los casos de real peligro alcanzan las mismas garantías que para todo el mundo: los derechos de cada uno terminan donde comienzan los derechos de los demás, y donde éstos sean violados, debe actuar la ley. Pero antes de la acción de la ley, debe desplegarse el trabajo terapéutico sobre la voluntad y el poder de decisión del paciente y su familia, implementando todas las medidas posibles que protejan la vida, la salud y los bienes propios y ajenos. <br />
<br />
<br />
4.- Con una soga se puede tirar, pero no se puede empujar.<br />
<br />
Hay dos grandes formas de plantear el tratamiento de la enfermedad mental: o bien el deseo del paciente de curarse es imprescindible, o bien no lo es y lo único eficaz es la acción química de los fármacos. Para nosotros, el deseo de curarse es imprescindible. En ese marco, la medicación es un recurso más en nuestra práctica terapéutica. En todos los casos (leves, serios o graves) es necesario que la persona afectada quiera curarse. Nosotros, incluso, exigimos por parte del paciente y su familia, una demanda formal en tal sentido. Esta demanda es la manera en que un paciente se aferra a la punta de un tratamiento, mientras nosotros, por nuestra parte, tiramos de la otra punta para ayudar a sacarlo de la situación enferma en la que se encuentra. <br />
Con una soga se puede tirar, pero no se puede empujar: si el paciente no desea curarse, si no se agarra fuerte a la soga, o la suelta, nadie ni nada lo puede empujar ni obligar a curarse. <br />
La condición del respeto irrestricto a la voluntad del paciente y/o familiares, y la necesidad de contar con su acuerdo para llevar adelante cualquier medida terapéutica, no sólo es, entonces, una condición ética insoslayable, sino que también es, y principalmente, el punto de apoyo de Arquímedes necesario e imprescindible para iniciar cualquier tratamiento. Sin esta condición es imposible la emergencia y el despliegue del deseo de cura. <br />
<br />
<br />
5.- El deseo es social y material.<br />
<br />
Nuestra sociedad concibe al deseo como deseo de objetos. Sin embargo, aunque podamos comprarlo todo, aun así no alcanzaríamos siquiera a rozar el anhelo más íntimo de nuestro ser; porque en lo más íntimo de nuestro ser hay algo que todavía no es y pide ser, y nunca llegará a ser por el camino de tenerlo todo. <br />
Pero tampoco llegará a ser por la interminable destilación de nuestra interioridad en un diván o encerrado en las paredes de nuestra cabeza. En el núcleo de nuestro deseo no están los objetos como tampoco la interioridad más interior de nuestro ser, sino la relación con el otro. Nuestra jugada definitiva es con los otros. El deseo es social por excelencia y material por esencia, un entramado real en devenir con el mundo que en la enfermedad se halla inhibido, reprimido o, en los peores casos, perdido (o casi) para siempre. Reconciliarse o recomponer el deseo, entonces, es lo mismo que reencontrarse con el mundo y con la vida, con uno y con los otros. <br />
<br />
<br />
6.- Nadie sana en una institución enferma<br />
<br />
Por lo general se concibe a la institución de salud mental (Hospital Público, Clínica Privada, etc.) como un ente jurídico- económico; y a las funciones administrativas, comerciales y jurídicas que cumplen, como algo exterior y ajeno a las prácticas y dispositivos terapéuticos. De esta manera, cuestiones tales como el cobro o gratuidad de las prestaciones, el origen y el destino del dinero para sostener la institución, o la administración, la generación de proyectos y su marcha general, siempre son ajenas a la esencia de la práctica terapéutica. <br />
Nuestro criterio, por el contrario, es que la institución no sólo no está divorciada, sino que no puede ni debe ser ajena al dispositivo terapéutico. Si la dimensión institucional es externa al dispositivo terapéutico, su accionar se burocratiza y el dispositivo no acoge ni quiere saber nada de la materialidad social que lo sustenta.<br />
Debemos llegar al punto donde no haya escisión ni distancia entre ambas esferas, donde la institución coincida completamente con el dispositivo terapéutico y ella, en todo su accionar y devenir, sea terapéutica. Es decir, donde la misma institución sea el dispositivo terapéutico. <br />
La institución no es un ente, la encarnan los profesionales, los pacientes, los familiares, los amigos, los talleristas, los socios, etc. <br />
El Centro La Puerta no es un lugar de internación de enfermos mentales. Si bien luchamos contra la mala praxis de las internaciones innecesarias y/o sin objetivos precisos que se implementan de manera indiscriminada, consideramos que lo más importante no consiste en denunciar a nadie sino en desarrollar y expandir una buena praxis para nosotros, para los pacientes y para la sociedad.<br />
Nadie se cura por una sumatoria de prácticas terapéuticas aisladas, sino por una forma integral y única de praxis institucional. <br />
<br />
<br />
7.- Una Institución Pública No Estatal.<br />
<br />
Por lo general se piensa que solo hay dos formas de organización institucional: o bien pública, y por ende estatal, o bien privada, y por ende empresarial. Cada una con sus pro y sus contra: la primera, centrada en el bien comunitario, no promueve la iniciativa y responsabilidad individual en la tarea que desarrolla; a la segunda, sostenida en la iniciativa y empuje individual, sólo le importa la ganancia y se vuelve contra el bien general. <br />
Hay, sin embargo, una tercera posibilidad: Una Institución Pública No Estatal. <br />
(Continuará…)<br />
<br />
<br />
Héctor Fenoglio, Director de LA PUERTA.<br />
Buenos Aires, Octubre 2007.Héctor Fenogliohttp://www.blogger.com/profile/11308550407688946357noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-1371955767668194433.post-16698862000634000972010-06-14T11:48:00.001-07:002010-06-14T11:48:29.567-07:00CUERPO TEÓRICO<meta content="text/html; charset=utf-8" http-equiv="Content-Type"></meta><meta content="Word.Document" name="ProgId"></meta><meta content="Microsoft Word 11" name="Generator"></meta><meta content="Microsoft Word 11" name="Originator"></meta><link href="file:///C:%5CDOCUME%7E1%5CADMINI%7E1%5CCONFIG%7E1%5CTemp%5Cmsohtml1%5C01%5Cclip_filelist.xml" rel="File-List"></link><style>
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<div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR" style="font-family: Garamond; font-size: 24pt;">CUERPO TEÓRICO<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR" style="font-family: Garamond;">Por Héctor Fenoglio (1992) <a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn1" name="_ftnref1" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[1]</span></span></span></a><o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-AR" style="font-family: Garamond;"> Como siempre, estallás ante mi temerosa mirada que te esquiva. Otra vez el filo de tu mirada tajea mis ojos. Siempre me costó soportar tu presencia, pero mucho más tu ausencia.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-AR" style="font-family: Garamond;"> ¿Qué legitima mi práctica psicoanalítica? ¿Los libros de Freud, un lugar social reconocido, el transcurrir de mi análisis?<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-AR" style="font-family: Garamond;"> Me tranquilizo: yo sólo trato de ayudar a un sufriente que pide ayuda. Es cierto: sólo puedo ofrecer mi corazón. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR" style="font-family: Garamond;">Pero me engaño. Más aún, así llego al momento cúlmine del engaño. ¿Ayudar a un sufriente? ¿Quién soy yo para ayudar a alguien? ¿Quién me creo? Sé, por experiencia propia, que ese sufrimiento es el precio que se paga por traiciones y vilezas, por no poder mirarte de frente, ni querer saber nada de tu presencia. Incluso preferir la enfermedad y aun la muerte a saberte viva.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR" style="font-family: Garamond;">¿Pisco-ayuda? La peor mentira. Me visto de aparente verdad para ocultar la desnudez más desnuda y lacerante, la verdad babeante, deforme y paralítica que me aterra. Me ciego para no verte, me mato para que no me mates.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR" style="font-family: Garamond;">Siempre escucho claro. Pero muchas veces eso denuncia mis propias miserias, y me paralizo. O peor aún, abre la jaula de mis horrores, del pánico. Entonces mi propia cobardía escucha un pedido de ayuda cobarde. Y «ayudo», porque me duele y aterroriza hablar claro. Es cuando me armo de palabras teóricas para escabullirme. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR" style="font-family: Garamond;">Pero llegás y estallás ante mis ojos, y en un relámpago tu mirada inutiliza mi confortable inercia profesional, a la que me aferro y confundo con mi vida. Desbaratás mis pensamientos, desparramás por el piso las prolijas excusas. Inútilmente trato de juntarlas y ordenarlas.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR" style="font-family: Garamond;">Entonces, desde el vacío más pleno que estremece mi cuerpo y con la angustia que atenaza la garganta, mi llanto habla mis palabras:<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR" style="font-family: Garamond;">en tu mundo no hay guaridas, no hay teoría que pueda sostener ni legitimar este acto, sólo la cuota de angustia, horror y valentía que podamos soportar para escuchar esas verdades. Sólo desde allí las verdades toman cuerpo. Cuerpo teórico.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR" style="font-family: Garamond;">Ya lo dijo el poeta: estamos en la noche, en una prisión de la que no saldremos sino muertos, reducidos a colocar el corazón desnudo contra el muro, en el frío, con la esperanza de que haya una oreja pegada al otro lado.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div><br />
<hr align="left" size="1" width="33%" /><div id="ftn1"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref1" name="_ftn1" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[1]</span></span></span></span></a><span lang="ES-AR"> Publicado en revista <i>Topía</i> Nº4, Buenos Aires, Abril 1992.</span></div></div></div>Héctor Fenogliohttp://www.blogger.com/profile/11308550407688946357noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-1371955767668194433.post-4737975185838642032010-06-06T14:21:00.000-07:002010-07-06T14:23:09.345-07:00<meta content="text/html; charset=utf-8" http-equiv="Content-Type"></meta><meta content="Word.Document" name="ProgId"></meta><meta content="Microsoft Word 11" name="Generator"></meta><meta content="Microsoft Word 11" name="Originator"></meta><link href="file:///C:%5CDOCUME%7E1%5CADMINI%7E1%5CCONFIG%7E1%5CTemp%5Cmsohtml1%5C01%5Cclip_filelist.xml" rel="File-List"></link><o:smarttagtype name="PersonName" namespaceuri="urn:schemas-microsoft-com:office:smarttags"></o:smarttagtype><style>
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<h1 align="center" style="text-align: center;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 20pt;">NACE UNA ESTRELLA<o:p></o:p></span></h1><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><br />
</div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><b><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 14pt;">La inolvidable “actuación de sí misma” de Graciela Daleo en la película <i>Cazadores deUtopías</i> es un paradigma de lo <i>abyecto</i>.<o:p></o:p></span></b></div><div class="MsoHeader"><br />
</div><div class="MsoHeader"><span lang="ES-TRAD">Por Héctor Fenoglio<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 10pt;"> </span><b><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 18pt;">C</span></b><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 10pt;">on una escenografía que refiere al ambiente del cautiverio —un colchón en en el piso, una pared en mal estado de fondo— Graciela Daleo dice en la película <b>Cazadores de Utopías</b>: <b><i>Me metieron en la celda 13</i></b><i> </i>(destinada a torturas)<i>, <b>había un catre metálico, un colchón mucho más finito que éste</b> </i>(golpea sobre el que está sentada)<i>, <b>sin funda; era un pedazo de espuma de goma. Me sacan el saco rojo de corderoy que me había regalado mi vieja. Me sacan las medias, la pollera, la bombacha; yo estaba con la menstruación en ese momento, entonces me sacaban el paño y decían “¿acá no tendrá un «embute»?”... Me sentía profundamente humillada. La camisa no me la sacaron, me la dejan abierta; me desprendieron el corpiño y allí encontraron la segunda pastilla</b> </i>(de cianuro<b>).<i> En ese momento lo único que uno quiere es morirse...Yo sentía que mi muerte era la mejor forma de defenderme a mi y a mis compañeros, que necesitaban de mi silencio para no pasar por lo que yo iba a pasar.</i> <o:p></o:p></b></span></div><div class="MsoBodyText"><span lang="ES-TRAD"> Presenciando su relato rápidamente se pasa de la conmoción al estupor: Daleo está permanentemente “en pose”. Tiene un estudiado tono menor en su voz; palabras justas en un relato que, de tan fluido, parece un libreto políticamente correcto; los artificiosos gestos y juegos con las manos; el arreglo de la ropa, etc. Parece estar en un set televisivo componiendo una inolvidable “actuación de sí misma”. El suyo es el único testimonio que tiene una escenografía deliberadamente montada, un hermoso vestido amarillo sobre la pared roja, con una iluminación muy cuidada, la cámara realizando prolijos encuadres acercándose a su rostro en los momentos dramáticos. Más que un testimonio parece una propaganda del verdadero militante resistente. Queda una duda ¿Graciela también es así en la vida cotidiana? </span></div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 10pt;"> </span><b><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 18pt;">A</span></b><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 10pt;">unque no la conozca personalmente, como tampoco los detalles de su cautiverio, me sobran motivos para no dudar de su dignidad y valentía en <st1:personname productid="la ESMA. Adem£s" w:st="on">la ESMA. Además</st1:personname> me siento mucho más cerca de sus afirmaciones que de las Ana Testa, la protagonista de la película <b>Montoneros, una historia</b>, referidas a la actitud dentro del campo de concentración y en relación con los secuestradores. Daleo plantea que prefiere el suicidio a “cantar”, mientras que Ana dice: <b><i>Los tipos me pedían a gritos que lo cantara a Juan. Y bueno...qué se yo...yo a veces dudé si hice bien o hice mal. Después, un día vengo a Bs As, me encuentro con Marcelo</i></b><i> </i>(su custodio desde que fue liberada)<i> <b>que me dice: “bueno ¿ves?, vos me lo hubieras traído a tu marido acá y hoy estaría con vida, pero a tu marido se lo chupó Ejército”. Y bueno...fue una duda..., es una duda, porque ¿quién me podría haber garantizado eso? Tampoco me lo podría haber bancado. ¿Quién podría haber garantizado la vida o la muerte de alguien ahí adentro?</b></i><b> </b>No comparto que por estas dudas se la califique de traidora o quebrada; aunque tampoco creo que quien así lo haga merezca ser calificado de fascista, como lo hace Andrés Di Tella, el director de <b>Montoneros...</b> De todas maneras, hoy éstas no son más que fáciles opiniones políticas que no valen más que el tiempo que lleva pronunciarlas.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 10pt;"> </span><b><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 18pt;">N</span></b><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 10pt;">o hablo aquí, por tanto, de la conducta de Graciela Daleo en <st1:personname productid="la ESMA" w:st="on">la ESMA</st1:personname> sino de su “actuación” en <b>Cazadores de Utopías</b>. Y si lo aclaro es porque hoy se confunde todo. Es que bajo la opresión de un tabú progresista, pareciera que no se la puede criticar por el hecho de que ella fue secuestrada en <st1:personname productid="la ESMA" w:st="on">la ESMA</st1:personname> y de eso da testimonio en la película. ¿Cómo vas a criticar a un desaparecido?, ¿con qué derecho? Da la impresión de que si uno no fue secuestrado y torturado entonces no tiene el derecho ni la autoridad para criticar su conducta actual, y que el sólo hecho de haber sido un desaparecido otorga inmunidad definitiva a sus actos públicos. Esto es un chantaje, y de la peor calaña: nada del pasado, de ella o de cualquiera, por muy glorioso y valiente que haya sido, puede inhibir ni prohibir criticar su actuación, actual o pasada. Hay un razonamiento que se inhibe de criticar a la militancia revolucionaria (desaparecidos o no) porque <i>entonces</i> apoyamos a la dictadura: nada más falaz que esto. Ya va siendo hora de que dejemos la mentirosa excusa de que si criticamos a los desaparecidos fortalecemos a los reaccionarios; mentiras de este tipo también hicieron que la historia haya sido como fue. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div class="MsoNormal"><b><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 10pt;"> </span></b><b><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 18pt;">S</span></b><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 10pt;">obreactuar el terror padecido en <st1:personname productid="la ESMA" w:st="on">la ESMA</st1:personname>, por más bien intencionado que sea, no por eso deja de ser una estafa. Si Susana Gimenez sobreactúa su separación con el galán de turno, me causa gracia; pero que Graciela Daleo se mande la parte haciéndose la estrella “desaparecida” y sufriente me produce rechazo. Es abyecto. Porque haber sufrido torura y haberlo soportado heroicamente es una cosa, y otra muy diferente es “irla” hoy de héroe torturado. Es enchastrar con indignidad y cholulismo a una historia que, aunque tuvo muchísimos errores, merece aclararla de otra manera, porque así lo necesitamos para nuestras vidas. Y el hecho de que se trate de su propia desaparición no sólo no la exime sino que, por el contrario, la vuelve más responsable aún.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 10pt;"> Igual de responsable es el realizador Coco Blaustein, ya que fue él quién decidió su filmación e inclusión, y más grave aún porque este testimonio no es uno más entre muchos, sino que es el remate de su película, lo que lo transforma en un auténtico golpe bajo. En vez de abrir la imprescindible reflexión sobre aquellos hechos, buscan ganarse la platea a cualquier precio porque, desde el momento en que la ubican como punto dramático, ambos saben muy bien que esa escena es complaciente cien por cien con la platea. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoHeader"><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 10pt;"> <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 10pt;"> </span><b><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 18pt;">S</span></b><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 10pt;">i todo esto no fuera más que un asuntillo entre cinéfilos, vaya y pase. Pero la cosa va más allá. No se trata de una cuestión que quede circunscripta a cómo se entiende el arte, la belleza o la estética: todo esto también es un asunto esencialmente político. Ya dije que me siento más cerca del discurso ideológico manifiesto de Graciela Daleo que del de Ana Testa, pero algo latente en él provoca mi mas profundo rechazo, al punto de no dudar en identificarlo como un verdadero enemigo. Es que lo que determina el valor y contenido político de un relato cinematográfico no es su contenido manifiesto, sino la <i>forma de narrar.</i> Tal vez sea así en todo dicurso: más importante que lo que se dice es por qué, para qué, desde dónde y cómo se lo dice. <b>Mentimos con la boca, pero con la jeta decimos la verdad</b>. Con lo dicho lejos estoy de caer en un formalismo vacío o en un esteticismo light, que considera reaccionario a todo contenido y apuesta a una pura forma para intentar zafar de estos problemas.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 10pt;"> Esta es una cuestión política que la izquierda tradicional, tanto peronista como marxista, parece seguir sin sospechar. Porque en este volver a remachar el clavo ya remachado, en este volver a decir y mostrar lo que su público eternamente quiere volver a ver y a escuchar, se define toda una forma de entender el arte y la política. Y lo dicho por Ana Testa, aunque no se comparta, tiene la virtud de abrir la interrogación sobre la historia de la izquierda, y no intenta vender ningún discurso militante, lo que siempre llevó y lleva a cerrar más que a abrir el pensamiento. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD" style="font-size: 10pt;"> Es claro que no se trata aquí de si Graciela Daleo “es así: media histérica y se manda la parte” o Ana Testa “es esto y lo otro”; nada de lo aquí tratado es un asunto psicológico o personal con ninguno de los nombrados. Se trata del valor de relatos públicos que producen efectos políticos, y justamente por ello merecen un análisis público y político. Asumidos o rechazados, los relatos se encarnan en el pensamiento y en la vida de las personas; son el campo de batalla por el sentido de nuestras vidas y definen “en nombre” de qué luchamos. Porque, que dudas pueden ya caber, los relatos <i>hacen</i> historia. </span><span lang="ES-TRAD"> <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><br />
</div>Héctor Fenogliohttp://www.blogger.com/profile/11308550407688946357noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-1371955767668194433.post-23662790778371360812010-06-06T14:17:00.000-07:002010-07-06T14:24:20.217-07:00<meta content="text/html; charset=utf-8" http-equiv="Content-Type"></meta><meta content="Word.Document" name="ProgId"></meta><meta content="Microsoft Word 11" name="Generator"></meta><meta content="Microsoft Word 11" name="Originator"></meta><link href="file:///C:%5CDOCUME%7E1%5CADMINI%7E1%5CCONFIG%7E1%5CTemp%5Cmsohtml1%5C01%5Cclip_filelist.xml" rel="File-List"></link><style>
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<h1><span lang="PT-BR">QUÉ ES UN PADRE</span></h1><div class="MsoNormal"><span lang="PT-BR">Por Héctor Fenoglio<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div class="MsoNormal"><span lang="PT-BR"> <b>El rio</b>, la película de Tsai Ming-Liang, es la historia de un hijo y su padre, o de un padre y su hijo. Está rodada en Taipei, pero podría ser New York, Sidney o Buenos Aires. En realidad, más que una historia es una pregunta: ¿qué es un padre? Y a la vez ¿qué es un hijo? <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span lang="PT-BR"> Xiao, el hijo de más o menos 20 años, desprecia profundamente a su padre (del que no sabemos su nombre, ni que tampoco importa). No hay, no hubo ni habrá ser más despreciable que su padre. Además de no trabajar, su padre es homosexual. Gusta de encontrarse con jóvenes en los saunas. Sin embargo su padre lo busca, quiere encontrarlo, tal vez quiera encontrarse. Pero no hay forma. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span lang="PT-BR"> Escuché decir que <b>El rio</b> es una película sobre la incomunicación, la de ellos y la nuestra. Puede ser. Me señalaban la escena donde el hijo sale de su cuarto, donde pasa por el living en el que su padre está comiendo, cuando éste lo mira extrañado y el hijo vuelve rápido a su cuarto. El padre, por supuesto, sigue comiendo. Sin palabras. Es cierto. Pero me pregunto: ¿acaso si hablaran <i>se comunicarían</i>? Presiento que aunque hablaran durante millones de años, aún así, no llegarían a comunicarse. Algo atroz está pasando entre padre e hijo.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span lang="PT-BR"> Xiao, el hijo, enferma. Toda la película es un terrible dolor en el cuello. Hasta que, después de un largo peregrinar por médicos, masajistas, curanderos, acupuntura, comida tradicional y demás, el padre lleva a su hijo a un lugar del interior del país para consultar un maestro taoísta. Duermen juntos en la cama matrimonial de un lúgubre hotel de provincia. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span lang="PT-BR"> El maestro tan sólo es un voz en el teléfono. Le dice al padre: “Está cortado el meridiano del cuello. Debo esperar a que los dioses bajen durante la noche. Llámeme a las 6 de la mañana”. Lo llama de madrugada para tan sólo escuchar: “Anoche los dioses no han bajado, llame nuevamente mañana a la misma hora”. Otra vez, como siempre, un largo y vacío día por delante. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span lang="PT-BR"> Pero esa noche Xiao va a un sauna. Por un largo pasillo en penumbras andan cuerpos envueltos en toallas amarillas. A cada costado muchas puertas entreabiertas invitan a entrar. En cada una alguien espera. Xiao nerviosamente ocupa la cama de un cuartucho vacío. Y espera. Al rato un cuerpo joven espía, pero se va. Entonces Xiao se levanta y clausura la puerta. Después de una eternidad vuelve a levantarse, abre la puerta y sale al pasillo. Está vacío. Lo va recorriendo hasta que ve una puerta entreabierta. Entra. En la oscura penumbra se abraza con un hombre mayor que lo masturba entre tibias caricias. Aunque logró lo que buscaba, Xiao, sin embargo, piensa en su pobre madre que quedó en la ciudad, tan sola y tan triste.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span lang="PT-BR"> De repente, sin saber cómo, en la penumbra de ese cuartucho, siente en la cara el cachetazo definitivo de su padre, de ese hombre tan tibio. El mundo se le derrumba, el corazón le sale por la boca. Los dioses han bajado.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span lang="PT-BR"> Después sólo se les ve la cara de acostados, otra vez, en la cama matrimonial. Uno tal vez llora, el otro debe estar pensando. A las 6 de la mañana el padre vuelve a llamar al maestro: “ya puede llevarlo al médico —escucha—, los dioses han bajado”. Y se vuelven a la ciudad.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span lang="PT-BR"> La historia de Xiao y su padre es tan bella que merece dejarla aquí, como hizo Tsai Ming-Liang. Pero voy a seguirla por dos razones: una es por Xiao, el hijo, y la otra es por el padre. Voy a empezar por el hijo, o tal vez sea por el padre, porque ¿cómo diferenciarlos? Es cierto que el padre buscaba un encuentro con su hijo, pero también es cierto que nunca llegaba a jugarse entero. Tal vez lo avergonzaba su homosexualidad, o alguna otra cosa, no se sabe, pero lo cierto es que nunca se jugaba entero por ese encuentro. Xiao, por su lado, tenía razón en rechazar rabiosamente a su padre por cobarde y embustero, y en reclamarle “¡viejo: jugate de una vez!”. Pero al mismo tiempo él hacía lo imposible para que su viejo no se jugara, apostando cada vez más alto a su derrota. Ahora bien ¿no era también a su propia derrota? ¿Cómo salir de ser hijo sin reconocer a un padre? <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span lang="PT-BR"> Hoy todos reclamamos, y hasta de mala manera, de que aparezca un padre, como si un padre fuera algo tan fácil de aparecer como un automóvil o una hamburguesa. Pero un padre no es una cosa, como tampoco algo que esté ya hecho y que uno pueda encontrar por ahí. Un padre es un encuentro, pero no con él, sino con uno. O mejor dicho, con él y con uno, simultáneamente; pues no hay padre si no hay hijo, en el buen sentido del término, es decir, del que reconoce a un padre. Es tan cierto de que hoy faltan padres tanto como de que hoy faltan hijos, porque es obvio que no puede haber el uno sin el otro. Y si me detengo tanto en el hijo es por la sencillísima razón que es desde allí de donde sale un padre, pues ¿de qué otro lado podría a salir?<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span lang="PT-BR"> Pero Xiao lo buscó hasta lo último, incluso hasta ir al sauna para encontarse con él, y para que a su padre no le quedaran más alternativas que de un sí o de un no. Hasta allí llegó su extrema lucidez y valentía, y es por eso podemos decir que Xiao, realmente, es UN HIJO. Pero aunque reunamos en un solo abrazo a toda la valentía de todos los hijos del mundo, aún así, no lograríamos que un padre sea padre si es que él no hace lo suyo. Pero en ese instante decisivo el padre de Xiao no se quedó atrás pues, después de la masturbación (de la que nadie sin comprometer su propia dignidad puede afirmar que él sabía que era su hijo) en vez de huir avergonzado lo enfrentó y lo paró con ese definitivo cachetazo, por el que Xiao lo encontró y se encontró. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span lang="PT-BR"> En ese instante bajaron los dioses; allí el mundo se derrumbó y volvió a nacer. Allí apareció UN PADRE. Puto, vago y cobarde, pero de todos modos apareció. ¿Fue por la valentía de Xiao o por la valentía de su padre? Pero, ¡qué importan las causas cuando lo maravilloso acontece! <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span lang="PT-BR"> Con tremenda tristeza sabemos, sin embargo, que en nuestro mundo capitalista, donde ser buen padre tan sólo significa mantener la casa, no cometer delitos, ser buena persona y salir los domingos con joggins y zapatillas muy blancas, el padre de Xiao lleva todas las de perder. Y que Xiao, como hijo, también. Por eso, nuestro más querido homenaje a ellos, y a Tsai Ming-Liang, nuestro nuevo amado director de cine. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div class="MsoNormal"><br />
</div>Héctor Fenogliohttp://www.blogger.com/profile/11308550407688946357noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-1371955767668194433.post-84403020039732006602010-06-06T14:15:00.000-07:002010-07-06T14:16:50.228-07:00<meta content="text/html; charset=utf-8" http-equiv="Content-Type"></meta><meta content="Word.Document" name="ProgId"></meta><meta content="Microsoft Word 11" name="Generator"></meta><meta content="Microsoft Word 11" name="Originator"></meta><link href="file:///C:%5CDOCUME%7E1%5CADMINI%7E1%5CCONFIG%7E1%5CTemp%5Cmsohtml1%5C01%5Cclip_filelist.xml" rel="File-List"></link><o:smarttagtype name="PersonName" namespaceuri="urn:schemas-microsoft-com:office:smarttags"></o:smarttagtype><style>
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<div class="MsoNormal"><st1:personname productid="LA ENUNCIACIᅮN" w:st="on"><b><span lang="ES-AR" style="font-size: 14pt;">LA ENUNCIACIÓN</span></b></st1:personname><b><span lang="ES-AR" style="font-size: 14pt;"><o:p></o:p></span></b></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-AR" style="font-size: 11pt;">Estudios y reflexiones.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-AR" style="font-size: 11pt;">Cap.8 “La reflexividad-de-ejemplar” del libro <i>La transparencia y la enunciación</i> de Francois Récanti.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-AR" style="font-size: 11pt;">«(1) el agua hierve a los cien grados<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-AR" style="font-size: 11pt;">La <b>enunciación</b> de esta oración por parte de alguien, <b>el hecho de decirla</b> constituye un acontecimiento que tiene lugar, como todo acontecimiento, en cierto momento y en cierto lugar; <b>este acontecimiento espacio-temporalmente determinado es el decir o la enunciación</b>. El hecho de decir algo es un acontecimiento como el hecho de fracturarse una pierna, como el hecho de recibir una condecoración, como el hecho de nacer o morir. La expresión “<b>el hecho de decir</b>” subraya el carácter de acontecimiento de la enunciación en tanto hecho: un hecho es ante todo, algo que “tiene lugar” o que “es el caso”, según la expresión inglesa.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-AR" style="font-size: 11pt;">«Pero una <b>enunciación</b> no es un acontecimiento como los otros, pues una determinación la singulariza: la <b>enunciación significa, está dotada de significación</b>. El <b>enunciado</b> (1) es una secuencia sonora que ha sido audible en tal momento y lugar, del mismo modo que por ejemplo, la sirena de los bomberos o el ruido de una pila de platos estrellándose contra el piso. Todas estas secuencias sonoras, por haber sido audibles, cada una en un cierto momento y en un cierto lugar, constituyen acontecimientos, mas la secuencia sonora (1) presenta algunas peculiaridades suplementarias de todas ellas, la fundamental es que <i>significa que el agua hierve a los cien grados</i>. Ciertamente la sirena de los bomberos o el ruido de la pila de platos también significan algo, a saber, que en alguna parte hay un incendio o una escena de quehaceres domésticos, y en general, todos los hechos son significativos para quien los sabe interpreptar. Pero esta objeción juega con los múltiples sentidos de una palabra ambigua por excelencia, la palabra “significar”, El significado de los enunciados es algo muy particular, es preciso no confundirla con los otros tipos de significado, aunque pueda ser interesante compararlos (y esto es lo que haremos, a grandes trazos, en el capítulo siguiente).<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-AR" style="font-size: 11pt;">(pag.131)<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-AR" style="font-size: 11pt;">Entonces:<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-AR" style="font-size: 11pt;">a) <i>Enunciación</i> es “<b>el hecho</b> de decir (algo)”, “el decir”,<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div class="MsoNormal"><b><span style="font-size: 11pt;">AUSTIN: CONFERENCIA VIII. </span></b><span style="font-size: 11pt;"> (Resumen y comentarios del libro de J.L.Austin <u>Cómo hacer cosas con palabras</u>, Paidos, 1982) <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: 11pt;">Hay:<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: 11pt;">1.- ACTOS LOCUCIONARIOS<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: 11pt;">2.- ACTOS ILOCUCIONARIOS<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: 11pt;">3.- ACTOS PERLOCUCIONARIOS<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: 11pt;">1.- ACTO LOCUCIONARIO: acto que equivale a expresar cierta oración con cierto sentido.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: 11pt;">Este acto incluye:<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: 11pt;">Acto fonético: consiste meramente en la emisión de ciertos ruidos.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: 11pt;">Acto “fático”: consiste en la emisión de ciertos términos o palabras, o sea, ruidos pertenecientes a un vocabulario y adecuados a una gramática.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: 11pt;">Acto rético: consiste en realizar el usar esos términos con un cierto sentido y referencia.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: 11pt;">2.- ACTO ILOCUCIONARIO: es llevar a cabo un acto <b><i>al</i> </b>decir algo, como cosa diferente de realizar el acto <b><i>de</i> </b>decir algo. Me referire a la doctrina de los distintos tipos de función del lenguaje, llamándola doctrina de las “fuerzas ilocucionarias”.(144)<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: 11pt;">3.- ACTO PERLOCUCIONARIO: los actos que producimos o logramos <b><i>por</i></b>que decimos algo (convencer, persuadir, disuadir, sorprender, confundir,).<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: 11pt;">Los efectos o consecuencias de las perlocuciones son realmente consecuencias que no incluyen efectos convencionales tales como, por ejemplo, el hecho de que el que emite la expresión “te prometo que...” queda comprometido por su promesa (esto corresponde al acto ilocuionario). Existe una diferencia clara entre los que consideramos la producción real de efectos reales (acto perlocucionario; por ej. atemorizar) y lo que consideramos consecuencias convencionales (acto ilocucionario, por ej. prometer)<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: 11pt;">Durante mucho tiempo los filósofos han desatendido estos estudios tratando todos estos problemas (estos actos) como problemas (y actos) de “uso locucionario”.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: 11pt;">1.- Hablar de “uso del lenguaje” para referirse a prometer parece exactamente igual a hablar de “uso del lenguaje” para alarmar, excitar,etc. Sin embargo el primer “uso” es <i>convencional</i>, en el sentido que es posible explicarlo mediante una <i>fórmula realizativa</i>, lo que no ocurre con el segundo “uso”. Puedo decir “te prometo...” pero no puedo decir “te alarmo”.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: 11pt;">2.- “Uso del lenguaje” abarca otras cuestiones ademas de los actos ilocucionarios y perlocucionarios. Por ejemplo, podemos hablar del “uso del lenguaje” <i>para </i>algo, por ejemplo para bromear. También podemos usar el <b><i>al </i></b>de manera diferente al ilocucionario como “<b><i>al </i></b>decir eso estaba representando un papel...”. También, por ej.el “uso poético del lenguaje” que es diferente al “uso del lenguaje en poesía”<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: 11pt;">3.- Podemos “usar el elnguaje” para exteriorizar una emoción: por ej. insultar. El acto ilocucionario es un acto convencional, hecho de conformidad a una convención. No es así el acto de insultar. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div class="MsoNormal"><b><span style="font-size: 11pt;">COMENTARIOS:<o:p></o:p></span></b></div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: 11pt;">En el ACTO LOCUCIONARIO Austin distingue: (136-137)<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: 11pt;">ACTO FONÉTICO----------------EXPRESIÓN: PHONE<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: 11pt;">ACTO “FÁTICO”-----------------EXPRESIÓN: PHEME<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: 11pt;">ACTO RÉTICO--------------------EXPRESIÓN: RHEME<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: 11pt;">(¡QUÉ PALABRAS!)<o:p></o:p></span></div><div class="MsoBodyText"><span style="font-size: 11pt;">Recordemos que:<o:p></o:p></span></div><div class="MsoBodyText"><span style="font-size: 11pt;">Acto fonético es emisión de sonidos –phone-,<o:p></o:p></span></div><div class="MsoBodyText"><span style="font-size: 11pt;">acto fático es palabras y gramática –pheme-; y<o:p></o:p></span></div><div class="MsoBodyText"><span style="font-size: 11pt;">acto rético es expresiones con sentido –rheme-. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: 11pt;">“La <i>pheme</i> (y la dimensión fática) es una unidad de <i>lenguaje</i> (<i>language, langue</i>), su deficiencia típica es de carecer de sentido. Pero el <i>rheme</i> (y la dimensión rética) es una unidad de <i>habla</i> (<i>speech, parole</i>), su deficiencia típica es ser vago o vacuo u oscuro,etc”(142) (¿¿¿¿¿???????)<o:p></o:p></span></div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span style="font-size: 11pt;">***<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: 11pt;">Al separar la lengua del habla, dice Saussure, separamos al mismo tiempo: 1º lo social de lo individual; 2º lo escencial de lo accesorio. De las dos partes que integran el estudio del lenguaje, “una, escencial, tiene por objeto la lengua, que es social en su escencia e independiente del individuo...la otra, secundaria, tiene por objeto la parte individual del lenguaje, es decir el habla”. Para Saussure no hay nada colectivo en el habla, “sus manifestaciones son individuales y momentáneas. No hay nada más que la suma de casos particulares...sería quimérico reunir bajo un mismo punto de vista la lengua y el habla”.<o:p></o:p></span></div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span style="font-size: 11pt;">***<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: 11pt;">La oración o la frase ¿es lenguaje o es habla?, ¿la frase es asunto de los lógicos?, ¿hay una lingüística del habla? ¿De quién es el habla, quién está autorizado a tratarla?<o:p></o:p></span></div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span style="font-size: 11pt;">***<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: 11pt;">Los actos ilocucionarios plantean de manera acuciante éstas cuestiones. Nada fácil.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: 11pt;">Los actos ilocucionarios se sostienen en verbos -¿o será acaso que no consisten más que en decir verbos? De los verbos sabemos -por Jakobson- que son uno de los principales elementos articuladores (<i>shifters</i>, embrages, conmutadores) entre el enunciado y la enunciación (entre lo dicho y el acto realizado al decirlo).<o:p></o:p></span></div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span style="font-size: 11pt;">***<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: 11pt;">“Usos del lenguaje”, “funciones del lenguaje” ¿son maneras temerosas de designar los actos?<o:p></o:p></span></div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span style="font-size: 11pt;">***<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: 11pt;">Nosotros los llamamos DISCURSOS, DISPOSITIVOS. Se trata sin dudas del HABLA, a la que –por nuestra parte- encontramos social por excelencia.<o:p></o:p></span></div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span style="font-size: 11pt;">***<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: 11pt;">Trato –con todas estas vueltas- de acercarme al concepto de PRAXIS: tratar lo real mediante lo simbólico. No hay otro medio –agregaría- de acceder a lo real sino es a través de lo simbólico. O, como trato de decir, que TODA EXPERIENCIA ES DISCURSIVA Y TODO DISCURSO ES EXPERIENCIA. (o: todo acto locucionario es también un acto ilocucionario y a la inversa). La afirmación “no hay manera de acceder a lo real sino a traves de lo simbólico” es clave. <o:p></o:p></span></div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span style="font-size: 11pt;">***<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: 11pt;"> Como se alcanza a percibir en Austin, el acto ilocucionario no se trata unicamente de palabras, o de algo verbal, se trata de un ACTO, que también es posible de <b>realizar</b> con otras acciones, distintas a emitir palabras pero que -es lo extraño- también tienen –o caen en- un régimen parecido. Es el ejemplo de gritar algo o tirar huevos o tomates como forma de “decir” <i>protesto; </i>allí lo que se realiza<i> </i>no es una acción pre-verbal (suponiendo que fuera posible algo así) sino algo plenamente discursivo<u>. Lo simbólico se refiere a un ACTO</u>, no meramente a una acción lingüística -un acto se puede realizar en pleno silencio (y quizá –aunque hablemos- deba realizarse así). Entonces, <u>cuando digo discurso digo acto.</u> <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: 11pt;">Sólo el acto permite el acceso a lo real y –por tanto- es lo que nos hace real. <o:p></o:p></span></div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span style="font-size: 11pt;">***<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: 11pt;">Pero actos ilocucionarios hacemos siempre, por el sólo hecho del hablar ¿por qué no somos reales entonces? Aquí hay algo curioso: constantemente hacemos actos pero sin darnos cuenta, sin querer, sin saberlo (como el que hablaba en prosa sin darse cuenta). ¿Sin querar saberlo?<o:p></o:p></span></div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span style="font-size: 11pt;">***<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: 11pt;">“Enunciar” –dice Austin- es un acto ilocucionario, uno más entre tantos. Nosotros le llamamos DISCURSO PROPOSICIONAL, REPRESENTATIVO. Acto ilocucionario es aquel que se realiza AL decir algo, diferente al acto DE decir algo (acto locucionario). Sin embargo en el REALIZATIVO EXPLÍCITO <b>EN Y POR</b> LO DICHO SE ESTABLECE EL ACTO REALIZADO. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: 11pt;">Sin embargo, aunque en el discurso representativo pueda explicitarse el “ENUNCIO”, HAY MUCHAS OTRAS COSAS QUE NO SE EXPLICITAN PERO QUE TAMBIÉN <b>SE REALIZAN</b>: <u>DISOCIACIÓN</u>.<o:p></o:p></span></div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span style="font-size: 11pt;">***<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><b><span style="font-size: 11pt;">PRIMERA TESIS</span></b><span style="font-size: 11pt;">: LOS ACTOS PERLOCUCIONARIOS ESTAN DETERMINADOS POR LOS ACTOS ILOCUCIONARIOS. (Por eso los actos perlocucionarios pertenecen a la psicología, sociología, historia,etc)<o:p></o:p></span></div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span style="font-size: 11pt;">***<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: 11pt;">Los actos perlocucionarios están centrados en los efectos o consecuencias que se logran o se buscan lograr. La realidad viene después. Los ilocucionarios son los que se <b><i>realizan</i></b> <b>AL </b>decir algo. No los puedo hacer de cualquier manera, SON ACTOS CONVENCIONALES, ARTIFICALES -SON SOCIALES POR EXCELENCIA (más que los perlocucionarios). Los efectos perlocucionarios son hechos . Los actos ilocucionarios, en cambio, son lo más parecido a un hechizo, a un encantamiento. Son el acceso a lo real mediante lo simbólico.<o:p></o:p></span></div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span style="font-size: 11pt;">***<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: 11pt;">EL HABLA ES UN HECHIZO, UN ENCANTAMIENTO.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: 11pt;">(los hechizos y los encantamientos también consisten en decir ciertas palabras, por ejemplo una maldición –no hablo aquí de insulto-. Lo mismo los conjuros, invocaciones,etc. Hay que investigar estos hechos. Lo mismo ocurre con ciertas acciones diferentes a decir palabras pero que funcionan “discursivamente”, tales como ritos –persignarse, tocar madera-, cábalas –hablar con tal persona antes de un examen-, signos –no perder monedas, o buscar monedas perdidas-). Todo esto, sin dudas, escapa de lo que usualmente se entiende por HABLA. Pero ¿adónde corresponde?. Nada de esto es psicológico ni sociológico (obviamente se lo puede estudiar de allí –como a los estados místicos -, pero no corresponde: imperialismo de la proposición). <o:p></o:p></span></div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span style="font-size: 11pt;">***<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: 11pt;">ENUNCIAR es un acto ilocucionario y NARRAR es otro; pero son diferentes. No se trata del <b>contenido</b> de lo que digo (de lo dicho) sino del acto de decir: ¿en qué se diferencia el acto de enunciar del acto de narrar, aunque lo dicho sea idéntico?<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: 11pt;">“Juan entró al cuarto”, ¿es una proposición o una narración?. Si nos atenemos únicamente al enunciado (a lo dicho) es imposible determinarlo. Es necesario analizar el acto ilocucionario que lo produce, (el decir –la enunciación). <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: 11pt;">En lo narrado hay descripciones de hechos, pero tales descripciones no son proposiciones: no son ni pueden ser verdaderas o falsas. Por el acto de narrar se prohibe o se suspende la pregunta de si la descripción es verdadera o falsa. Sólo importa la descripción. Aquí la descripción ES (y SÓLO ES).<o:p></o:p></span></div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span style="font-size: 11pt;">***<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: 11pt;">¿No queda ningún rastro de la enunciación en el enunciado?, ¿NO HAY SEÑALES EN EL ENUNCIADO DEL ACTO DE ENUNCIACIÓN?, ¿cómo los diferenciamos, cómo nos damos cuenta si es uno u otro (enunciar o narrar, por ej.)? En la vida NOS DAMOS CUENTA, aunque no siempre. ¿Nos damos cuenta?, ¿qué quiere decir “nos damos cuenta”? Es terrible cuando no podemos darnos cuenta si alguien nos habla en serio o no. LA CARGADA, la ironía REAL. (Hay que analizar las situaciones donde esto se produce: levante de una mina y no sabemos si ella jode o no; charla con un amigo que no puede decirnos en la cara lo que piensa y lo sugiere,etc). EL MALENTENDIDO.<o:p></o:p></span></div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span style="font-size: 11pt;">***<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: 11pt;"> FICCIÓN Y DOCUMENTAL: LA MIRADA A CÁMARA.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-size: 11pt;">El documental se propone, aspira, cae dentro del régimen proposicional. La ficción no.</span><span lang="ES-AR" style="font-size: 11pt;"><o:p></o:p></span></div>Héctor Fenogliohttp://www.blogger.com/profile/11308550407688946357noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-1371955767668194433.post-68890971473973953832010-06-06T14:11:00.000-07:002010-07-06T14:13:39.419-07:00<meta content="text/html; charset=utf-8" http-equiv="Content-Type"></meta><meta content="Word.Document" name="ProgId"></meta><meta content="Microsoft Word 11" name="Generator"></meta><meta content="Microsoft Word 11" name="Originator"></meta><link href="file:///C:%5CDOCUME%7E1%5CADMINI%7E1%5CCONFIG%7E1%5CTemp%5Cmsohtml1%5C01%5Cclip_filelist.xml" rel="File-List"></link><o:smarttagtype name="PersonName" namespaceuri="urn:schemas-microsoft-com:office:smarttags"></o:smarttagtype><style>
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<div class="MsoNormal"><b><span style="font-family: Garamond; font-size: 14pt;">HEGEL Y <st1:personname productid="LA GRAMATICA." w:st="on">LA GRAMATICA.</st1:personname><o:p></o:p></span></b></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">(Desgrabación de una reunión del Grupo de estudio de la LÓGICA DE HEGEL) <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Hector: En el prefacio a la 2ª edición de <st1:personname productid="la Ciencia" w:st="on">la Ciencia</st1:personname> de <st1:personname productid="la Lgica" w:st="on">la Lógica</st1:personname> de Hegel, leemos lo siguiente:<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Arial;">2.- (41) </span><span style="font-family: Arial;">«Las formas del pensamiento están ante todo expuestas y consignadas en el <i>lenguaje</i> del hombre. En nuestros días nunca se repetirá bastante que el hombre sólo se distingue de los animales por el pensamiento. En todo aquello que se le convierte en algo interior, y principalmente en la representación, en lo que hace <i>suyo</i>, ha penetrado el lenguaje; y lo que el hombre convierte en lenguaje y expresa con él, contiene escondida, mezclada o elaborada una categoría; tan natural es al hombre el elemento lógico, o para decirlo mejor, tan propio es de su <i>naturaleza</i> misma. Pero si oponemos en general la naturaleza en sí, como lo físico, a lo espiritual, habría que decir que lo lógico es más bien lo sobrenatural, que penetra en toda relación o actividad natural del hombre, en su manera de sentir, considerar, desear, necesitar, en sus impulsos, y lo convierte sobre todo en algo humano, aun cuando sólo fuese de una manera formal, proporcionándole representaciones y fines. Es una ventaja que un lenguaje posea abundancia de expresiones lógicas, es decir, particulares y diferenciadas, para expresar las determinaciones del pensamiento; a estas relaciones, que se fundan sobre el pensamiento, pertenecen ya muchas de las preposiciones y los artículos. El idioma chino, en su formación, no ha logrado llegar hasta allí o por lo menos lo ha logrado de un modo muy insuficiente; pero estas partículas se presentan de manera absolutamente subordinadas, sólo un poca más independientes que los aumentos silábicos, signos de flexión y otros elementos análogos. Mucho más importante es que en un idioma las determinaciones del pensamiento se hayan destacado como sustantivos y verbos y tengan así el sello de formas objetivas; en esto el idioma alemán tiene muchas ventajas sobre los otros idiomas modernos; muchas de sus palabras no sólo tienen la propiedad de prestarse a diferentes significaciones, sino que hasta tienen significados opuestos; de modo que tampoco en esto puede dejarse de reconocer un espíritu especulativo del lenguaje. Puede ser una alegría para el pensamiento encontrarse con tales palabras y verse en presencia de la unión de los contrarios, contenida de manera ingenua y según el léxico en una sola palabra de significados opuestos; cuya unión es un resultado de la especulación a pesar de ser contradictoria para el intelecto.»<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: Estamos tratando de entender, siguiendo a Hegel, cómo es que las palabras pueden llegar a determinar nuestro pensamiento. Hegel no se está refiriendo, en este pasaje, al significado de las palabras sino a la función gramatical de las mismas. Entonces preguntamos: ¿Cómo es que la función gramatical de las palabras puede determinar nuestro pensamiento? <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Hegel habla de la importancia del “artículo”. En el Diccionario Anaya leemos: <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div class="MsoNormal"><b><span style="font-family: Arial;">Artículo</span></b><span style="font-family: Arial;"> (del lat. <i>Articulus</i> – <i>artus </i>= miembro o división) <i>s.m.</i> (los puntos anteriores no vienen al tema) <b>6.</b> En gramática, determinante que, precediendo al nombre, delimita su extensión significativa, presentándolo como objeto determinado y conocido por el interlocutor (la luna) o como indeterminado (un día).<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Arial;">En el Apéndice Gramatical del mismo diccionario encontramos que el artículo es:<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Arial;">«Constituyente opcional determinante del sintagma nominal, que limita y precisa el significado del nombre. Puede ser: a) “determinado”, cuando presenta nombres de persona, animales o cosas ya conocidas, o que han aparecido antes en el discurso; b) “indeterminados”, cuando presentan nombres de persona, animales o cosas no conocidas, o que aparecen por primera vez en el discurso.»<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Arial;">Como vemos, el artículo <i>presenta</i> al nombre o sintagma nominal. ¿Qué quiere decir “presenta”? Ya que estoy con el diccionario en la mano, les leo:<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><b><span style="font-family: Arial;">Presentar</span></b><span style="font-family: Arial;"> (Del lat. <i>Praesentare</i> = hacer presente) <i>v.tr. y prnl.<o:p></o:p></i></span></div><div class="MsoNormal"><b><span style="font-family: Arial;">1.</span></b><span style="font-family: Arial;"> Mostrar una persona o cosa ciertas características (<i>el accidentado presenta heridas leves</i>). <b>2.</b> Poner ante la vista (<i>el fabricante nos presentó su última colección de gabardinas</i>). <b>3.</b> Dar a conocer a alguien (<i>Jorge me presentó a su amigo</i>). <b>4.</b> Ofrecerse voluntariamente para un fin. <b>5.</b> Comparecer ante alguien o en algún lugar, concurso, etc. (<i>preséntese al jefe inmediato superior</i>). <b>6.</b> Difundir, mostrar algo al público, a veces con carácter competitivo (<i>he presentado el cuento al certamen</i>). <b>7.</b> Hablar una persona en público de un libro, película, etc. <b>8.</b> Ejercer como locutor o presentador (<i>Y ahora presento…)</i> <b>9. </b>Proponer a alguien para una dignidad o empleo (<i>Rosa se presentó como candidata</i>). <b>10.</b> Comparecer en juicio.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: Que el artículo <i>presenta</i> al nombre o sintagma nominal parece concordar con el sentido 2. “poner ante la vista”, en el sentido de que el artículo nos “muestra” o “indica” al nombre. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Pedro: Pero el libro de gramática que los compañeros trajeron dice: "…nunca puede darse un artículo que no vaya seguido de un nombre o de un elemento sustantivado...."<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: Entonces se nos complica: ¿es el artículo el que determina al sustantivo o es el sustantivo el que determina al artículo?<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Pedro: El artículo sustantiva y actualiza. Por ejemplo, tomemos la palabra “perro”. Cuando uno dice “mi perro” es ese del que estamos hablando, de ninguno más. No ponés “perro” a secas, lo ponés en la oración. Esto sirve para hablar de un perro real, hablar de la palabra “perro” es otra cosa. Para hablar del “objeto perro” lo sustantivás, le ponés el artículo o le ponés un pronombre: « <i>él</i> (por el perro) ya comió». De todos modos es medio complicado, porque uno con el artículo también se refiere de manera abstracta a las cosas. Por ejemplo: “la mesa”. También dice “la” mesa cuando se refiere a “esta” o a “mi” mesa.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Cristina: Sin embargo, este mismo manual define a los artículos, como “adjuntos, acompañan y concuerdan con género y numero con el sustantivo”. Es un acompañante, es decir, aquí es al revés, es el sustantivo quien define al artículo.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: En la anterior reunión he pedido a algunos de ustedes que consultaran manuales de gramática, los que tuvieran a mano, para traer información elemental sobre estos temas a fin de comenzar a abrir este asunto. En este texto de gramática que venimos citando leemos:<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">«<i>Sustantivo</i> es la palabra con que designamos o nombramos los seres en general». <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">En el diccionario que tengo en la mano, el Anaya, leemos: <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div class="MsoNormal"><b><span style="font-family: Arial;">Sustantivo</span></b><span style="font-family: Arial;">: (Del lat. <i>Substantivus</i>) adj., y s.m.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><b><span style="font-family: Arial;">1.</span></b><span style="font-family: Arial;"> En gramática, dícese de la palabra que designa personas, animales o cosas que pueden ser sujetos u objetos de una acción o estado. <b>2.</b> Que posee existencia real e independiente. <b>3.</b> Esencial, fundamental. <b>4.</b> En gramática, dícese de la proposición subordinada que, dentro de la oración compleja, desempeña funciones propias de un sustantivo<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: Dicho así, me parece que algo no está bien, pues define la función gramatical de una palabra por su valor semántico, es decir, por su significado. No es a esto a lo que se refiere Hegel.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Juan: Aristóteles define como 1ra. Categoría a las cosas que son por sí y las cosas que son en otro. La cosa por sí sería el sustantivo. Pero claro, como vos decís, de esta manera designamos algo gramatical, el sustantivo, por un procedimiento o por algo por fuera de la gramática.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: Si vos decís: «Los sustantivos son palabras que designan un ser o un objeto, animado o inanimado, real o irreal, etc.», aquí ya hay una cantidad de supuestos; estoy suponiendo que hay ser, un objeto, real o irreal, etc.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Juan: Pero la gramática parte de supuestos.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: Yo diría al revés: en lugar de decir que el sustantivo es una palabra que designa un ser, diría que porque hay sustantivos es que hay seres y objetos. Primero están los sustantivos y después los objetos y los seres. No se puede definir al sustantivo por los seres y los objetos. Me parece que a la palabra que llamamos “sustantivo” hay que definirla gramaticalmente, y que esta definición gramatical se hace o bien por la función en una oración o bien por la partícula gramatical que lo antecede y presenta.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Pablo: Te referís a si lo antecede o no un artículo...<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: Sí, si hay artículo, o al menos es pasible de ponerle un artículo, y cuando digo artículo (lo hago fácil) digo ¿cuáles son?, son estos y estos; si puedo ponerle uno de esas partículas, “artículos”, entonces es sustantivo, y si no lo podés poner, no es sustantivo. Es fácil.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Ramiro: ¿y cuáles palabras pueden cumplir la función de sustantivo?<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Pablo: Todas.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: Si, pero siempre que le puedas poner el artículo.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Pablo: Pero sin el artículo también.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: No, porque he aclarado que, aunque no tenga artículo, el asunto es que podés ponérselo. En ese caso el artículo está tácito.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Cristina: Pero cualquier palabra no puede ser sustantivo. Un adjetivo no puede ser sustantivo.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: ¿Como que no? Lo sustantivás.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Pablo: Un artículo puede cumplir la función de sustantivo también.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: Exacto. Por eso digo que el sustantivo no es una palabra que se defina y se sostenga por sí misma, aislada del resto; al contrario, sólo es sustantivo en relación a la función que tiene dentro de una oración.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Liliana: Exacto. Ser sustantivo o ser artículo siempre se resuelve dentro de una oración.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Juan: “Sustantivo” viene de sustancia, lo que en la filosofía aristotélica sería lo que es por sí mismo.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: La pregunta es ¿porque nosotros, que estamos estudiando <st1:personname productid="la Ciencia" w:st="on">la <i>Ciencia</i></st1:personname><i> de <st1:personname productid="la Lgica" w:st="on">la Lógica</st1:personname></i> de Hegel, estamos tratando de determinar qué es el sustantivo? Yo digo: cuando uno sustantiva, <i>hace</i> una sustancia. No es lo mismo decir “ser” que <i>decir el ser</i>. La primera aclaración importante es establecer que una palabra es un “sustantivo” por la función que desempeña en una frase; con lo cual arrancamos por el lado estrictamente gramatical. Y la segunda aclaración es que esa función queda señalada por el artículo, aun fuera de la frase que lo originó. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Pablo: Tal como está definido “sustantivo” en este manual, pareciera que primero están las cosas y después uno le va poniendo nombres, podés ponerle un nombre propio, que será arbitrario, o condensar en un nombre las características de lo que llamamos “perro”.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: Sí. Nada de esto es ingenuo: si vos decís “el sustantivo es lo que nombra un ser...”, esto ya es toda una toma de posición filosófica, ya afirmás que hay “ser” por fuera del lenguaje, y que ese es el verdadero sentido filosófico de “ser”, etc. Si algo tiene de bueno Hegel, o de refrescante, es que no sólo no se come esos prejuicios sino que hace que vos los veas. Dice: «bueno, comencemos... ¿qué es lo más concreto de lo concreto, lo más material de lo material, y lo más real de lo real? ¿El objeto o el lenguaje? El lenguaje, las palabras, el habla. En eso no hay duda. Yo no sé si hay algo real o no, pero que yo hablo, de eso no hay duda. Entre la realidad (supuesta o no) y yo, lo primero que hay que constatar es que hablo de ella; antes de ponerme a ver si la realidad que describo es de esa manera o de otra, debe estar el reconocimiento del hecho de que estoy hablando de ella. Una vez que hablo, es decir, después de haber dejado establecida esa condición, “veo”, es decir, hablo “de” algo. Cuando hablo “de” algo ya estamos ante la realidad misma, ante la sustancia, dentro del sustantivo. El hablar “de” algo a alguien es lo que determina al ser del sustantivo, y esta forma de hablar “de” algo es lo que llamamos “representación”. Vemos que ahora aparece otra partícula, el “de”, la preposición “de”. Antes vimos que junto al sustantivo aparecía una partícula (“el”, “la”, etc.) que llamamos artículo, que desempeñaba la función de <i>marcar</i> el sustantivo. Por eso el artículo es una palabra tan complicada de pensar.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Cristina: Igualmente, cuando se dice algo puede no existir el artículo y sin embargo sigue siendo un sustantivo.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: Ya dije: el artículo puede estar implícito. La condición de verificación es que vos le puedas colocar un artículo y sea correcto gramaticalmente. Si vos decís: “el agua fría”, está bien. Entonces es un sustantivo. Pero también podés decir: “agua el fría”, y ahí es incorrecto, “fría” allí no funciona gramaticalmente como sustantivo.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Pablo: ¿Siempre se puede anteponer un artículo?<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: Creo que sí. Me parece que una definición de sustantivo sería: aquella palabra a la que se le puede anteponer un artículo. Hay algo seguro: si no se le puede poner el artículo, no es sustantivo.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Juan: Es decir, que si decís “agua”, no decís nada.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: ¿Cómo que no decís nada?<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Juan: Porque no me estoy refiriendo a ningún agua especial. Cuando digo “agua”, el que me escucha sabe que me refiero a un ser, a un objeto, que me refiero al líquido, pero...<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: No sólo a eso. Cuando decís “agua”, yo no sé a que te referís. Puede que, en este caso, se refiera a la palabra “agua”.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Cristina: ¿Un nombre propio es un sustantivo?<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: No lo sé.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Pedro: Acá en el libro dice que sí, que es un sustantivo.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: Yo digo que dejemos el problema de los nombres propios de lado. Nos metemos en un lío mayor aún. Pensemos en los sustantivos comunes.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Cristina: Pregunto porque al nombre propio no le puedo poner el artículo delante.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: Es cierto. Pero volviendo a lo anterior, a mí me parece que la forma más correcta de definir “sustantivo” es estrictamente desde el punto de vista gramatical.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Liliana: Dentro de una frase.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: Claro, dentro del propio discurso y lenguaje. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Pedro: Yo digo lo siguiente. Cuando Juan dice: con “agua” me refiero al líquido, para mí tiene razón, pues la primera representación que se te viene a la cabeza es la del líquido, de lo contrario tenés que aclarar que te referís a la palabra. Si yo digo “puerta”, tengo que aclarar si me refiero a la palabra puerta, si no se entiende que estoy hablando de la puerta.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Liliana: Y sí, porque adquirimos desde lo concreto. A un pibe si le decís “agua”, te señala el agua que conoce. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Corina: Nunca decís “agua” y nada más.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Liliana: Los chicos por ahí sí, te dicen “agua”, no dicen “quiero agua”, aunque vos ya sabés. Por eso, el sentido común básico se remite más a lo concreto que a lo abstracto.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Pedro: Es verdad que, por más que se digan palabras aisladas, por lo general están metidas dentro de una frase.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Liliana: O dentro de una circunstancia.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Pablo: Pero ¿como sería definir el sustantivo de esta forma, gramatical o discursivamente?<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: Aquí, en el manual que trajeron, cuando habla del artículo dice “adjunto del sustantivo”. En la segunda parte, donde habla del artículo, en el segundo párrafo, dice: “Los artículos son lo acompañantes más constantes de los nombres”. Esto, tal cual está dicho, está equivocado, es al revés; justamente el acto de anteponerse un artículo a cualquier palabra, incluso aquella que no sea nombre, la hace funcionar como nombre, la sustantiva. Eso quiere decir que el artículo antepuesto a cualquier palabra la sustantiva. Una cosa definitiva del sustantivo es que tenga artículo.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Pedro: Lo que dice este libro de gramática, es que el sustantivo nombra cosas. Eso es.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: Yo digo que eso es una forma equivocada de encarar el tema.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Pedro: Pero eso es lo que dice esta gramática.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: Lo que digo es que esa afirmación no es gramatical; es filosófica o no sé qué es, pero no es gramatical.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Ramiro: Pero puede haber sustantivo sin artículo. Yo digo: “Corre es el presente del verbo correr”, no puedo decir “el corre es...”.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: Creo que el sentido completo de lo que decís es: “La palabra «corre» es...”.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Ramiro: Pero ahí le estás agregando “La palabra...”.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: Porque ahí me parece que “corre” no está funcionando como sustantivo común sino como nombre propio de algo. Porque a lo que te estás refiriendo o, mejor dicho, lo que estás nombrando es la palabra. El sustantivo común implícito es "La palabra «corre»".<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Corina: Lo que estamos discutiendo es si los sustantivos pueden estar solos, sin el artículo.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: En realidad lo que estamos discutiendo es qué significan “sustantivo”, “artículo”, “pronombre”, “preposición”, “verbo”, etc., y cómo es que estas funciones gramaticales determinan nuestro pensamiento.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Juan: Pero el asunto que nos detuvo es si a esto lo hacemos desde la gramática o lo hacemos desde otro lado.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: ¿Cómo sabemos que una palabra es sustantivo? Cuando es articulable. Cualquier palabra a la que se le ponga o a la que se le pueda poner, de manera gramaticalmente correcto, un artículo, es sustantivo. Eso es lo que, para mí, responde a la pregunta de cómo establecés lo que es sustantivo. A ninguna otra palabra le podes poner artículo. Sustantivo, insisto, es una función, no una palabra. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Pedro: Pero para la gramática convencional, como la de ésta libro, los sustantivos son los que nombran cosas.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: Sí, pero sobre eso es lo que, a mi entender, Hegel nos llama la atención, y nos hace <i>re-conocer</i> algo que ya está en el lenguaje y nos maneja inconscientemente: que al <i>sustantivar </i>realizamos una operación que va mucho más allá de una inocente operación gramatical; que la supuesta neutralidad gramatical no es tal, sino que trae consigo una forma de entender y, por tanto, de pararse en el mundo.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Pedro: Pero decir que está mal es decir que toda la gramática está mal. Cuando digo “puerta” se me representa la puerta, no se me representa la palabra por un lado y el objeto por otro. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: Yo digo: podés representarte cosas y nombrar cosas, incluso más, podés “ver” que hay cosas. ¿Sabés por qué? Porque hay sustantivos. Si no hubiera sustantivos no habría “cosas”. Así de simple.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Pedro: Esa es una opinión tuya. Para mi es al revés.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Hector: Acá, en el libro de gramática, dice: “los sustantivos son los que designan seres”. Esta operación, la de designar seres o cosas, es imposible de detectar desde el punto de vista gramatical, y mucho más imposible es saber si hay o no “ser” o “cosas” desde la gramática. Esta operación no es gramatical, es discursiva, es decir, filosófica.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Juan: Lo que decís es que está presuponiendo algo antes que el lenguaje.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: Así es.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Juan: Pero tu posición, en definitiva, es igual que esa. Es otra forma de pensar, pero lo otra es tan válida como la tuya. Vos decís que lo más real es el lenguaje, ahí nos ponemos en una posición que nos acerca más a Hegel, pero sigue siendo una mera opinión.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: Hay que aclarar que aquellos que presuponen que hay “seres” antes del lenguaje no afirmarían que esa presuposición es una mera opinión filosófica, todo lo contrario, no sólo afirman que la de ellos no es ninguna mera opinión, sino que realmente no hay ninguna presuposición y que las cosas son así y listo. Yo, en cambio, digo que bien se puede y se debe analizar el lenguaje desde el lenguaje o bien analizar el lenguaje desde fuera del lenguaje. Si vos me decís que la mía es una posición filosófica, está bien, pero entendés que no tiene el mismo nivel de prejuicio o de presupuestos que la otra. De todos modos, lo que estoy discutiendo ahora es algo muy anterior a todo esto, lo que digo simplemente es que la frase “los sustantivos son palabras que designan cosas” no es una afirmación que caiga dentro de la gramática.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Liliana: En todo caso es un tipo de gramática, una concepción de la gramática.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Pedro: Es un supuesto de la gramática.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: ¿De qué trata la gramática? Básicamente de cómo se forman y combinan correctamente las palabras, la construcción de las frases, etc. Entonces tiene que hablar de las frases, de las palabras y de las funciones. En cambio, hablar de seres reales, de seres irreales o de lo que se les ocurra, pero que caen por fuera de las palabras, no tiene nada que ver ni hacer en la gramática.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Corina: además acá se contradice porque dice: designan un ser, un objeto.....pero después cuando habla de los que no tienen existencia real, dice: son nombres que damos a fenómenos o cualidades, ya no son cosas. Es abstracto.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: Voy a extremar mi posición: vos podés hablar de “bondad” porque tenés sustantivos, porque si no, no podrías hablar nunca de “bondad”. Por eso digo que es muy importante establecer con cierta precisión y finura, y pensar bien todo este asunto, porque esto está en la base del sentido común, de la forma de pensar el mundo. Porque si decís, “primero están las cosa están y después les pongo nombre”, ésa es una forma, y otra si digo: “en la estructura de la frase hay una función «sustantiva»”, y eso es de lo que hablás. Son dos cosas muy diferentes.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Liliana: Desde la cuestión funcional se pueden pensar los neologismos. Pessoa, en <i>el Libro del Desasosiego</i>, crea y subvierte lo que es común en la gramática. Por ejemplo, dice: si yo quiero hablar de una chica que tiene rasgos de muchacho o parece un muchacho, voy a decir: <i>La muchacho</i>. Y va estar bien dicho.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: ¡Perfecto! Fijate vos cómo hace para crear nuevos “seres” a partir de....<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Liliana: combinatorias.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: Exacto. Insisto: el sustantivo es algo demasiado importante como para no pensarlo bien. Yo digo: seres, objetos, entes y cosas. Son cuatro palabras, ¿cómo se diferencia un ser de un objeto? Primera cuestión: son todos sustantivos y, lo son, porque el sustantivo es una función en la oración, no porque todos esos sean... ¿qué?, ¿seres, objetos, entes, cosas?<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Liliana: Sí, es una función gramatical, está bien.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: ¿Cómo se señala, como se identifica una palabra que está cumpliendo esa función sustantiva en una oración? La forma más práctica, para mí, es cuando a una palabra lo antecede un artículo o se le puede poner un artículo. Yo con eso le puedo decir a alguien, incluso a un chico: “si en un discurso, a una palabra le podés poner un artículo y queda bien, entonces es sustantivo, y si no, es porque no es un sustantivo”. Díganme, si no, otra prescripción más fácil, concreta y directa que ésta, al menos en el castellano<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn1" name="_ftnref1" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">[1]</span></span></span></a>.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Pablo: Bien, aceptamos eso, que es articulable; el problema ahora es cómo se decide si una palabra es articulable o no, porque si no cualquier palabra puede ser articulable.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: Insisto: cualquier palabra puede ser articulable y, por ende, sustantivable. La manera de decidirlo es, lo hemos aclarado, es en el contexto de una frase.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Pablo: ¡Ah, bueno, tenés que ir a otra cosa!<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: A la frase. Yo creo que la unidad es la frase, o por lo menos es la frase.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Liliana: Ahí está lo interesante. Tu método no es analítico, en el sentido de que no ubica la unidad en la parte sino en el todo; siempre tenés que remitirte al contexto, ¿no?<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Pablo: ¿A qué palabra no se le puede poner artículo?<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: A cualquiera.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Pablo: ¿A cuál <b>no</b> se le puede?<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: A cualquiera se le puede poner.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Pablo: Entonces, todas son sustantivos.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: No, porque el sustantivo es una función, no es una entidad de la palabra misma.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Ramiro: Al “yo”, cuando hablás de vos mismo, no le podés poner artículo.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Pablo: Ahí acabás de ponérselo: “al” es la contracción de a+el.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Ramiro: No hablo de eso, sino de cuando hablás desde vos como en “yo fui”, ahí no podés ponerle artículo.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: Pero ese “yo” justamente no es sustantivo, es pronombre.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Pausa.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: ¿Por qué se enerva tanto la discusión? No pienso que esté mal, sino que me pregunto, ¿cómo una discusión sobre una nimiedad gramatical como es el artículo despierta tanta pasión? Puede ser que, por ahí, haya algo más, que no nos damos cuenta; y no me refiero a una cuestión subjetiva nuestra, sino al tema.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Ramiro: Por ahí porque no se termina de entender.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Pedro: A mí me parece que se pasa por alto muy velozmente cierta cuestión. Es verdad que nosotros sabemos que algo no está bien, por ejemplo, esto de si el sustantivo se refiere o no a cosas. Sí, algo no está bien, pero no podemos afirmar, de buenas a primeras, que la cosa no es así y que es de tal otra manera.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Liliana: Es decir, que siguen vigente las dos versiones.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Pedro: Bueno, a mí me irrita un poco, me irrita la afirmación “esto es así” y listo.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: ¿La afirmación mía es la que te irrita?<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Pedro: No tu afirmación, porque me parece que lo decís con una seguridad que vos la debés tener, pero que los demás no. Me parece que no es tan fácil pasar a sostener esa afirmación, porque el paso a esa afirmación, me parece, es algo muy complejo, no es tan fácil y sencillo.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: ¿Es así? Pregunto con toda sinceridad.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Pedro: Uno puede dudar de que los sustantivos nombran cosas. Puedo decir: me parece que es así o que no es así. Pero decir “es así”, es una afirmación muy compleja.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Liliana: Es interesante lo que él dice. El quiere tener el espacio de la duda. No pasar a la afirmación, porque si no ya no duda. Es interesante, porque esto ya apareció la otra vez en el Taller de Pensamiento, con la cuestión de la actitud, y Pedro decía: no es fácil cambiar de actitud.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Pedro: uno intuye que la cosa va por ese lado, pero no es que es así y listo.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: Mi afirmación es absolutamente categórica.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Pedro: Ya me di cuenta. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: Lo que yo digo es claro: para que pueda haber “cosas” en el “mundo” tiene que haber sustantivos. Ahora, hay que ver si Uds. lo pueden sostener así, si se pueden jugar la vida por eso.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Ramiro: Vos cuando decís que las cosas están porque hay sustantivos, ¿sustantivos como función o como...?<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: Como decía Pedro, yo me represento cosas en la cabeza. Pero, para decir que hay cosas en el mundo, para poder ver las cosas, hay que tener los sustantivos. En esto creo que tiene razón Hegel.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Liliana: Yo creo que eso es particular, es así con determinadas cosas. Por ejemplo, si digo: ¿hay futuro?, es real que uno piensa el futuro porque tiene la palabra futuro. Se nos confunde porque cuando decimos “azucarera”, este objeto es tangible, uno va rápido a la cosa; ahora, cuando no está la cosa ahí, entonces sí podés pensar que es por la palabra.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Pablo: Claro, y la palabra no como la definición que tenemos acá en el libro, sino como función. Hablamos del mundo con sustantivos, artículos, adjetivos. Si nos faltara una función, habría cosas que no podríamos decir, ni representar.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Liliana: No podríamos discriminar, claro. Si no la podés decir, no la podés representar.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Pablo: Entonces, sustantivo es una función gramatical que está señalada por la posibilidad de articulación.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: Es una función. La función la cumple una palabra o un grupo de palabras. ¿Como la podemos detectar (ojo, sólo hablo de detectar, no de determinar ni definir)? Si es articulable. Esto es una primera identificación que a mí me parece correcta. No digo que la agote.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Pablo: Ahí está la cuestión: podría no ser articulable. Habría que pensar cuando sí y cuando no es articulable, cuándo es correcto y cuándo no es correcto articular, cómo se la distingue de otras funciones gramaticales.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: Insisto: para mí, la función sustantiva esta <i>marcada</i> en la frase por los artículos.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Ramiro: En la frase, pero cuando....<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: No existen sustantivos por sí solos, fuera de la frase; el sustantivo es una función en una frase; obviamente después podemos referirnos a sustantivos de manera aislada.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Juan: ¿Y qué hace que uno articule, que le ponga artículo a eso que después es un sustantivo?<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: ¿Cómo qué hace?<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Juan: Claro, el sustantivo es una palabra que es articulable.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: No, es una función... Puede estar ocupada por una palabra, por varias palabras o por todo un libro..., pero es una función. Ahora, qué quiere decir función, es otro asunto del que no viene al caso abordar aquí y ahora.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Juan: Ahí sí tenés que salir del lenguaje.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Liliana: ¿Y como vas a salir del lenguaje?<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: Porque hay función sustantiva, es que vos podés decir que hay entidades, cosas....Eso crea las cosas.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Liliana: Yo creo que también las palabras y las funciones se crean en función de necesidades. No es que primero está la palabra, sino que aparece una necesidad en el ambiente, en la situación donde se precisa, entonces se recorta algo y se nombra. Es dialéctico. Si no quedamos como con el huevo o la gallina. ¿No? <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: Sí. Yo digo: “el silencio del atardecer”. Es una situación. Eso no existe como ser, como objeto, como cosa (no hay “silencio” si no hay alguien que escuche ese silencio); en realidad, yo lo recorto y lo constituyo. En el Taller de Escritura trabajábamos mucho esta cuestión, tratando de acercarnos a esa cosa rara, que son como hechos, pero que no están ya hechos sino que uno, al nombrarlos, los hace. Lo que estamos haciendo ahora no es lo mismo, es algo mucho más efectivo y mucho más fácil. Cuando hay función sustantiva, podés poner cualquier expresión en ese lugar, y queda sustantivada, esto lo conocían muy bien los surrealistas. "La infancia emergió de la tierra mojada" es un objeto, automáticamente pasa a ser una cosa, un algo. ¿Por qué lo ves?, porque discursivamente lo pusiste “adelante” y sabes que todo eso es una sola cosa, que se refiere a un paquete, a un ser, a un ente, a una situación, etc. Es eso. Es la función de representar que deviene de la sustantivación.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Pablo: El artículo además pone número y género.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: Sí, también género y número, aunque como todo en estas cosas, depende del lenguaje concreto, de la lengua a la que nos referimos. En inglés, por ejemplo, el artículo no pone género. Está claro de que podría haber un idioma en el que los artículos no pusieran género ni número, pero lo que sí tiene que haber es artículo o algo que funcione como señalizador del sustantivo. Habría que hacer un relevamiento de en qué idiomas hay artículos y en cuáles no, y ver cómo en éstos se realiza la función de marcaje del sustantivo. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Pablo: Creo que en el chino, o en el japonés, no hay artículos.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: Habría que ver, incluso, como se relaciona este asunto con el habla y la escritura, porque en el nuestro el artículo ya está en el habla.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Cristina: ¿Para qué es necesario saber todo eso?<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: Para pensar un poco más firme en esta cuestión. Lo que estamos diciendo acá es que la función sustantiva es crucial, que crea objetos, que abre el mundo; y que lo que la señala, por lo menos, hasta ahora, es el artículo. Yo no estoy tan seguro. Tiene que haber habido muchos que ya hayan pensado esto, en la función sustantiva, en el artículo, etc. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Liliana: Un gramático, un lingüista.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Pablo: No sé si es tarea de un gramático o un lingüista, me parece que es una cuestión más filosófica; ya vimos cómo esto es tratado en esta gramática (señala el apunte), consultamos otros libros y son parecidos. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Pausa. Van a buscar una enciclopedia.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: Aquí tengo el libro “<i>Gramática Moderna</i>” de Celso Cunha. Es del portugués, pero nada cambia en lo sustancial. Leemos:<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">“Sustantivo es la palabra con que designamos o nombramos seres en general”. Pero inmediatamente después agrega: “Observación: desde el punto de vista funcional, el sustantivo es la palabra que sirve, específicamente (<i>privativamente</i>), de núcleo del sujeto, del objeto directo, del objeto indirecto y del agente de la pasiva. Cualquier palabra de otra clase que desempeñe una de esas funciones equivaldrá forzosamente a un sustantivo (pronombre sustantivo, numeral o una palabra sustantivada)”. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">En el Apéndice de este <i>Diccionario Anaya</i>, a lo que veníamos llamando “sustantivo” lo llama “Sintagma nominal”. La oración está formada por el sintagma nominal y el sintagma verbal. Sintagma es “cualquier grupo de palabras que en una oración o proposición posee sentido unitario y desempeñan entre todas una misma función”. El sintagma nominal cumple función de sujeto. El sintagma verbal cumple la función de predicado.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">El sintagma nominal tiene: constituyentes y funciones. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Constituyentes: opcionales y núcleo. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Los opcionales son a) determinantes y b) adyacentes. Los determinantes son artículos y adjetivos. Los artículos puede ser: determinados o indeterminados. Los adjetivos, demostrativos, posesivos, numerales, indefinidos. Adjetivos determinativos: este, esta. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Los adyacentes son cuatro. Adjetivo calificativo, complemento, oposición, aposición y relativos. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Después viene el núcleo. El núcleo del sintagma nominal puede ser un nombre, o bien una palabra que ocupe su lugar: un pronombre, un infinito o un elemento sustantivado. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Cualquier palabra puede ser sustantivo y funcionar como tal. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Las funciones del sintagma nominal son las siguientes: <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond;">1. SUJETO: <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond;">- </span><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">reconocemos en una oración el sujeto porque concuerdan con el verbo en genero y numero.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond;">- El sujeto suele ir colocado antes del verbo, aunque también puede ir después. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond;">2. ATRIBUTO:<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond;">3. VOCATIVO: cuando lo utilizamos para llamar o invocar a alguien o algo. Por ejemplo: a) <i>Lucía</i>, acompáñame al teatro; b) dime, <i>luna de plata</i>, ¿Qué pretendes?<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond;">4. COMPLEMENTO DIRECTO´<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond;">5. COMPLEMENTO INDIRECTO<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond;">6. COMPLEMENTO CIRCUNSTANCIAL<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond;">7. SUPLEMENTO.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Héctor: Creo que es suficiente. Como vemos, es evidente que no hay palabras que sean sustantivos de por sí, sino que es una función, pudiendo ser desempeñada o ocupada por una o por un grupo de palabras.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Cristina: Pero podemos decir que hay palabras que nunca pueden ser artículos ni verbos.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Hector: Pero estamos hablando del sustantivo.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Pablo: Quiere decir que hay palabras que sólo pueden funcionar como sustantivos. Mesa por ejemplo.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Ramiro: Por ahí, cuando uno dice sustantivos, piensa en las palabras que sólo pueden cumplir esa función.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Hector: No desconozco estos hechos y realidades pero ¿cambian en algo lo que venìamos hablando? Nada de esto quita que, en primer lugar, el sustantivo es una función y, en segundo lugar, que el quedarse agarrados a lo que comúnmente entendemos por sustantivo nos hace cómplices de un realismo ingenuo que no lleva a nada bueno. Tendríamos ahora que pasar a pensar la cuestión de la función.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Liliana: Para pensar función tenés que pensar en un sistema, en un todo. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Pablo: Cuando una palabra cumple la función de núcleo en el sintagma nominal ¿que tipo de palabra es? Cuando un verbo cumple la función de núcleo en un sujeto, está como sustantivo. Cuando un adjetivo cumple la misma función de núcleo dentro del sujeto, está sustantivado. Y cuando un pronombre está como núcleo, ¿está como pronombre o está como sustantivo?<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Hector: Por ejemplo: <i>Ella es mi hermana</i>. “Ella” es pronombre personal. Los pronombres son un caso particular de palabras, pues la función justamente es ser sustitutos de un sintagma nominal.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Liliana: Habría que ver si no puede cumplir doble función.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Pablo: Claro, otra función. Si la función es ser núcleo del sujeto y si la función sustantiva puede ocuparla cualquier palabra, ¿que sea núcleo del sujeto con eso basta? ¿Esa es la función? Aparentemente no, si es que decimos que los pronombres son otra cosa que el sustantivo. Por lo menos queda planteado esto de los pronombres.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span style="font-family: Garamond; font-size: 12pt;">Juan: Aunque parezca mentira, esto es un taller de Hegel. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><br />
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<hr align="left" size="1" width="33%" /><div id="ftn1"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref1" name="_ftn1" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[1]</span></span></span></a> Hay idiomas que no tienen artículo, allí el sustantivo es señalado de otro modo. En el idioma alemán, aunque hay artículos, de todos modos en la escritura los sustantivos se señalan topográficamente escribiéndolos con la primera letra en mayúscula.</div></div></div>Héctor Fenogliohttp://www.blogger.com/profile/11308550407688946357noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-1371955767668194433.post-91679368370791069402010-06-01T12:13:00.000-07:002010-06-28T12:15:10.950-07:00<meta content="text/html; charset=utf-8" http-equiv="Content-Type"></meta><meta content="Word.Document" name="ProgId"></meta><meta content="Microsoft Word 11" name="Generator"></meta><meta content="Microsoft Word 11" name="Originator"></meta><link href="file:///C:%5CDOCUME%7E1%5CADMINI%7E1%5CCONFIG%7E1%5CTemp%5Cmsohtml1%5C01%5Cclip_filelist.xml" rel="File-List"></link><style>
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<div class="MsoNormal"><b><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT"; font-size: 18pt;">Dios y el Otro<o:p></o:p></span></b></div><div class="MsoNormal"><b><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";">La Verdad en Kierkegaard y Lacan<o:p></o:p></span></b></div><div class="MsoNormal"><b><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";">—</span></b><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";">CRISTIANISMO Y PSICOANALISIS<b>— <o:p></o:p></b></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";"> <u>DE KIERKEGAARD Y EL CRISTIANISMO</u>.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";"> La explicación psicoanalítica más grosera dice que el Dios judeocristiano es el resultado de la proyección de la figura del padre protector y omnipotente percibida desde el estado de impotencia y desamparo infantil. Hay otras, por supuesto, más pretenciosas y sutiles; la que dice, por ejemplo, que toda posición religiosa pende de la creencia en un Otro no castrado: <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";"> — ¿Qué es lo más sustancial de la religión? <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";"> — La creencia en un padre todo amor, todopoderoso, en un Amo en definitiva. Pero a renglón seguido aclara: puede ser un dios, una persona, un partido político, pero también una doctrina —sin excluir, por supuesto, al psicoanálisis.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";"> Con mayor o menor rudeza, estas explicaciones encajan bien para esa religiosidad que reduce la verdad y la vida a la misa del domingo, la religión a una moralina conservadora acorde al confort capitalista, y a Jesús a una estampita sentimental, de mirada suave y ojos amables. Pero nada de esto, en rigor, es verdadero cristianismo.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";"> Søren Kierkegaard —de quien Jacques Lacan dijo que era «el más agudo de los interrogadores del alma antes de Freud»<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn1" name="_ftnref1" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT"; font-size: 12pt; letter-spacing: 1pt;">[1]</span></span></span></a>— denomina “cristiandad” a esta versión pueril, edulcorada y oficialista del cristianismo. «La cristiandad —dice— posee solamente una imagen fantástica de Cristo, una fantástica figura de Dios, que corresponde inmediatamente al hecho del milagro. Pero esto es falsedad, así no se ha manifestado Cristo nunca...En la situación de contemporaneidad [con Cristo] estás plantado entre ese algo inexplicable (sin que de esto se siga inmediatamente que se trata de un milagro) y un hombre individuo, que aparece como los demás—y es este hombre el que realiza lo inexplicable»<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn2" name="_ftnref2" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT"; font-size: 12pt; letter-spacing: 1pt;">[2]</span></span></span></a> <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";"> Según Kierkegaard la cristiandad es la total negación del cristianismo, porque su relación con Dios se establece si y solo si ya se sabe de antemano el resultado de lo que en realidad jamás puede saberse de antemano: que Jesús es Cristo y, por tanto, el Hijo de Dios: «La mayoría de los hombres que ahora viven en la cristiandad tienen la impresión de que si hubieran vivido contemporáneamente con Cristo, lo hubiesen [re]conocido automáticamente a pesar de la incognoscibilidad… En el fondo se fantasea acerca de Cristo… se imagina que Cristo en el fondo había deseado ser conocido directamente como lo extraordinario que era, pero la ceguera contemporánea no supo injustamente comprenderlo.. Por eso cuando se opina que se lo ensalza al decir o pensar: si yo hubiera vivido contemporáneamente con El lo hubiese [re]conocido automáticamente: lo que se hace es ultrajarle, y como éste es ultraje de Cristo, resulta que es blasfemia».<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn3" name="_ftnref3" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT"; font-size: 12pt; letter-spacing: 1pt;">[3]</span></span></span></a><o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";"> Por «creer» se puede entender lo que dice el diccionario, es decir, “aceptar o tener por cierto algo no demostrado”, pero eso no es lo que cristianamente se entiende por creencia; eso, propiamente, es lo que se llama una opinión. Entendido así, el cristianismo se transforma en una cosmovisión o en una representación del mundo, y como tal, se puede enseñar directamente tal como se enseña la tabla del nueve. Y parece que actualmente no cabe ninguna otra posibilidad, porque «Nuestro tiempo no conoce propiamente otra forma de comunicación que esa perezosa del adoctrinamiento»<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn4" name="_ftnref4" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT"; font-size: 12pt; letter-spacing: 1pt;">[4]</span></span></span></a>. Pero es demasiado obvio que este «creer cuando se ha recibido una comunicación directa [de que Jesús es el Hijo de Dios] es demasiado directo»<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn5" name="_ftnref5" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT"; font-size: 12pt; letter-spacing: 1pt;">[5]</span></span></span></a>. Tomado en este sentido hasta la secta de los Raelianos son devotísimos creyentes, y la creencia y la fe se convierten en algo «fácil y superficial»<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn6" name="_ftnref6" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT"; font-size: 12pt; letter-spacing: 1pt;">[6]</span></span></span></a>. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";"> Pero «El verdadero Dios no puede ser conocido directamente»<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn7" name="_ftnref7" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT"; font-size: 12pt; letter-spacing: 1pt;">[7]</span></span></span></a>, puesto que «la cognoscibilidad directa es precisamente la característica del ídolo»<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn8" name="_ftnref8" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT"; font-size: 12pt; letter-spacing: 1pt;">[8]</span></span></span></a>. «Si la majestad [divinidad] se hubiera dejado ver inmediatamente [directamente], de suerte que todo el mundo, sin más, lo pudiera haber visto, entonces es una falsedad total que Cristo se humillase y tomase una figura de siervo; entonces es una superficialidad el que advierta contra el escándalo, pues ¿quién sobre la faz de la tierra se escandalizaría de la majestad revestida de majestad? Y ¿quién en el mundo entero sería capaz de aclarar por qué a Cristo le fue como le fue, que no se precipitasen todos llenos de admiración para contemplar lo que era inmediatamente patente? No,…<i>inmediatamente</i> no había más que ver fuera de un hombre sencillo, que mediante los milagros y señales y diciéndose Dios destacaba continuamente la posibilidad del escándalo»<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn9" name="_ftnref9" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT"; font-size: 12pt; letter-spacing: 1pt;">[9]</span></span></span></a>. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";"> <i>Llegar a ser</i> <i>cristiano</i>, dice Kierkegaard, es la tarea más difícil. En ese camino hay que enfrentarse con un poderoso guardián: el <i>escándalo</i>. La posibilidad del escándalo esencial es que un hombre individuo hable y actúe como si fuera Dios, que diga de sí mismo ser Dios, y que a la vez se manifieste siendo un hombre insignificante, pobre, sufriente y, por último, impotente. La figura insignificante del siervo, entonces, no tiene nada de romántica, por el contrario, es la esencia misma del Hijo de Dios: «La posibilidad del escándalo es la encrucijada…o se parte hacia el escándalo o hacia la fe; pero jamás se llega a la fe sin pasar por la posibilidad del escándalo»<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn10" name="_ftnref10" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT"; font-size: 12pt; letter-spacing: 1pt;">[10]</span></span></span></a>.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";"> No es, entonces, que por el milagro quede patente (o demostrado) que Jesús es Cristo-Dios; tampoco que Dios-Cristo se haga manifiesto en el milagro. El movimiento para que Dios se manifieste o quede patente no consiste, simplemente, en un movimiento de su parte, sino en un movimiento del hombre: no es Dios quien debe presentarse directamente en su divinidad para que el hombre acceda a la fe —pues, a decir verdad, entonces eso ya no sería fe; Dios sólo puede hacerse patente al hombre cuando los pensamientos del corazón del hombre queden patentes: o cree o se escandaliza, «pero jamás se llega a la fe sin pasar por la posibilidad del escándalo»: «En la elección se hace el corazón patente (y para eso justamente vino Cristo al mundo, para hacer patentes los pensamientos de los corazones), si un hombre quiere creer o quiere escandalizarse»<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn11" name="_ftnref11" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT"; font-size: 12pt; letter-spacing: 1pt;">[11]</span></span></span></a><o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";"> Por todo esto es que «La posibilidad del escándalo es insoslayable, tienes que pasar a través de ella, y solamente de una manera puedes ser liberado de ella: creyendo»<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn12" name="_ftnref12" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT"; font-size: 12pt; letter-spacing: 1pt;">[12]</span></span></span></a>.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><b><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";"> </span></b><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";">El que Cristo no se presentara de manera inmediata y directa a los hombres, entonces, no es un mero capricho, sino que en ello radica la esencia misma de Dios: es el hombre el que tiene que decidir entre creer o escandalizarse: y esto es lo que para mí significa estar solo ante la verdad.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";"> Si Dios no es esa experiencia viva, actual y real de estar solo ante la verdad; si ese enfrentamiento no es el fundamento mismo de la vida de cada cual y de toda vida; si con temor y temblor en cada decisión y en cada palabra no está en juego la verdad y la vida, entonces Dios no es más que una ilusión o un cuentito infantil, o una experiencia subjetiva inefable puramente vivencial, luminosa pero irremediablemente “interior” que no tiene alcance más allá de la persona que la atesora. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";"> <u>DE LACAN Y EL PSICOANALISIS</u>.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";"> Yo propuse que el 2º evento público de la Biblioteca Kierkegaard que hicimos el 5 de septiembre del 2003 se centrara en la figura del Otro, interrogando el sentido de esta instancia tal como la plantea Søren Kierkegaard por su lado (en <i>Las Obras del Amor</i>, tomo I) y Jacques Lacan por el suyo. Lo propuse porque además de que la relación con el Otro es decisiva en la vida de cualquiera, en la mía en especial se manifiesta con un cierto apremio dado que, por mi carácter de psicoanalista, bajo la invocación del Otro se hace presente la interrogación sobre el contacto que hay entre el psicoanálisis y el cristianismo.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";"> En muchas ocasiones he manifestado que no soy cristiano, sin embargo eso no ha sido ni es obstáculo para que pueda y deba enfrentar la experiencia de “estar solo ante la verdad”. En mi caso, la posibilidad de alcanzar esa experiencia debo agradecérsela al psicoanálisis y no al cristianismo —o al menos no al cristianismo “oficial”. Pero esto no me lleva a considerar la praxis analítica como la primera o la única o la mejor vía para alcanzar tal enfrentamiento, por el contrario, me abre y hasta me obliga a acercarme a todos los caminos que conducen a lo mismo, puesto que tratándose de algo tan decisivo, de por sí rechaza y vuelve estúpida cualquier pretensión de exclusividad.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";"> Ante un primer vistazo, más que de abrir se trata, creo yo, de reabrir un diálogo ya comenzado y establecido entre el psicoanálisis y el cristianismo. Pero si lo vemos bajo una mirada más atenta, de lo que se trata en realidad es de poner de manifiesto un contacto real entre ambos. Por supuesto, a nadie quiero ni puedo negar el derecho de creer que tan estrecho contacto no es más que un berretín de mi parte, más aun cuando la mayoría de los psicoanalistas (y tal vez también de los cristianos) lo desconozca o directamente lo niege. Digo esto para dejar en claro que no se me escapa que el contacto y, hasta cierto punto, la identidad de praxis que yo sostengo que existe entre ambas tradiciones es un asunto extremadamente delicado tanto para unos como para otros.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";"> Para comenzar a introducirme en el tema, y a mostrar, aunque sea mínimamente, que el tema por lo menos que no es un invento mío, voy a citar algunos párrafos de Lacan pronunciados en una conferencia en Viena el 7 de noviembre de 1955:<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT"; font-size: 10pt;"> </span><span lang="ES-AR" style="font-family: "Arial Unicode MS"; font-size: 10pt;">“El sentido de lo que dijo Freud puede comunicarse a cualquiera porque, incluso dirigido a todos, cada uno se interesará en él, bastará una palabra para hacerlo sentir: el descubrimiento de Freud pone en tela de juicio la verdad, y no hay nadie a quien la verdad no le incumba personalmente.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Arial Unicode MS"; font-size: 10pt;"> Confesarán ustedes que es una idea bastante extraña la de espetarles esta palabra que suele considerarse casi de mala fama, proscrita de las buenas compañías. Pregunto sin embargo si no está inscrita en el corazón mismo de la práctica analítica, ya que ésta vuelve a ser constantemente el descubrimiento del poder de la verdad en nosotros y hasta en nuestra carne.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Arial Unicode MS"; font-size: 10pt;"> ¿Por qué, en efecto, sería el inconsciente más digno de ser reconocido que las defensas que se oponen a él en el sujeto con un éxito, además, que las hace aparecer no menos reales? No reanudo aquí el comercio de la pacotilla nietzscheana de la mentira de la vida, ni me maravillo que se crea creer, ni acepto que baste tener buena voluntad para querer. Pero pregunto de dónde proviene esa paz que se establece al reconocer la tendencia inconsciente, si no es más verdadera que lo que la constreñía en el conflicto.”<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Arial Unicode MS"; font-size: 10pt;"> “Si Freud no ha aportado otra cosa al conocimiento del hombre sino esa verdad de que hay algo verdadero, no hay descubrimiento freudiano. Freud se sitúa entonces en el linaje de los moralistas…Baltasar Gracián, La Rochefoucauld…Nietzsche… Ultimo en llegar entre ellos y como ellos estimulado sin duda por una preocupación propiamente cristiana de la autenticidad del movimiento del alma, Freud supo precipitar toda una casuística…”<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Arial Unicode MS"; font-size: 10pt;"> “Una verdad, si hay que decirlo, no es fácil de reconocer después de que ha sido recibida una vez. No es que no haya verdades establecidas, pero se confunden entonces tan fácilmente con la realidad que las rodea, que para distinguirlas de ella durante mucho tiempo no se encontró otro artificio sino el de marcarlas con el signo del espíritu, y para rendirles homenaje, considerarlas llegadas de otro mundo. No basta con atribuir a una especie de enceguecimiento del hombre el hecho de que la verdad no sea nunca para él tan hermosa muchacha como en el momento en que la luz elevada por su brazo en el emblema proverbial la sorprende desnuda. Y hay que hacerse un poco el tonto para fingir no saber nada de lo que sucede después. Pero la estupidez sigue siendo de una franqueza taurina al preguntarse dónde podría pues buscársela antes, ya que el emblema ayuda poco a indicar el pozo, lugar mal visto e incluso maloliente, más bien que el estuche en que toda forma preciosa debe conservarse intacta”.<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn13" name="_ftnref13" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Arial Unicode MS"; font-size: 10pt; letter-spacing: 1pt;">[13]</span></span></span></a><o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT"; font-size: 10pt;"> </span><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";">Seguramente la inmensa mayoría de los psicoanalistas afirmen que su práctica no tiene nada que ver con el cristianismo, sin embargo todos ellos estarán de acuerdo en definir su praxis como una cura por la palabra, como también que la mentira enferma y la verdad sana, y que «</span><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT"; font-size: 10pt;">si se elimina radicalmente la dimensión de la verdad, toda interpretación no es más que sugestión</span><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";">».<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn14" name="_ftnref14" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT"; font-size: 12pt; letter-spacing: 1pt;">[14]</span></span></span></a> <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";"> <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";"> El «Otro» ha sido introducido en el psicoanálisis por Jacques Lacan. Desde el mismo instante de su introducción (en 1953, en el llamado «Discurso de Roma») hasta el final de su obra, Lacan siempre ha invocado al Otro como el lugar de la palabra y de la verdad.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";"> </span><span lang="ES-AR" style="font-family: "Arial Unicode MS"; font-size: 10pt;">«El análisis debe apuntar al paso de una verdadera palabra, que reúna al sujeto con otro sujeto, del otro lado del muro del lenguaje. Es la relación última del sujeto con un Otro verdadero, con el Otro que da la respuesta que no se espera, que define el punto terminal del análisis».<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn15" name="_ftnref15" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Arial Unicode MS"; font-size: 10pt; letter-spacing: 1pt;">[15]</span></span></span></a> «La heteronimia radical cuya hiancia en el hombre mostró el descubrimiento de Freud no puede ya recubrirse sin hacer de todo lo que se utilice para ese fin una deshonestidad radical.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Arial Unicode MS"; font-size: 10pt;"> ¿Cuál es pues ese otro con el cual estoy más ligado que conmigo mismo, puesto que en el seno más asentido de mi identidad conmigo mismo es él quien me agita?<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Arial Unicode MS"; font-size: 10pt;"> Su presencia no puede ser comprendida sino en un grado segundo de la otredad, que lo sitúa ya a él mismo en posición de mediación con relación a mi propio desdoblamiento con respecto a mí mismo, así como respecto a un semejante.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Arial Unicode MS"; font-size: 10pt;"> Si dije que el inconsciente es el discurso del Otro, con O mayúscula, es para indicar el más allá donde se anuda el reconocimiento del deseo con el deseo del reconocimiento.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Arial Unicode MS"; font-size: 10pt;"> Dicho de otra manera, ese otro es el Otro que invoca incluso mi mentira como fiador de la verdad en la cual él subsiste.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Arial Unicode MS"; font-size: 10pt;"> En lo cual se observa que es con la aparición del lenguaje como emerge la dimensión de la verdad». <a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn16" name="_ftnref16" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Arial Unicode MS"; font-size: 10pt; letter-spacing: 1pt;">[16]</span></span></span></a> <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";"> <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";"> Ante estas afirmaciones, ¿cómo no preguntarse por el contacto que mantienen, por ejemplo, con el Prólogo del Evangelio de Juan que dice: «</span><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT"; font-size: 10pt;">Al principio era la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios</span><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";">…», o con las palabras del Jesús en el mismo evangelio «</span><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT"; font-size: 10pt;">Yo soy la verdad, el camino y la vida</span><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";">»? Es más que habitual que Lacan se refiera a la Palabra y a la Verdad así, con mayúsculas: ¿está hablando de lo mismo de lo que habla Juan o se trata, aunque las palabras sean las mismas, de otra cosa? Ciertamente Lacan no habla de Dios, pero ¿acaso no resuenan milenios innombrables en su evocación al Otro, a la Palabra y a la Verdad? ¿O acaso es inevitable utilizar la palabra Dios para referirse a eso?</span><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT"; font-size: 10pt;"> </span><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";"><o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT"; font-size: 10pt;"> <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Arial Unicode MS"; font-size: 10pt;"> «¿Pero qué es eso desconocido —pregunta Kierkegaard— con lo que choca la razón en su pasión paradójica y que turba incluso el autoconocimiento del hombre? Es lo desconocido. No es algo humano, puesto que [a lo humano] lo conoce, ni tampoco otra cosa que conozca. Llamemos a eso desconocido <i>Dios</i>. Esto que le damos es sólo un nombre</span><span lang="ES-AR" style="font-family: "Arial Unicode MS";">».<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn17" name="_ftnref17" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Arial Unicode MS"; font-size: 12pt; letter-spacing: 1pt;">[17]</span></span></span></a> <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";"> Se ha dicho que los nombres de Dios son infinitos. No es improbable que Lacan haya tomado el nombre “el Otro” de Kierkegaard —en la época que lo introduce hay más que suficientes referencias al dinamarqués. Sobre el antecedente del Otro, sin embargo, Lacan nos remite 25 siglos atrás, específicamente al <i>Parménides</i> de Platón, donde se habla de «los Otros» como de la Diferencia radical. Pero esto, más que tranquilizarme, me apremia todavía más: ¿se tratará también en este caso, me pregunto, del mismo Otro del que nos preguntamos ahora? ¿Por qué no? ¿Por qué sí?<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";"> <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";"> Llegado a este punto las cosas deben tomar su cauce decisivo: si a todas estas preguntas tan sólo las tomáramos como disparadoras para la elaboración de un “paper” o de cualquier otra cosa por el estilo, tal vez podríamos llegar a considerarlas interesantes, pero ello sería una traición a la esencia misma del asunto. No me interesa preguntar ni llegar a establecer en qué medida y magnitud se relacionan el psicoanálisis y el cristianismo <i>teóricamente</i>, sino que lo que me interesa es tratar de pensar y enfrentar algo insoslayable: ¿la Verdad en el psicoanálisis es la misma que en el cristianismo? ¿El Otro lacaniano, como lugar y garantía de la Verdad, tiene algo que ver con el Dios cristiano?<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";"> Hace falta reafirmar, creo yo, LA PERTINENCIA DE DIOS PARA LOS NO CREYENTES, teniendo muy en cuenta las dos caras de esta afirmación: por un lado, de que nadie tiene ni puede tener el monopolio de la relación con la Verdad en tanto que es un don dado a todos y cada uno; y por otro lado, en el sentido de que ésta es una tarea de todos y cada uno ante la que nadie puede excusarse ni mantenerse ajeno o neutral. Por lo tanto, si el psicoanálisis dice sostenerse en y desde la Verdad, debe hacerse cargo de su tarea de manera plena, y por lo tanto, disponerse a la pregunta: ¿el psicoanálisis es estricta y exclusivamente un método de cura para enfermos mentales o desborda este campo hacia una auténtica práxis de la verdad?<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";"> Es conocida la ramplona explicación psicoanalítica sobre el Dios judeocristiano: dice que es el resultado de la proyección de la figura del padre protector y omnipotente percibida desde el estado de impotencia y desamparo infantil. Por mi parte creo que esto ni siquiera llega a ser una explicación; en todo caso es la contracara de aquella visión religiosa que nos presenta a Dios como un viejito de barba muy bueno. Por supuesto que dentro del psicoanálisis hay objeciones a la figura del Dios judeocristiano mucho más fundadas, pero así y todo a mi no me resultan convincentes: la religión, a mi entender, sigue siendo un asunto pendiente en el psicoanálisis. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";"> Detengámonos aquí y echemos un vistazo hacia el otro costado: ¿cuál es la actitud profunda de un religioso o de un creyente ante estas preguntas: le parecen un sacrilegio insultante o le resultan pertinentes en la búsqueda de la verdad? ¿Estas preguntas sólo pueden ser pertinentes para mí, en tanto psicoanalista y estudioso de Kierkegaard, o también deben serlo para los cristianos, en la medida en que, como saben, los caminos del Señor son inescrutables? ¿O es que sólo por dentro de las tradiciones e instituciones cristianas puede manifestarse y haber contacto con la Verdad? <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";"> <u>FINAL<o:p></o:p></u></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";"> Yo me identifico con la posición de la Resignación Infinita que Kierkegaard, bajo el seudónimo Johanes de Silentio, desarrolla en su libro <i>Temor y Temblor. </i>Como lo desarrollé en el seminario del año 2001, la resignación infinita comienza con la afirmación: <i>¡Todo esta perdido! <o:p></o:p></i></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><i><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";"> </span></i><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";">Recapitulando: como posición inmediatamente anterior a la resignación infinita podemos pensar a la resignación “trágica”, la que llega a su consumación diciendo: “<i><u>Debo</u> aceptar que todo está perdido</i>”. La resignación “trágica” no consiste más que en acatar la realidad de un hecho irremediable o la imposibilidad de que ocurra aquello tan anhelado; mientras que la resignación infinita, por el contrario, es una <i>disposición activa a perderlo todo</i> como condición ineludible para dejar atrás las ilusiones y falsas esperanzas, y poder así acceder a la afirmación <i>¡Sólo quien empuña el cuchillo salva a Isaac!</i> La Resignación Infinita, entonces, lejos de ser el movimiento de resignación ante a una pérdida inevitable, es el movimiento necesario para alcanzar una ganancia que es inconcebible para la virtud y el bien general. A este movimiento el psicoanálisis lo denomina «castración».<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";"> Hace muchos años que estoy absolutamente seguro de que los hombres no podemos remediar este mundo, y que ningún afán humano podrá salvar el abismo que nos separa de la verdad. Es lo que en la tradición psicoanalítica se indica con la voz alemana <i>Spaltung</i> (escisión). Estoy seguro, además, de que es decisivo que entendamos esto y actuemos en consecuencia, pues de no hacerlo, es decir, de seguir pensando y actuando como si nuestro destino y el del mundo dependiera únicamente de nosotros, lo que seguramente vamos a conseguir es el progresivo deterioro y degradación general.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";"> Y lo que es decisivo: realmente resulta asombroso que no estemos peor, pero si no lo estamos no es por nuestra capacidad de acercarnos a la verdad, sino exactamente al revés, es porque la verdad se nos acerca tanto hasta casi llegar a cercarnos, incluso si por su acercamiento llegamos a sufrir. Es decir, incluso si nuestra traición a nosotros mismos se perpetúa y hagamos síntoma, es decir, enfermemos. Así, entonces, es indudable que «eso» nos cuida, protege y ampara: eso es invencible e insiste en ser reconocido. Una vez puesto “solo ante la verdad”, uno se da cuenta de que eso estuvo ahí desde siempre, que desde siempre eso nos estuvo esperando, que uno no es ni el primero ni el último en enfrentarlo, y que eso seguirá estando ahí, esperando a todos y cada uno mientras el mundo sea mundo.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";"> No estoy repitiendo con esto la conocida cantinela de que en el fondo los hombres somos seres irremediablemente malvados; lejos de eso, soy el primero en reconocer y exaltar la capacidad humana también para el buen obrar; lo que digo simplemente es que ni aún así llegaríamos a buen puerto si no fuera porque la verdad es más fuerte que nosotros y toda nuestra maldad, y que no sólo ella no depende de nosotros sino que somos nosotros los que pendemos de ella. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";"> Todo esto, digo yo, es Resignación Infinita. No es fé —según Kierkegaard hace decir a Johanes de Silentio—, sino un movimiento plenamente alcanzable por medios puramente humanos. A pesar del nombre, sin embargo, no es una posición triste y desesperanzada que se queja del mundo por ser como es sino que, todo lo contrario, es una afirmación alegre y bien dispuesta ante el mundo tal como es, sin necesitar de ningún relato tranquilizador ni de vanas promesas de un final feliz. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";"> Por todo esto es que yo resumo la disposición final y definitiva de la Resignación Infinita en dos fórmulas. La primera es: <i>Esperar contra toda esperanza</i>, es decir, ¡todo está perdido!, ¡tal como somos los hombres es imposible que las cosas en el mundo vayan para mejor!.., pero así y todo, lo más sensato y sano es seguir esperando lo mejor; y no sólo eso, sino que estoy seguro de que lo mejor va a venir, puesto si ya no llegó lo peor (y a mí se me sigue presentando que lo más sensato y sano es esperar lo mejor), es seguro entonces que a la corta o a la larga a todos les va a pasar y llegar lo mismo! <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";"> La segunda es: <i>Quien quiera salvar la vida la perderá, y quien la pierda por amor la ganará.<o:p></o:p></i></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";"> Estoy convencido de que estas cosas son compartidas tanto por el cristianismo proclamado por Kierkegaard como por el psicoanálisis. <o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Souvenir Lt BT";"> Nada más y muchas gracias.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><br />
</div><div><br />
<hr align="left" size="1" width="33%" /><div id="ftn1"><div class="MsoNormal"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref1" name="_ftn1" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-size: 10pt;"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt; letter-spacing: 1pt;">[1]</span></span></span></span></a><span lang="ES-AR" style="font-size: 10pt;"> Jacques Lacan, <i>Seminario 11 - Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis</i>, Ed.Paidos, p.68/69.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoFootnoteText"><br />
</div></div><div id="ftn2"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref2" name="_ftn2" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt; letter-spacing: 1pt;">[2]</span></span></span></span></a><span lang="ES-AR"> Søren Kierkegaard, <i>Ejercitación del Cristianismo</i>, Madrid, Ed Guadarrama. </span><span lang="EN-US">P.146<o:p></o:p></span></div></div><div id="ftn3"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref3" name="_ftn3" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt; letter-spacing: 1pt;">[3]</span></span></span></span></a><span lang="ES-AR"> </span><span lang="EN-US">Idem 1, p.187.<o:p></o:p></span></div></div><div id="ftn4"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref4" name="_ftn4" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt; letter-spacing: 1pt;">[4]</span></span></span></span></a><span lang="ES-AR"> </span><span lang="EN-US">Idem 1, p.194.<o:p></o:p></span></div></div><div id="ftn5"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref5" name="_ftn5" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt; letter-spacing: 1pt;">[5]</span></span></span></span></a><span lang="EN-US"> Idem 1, p.207.<o:p></o:p></span></div></div><div id="ftn6"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref6" name="_ftn6" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt; letter-spacing: 1pt;">[6]</span></span></span></span></a><span lang="DE"> Idem 1, p.<o:p></o:p></span></div></div><div id="ftn7"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref7" name="_ftn7" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt; letter-spacing: 1pt;">[7]</span></span></span></span></a><span lang="DE"> Idem 1, p.199.<o:p></o:p></span></div></div><div id="ftn8"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref8" name="_ftn8" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt; letter-spacing: 1pt;">[8]</span></span></span></span></a><span lang="DE"> Idem 1, p.197.<o:p></o:p></span></div></div><div id="ftn9"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref9" name="_ftn9" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt; letter-spacing: 1pt;">[9]</span></span></span></span></a><span lang="DE"> Idem 1, p.114/115.<o:p></o:p></span></div></div><div id="ftn10"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref10" name="_ftn10" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt; letter-spacing: 1pt;">[10]</span></span></span></span></a><span lang="DE"> Idem 1, p.127.<o:p></o:p></span></div></div><div id="ftn11"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref11" name="_ftn11" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt; letter-spacing: 1pt;">[11]</span></span></span></span></a><span lang="DE"> Idem 1, p.144.<o:p></o:p></span></div></div><div id="ftn12"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref12" name="_ftn12" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt; letter-spacing: 1pt;">[12]</span></span></span></span></a><span lang="DE"> Idem 1, p.146.<o:p></o:p></span></div></div><div id="ftn13"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref13" name="_ftn13" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt; letter-spacing: 1pt;">[13]</span></span></span></span></a><span lang="ES-AR"> </span><span lang="ES-TRAD">Jacques Lacan, “La cosa freudiana”</span><span lang="ES-AR">, <i>Escritos I, </i>p. 388/91. </span><span lang="ES-AR"> </span><span lang="ES-TRAD"><o:p></o:p></span></div></div><div id="ftn14"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref14" name="_ftn14" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt; letter-spacing: 1pt;">[14]</span></span></span></span></a><span lang="ES-AR"> </span><span lang="ES-TRAD">Jacques Lacan,<o:p></o:p></span></div></div><div id="ftn15"><div class="MsoNormal"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref15" name="_ftn15" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-size: 10pt;"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt; letter-spacing: 1pt;">[15]</span></span></span></span></a><span lang="ES-AR" style="font-size: 10pt;"> Jacques Lacan, <i>Seminario 2</i>, 1954/55.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoFootnoteText"><br />
</div></div><div id="ftn16"><div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref16" name="_ftn16" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt; letter-spacing: 1pt;">[16]</span></span></span></span></a><span lang="ES-AR"> Jacques Lacan, “La instancia de la letra…”, <i>Escritos I</i>, p. 504/5. </span><span lang="ES-TRAD"><o:p></o:p></span></div></div><div id="ftn17"><div class="MsoNormal"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref17" name="_ftn17" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-size: 10pt;"><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt; letter-spacing: 1pt;">[17]</span></span></span></span></a><span lang="ES-AR" style="font-size: 10pt;"> Søren Kierkegaard, <i>Migajas filosóficas</i>, Ed.Trotta, p.53.<o:p></o:p></span></div><div class="MsoFootnoteText"><br />
</div></div></div>Héctor Fenogliohttp://www.blogger.com/profile/11308550407688946357noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-1371955767668194433.post-37905661777948822262010-06-01T12:11:00.000-07:002010-06-28T12:13:00.754-07:00TALANTE VERDADERO Y TALANTES FALSOSTALANTE VERDADERO Y TALANTES FALSOS<br />
Un estudio sobre el término «stemning» en el libro El Concepto de la Angustia de Søren Kierkegaard<br />
Por Héctor Fenoglio<br />
<br />
Lo que un filósofo es, eso resulta difícil de aprender, <br />
pues no se puede enseñar:<br />
hay que «saberlo», por experiencia, —o se debe tener el orgullo de no saberlo.<br />
Pero que hoy todo el mundo habla de cosas<br />
con respecto a las cuales no puede tener experiencia alguna,<br />
eso es algo que se aplica ante todo y de la peor manera a los filósofos<br />
y a los estados de ánimo filosóficos. <br />
Federico Nietzsche<br />
Más allá del bien y del mal<br />
<br />
A pesar de que el concepto de stemning es una de las claves del pensamiento de Kierkegaard, casi nunca se le ha dado la atención e importancia que merece; por lógica consecuencia, tampoco se alcanzó a establecer su sentido con la suficiente precisión. Aunque las traducciones más comunes y aceptadas al español —tanto “estado de ánimo” como “talante” — se acercan en mucho a su sentido original, no pueden, sin embargo, por sí solas, entregar de manera directa e inmediata el sentido profundo y decisivo que encierra, por el simple motivo que, en realidad, esa no es una tarea de la traducción sino que corresponde al trabajo de elaboración y establecimiento de su concepto.<br />
Por talante usualmente se entiende «el estado de ánimo que condiciona y colorea nuestro mundo de percepciones, pensamientos y sentimientos» ; pero con esta definición no alcanzamos siquiera a esclarecer porqué un hecho tan común y trivial como el allí señalado tendría tanta importancia. Por lo general los estudios sobre el talante no pasan de ser, la mayoría de las veces, un mero señalamiento acompañada de una enumeración sin orden ni criterio de fenómenos afectivos concomitantes que despierta o acompañan la actividad pensante y volitiva.<br />
En el siglo XX ha sido Heidegger, con su conocido análisis del “encontrarse” y de la angustia, quien ha continuado con rigor pensando el “temple de ánimo”. En esta sintonía, muchas veces se recurre al stimmung heideggeriano —traducido también como “temple o estado de ánimo” — para tratar de explicar el stemning kierkegaardiano, maniobra que, más que ahorrarnos un trabajo, finalmente termina agregando otro de la misma o de mayor complejidad que el primero.<br />
Donde Kierkegaard realiza unas breves pero sustanciosas reflexiones alrededor de stemning es en su libro El Concepto de la Angustia, publicado el 17 de junio de 1844 bajo el pseudónimo Vigilius Haufniensis. No está de más recordar que hasta ese momento había publicado Migajas Filosóficas, aparecido sólo cuatro días antes que el anterior, y que en el transcurso de 1843 —año en que comienza su carrera de escritor— había publicado los dos tomos de Enter-Eller, después Temor y Temblor y La Repetición, todos ellos bajo pseudónimo, y además Dos Discursos Edificantes, pero esta vez firmado con su propio nombre y apellido. Anteriormente, en septiembre de 1841, había publicado la tesis Sobre el concepto de ironía en constante referencia a Sócrates con miras a la obtención del título de Magister. Aunque la palabra stemning aparece repetidamente en diferentes pasajes de estas obras, en ninguna de ellas el autor se había detenido sobre la misma con tanto detalle como en El concepto de la angustia, especialmente y de manera explícita en la Introducción. En ésta trata de establecer no sólo el lugar exacto, dentro del campo de las ciencias, en el que se debe tratar la angustia y el pecado, sino también el modo adecuado de hacerlo, es decir, el stemning, el talante. Todo esto, a su vez, planteado en polémica abierta y explícita contra Hegel, específicamente contra su Lógica. <br />
<br />
<br />
1.- El pensamiento y la realidad.<br />
<br />
Dicha Introducción, sin embargo, no comienza directamente con el asunto del talante, sino que lo hace desplegando uno de los grandes temas filosóficos de todos los tiempos; me refiero a la relación entre el pensamiento y la realidad, cuestión central, además, del pensamiento hegeliano. Las preguntas que subyacen al texto de la Introducción son: ¿cómo se relaciona cada ciencia con la realidad que aborda?, y fundamentalmente: ¿es posible que la idealidad de la ciencia, es decir, el pensamiento, alcance a “tocar” la realidad misma? En la Introducción leemos: «Por lo general, siempre fue un supuesto de toda la filosofía antigua y de la Edad Media que el pensamiento tiene realidad. Con Kant se hizo dudoso este supuesto. Supongamos ahora que la filosofía hegeliana haya en realidad repensado el escepticismo kantiano. Digamos, entre paréntesis, que siempre será un gran problema averiguar este detalle...; imaginemos que Hegel, después de recapacitar en dicho escepticismo, ha logrado efectivamente reconstruir lo anterior de una forma más elevada, de tal suerte que el pensamiento no tenga realidad en virtud de una suposición previa. En este caso, ¿será una reconciliación esa realidad del pensamiento lograda de un modo tan consciente?» .<br />
Erraríamos de cabo a rabo si consideráramos que estamos ante una de las tantas y estériles disputas académicas, pues lo que salta a la vista es que si no es posible la reconciliación entre ser y pensar, seguiremos separados por siempre del mundo, sin verdad y hasta sin ser, reducidos, por un lado, a meros entes biológicos, y presos, por el otro, de la subjetividad trascendental en la que nos dejó encerrados Kant. De lo que se trata, en el fondo, es de la posibilidad de superación real y vital del escepticismo relativista moderno, el mismo que Nietzsche bautizó como “nihilismo”, pues mientras siga dominando, el desierto seguirá creciendo y nosotros cayendo sin destino. <br />
¿Cómo se plantea este problema hoy? Para el sentido común lo real es lo material, lo exterior, lo que existe antes e independientemente de ser pensado. El pensamiento, en cambio, es algo mental, un reflejo de lo real que no existe por sí mismo (algo así como una imagen en el espejo, como una sombra). La verdad, por tanto, consiste en la correspondencia de las ideas del pensamiento con lo real, en que reflejen de manera exacta lo que en verdad existe por fuera de ellas. Para el sentido común refinado el asunto se plantea aún peor: están las cosas y estamos nosotros, y entre ambos están los pensamientos; pero los pensamientos no reflejan las cosas tal cual son, sino tal como nuestra propia naturaleza nos hace verlas; por lo tanto nunca vemos ni podremos llegar a ver tal cual son las cosas en sí; en consecuencia, la verdad no existe, sólo existen verdades relativas a cada punto de vista. Para el sentido común cientificista, por último, lo real únicamente consiste en procesos fisicoquímicos; los llamados “pensamientos”, en realidad, no son más que meros epifenómenos mentales subproducto de las interconexiones sinápticas cerebrales; en sí y por sí los pensamientos no tienen ningún valor ni realidad. Podría seguir detallando el punto de vista de otros sentidos comunes como, por ejemplo, el que afirma que los humanos somos máquinas excelsas, nuestros cerebros sofisticadas computadoras, y nuestras mentes prodigiosos programas computacionales, etc.; pero no haríamos más que aburrirnos puesto que, aunque diferentes, en el fondo todos dicen más o menos lo mismo. En lo que no se diferencian en nada, en cambio, es en que a ninguno de ellos parece habérsele ocurrido que si las cosas fueran tal como dicen, sus propias ideas, por muy científicas que sean, no serían más que una sombra, una mera reacción electroquímica sin valor o un mero cálculo formal. <br />
Pero no nos engañemos, nadie es ingenuo, no se trata de que no se dan cuenta, de lo que en realidad se trata es de no querer darse cuenta de lo insostenible de tales posiciones. Y esto es así porque la pregunta sobre la realidad del pensamiento es el verdadero talón de Aquiles de todos los sentidos comunes dado que, aunque no lo consideren real, aunque no lo puedan ubicar más que como flotando en un limbo fuera del mundo real, no pueden, sin embargo, lisa y llanamente, desconocer su existencia ni sus inocultables efectos en el mundo. Pero ninguno de ellos acierta a explicarse cómo ni porqué ocurre eso. <br />
¿El pensamiento es real o es algo puramente mental, un mero reflejo de lo real? ¿Lo real es porque es pensado o es antes e independientemente de ser pensado? Estas preguntas, en apariencia anodinas, en realidad agitan nuestro ser más íntimo, puesto que si el pensamiento no es real, entonces tampoco lo es la verdad; y si la verdad no es, entonces estamos perdidos. Y nunca está de más aclarar que el asunto acerca de si hay o no hay verdad no es un asunto “objetivo”, como tampoco “subjetivo”: se trata de una decisión. <br />
<br />
Ahora bien, ¿qué articulación existe entre el pensamiento y la realidad por un lado, y el asunto del talante por el otro? La articulación, en principio, no sólo no está a la vista sino que, para el sentido habitual, semejante relación resulta a todos luces forzada; sin embargo en la Introducción se ubica al “talante” o “temple de ánimo” justamente como la bisagra, o como el eslabón perdido entre el pensamiento y la realidad.<br />
En primer lugar hay que recordar que antes y después de Kierkegaard ha habido muchos pensadores que han supuesto en el origen, no sólo antes de la dicotomía entre realidad y pensamiento sino incluso antes de la existencia del pensamiento mismo, una voluntad, un instinto, una pulsión o un temple de ánimo; pero también hay que recordar que en la mayoría de los casos ésto no pasa de ser una mera suposición, una representación o una teoría. En El concepto de la angustia, en cambio, no se desarrolla teoría alguna sobre el talante,como tampoco nos encontramos ante ninguna representación; allí lo que se señala con talante es el carácter, auténtico o inauténtico, verdadero o mentiroso, de la relación que se establece entre lo dicho y el acto de decirlo. Esta relación, aunque se constituye en el mismo acto en que alquien dice algo, no depende sin embargo de las intenciones de quien habla, como tampoco su realidad puede reducirse a lo que hoy se entiende por subjetividad (algo puramente mental e “interior”). Tampoco esta relación puede ser reducida a un mero “hecho lingüístico”, asunto propio de la lingüística, por el hecho de que la realidad de la relación a que nos estamos refiriendo no es visible ni accesible, como veremos, desde el dispositivo del discurso científico, dado que este discurso se constituye justamente desde la ceguera para consigo mismo, es decir, desde el rechazo originario a la pregunta sobre qué tipo de relación mantienen sus propios enunciados científicos con el acto que los formula. <br />
En segundo lugar, en la relación entre lo dicho y el acto de decirlo se asienta y define la esencia misma de lo que calificamos como “existencial”. Cuando nos referimos a un texto, por ejemplo, nunca queda muy en claro el criterio por el cual le damos o le negamos el carácter de “existencial”. Podemos estar de acuerdo en que el carácter “existencial” no radica sólo en el tema o el contenido que despliega, como tampoco en su forma, si por forma entendemos algo así como un estilo o algo similar; tampoco en que deba referirse a alguna vivencia personal, expresar algo de manera visceral o ser emocionalmente impactante; aunque no sepamos bien el motivo, percibimos que todas éstas son características que se quedan en la superficie del asunto, sin poder penetrar en su esencia. Tomando, en cambio, los parámetros señalados, bien podríamos decir que lo que llamamos “existencial” radica en una forma de correspondencia entre lo dicho y el acto de decirlo, acto inseparable de la vida de quien lo dice, aclarando que no se trata aquí de la vida antes o después de lo dicho, ni de las cuestiones de la vida que en ese momento quedan por fuera de lo dicho, como, por ejemplo, si está con gripe o está sano, sino del acto de vida que se realiza en decir lo dicho. <br />
La relación entre lo dicho y el acto de decirlo en realidad es uno de las preocupaciones constantes de Kierkegaard. Es uno de los principales temas en su primer libro Sobre el concepto de ironía…, y continúa desarrollándose, con mayor o menor explicitación, hasta su escrito final El Instante.<br />
<br />
<br />
2.- El talante en las “ciencias”.<br />
<br />
En la citada Introducción se analiza el talante correspondiente a cada ciencia. Quienes se inclinan a presuponer que talante señala fundamentalmente a cuestiones emocionales, deben quedar extrañamente sorprendidos por el ámbito en que el autor encuentra y rescata la realidad del talante. ¿No sería acaso la más íntima y hasta inefable subjetividad el lugar adecuado y exacto adónde ir a buscar el talante? ¿Qué tiene que ver la ciencia con las emociones? Sin embargo la Introducción dice así: «En nuestro tiempo se ha olvidado por completo que también la ciencia, tan plenamente como la poesía y el arte, presuponen un talante, tanto en el que la produce como en el que la recibe; de tal manera que una falta en la modulación adecuada causará efectos no menos perturbadores que la otra falta en la evolución del pensamiento» . Ésta sola observación debería al menos hacer sospechar que el talante en absoluto puede reducirse a una cuestión emocional o inefable.<br />
Hay que aclarar que la palabra “ciencia” no alude aquí a lo que hoy comunmente llamamos “ciencia”, entendida como “ciencia empírica-experimental”; tampoco que el plural “ciencias” remita a la diversidad de las actuales ciencias, por ejemplo: la biología, la química, la física etc. Estas ciencias se diferencian por la región o ámbito del mundo al que cada una se dedica, pero, aunque difieren por el objeto de estudio, todas toman al mundo por “objeto” y se orientan al dominio de la naturaleza que tratan. Con tan sólo nombrar las “ciencias” que se analizan en la Introducción salta a la vista que se está hablando de otras “ciencias”; ellas son: la estética, la metafísica, la ética, la teología, la psicología, y al arte de la predicación.<br />
El libro, entonces, tal como se adelanta en la Introducción, se propone tratar el concepto de la angustia de una manera psicológica, pero teniendo siempre in mente y ante los ojos el dogma del pecado original: recordemos que el subtítulo del libro es: «Un mero análisis psicológico en la dirección del problema dogmático del pecado original». Ahora bien, ¿la psicología en tanto ciencia alcanza a “tocar” la realidad misma de la angustia, o se ubica siempre por fuera de la misma? En todo caso, ¿qué tipo de relación establece con la realidad de la angustia? ¿El pecado es una realidad que también trata la psicología? ¿El pecado es una realidad?<br />
<br />
La Introducción trata de establecer cuál es la ciencia que debe tratar el concepto de pecado. Para ello analiza la relación del pensamiento (la “idealidad”) de cada “ciencia” con la realidad que ella decide abordar o, dicho de otra manera, analiza la relación que se establece entre lo dicho por cada ciencia y el acto que realiza en ese decir.<br />
Sobre la ética lo que se puede decir es que busca «introducir la idealidad en la realidad..., muestra la idealidad como tarea, presuponiendo que el hombre está en posesión de las condiciones requeridas para realizarla. De la ética se puede decir lo que se afirma acerca de la ley, que es un maestro de la disciplina, cuyas exigencias meramente condenan, pero no dan vida… Cuanto más ideal es la ética tanto mejor. La ética no se deja perturbar por esa vana charlatanería que siempre está diciendo que de nada sirve el que se exija lo imposible; pues sería inmoral el solo hecho de ponerse a oír semejante cháchara» . Puede decirse, entonces, que los enunciados de la ética, esto es, sus preceptos, no alcanzan a “tocar” la realidad; los preceptos se formulan con toda la intención de que la realidad se adecúe a ellos; pero lo hace, podríamos decir, desde arriba y desde afuera, sin lograr gran cosa en la misma realidad. Además, tanto la ética como la ley ni siquiera tienen en cuenta el problema de si es posible o imposible cumplir con sus preceptos, este asunto no les compete. Podríamos decir que la tarea de ambas no consiste en ayudar a cumplir los preceptos sino en establecerlos y, de ahí en más, en juzgar y condenar los actos que los transgreden. La ética y la ley, por lo tanto, no pueden ni quieren suponer la realidad del pecado pues «la idealidad de la ética desparecería en cuanto que ésta tuviera que asumir la realidad del pecado en su seno». Podemos decir que la ética es demasiado ideal para asumir la realidad del pecado, razón por la cual no puede hacerse cargo del concepto de pecado.<br />
La disposición de la psicología, por otro lado, es muy diferente. A la inversa que la ética, «esta ciencia puede ocuparse y estar ocupada con el problema de cómo es posible que surja el pecado, pero no del hecho de su existencia», es decir, le interesa ver cómo surje el pecado pero le tiene sin cuidado si la realidad del pecado crece o decrece, puesto que no está en la naturaleza de su tarea la acción de juzgar y condenar las transgresiones, y menos aún la lucha contra el pecado; su tarea simplemente se reduce a observar las formas en que se desarrolla el pecado y su relación con la angustia. Pero al mismo tiempo, aunque «psicológicamente hablando es muy exacto que la naturaleza humana ha de estar constituída de tal forma que haga posible el pecado», la pregunta acerca del por qué la naturaleza humana está dispuesta al pecado tampoco es una tarea que pertenezca a la psicología, pues el mismo acto que pretendiera estudiar psicológicamente la realidad del pecado, transformaría al pecado en una realidad ya dada y establecida, cuando de lo que se trata solamente es de una posibilidad. Digámoslo de la siguiente manera: no se puede decir “en el mundo ya está el pecado y ya está la fe”, porque el pecado en realidad no está, con perdón de la licencia, “objetivamente” dado y puesto en el mundo, sino que somos los hombres los que día a día lo seguimos poniendo. Por eso es que «esta pretensión de la psicología de convertir en realidad la posibilidad del pecado, es algo que subleva a la ética y suena a blasfemia en los oídos de la dogmática», pues ello constituiría en sí mismo la aceptación del pecado. Lo que con esto nos dice la Introducción, entonces, es que hay ciertas realidades que no pueden ser estudiadas por la psicología pues, al transformarlas en una realidad establecida y existente, lo que hace es alterar la esencia de las mismas.<br />
«Con la dogmática —continúa la Introducción— comienza la ciencia que, en contraste con aquella ciencia estrictamente llamada ideal —la ética—, parte de la realidad. La dogmática comienza con lo real para elevarlo a la idealidad —en esto se diferencia de la psicología, que no pretende elevar nada a nada—. Esta ciencia no niega la presencia del pecado, al revés, lo presupone y lo explica suponiendo el pecado original...; la dogmática no tiene que explicar el pecado original, su única explicación es suponerlo, pero no como algo que pertenezca casualmente a un individuo cualquiera, sino como algo que va retrotrayéndose cada vez más profundamente, en el sentido de un prespupuesto que sin cesar acrece, al mismo tiempo que trasciende al individuo» . La concepto de pecado, entonces, se sitúa completamente fuera del alcance tanto de la ética como de la psicología, puesto que aun cuando ambas llegen a suponer la realidad del pecado, no lo pueden registrar como tal, en el preciso sentido de que el mismo registro sea parte de la lucha contra él. Ésta es la tarea de la dogmática, y para tal fin se articula con la predicación: «En realidad, el pecado no tiene domicilio propio en ninguna ciencia. El pecado es objeto de la predicación, en la cual el individuo habla como individuo al individuo».<br />
En cada ciencia, entonces, los enunciados y el acto que los establece se articulan de diferente manera. Los enunciados de la ética, por ejemplo, son prescripciones generales válidas para todos, que dicen cómo tendría que ser la realidad y buscan elevar la realidad a su idealidad, aunque no tienen el poder de obligarla a ser tal como prescriben deber ser. La psicología, por su lado, parte de la realidad, la observa y la registra de arriba abajo, pero no le interesa prescribirla ni manejarla en ningún sentido; más aún, cree ciegamente que por su propia disposición originaria está imposibilitada siquiera de tocar la realidad, pues según cree, ella misma se encuentra fuera de la realidad o en otro plano de realidad, es decir, en la idealidad. Sin embargo, y justamente por esta ceguera aludida, puede, aunque sin saberlo, terminar alterando ciertas realidades. La dogmática, finalmente, parte de la realidad, por eso parte de suponer la presencia del pecado original, pero no lo hace para proporcionar una explicación mítica, sino para que cada individuo entre en relación consigo mismo retrayéndose del pecado, tarea que lleva adelante por la predicación.<br />
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Ahora bien, ¿dónde ha quedado ese aspecto del talante que señala al afecto, al ánimo? ¿No lo hemos perdido acaso por el camino? La misma Introducción, sin embargo, es la que se encarga de establecer un vínculo indisoluble entre el concepto de pecado y el talante (stemning) adecuado para abordarlo, a punto tal de volver prácticamente indisociables a talante y concepto.. Si el pecado es tratado en la psicología, dice, el talante será insistencia observadora y tenaz espionaje, pero todo dentro de una curiosidad desapasionada y una distancia indiferente por el destino de su objeto, disposición que finalmente resulta ser la inadecuada, pues el talante adecuado para tratar el pecado es la seriedad en la resistencia y en el apartamiento constante del mismo. De no abordarse así, no sólo cambia el talante sino que se altera el mismo concepto, pues el pecado ha de ser superado concibiéndolo no como algo a lo que el pensamiento no puede dar vida puesto que su existencia, en última instancia, es ajena e independiente de él, sino como algo que está constantemente al acecho, y que el paso de dejar de ser una posibilidad para llegar a ser una realidad depende del acto de cada individuo. Si el pecado, por otro lado, es tratado en la ética, al reconocer ésta la imposibilidad de asumir la realidad del pecado, manteniéndose siempre exterior a él «como un maestro de disciplina que sólo exige y condena pero no da vida», su talante siempre será una tensión amenazante, puños crispados y ceño fruncido, con un constante y omnipresente tono, además, de agritud y amargura en el alma al saberse definitivamente impotente para cumplir con su objetivo. De esta manera también se altera el concepto, pues así el pecado se trasnforma en una mera transgresión, y debe ser obcecadamente desconocido en su realidad como única manera de hacerle frente, lo que de por sí constituye el triunfo del pecado.<br />
«El pecado —termina diciendo la Introducción—tiene su lugar determinado; o mejor dicho, no tiene ningún lugar en absoluto, y ésta es cabalmente su determinación. Si se lo trata en otro lugar cualquiera, entonces resultará indefectiblemente alterado, puesto que se le enfoca desde un ángulo de reflexión inesencial. De este modo quedará alterado su concepto, y al mismo tiempo aquel talante que auténticamente corresponde al concepto exacto, de suerte que se pierda la continuidad del talante auténtico, dando lugar a las fugaces fantasmagorías de los talantes falsos» .<br />
En base a lo dicho hasta aquí podemos sacar las siguientes conclusiones. En primer lugar, la expresión “talante adecuado a cada ciencia” no se refiere a ningún tipo de sentimiento o vivencia personal que habría que tener como condición para entrar a dicha ciencia, por el contrario, el talante adecuado a cada ciencia es consustancial a la ciencia misma, y cada persona que trabaje, se ubique o hable desde una ciencia determinada, no puede eludir el talante que ella férreamente dispone. Por lo tanto, este talante no es una especie de humor pasajero y caprichoso, sino una disposición anímica muy precisa y determinada, a la que nadie puede acoplarse o sustraerse a voluntad. Esto nos lleva a una segunda observación: a contrapelo de la opinión habitual, que cree que cualquier realidad y todo concepto es accesible desde la ciencia o la filosofía, es decisivo establecer que cada realidad y cada concepto tiene su “ciencia” pertinente, queriendo decir esto una particular manera de relación entre lo dicho y el acto de decirlo, al mismo tiempo que cada concepto se desarrolla en íntima continuidad con su talante adecuado. En tercer lugar, una vez dicho esto queda en claro que concepto y talante van de la mano, tanto sea para establecerse en su exactitud y autenticidad, como para degenerar en su alteración e impostura. Por concepto, entonces, debemos entender no sólo el contenido intelectual dicho y explícito, sino también y al mismo tiempo el acto realizado al decirlo. Ambas facetas indisolubles del concepto son registradas y experimentadas, es decir, son vividas por el hombre como un afección, un sentimiento o una pasión, esto es, un talante.<br />
Cada ciencia, entonces, lejos de ser un mero reflejo abstracto y separado del mundo, en verdad constituye una forma de ser en el mundo, y cada forma de ser en el mundo realiza, o mejor dicho, consiste en realizar actos propios y específicos que transforman el mundo a su manera de ser, es decir, haciendo un mundo a su manera. En consecuencia, tampoco el pensamiento puede reducirse simplemente a lo dicho olvidándose tanto del acto de decirlo como del talante que supone: el pensamiento es una forma de ser haciendo el mundo.<br />
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3.- El talante en el individuo.<br />
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Esta íntima consustanciación entre el concepto y el talante, ¿únicamente es una realidad que se expresa en las ciencias, o también se manifiesta entre el contenido intelectual y el talante en la vida cotidiana de cada individuo?<br />
A diferencia de la Introducción, donde se analiza la relación entre el concepto y el talante en las ciencias, el Cap.IV de El concepto de la angustia analiza justamente la relación entre el pensamiento del individuo y el talante. Comienza ubicando el talante fundamental al que apunta todo el libro: la angustia. Este pasaje trata de la angustia como consecuencia del pecado en el individuo, y describe las dos formas en que se presenta: la primera como «la angustia ante el mal», y la segunda como «la angustia ante el bien (Lo demoníaco)». Las define así: «En la primera formación tenemos que el hombre está en pecado, pero se angustia por el mal. Esta formación, vista desde una perspectiva más elevada, se halla en el bien; pues, por eso mismo, tiene el individuo angustia del mal. La segunda formación es lo demoníaco. El individuo está en el mal y se angustia ante el bien. La esclavitud del pecado —la primera— es una relación forzada con el mal, pero lo demoníaco —la segunda— es una relación forzada con el bien» . Lo demoníaco, entonces, tiene una sola pero doble determinación: a la vez que, por un lado, es una relación constante con el mal, por el otro, es una relación forzada con el bien.<br />
Refiriéndose a ésta caída espiritual, dice lo siguiente: «Lo demoníaco, naturalmente, no depende del diverso contenido intelectual, sino de la relación de la libertad con el contenido dado…» ; es decir, que lo demoníaco no consiste simplemente en no creer en Dios, por ejemplo, sino que aún creyendo creer en Dios se puede estar en lo demoníaco; lo demoníaco depende, entonces, de la relación que hay entre lo que digo creer y mi libertad, es decir, el acto que en esa declaración realizo. Como ejemplificación aclaratoria de esta idea el texto remite al Nuevo Testamento, a un pasaje de Santiago en el que la categoría de lo demoníaco resulta nítida. El pasaje dice así: «¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso esa fe puede salvarlo? ¿De qué sirve si uno de ustedes, al ver a un hermano o a una hermana desnudos o sin el alimento necesario, les dice: “Vayan en paz, caliéntense y coman”, y no les da lo que necesitan para su cuerpo? Lo mismo pasa con la fe: si no va acompañada de las obras, está completamente muerta.<br />
«Sin embargo, alguien puede objetar: “uno tiene la fe y otro las obras”. A ése habría que responderle: “Muéstrame, si puedes, tu fe sin las obras. Yo, en cambio, por medio de las obras, te demostraré mi fe”. ¿Tu crees que hay un solo Dios? Haces bien. Los demonios también creen, y sin embargo, tiemblan.» (Santiago 2, 14-20) .<br />
Como vemos, lo que tanto el espíritu como la letra de este pasaje denuncian es la falsedad que se manifiesta en la discordancia entre lo que se dice por un lado y lo que se hace al decir eso por otro. Esto es lo demoníaco. A éste carácter, entonces, no podemos afirmarlo ni negarlo por la simple evaluación de una declaración exterior, o por el contenido manifiesto de los enunciados dichos; únicamente podemos negarlo o afirmarlo por la concordancia o discordancia entre lo dicho y el acto de decirlo. Veamos algunos otros ejemplos que nos ofrece el propio autor: «...toda individualidad que sólo sepa darnos pruebas de la inmortalidad del alma, mas sin que esté personalmente persuadido de la misma, experimentará siempre alguna angustia en cualquiera de los fenómenos [demoníacos] aquí descriptos». Y a la inversa, «…no es nada imposible que un partidario de la más rígida ortodoxia [religiosa] esté endemoniado. Éste tal lo sabe todo, es sumiso ante lo santo, habla de acudir al altar de Dios, etc.etc. Sí, todo lo sabe como aquel que puede demostrar un teorema matemático usando los letras A B C, pero no da pie con bola en cuenta usa las letras D E F. Por eso siente angustia tan pronto como oye algo que no es literalmente idéntico» .<br />
Y un poco más adelante agrega: «Entender un discurso es una cosa, y otra muy distinta entender aquello en que el discurso hace hincapié; entender lo que uno mismo dice es una cosa y entenderse a sí mismo en lo dicho es otra bien distinta… Así, cuando un [religioso] ortodoxo rígido emplea toda su diligencia y toda su erudición en demostrar que cada palabra del Nuevo Testamento proviene de tal o cual Apóstol, da muestras con ello de que su interioridad va desapareciendo poco a poco, hasta que en definitiva acaba por entender algo completamente distinto de lo que quería entender. Cuando, por otra parte, un librepensador emplea toda su agudeza en mostrar que el Nuevo Testamento ha sido escrito lo más pronto en el siglo II, lo que demuestra con ello, sobre todo, es que tiene miedo de la interioridad; a esto se debe su tozudo empeño en catalogar el Nuevo Testamento entre todos los demás libros” .<br />
Aunque es correcto afirmar que lo demoníaco se basa en la discordancia o contradicción entre lo dicho y el acto que se realiza al decirlo, este solo hecho, sin embargo, no basta para definirlo plenamente; lo que se debe aclarar y agregar es que mientras en lo dicho se manifiesta un contenido intelectual «acorde con el bien» o, más modestamente, un contenido que la persona asume públicamente con orgullo o al menos sin temor ni vergüenza, este contenido queda contradicho de manera palmaria en y por el mismo acto en que es dicho. Como el prestidigitador, mientras que con una mano distrae al público, con la otra realiza el truco. Esta misma forma de ser, en otros momentos y contextos, es nombrada por Kierkegaard como Hipocresía. <br />
¿Cuál es el talante correspondiente a lo demoníaco? Es «el mutismo y el ensimismamiento» . En lo demoníaco lo dicho está para distraer y ocultar lo que se manifiesta en la discordancia con el acto de decirlo; de tal manera estamos ante una verdadera clausura sobre sí mismo. Lo demoníaco se refugia en la oscuridad de lo oculto, en los plieges y replieges de la simulación, en la táctica y estrategia del silencio forzado, pues resulta claro que si ambos contenidos fuesen explicitados al mismo tiempo y en el mismo plano, quedaría expuesto a la luz del día la contradicción entre ellos y, de esa manera, el engaño se derretiría como helado al sol. «Se echa de ver con toda facilidad que el ensimismamiento descrito no es más que mentira o, si se prefiere, falsedad» . Pero este encierro y mutismo, hay que aclarar, no es tan sólo con los demás sino también y principalmente con uno mismo: el encierro llega a ser tan profundo y tan extenso que hasta uno mismo ha quedado afuera y ni siquiera él mismo puede ya penetrar dentro de sí.<br />
Si en relación a las ciencias decíamos que por “talante adecuado” no debía entenderse una especie de humor pasajero y caprichoso, sino una disposición anímica muy precisa y determinada, consustancial a la ciencia misma y a la que nadie puede acoplarse o sustraerse a voluntad, ¿cómo podemos entender ahora el talante en relación con el individuo? ¿Se confunde simplemente con el sentimiento? El talante siempre remite al afecto registrado y experimentado por una persona, es decir, al afecto vivido. Sin embargo esta afirmación nunca aclara de fondo el asunto, pues en la base hay algo que constantemente arremolina las ideas y lo confunde todo, y es el hecho de que por sentimiento o afecto usualmente se concibe una realidad ajena y más allá de todo pensamiento, realidad que, como enfáticamente se dice, viene “desde las tripas”. Pero así como cuando hablábamos de las ciencias aclarábamos que, más allá de lo que cada ciencia crea o descrea, en realidad no existe pensamiento sin talante, ahora debemos recalcar que tampoco existen sentimientos o afectos sin pensamiento. Más allá de lo que crean los afectados, todo sentimiento es y manifesta un pensamiento.<br />
Sin embargo lo que habitualmente circula y ya ha quedado como establecido es que estas dos realidades están tajantemente separadas: pensamiento sin talante por un lado, y sentimiento sin pensamiento por el otro. Esta realidad, sin embargo, no es para nada ingenua —en verdad, ninguna realidad es ingenua. Lo que la ciencia en verdad pretende al presentarse como puro pensamiento aséptico, es desconocer, es decir, negar, negar que su actividad haga y produzca algo más que un espectral conocimiento objetivo y neutral que sobrevuela la realidad sin tocarla. Por su lado, lo que el sentimiento busca al pretenderse ajeno a todo pensamiento, es presentarse como la ingenuidad misma personificada, incapaz del más mínimo doblez, absolutamente por fuera de cualquier mentira. La por demás generalizada pretensión de que los sentimientos no mienten porque hablan “desde las tripas” en realidad no tiene nada de ingenua, y lo que solapadamente busca es tapar la también por demás generalizada realidad de los sentimientos mentirosos y falsos, tales como la indignación, la compasión, la ofensa, etc. <br />
Teniendo en cuenta esto, entonces, ¿cuál es el talante adecuado para enfrentar el pecado? La «seriedad». ¿Y qué es seriedad? Es certeza e interioridad. «La certeza y la interioridad —que sólo se dan en la acción y sólo se obtienen por medio de la acción— son las que deciden si un individuo está o no endemoniado». «Lo que yo digo —continúa diciendo el autor de El concepto de la angustia— es algo muy simple y sencillo, a saber, que la verdad solamente existe para el individuo en cuanto él mismo la produce actuando. Si la verdad existe de cualquier otro modo para el individuo y éste no hace más que impedir que ella exista para él del modo dicho, entonces es que tenemos delante un fenómeno peculiar de lo demoníaco» . ¿A qué se refiere con que la certeza y la interioridad se dan en la acción y sólo se obtienen por medio de la acción? ¿A qué se refiere con que la verdad sólo existe para el individuo en cuanto él mismo la produce actuando? Se refiere a que por verdad debe entenderse la correspondencia o la concordancia entre lo dicho y el acto de decirlo; y que ese corresponder es lo que debe llamarse “talante verdadero”, y la no correspondencia “talante falso”.<br />
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4.- Talantes falsos.<br />
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Hay, pues, talantes verdaderos y talantes falsos. Esta simple constatación, si se la empuña hasta el final, abre todo un mundo nuevo. Estamos acostumbrados a aceptar que hay pensamientos falsos, y los calificamos así porque no concuerdan con los hechos reales. Si además, como ya hemos dicho, para el sentido común aún los pensamientos verdaderos son meros reflejos de la realidad que por sí mismos no tienen realidad propia, ¿qué destino más triste, todavía, les espera a los pobres pensamientos falsos?<br />
No es tan fácil para nuestro sentido común aceptar que hay sentimientos falsos o realidades falsas. Cuando en sentido habitual usamos la expresión “realidad falsa” nos referimos a que estamos frente a una mera apariencia, ante algo que parece ser real pero que en definitiva no es real; menos que menos, entonces, preguntarnos si estamos ante una verdadera “realidad falsa”. Cuando en sentido habitual hablamos de “sentimientos falsos”, queremos decir que estamos ante algo que parece ser tal o cual sentimiento pero en realidad es una simulación, ante un sentimiento que o bien no existe o bien es otro. Para el sentido habitual los sentimientos siempre son, y si son no pueden ser falsos; y lo mismo pasa con la realidad: la realidad es, y si es no puede ser falsa. Falsas únicamente pueden ser las ideas acerca de ella. Para el sentido común, entonces, la realidad es, y si es entonces es verdad; el pensamiento no es real o no es tan real como la realidad, y si no es entonces es radicalmente falso: tal es la conclusión a la que se aferra el escepeticismo- relativismo reinante. ¿Y los sentimientos? Como el sentido común no maneja los sentimientos tal como cree manejar los pensamientos, entonces los ubica del lado de la realidad; por lo tanto son reales, y si son reales, siempre son verdaderos. Esta es la lógica del sentido común.<br />
Que un talante sea falso necesariamente implica que haya discordancia o contradicción entre lo dicho por una parte y el acto del decirlo por el otro; esta discordancia conduce a —y consiste en— mantener oculto tras lo dicho lo que el acto de decir dice. Ante esto bien se podría pensar que sólo uno de los términos es falso —lo dicho, si bien lo es bajo una apariencia de verdad; el acto de decirlo, en cambio, no sólo no miente sino que finalmente es el que termina deschavando la mentira, motivo por el cual bien puede afirmarse que él es el único verdadero. Sin embargo esta perspectiva pasa por alto algo decisivo. Cuando, por ejemplo, ante el insistente pedido de un chico gritando “¡quiero más coca-cola!” respondemos con un firme y cortante “¡No!”, lo más probable es que el chico se enoje y nos comience a gritar “¡malo!”, “¡te odio!” o cosas peores. Nadie diría que con tal reacción el chico está mintiendo, por el contrario, todos diríamos que su reacción es de lo más verdadera. Sin embargo, a nadie en su sano juicio se le ocurriría pensar que su reacción esté justificada. Dicha reacción, a la vez, más que enojo lo que nos despierta es ternura y ganas de ayudarlo, pues vemos que el chico ha caído en una situación de extrema exposición y debilidad. Pero más allá de cómo reaccionemos, lo que para todos resulta indudable es que la reacción del chico no sólo no oculta nada, sino que, por el contrario, lo dice todo: no encontramos en ella ningún doblez. Más aún, aunque podamos sentirla como “mala”, sin embargo nunca la calificaríamos como “maldad”. Ante tal situación lo que haríamos sería abrazar al chico, tranquilizarlo, y esperar a que se le pase, pues todos sabemos que este odio pasa.<br />
Totalmente diferente es el caso cuando en un adulto, por ejemplo, el enojo se disimula, se niega y se oculta, y lo que sale a la luz en su lugar finalmente es una luminosa sonrisa de compromiso diciendo “está todo bien, no pasa nada”. En este caso, la bronca y el odio —ya no importa si son justificados o no—, no sólo no pasan sino que, de ahí en más, siguen incrementándose ininterrumpidamente, pero ahora de manera subterránea, sotto vocce, inconsciente, envenenando toda la situación. Con muchas de estas situaciones se termina envenenado la vida entera. ¿Qué ha cambiado en relación con el niño? Que ahora no sólo se oculta el odio primitivo sino que, para ocultarlo, se produce una nueva realidad, sonriente y feliz, pero falsa, encargada de hacer olvidar, es decir, reprimir el odio verdadero. Lo decisivo es que esta realidad es nueva y que su esencia está constituída por el doblez, es doblez, es la política del tero, que canta en un lado pero los huevos los pone en otro. Ésta es la estructura de la disociación, a la que hay que entender bien: si bien se trata de la existencia de dos términos opuestos y simultáneos, sin embargo ambos no son homogéneos ni se enfrentan en el mismo plano, sino que cuando tenemos y vemos uno, el otro desaparece, y viceversa. Que el odio no sea vivido y expuesto de manera abierta sino que sea negado y ocultado, no es un hecho que lo deje inalterado en su esencia; por el contrario, el odio primitivo, de ser originariamente un sentimiento simple y claro que por su propia liviandad termina pasando sin dejar huellas enfermizas, se transforma en una pesadez constante y odiosa, en un resentimiento, en un diabólico disentir consigo casi imposible de digerir.<br />
Con “talante falso”, entonces, debemos concebir una falsedad muy diferente a la entendida en sentido habitual; recién ahora nos topamos con una “verdadera y real falsedad”, ante una “falsedad ontológica” o, como se expresa en El concepto de la angustia, ante una “realidad injustificada” . Esta falsedad real es inconcebible para el sentido habitual. Sin embargo, únicamente desde ésta región es de donde proviene lo verdaderamente falso, y desde esa misma boca de la nada de la “realidad injustificada” es de donde se nutre la carne misma de la realidad cotidiana. La falsedad con la que nos topamos no es el error ni la equivocación, asuntos que pueden corregirse o salvarse, pues son avatares de las meras representaciones de lo real. Aquí nos topamos con la verdadera y real falsedad, la que nunca puede surgir del ámbito que habitualmente llamamos “naturaleza”, puesto que allí no hay ni puede haber falsedad. La verdadera y real falsedad únicamente puede surgir del pensamiento, del concepto falso realizado. Para el sentido habitual, la única forma de acercarse a esta falsedad es tomándolo como el mal y la maldad.<br />
Como ya dijimos, se puede abordar un concepto desde un talante impropio, ésto no sólo altera el concepto sino que, esencialmente, introduce en el mundo un modo de ser impropio que altera tanto el concepto como del talante. Lo que debe quedar claro es que no se trata sólo de la alteración de un conocimiento o de un mero concepto, entendiendo por mero concepto un especie de reflejo mental sin realidad, sino que se trata de la introducción de un modo de ser y de estar en el mundo falso y, por ende, un modo de realizar y ser falso del mundo. Y una vez que esta realidad ha sido introducida, no es tan sencillo eliminarla. Como resulta obvio, el chico de nuestra historia cuando grita “¡te odio!”, no es que dice la verdad porque así lo ha decidido, sino porque por su edad aún no puede mentir. Podemos decir que está condenado a vivir en la verdad. Entre esa posición o estado y la del adulto, como se ve, media un abismo, entre ambas hay una diferencia cualitativa, un salto que no se puede remediar por pura voluntad. El pasaje de ser niño a ser adulto se opera justamente por la aparición de la disociación entre lo dicho y el acto de decirlo que, una vez establecida, no tiene vuelta atrás. Podemos decir que el adulto está condenado a vivir enfrentando el doblez, teniendo siempre a mano la posibilidad de mentir. ¿Hay alguna alternativa que supere este doblez que no sea volver a la del niño?<br />
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5.- Talante verdadero.<br />
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Primero hemos visto cuál es el talante adecuado para abordar el concepto del pecado en las ciencias, y después cuál el talante adecuado para enfrentar no ya el concepto del pecado sino el pecado mismo en la vida de cada individuo; en ambos casos el talante adecuado es la seriedad, la certeza e interioridad. De esto puede deducirse que el pecado es el mismo en todos lados, y ante él no cabe otro talante que la constante resistencia y tenaz apartamiento de la seriedad. Pero así como pensar el concepto sin el talante adecuado altera el mismo concepto, tampoco podemos acceder al talante verdadero si no aprehendemos el concepto exacto; de ahí que, entonces, seriedad e interioridad no son meros y simples sentimientos o actitudes, sino la realidad misma de la aparición de la verdad como talante.<br />
¿Cómo pensar la relación entre el talante y la seriedad? ¿El talante es el género y la seriedad una especie dentro de los posibles talantes? ¿Hay una diversidad indiferente entre sí de los talantes, o hay una jerarquía donde cada uno se eleva hacia otro superior? ¿Hay un desarrollo desde los talantes falsos hacia los talantes verdaderos? ¿Hay, por fin, un verdadero talante, en el sentido de que, por un lado, no contenga ninguna discordia interna y, por otro, sea la consumación misma del talante? ¿En qué consiste un talante verdadero?<br />
En el cap IV de El concepto de la angustia leemos lo siguiente: «En la psicología de Rosenkrantz —de la cual dice que «se trata de una obra francamente buena»— encontramos una definición del talante. Dice que el talante es la síntesis del sentimiento y de la conciencia del yo. En la exposición…explica Rosenkrantz de modo excelente: “Que el sentimiento se abre a la conciencia del yo, y al revés, que el contenido de la conciencia del yo es sentido por el sujeto como suyo. Solamente esta unidad puede llamarse talante. Porque si falta la claridad del conocimiento, el saber del sentimiento, entonces sólo existe el impulso del espíritu natural, la hinchazón de la inmediatez. Pero si falta el sentimiento, entonces sólo hay un concepto abstracto, un concepto que no ha alcanzado la intimidad última de la existencia espiritual, que no se ha hecho una sola cosa con el yo del espíritu”» .<br />
Se impone realizar aquí algunas aclaraciones referidas a la traducción. En el texto original en danés la cita de Rosenkrantz está en alemán; el traductor al español Demetrio G. Rivero la vierte al castellano y traduce por talante tanto la palabra alemana Gemüt como su correspondiente danesa Gemyt. Por lo tanto, hay que aclarar que en esta traducción se vierte como talante tanto a Gemyt, utilizad por Kierkegaard en este pasaje, como a Stemning, que es la palabra utilizada en la Introducción. En la edición de Espasa-Calpe de El concepto de la angustia, en cambio, a Gemyt se la traduce por “espíritu” y a Stemning por “estado afectivo” . La decisión de utilizar una sola palabra —talante— para traducir dos palabras diferentes del danés —Stemning y Gymet— puede discutirse, pero al mismo tiempo tiene la virtud de enfrentarnos al hecho ya planteado de que con Stemning no estamos ante un puro y simple problema de traducción —si es que los hay—, sino que a lo que realmente nos enfrenta es a la tarea de dilucidación y establecimiento de un concepto.<br />
Volviendo a la pregunta sobre cómo podemos determinar en qué consiste un talante verdadero teniendo en cuenta ahora lo aportado por Rosenkrantz, podemos afirmar que todo contenido de la conciencia es, al mismo tiempo, también un sentimiento (Gefühlt) o, al menos, que va asociado a un sentimiento; y que todo sentimiento es o implica o expresa, a su vez, un contenido intelectual: «Solamente esta unidad —del sentimiento y del contenido de la autoconciencia— puede llamarse talante». En el fragmento citado Rosenkrantz especula con que en el caso extremo de que al contenido intelectual de la conciencia le faltara absolutamente el sentimiento, nos encontraríamos ante un concepto abstracto y sin vida; y a la inversa, si al sentimiento le faltara el contenido o saber de la conciencia, nos encontraríamos ante una excitación caótica y bestial. Pero ante esto nunca está de más insistir en que tales alternativas no son más que meras abstracciones, puesto que en la realidad de la vida dicha unidad es indisoluble; ni siquiera en las ciencias, como ya vimos con anterioridad, se da el caso de un contenido de conciencia abstracto y sin vida.<br />
Esta afirmación, sin embargo, sin dejar de ser categórica, no dice nada acerca de la concordancia o discordancia entre el sentimiento y el contenido intelectual. Sobre este punto específico, la citada definición de Rosenkrantz no resulta ser clara. Por un lado parece asumir una postura extremadamente restrictiva, puesto que «el sentimiento se abre a la conciencia del yo, y al revés, el contenido de la conciencia del yo es sentido por el sujeto como suyo» puede interpretarse como que sólo la exacta concordancia entre el sentimiento y el contenido de la conciencia del yo puede ser llamado talante. De ser así, no podríamos hablar de talantes inadecuados ni de talantes falsos, ya que el talante sería lo opuesto o ajeno a toda discordia, lo que nos aleja bastante de la idea de talante expresada en El concepto de la angustia. También se aleja, y groseramente, de la observación que cualquiera puede realizar, puesto que lo que todos podemos ver es que la discordancia entre lo dicho y el acto de decirlo no sólo no es imposible sino que, por el contrario, es lo que se da con mayor frecuencia . Pero también puede interpretarse de otro modo, que cuando dice «el sentimiento se abre a la conciencia del yo, y al revés, el contenido de la conciencia del yo es sentido por el sujeto como suyo», este «suyo» es el índice de la correspondencia, concordancia y compenetración entre lo dicho y el acto de decirlo. Y que en esto radica la esencia no del talante a secas, sino del talante verdadero. <br />
Llegados a este punto vale la pena recordar la pregunta sobre el sentido de «reconcialiación» que aparecía en la Introducción acerca de la superación del esepticismo kantiano por parte de hegel: «Supongamos ahora que la filosofía hegeliana haya en realidad repensado el escepticismo kantiano. Digamos, entre paréntesis, que siempre será un gran problema averiguar este detalle...; imaginemos que Hegel, después de recapacitar en dicho escepticismo, ha logrado efectivamente reconstruir lo anterior de una forma más elevada, de tal suerte que el pensamiento no tenga realidad en virtud de una suposición previa. En este caso, ¿será una reconciliación esa realidad del pensamiento lograda de un modo tan consciente?». ¿Es el talante verdadero equivalente a la «reconciliación»? <br />
Curiosamente, a este mismo hecho también lo encontramos en el corazón mismo del psicoanálisis, siendo prácticamente el eje de lo que en él entiende por “cura”. Dice Freud: «Cuando comunicamos a un paciente una idea por él reprimida en su vida y descubierta por nosotros, esta revelación no modifica en nada, al principio, su estado psíquico. Sobre todo, no levanta la represión ni anula sus efectos, como pudiera esperarse, dado que la idea antes inconsciente ha devenido consciente. Por el contario, sólo se consigue al principio una nueva repulsa de la idea reprimida. Pero el paciente posee ya, efectivamente, en dos lugares distintos de su aparato anímico y bajo dos formas diferentes, la misma idea...El levantamiento de la represión no tiene efecto, en realidad, hasta que la idea consciente entre en contacto con la huella mnémica inconsciente después de haber vencido las resistencias. Sólo el acceso a la conciencia de dicha huella mnémica inconsciente puede acabar con la represión. A primera vista parece esto demostrar que la idea consciente y la inconsciente son diversas inscripciones, tópicamente separadas, del mismo contenido. Pero una reflexión más detenida nos prueba que la identidad de la comunicación con el recuerdo reprimido del sujeto es tan sólo aparente. El haber oído algo y el haberlo vivido son dos cosas de naturaleza psicológica totalmente distinta, aunque posean igual contenido” .<br />
A una conclusión muy similar también parece llegar el texto de El concepto de la angustia cuando afirma que «la seriedad y el talante se corresponden entre sí de tal manera que la seriedad es una expresión más alta y al mismo tiempo la más profunda que se pueda dar de lo que es el talante. Éste es una determinación de la inmediatez; la seriedad, en cambio, es la originalidad adquirida del talante, su originalidad defendida en la responsabilidad de la libertad» .<br />
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6.- «Abrir los ojos».<br />
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Un antiguo y muy conocido mito dice así: «La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que el Señor Dios había hecho, y dijo a la mujer: “¿Así que Dios les ordenó que no comieran de ningún árbol del jardín?”. La mujer le respondió: “Podemos comer los frutos de todos los árboles del jardín. Pero respecto del árbol que está en medio del jardín, Dios nos ha dicho: ´No coman de él ni lo toquen, porque de lo contrario quedarán sujetos a la muerte´”. La serpiente dijo a la mujer: “No, no morirán. Dios sabe muy bien que cuando ustedes coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal”. Cuando la mujer vio que el árbol era apetitoso para comer, agradable a la vista y deseable para adquirir discernimiento, tomó de su fruto y comió; luego se lo dio a su marido, que estaba con ella, y él también comió. Entonces se abrieron los ojos de los dos y descubrieron que estaban desnudos. Por eso se hicieron unos taparrabos, entretejiendo hojas de higera. Al oír la voz del Señor Dios que se paseaba por el jardín, a la hora en que sopla la brisa, se ocultaron de él, entre los árboles del jardín. Pero el Señor Dios llamó al hombre y le dijo: “¿Dónde estás?”. “Oí tus pasos por el jardín, respondió él, y tuve miedo porque estaba desnudo. Por eso me escondí”. Él replicó: “¿Y quién te dijo que estabas desnudo? ¿Acaso has comido del árbol que yo te prohibí?”. El hombre respondió: “La mujer que pusiste a mi lado me dio el fruto y yo comí de él”. El Señor Dios dijo a la mujer: “¿Cómo hiciste semejante cosa?”. La mujer respondió: “La serpiente me sedujo y comí”». <br />
El pecado original cometido por Adan y Eva consistió en haber comido del árbol del conocimiento del bien y del mal. ¿Qué significa esto?<br />
El estado de inocencia, anterior a comer el fruto del árbol prohibido, era un estado de absoluta trasparencia donde todo era visible y donde no existía la posibilidad de “ocultarse”. ¿Cuáles son las condiciones necesarias para que sea posible ocultarse o, con mayor precisión, para que sea posible que venga al mundo la acción de “ocultarse”? Poder ocultarse supone poder verse viéndose desde la mirada ante la cual se busca ocultar. En el estado de inocencia se puede mirar, sentir, hablar, pero lo que no se puede es verse viéndose ver; es decir, lo que no se puede es tomarse como objeto y, a partir de ello, calcular dónde conviene ponerse, qué decir y qué no decir, etc. Para poder hacer estas cosas es necesario poder salir de sí mismo, salir de uno y mirarse desde afuera. En eso consiste “abrir los ojos”; es verse viéndose ver. Antes de eso hay ojos para mirar, pero no para verse viéndose ver. Aparece así en el mundo una mirada, una realidad que no existía.<br />
Dada esta condición, recién ahí se abre la posibilidad de mentir; hasta allí no es posible mentir. Tampoco había verdad, o mejor dicho, se vivía en ella sin saberlo; en realidad lo que no había era bien ni mal, en ese estado todo simplemente es. «En la inocencia el espíritu está como soñando» . En el sueño el soñante mira, pero no puede verse viéndose ver. Cuando el espíritu dormido que está soñando despierta, inmediatamente aparece la conciencia, la disociación, la discordia —es decir, aparece la Discordia como posibilidad pues hasta allí no existía ni la sombra de posibilidad. Discordia significa la posibilidad de decir una cosa pero diciéndola, hacer, sentir, pensar, decir otra. Aparece aquí el doble registro o el doblez del discurso, la realidad disociada entre lo dicho y el acto de decirlo, y con él la posibilidad del disenso entre ambos. Cuando se vive en un único registro, se mira, se siente, se habla, pero no hay la menor posibibilidad de discordia por la sencilla razón de que para que sea posible es necesario que deban hayarse puestas dos instancias que puedan contraponerse o bien componerse.<br />
La realidad de lo que se dice y el acto de decirlo, por supuesto, no se reduce al registro auditivo: se dice con los gestos, con la mirada, escondiéndose, cubriéndose con taparrabos, etc. Todo dice, la vida entera dice, al mismo tiempo que también escucha. <br />
Donde antes no había ninguna mirada, ahora se registra una infinidad de miradas: mirar, ser mirado, verse, verse mirando, verse mirándose, etc., etc. «Entonces se abrieron los ojos» equivale a la pérdida de la inocencia, en sentido estricto: el verse mirando ver. En los sueños el soñante se ve, puede verse, pero lo que no puede es verse mirando que se mira, es decir, verse soñando: en ese instante despierta.<br />
Sólo cuando aparece la mirada que se ve es posible que aparezca el acto de calcular qué hacer, de ocultarse, de espiar, es decir, de ponerse en el lugar donde no se está, de parecer lo que no se es, de contradecir lo que se dice.<br />
<br />
¿Cómo y por qué aparece la disociación? ¿Por qué en el mismo acto aparece la sexualidad y la muerte? «Tuve miedo porque estaba desnudo. Por eso me escondí», dice Adan. ¿Por qué la angustia? La obra sobre la que he basado mi estudio se propone tratar, como lo dice su título, el concepto de la angustia. Ahora bien, ¿la angustia es un concepto o es un afecto ajeno, independiente y exterior al pensamiento, al que éste tan sólo busca entender mediante conceptos? Angustia y concepto, ¿pertenecen a mundos diferentes, heterogéneos, impenetrables uno al otro, o son realidades heomogéneas y, por lo tanto, ya articuladas? En definitiva: ¿la angustia y el pensamiento tienen alguna relación interna, o simplemente no tienen nada que ver? Ante estas cuestiones se pueden ofrecer diferentes respuestas, lo único que no se puede es no planteárselas.Héctor Fenogliohttp://www.blogger.com/profile/11308550407688946357noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-1371955767668194433.post-33938921323559037262009-11-24T16:43:00.000-08:002010-11-24T16:44:57.205-08:00<!--[if gte mso 9]><xml> <w:WordDocument> <w:View>Normal</w:View> <w:Zoom>0</w:Zoom> <w:HyphenationZone>21</w:HyphenationZone> <w:PunctuationKerning/> <w:ValidateAgainstSchemas/> <w:SaveIfXMLInvalid>false</w:SaveIfXMLInvalid> <w:IgnoreMixedContent>false</w:IgnoreMixedContent> <w:AlwaysShowPlaceholderText>false</w:AlwaysShowPlaceholderText> <w:Compatibility> <w:BreakWrappedTables/> <w:SnapToGridInCell/> <w:WrapTextWithPunct/> <w:UseAsianBreakRules/> <w:DontGrowAutofit/> </w:Compatibility> <w:BrowserLevel>MicrosoftInternetExplorer4</w:BrowserLevel> </w:WordDocument> </xml><![endif]--><!--[if gte mso 9]><xml> <w:LatentStyles DefLockedState="false" LatentStyleCount="156"> </w:LatentStyles> </xml><![endif]--><!--[if !mso]><img src="http://img2.blogblog.com/img/video_object.png" style="background-color: #b2b2b2; " class="BLOGGER-object-element tr_noresize tr_placeholder" id="ieooui" data-original-id="ieooui" /> <style>
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<div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><b><span lang="ES-AR" style="font-size: 18pt; letter-spacing: 1pt;">UNO LA LEY Y EL PODER<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn1" name="_ftnref1" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span><span class="MsoFootnoteReference"><b><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 18pt; letter-spacing: 1pt;">[1]</span></b></span></span></span></a></span></b></div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><br />
</div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;">Por Héctor Fenoglio</span></div><h1 style="text-align: justify;"><b><span lang="ES-AR" style="font-size: 14pt; letter-spacing: 1pt;"> </span></b></h1><div class="MsoNormal"><span lang="ES-AR"><span> </span><span style="letter-spacing: 1pt;">Uno piensa al poder del Estado como la llave que abre todas las puertas. Sin poder, se piensa, no hay ninguna posibilidad de cambios ni<span> </span>revolución posible. Al poder y al Estado, uno los piensa como “instrumentos” que puede manejar a su antojo; sin embargo muchas señales indican que las cosas más bien son a la inversa. ¿Acaso no se ha constatado, y reiteradamente, que la mayoría de los que supuestamente han “conquistado el poder” del Estado terminaron siendo “instrumentos” del mismo?</span></span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>El verdadero problema es que la esencia del poder no está pensada, y uno no es ajeno a ese problema. A partir del conocido relato <i>Ante la Ley</i> de Franz Kafka, <i>uno</i> tratará de <i>poder</i> pensarlo.</span><span lang="ES-AR"></span></div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div class="MsoNormal"><br />
</div><h1 align="center" style="text-align: center;"><b><span lang="ES-AR" style="font-size: 14pt; letter-spacing: 1pt;">1</span></b></h1><h1 align="center" style="text-align: center;"><span lang="ES-AR" style="font-size: 12pt; letter-spacing: 1pt;">ANTE LA LEY</span></h1><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;">Franz Kafka</span></div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;">«Ante la ley hay un guardián. Hasta ese guardián llega un campesino y le ruega que le permita entrar a la Ley. Pero el guardián responde que en ese momento no le puede franquear el acceso. El hombre reflexiona y luego pregunta si es que podrá entrar más tarde.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;">—Es posible —dice el guardián—, pero ahora, no. </span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Las puertas de la Ley están abiertas, como siempre, y el guardián se ha hecho a un lado, de modo que el hombre se inclina para atisbar el interior. Cuando el guardián lo advierte, ríe y dice:</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;">—Si tanto te atrae, intenta entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda esto: yo soy poderoso. Y yo soy sólo el último de los guardianes. De sala en sala irás encontrando guardianes cada vez más poderosos. Ni siquiera yo puedo soportar la sola vista del tercero.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;">El campesino no había previsto semejantes dificultades. Después de todo, la Ley debería ser accesible a todos y en todo momento, piensa. Pero cuando mira con más detenimiento al guardián, con su largo abrigo de pieles, su gran nariz puntiaguda, la larga y negra barba de tártaro, se decide a esperar hasta que él le conceda el permiso para entrar. El guardián le da un banquillo y le permite sentarse al lado de la puerta. Allí permanece el hombre días y años. Muchas veces intenta entrar e importuna al guardián con sus ruegos. El guardián le formula, con frecuencia, pequeños interrogatorios. Le pregunta acerca de su terruño y de muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores, y al final le repite siempre que aún no lo puede dejar entrar. El hombre, que estaba bien provisto para el viaje, invierte todo —hasta lo más valioso— en sobornar al guardián. Este acepta todo, pero siempre repite lo mismo:</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;">—Lo acepto para que no creas que has omitido algún esfuerzo.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;">Durante todos esos años, el hombre observa ininterrumpidamente al guardián. Olvida a todos los demás guardianes y aquél le parece ser el único obstáculo que se opone a su acceso a la Ley. Durante los primeros años maldice su suerte en voz alta, sin reparar en nada; cuando envejece, ya sólo murmura como para sí. Se vuelve pueril, y como en esos años que ha consagrado al estudio del guardián ha llegado a conocer hasta las pulgas de su cuello de pieles, también suplica a las pulgas que lo ayuden a persuadir al guardián. Finalmente su vista se debilita y ya no sabe si en realidad está oscureciendo a su alrededor o si lo engañan los ojos. Pero en aquellas penumbras descubre un resplandor inextinguible que emerge de las puertas de la Ley. Ya no le resta mucha vida. Antes de morir resume todas las experiencias de aquellos años en una pregunta, que nunca había formulado al guardián. Le hace una seña para que se aproxime, pues su cuerpo rígido ya no le permite incorporarse.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;">— ¿Qué quieres saber ahora? —pregunta el guardián—. Eres insaciable.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;">—Todos buscan la Ley —dice el hombre—. ¿Y cómo es que en todos los años que llevo aquí, nadie más que yo ha solicitado permiso para llegar a ella?</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;">El guardián comprende que el hombre está a punto de expiar y le grita, para que sus oídos debilitados perciban las palabras.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;">—Nadie más podía entrar por aquí, porque esta entrada estaba destinada a ti solamente. Ahora cerraré.<span> </span></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><br />
</div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><b><span lang="ES-AR" style="font-size: 14pt; letter-spacing: 1pt;">2</span></b><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"></span></div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;">LA DIALECTICA DEL GUARDIAN Y EL CAMPESINO</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>El campesino, en un momento decisivo de su vida, cae en la cuenta de que su vida no merece ser vivida sin la Ley. Por tanto abandona todo lo que hasta allí había sido la gracia y desgracia de su vida: mujer, hijos, familia, hacienda, y rectamente se dirige a la Ley. Los que aún vivimos enredados en esas gracias y desgracias, no podemos menos que admirar semejante decisión: el hombre no es un vacilante ni un timorato que se anda con vueltas: no, es un hombre hecho y derecho que cuando tiene que actuar, actúa.<span> </span></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Cuando llega ante las puertas de la Ley se encuentra conque un guardián le niega la entrada. El guardián no lo hace por propia cuenta y decisión, sino como representante y “en nombre” de la Ley (tal como debería, por ejemplo, hacerlo un policía). A la vez, como sabemos que esta entrada estaba destinada solamente al campesino, podemos concluir que cada hombre tiene una puerta abierta a la Ley destinada únicamente a sí, la que, a su vez, es custodiada por uno o varios guardianes. Dicho todo esto salta a la vista que el “guardián” no necesariamente debe ser otro hombre de carne y hueso, sino que es la personificación de una <b>instancia</b> propia de la Ley. Lo que define al “guardián” es la función que desempeña. Y esta función bien la puede desempeñar una persona cualquiera —un padre, una madre, una esposa, un médico, etc.—, <span> </span>incluso la propia persona sobre sí misma —la conciencia moral, el “súper yo”, etc.—.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;">El guardián, siguiendo el texto, realiza dos cosas: a la vez que <b>prohíbe</b> la entrada, también constituye, por sí mismo, una terrible <b>amenaza </b>ante una posible trasgresión. En ningún momento dice “si intentas pasar, te mataré”, pero su fiereza da a entender algo peor que la propia muerte. Ante esto, el campesino se decide a esperar que el guardián le conceda el permiso para entrar. ¿Algún día le concederá el permiso? Recordemos que ante la pregunta de si es que podrá entrar más tarde, el guardián sólo responde: “—Es posible, pero ahora, no”. Podríamos, como hace el campesino, tomar esta respuesta como una débil promesa; pero, a decir verdad, nunca hubo una verdadera promesa de que más adelante le dará permiso. Finalmente, como sabemos, el guardián nunca concederá tal permiso.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>¿Qué hacer entonces? El campesino intenta sobornarlo inútilmente: el guardián acepta todos los presentes pero, le aclara, sólo “para que no creas que has omitido algún esfuerzo”. En conclusión: no hay forma de entrar a la Ley “por izquierda”. Tampoco por compasión, por tiempo de espera, etc. ¿Por qué no vuelve el campesino a su antigua vida? Es que desde el momento en que lo abandonó todo por entrar en la Ley, la antigua vida perdió todo sentido, y volver allá sería condenarse a estar muerto en vida. </span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Esto nos lleva, por último, a la objeción más común y rotunda, la que afirma que el campesino es un simple cobarde, puesto que debería haber intentado entrar de cualquier manera, aún por la fuerza y a riesgo de la propia vida. ¿Será así? ¿Todo se reduciría, entonces, a una mera cuestión de coraje? Recordemos que el campesino, cuando abandonó todo, dio muestras de gran valentía y decisión, y que desde entonces ya estaba “jugado”. Bien puede pensarse, entonces, que si no lo intentó es porque tal vez tenía sus buenos motivos. Pienso en dos: uno, porque no se puede entrar a la Ley por la fuerza; y el otro, porque el acto de entrada a la Ley nunca podría ser idéntico al acto de trasgresión a la Ley, de desobediencia a la prohibición de entrar. De ser válidos estos motivos, el campesino no sólo no resultaría ser un cobarde sino que, además, daría muestras de una valentía incluso más elevada que la común, puesto que, al tiempo que se aguanta la impaciencia de entrar pase lo que pase y terminar de una vez por todas con semejante martirio, estaría aceptando, con dolor y humildad, que sólo le cabe esperar, puesto que las cosas todavía no están lo suficientemente claras o maduras como para que él pueda entrar a la Ley. </span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><br />
</div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><b><span lang="ES-AR" style="font-size: 14pt; letter-spacing: 1pt;">3</span></b></div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;">LA DIALECTICA DE LA FUERZA Y LA LEY</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>El campesino no había previsto semejantes dificultades: “después de todo, la Ley debería ser accesible a todos y en todo momento”, piensa. ¿Acaso nosotros no pensamos lo mismo? ¿Qué Ley es ésta que no sólo no nos es accesible fácil y directamente, sino que, además, nos prohíbe la entrada y, encima, nos amenaza con terribles consecuencias si, a pesar de todo, intentamos entrar? Del relato quedan en claro dos cosas: en primer lugar, que la Ley nunca nos dará permiso para entrar; y segundo, que este proceder de la Ley se nos presenta como algo incomprensible y hasta absurdo. </span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>¿Qué es la Ley? Como vivimos en un estado de derecho, al abrir los ojos ya se nos presenta el hecho consumado de que <i>tenemos</i> derechos; de que la Ley <i>ya está</i> y que, al parecer, <i>ya estamos</i> en la Ley. El único asunto peliagudo que se nos puede llegar a plantear es el de poder cumplir y/o hacer cumplir la Ley, porque la Ley, tanto para el campesino como para nosotros, equivale a lo que tenemos prohibido o tenemos permitido hacer. Pero, ¿esto es haber entrado en la Ley o esto es estar <i>sometido</i> a la Ley? ¿Esto es estar <i>en</i> la Ley o es estar <i>ante</i> la Ley? ¿Es lo mismo <i>asumir </i>que <i>acatar</i> la Ley? Nuestra sociedad exige que no violemos la Ley, pero le tiene sin cuidado si lo hacemos por temor al castigo o porque realmente respetamos o encarnamos la Ley.<span> </span></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Aparece aquí, entonces, una pregunta: si el campesino intentara entrar en la Ley a pesar de la prohibición del guardián, ¿sería una trasgresión a la Ley?<b> </b>¿Qué quiere decir transgredir la Ley? Quiere decir que aceptando la Ley (por ejemplo “no robar”), sin embargo se la viola. Esta violación puede obedecer a los motivos más diversos, incluso a los más “justos”, por ejemplo: porque mis hijos pasan hambre. No hablemos ya de, por ejemplo, “si todos roban por qué yo no voy a robar”, o casos peores. Todos estos casos son “trasgresiones” porque anteponen y se hacen “en nombre” de un interés “personal” en detrimento del interés “general”. </span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>¿Qué decir de un robo que se hace, por ejemplo, “en nombre de la Revolución”? Es claro que aquí la violación de la Ley no se hace por un interés “personal” sino por un interés no sólo “general” sino, además, mucho más loable que la común y leguleya defensa “general” de la Ley. Esta ya no es una mera trasgresión sino una “suspensión” o un “desconocimiento limitado y transitorio” de la Ley; pues, una vez restablecida la Ley, ahora otra Ley más justa, esa Ley que ahora violo muy probablemente volverá a regir enteramente como Ley, y yo seré el primero que la defienda y la aplique con el máximo rigor.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Avancemos un poco más: ¿qué significa “Revolución”? (No hace falta delirar aquí con la Revolución Socialista, sencillamente pensemos en la Revolución Francesa o en la Revolución de Mayo). En primer lugar significa: “desconocimiento” o “suspensión” de la Ley precedente; y en segundo lugar: instauración de una nueva Ley. (En realidad no hay primer y segundo lugar, pues se trata de un solo y único acto). Este acto, visto desde la antigua Ley, es el acto de la más extrema ilegalidad, en tanto “revoluciona” toda la antigua Ley; y visto desde la nueva Ley también está fuera de la ley, puesto que está en el origen y, por tanto, es anterior a ella misma.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>La Ley, entonces, para que sea —para <i>ser</i>—, necesita y reclama necesariamente en su origen un acto ilegal: la Ley nace de la Ilegalidad. Pero con esto no estoy diciendo nada nuevo: este asunto ya fue dilucidado por todos los grandes pensadores. Y en realidad se dice “ilegalidad” para no decir directamente “por la fuerza”. De todo esto Lenin sabía bastante; fue él quien afirmó que “el Estado es el instrumento de dominación de una clase social sobre otra”; y que la clase obrera, tras la toma del poder, debía<span> </span>instaurar una Dictadura del Proletariado.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Cualquier persona con dos dedos de frente tiene que reconocer que en la base de la Ley está el momento necesario de la fuerza. Pero aunque éste sea un momento y condición “necesaria”, no es todavía condición “suficiente” para entrar en la Ley. Los dos momentos descriptos (uno: desconocimiento de la Ley; dos: instauración de la nueva Ley) aún “no permiten” el acceso a la Ley, pues es fácil comprender que bien puede llevarlos a cabo un Tirano, estableciendo, por tanto, una Ley Tiránica; y que, aunque lo consiga, no por eso debemos concluir en que el Tirano entró en la Ley. Con esto esclarecemos el otro de los posibles motivos de la inacción del campesino: no se puede entrar a la Ley por la mera fuerza, puesto que, de tal manera, tan sólo accedemos a la Tiranía. (Y si lo pensamos bien, este punto es demoledor en más de un sentido. Supongamos que no es un solo tirano sino dos, ¿sigue siendo tiranía? Debemos responder que sí, que da lo mismo que sean uno, dos o diez, pues la Ley impuesta de esta manera sigue siendo Tiranía. Sigamos preguntando, ¿y si a la Ley, de esta ésta misma manera, es impuesta por millones, digamos, por la mayoría de las personas de un país? ¿Sigue siendo una tiranía?).</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Tenemos, entonces, dos conclusiones: que la Ley no sólo nunca nos dará permiso para entrar, sino que ella misma es la que, para ser, nos reclama ese momento “necesario” de “desobediencia”, momento que nos enfrenta un verdadero desafío a muerte. Pero que, al mismo tiempo, aunque estemos dispuestos a morir, no podemos entrar a la Ley por la fuerza, pues, aún de conseguirlo, no estaríamos entrando a la Ley sino en la Tiranía.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>El campesino, entonces, <i>debe</i> esperar.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><br />
</div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><b><span lang="ES-AR" style="font-size: 14pt; letter-spacing: 1pt;">4</span></b></div><div align="center" class="MsoHeader" style="text-align: center;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;">LA IMPOTENCIA DE LA FUERZA</span></div><div align="center" class="MsoHeader" style="text-align: center;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Pensemos por un momento en la “subjetividad” que intenta entrar a la Ley por la fuerza, ¿este acto produce en ella una cambio “necesario”, es decir, inevitable? No. Los mismos principios y cálculos que realizó antes de entrar se continúan después de haber entrado. Si jugó su vida para “entrar” es justamente por eso, para poder realizar un “programa” que ya había pensado “antes”, sino ¿para qué “entrar”? El único cambio significativo es que en el momento anterior padecía la Ley y ahora la ejerce, pero estos son meros cambios “externos” en relación con la Ley, mientras que “interiormente” sigue siendo el mismo. </span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Y la Ley, ¿sigue siendo la misma? Seguramente ha cambiado el “contenido” (esperemos que para mejor), pero sigue teniendo la misma <i>forma</i>, es decir: sigue siendo tanto una <b>prohibición</b> (que prohíbe unas cosas y permite otras) como una <b>amenaza</b>. Situación que, más pronto que tarde, volverá a recrear en quienes ahora les toca padecerla los mismos antiguos impulsos de “entrar” en la Ley para cambiarla; regenerándose así infinitamente el mismo circuito. De esta manera, obviamente, nunca nadie entrará en la Ley.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Que la entrada “por la fuerza” a la Ley es “externa” a la Ley quiere decir que esa forma de entrar es un mero acto “físico”; acto que, por supuesto, no sólo es posible tanto histórica como políticamente, sino que precisamente es el que viene repitiéndose desde hace milenios. Pero este acto no sólo deja al “ser” del hombre tal cual estaba (y “ser”, aclarémoslo, no es “subjetividad”), sino que lo sigue afirmando en su mismo ser, y creando continuamente las mismas condiciones para su infinita repetición. Salta a la vista, entonces, que el acto político más fuerte y potente, en realidad es definitivamente impotente para alcanzar lo que pretende.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Cuando alguien entra a la Ley “por la fuerza” (y da lo mismo que sea uno o sean millones), <i>después </i>tiene que sostenerla (hacer que los demás también “entren”). En eso consiste un Estado. Todo Estado consiste en la transformación de un <i>acto</i> en un <i>estado</i>; estado que, de ahí en más, siempre será <i>policial</i>. En realidad el uso de la fuerza nunca se circunscribe al momento inaugural de la Ley, sino que, de ahí en más, el “monopolio del uso de la fuerza” es constitutivo de la misma, estando presente en todo momento, tanto sea como amenaza o ejercicio directo de la fuerza. En ese estado de cosas, ¿hay Ley? Sí: hay ley; pero ya no es la Ley a la que el campesino quería entrar, sino que se ha transformado en Derecho. Pero resulta que en ese estado ya estamos todos desde que nacemos, tanto el campesino como nosotros.<span> </span></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>En el acto “físico” el sujeto de la “acción eficaz” queda esencialmente inalterado; y en tanto que el acto parte de él y se realiza frente a él sigue siendo “externo” a él. Es un acto esencialmente “técnico”, “instrumental”, y esta es la razón por la que la política se entienda como una “acción eficaz” para cambiar el mundo. Es claro que por esta vía el sujeto de la “acción eficaz” puede cambiar el mundo, pero en ella no se cambia él mismo ni, por tanto, consigue entrar en la Ley, como tampoco consigue resolver el malestar que lo impulsó a la acción. </span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><br />
</div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><b><span lang="ES-AR" style="font-size: 14pt; letter-spacing: 1pt;">5</span></b></div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;">LAS PUERTAS</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Las Puertas de la Ley tampoco son algo meramente “físico”. En realidad ninguna puerta es algo meramente “físico”. Ni siquiera las puertas “reales” son algo “físico”; quiero decir: todas las puertas “físicas” son “violables por la fuerza”: un hacha, una bomba, un misil;<span> </span>algo siempre las puede derribar. Pero hay puertas que, si lo decidimos, nada ni nadie podría derribar.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>¿Cerrás con llave una puerta? Puede que no haga falta, alcanza conque esté cerrada, o acaso apenas entornada, para que el que venga tenga que golpear: “Toc-toc: ¿se puede?”. Las puertas, en realidad, están para “decir” si alguien es o está “adentro” o “afuera”, si alguien puede o no puede pasar. Y en nuestro mundo, en el mundo humano —el único que conocemos—, el orden “físico” siempre está subordinado a este “otro” orden. Una cortina, incluso una simple abertura, puede oficiar de puerta. Es cierto, existen “otras” puertas: las de la cárcel, las blindadas de un banco, las súper vigiladas de una instalación militar. Es cierto: “esas” son súper-puertas; pero así y todo, en tanto meramente “físicas”, siguen siendo posibles de derribar por la fuerza también física.<span> </span></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Las puertas, entonces, nunca son algo meramente físico: en ellas nunca se puede entrar por la fuerza de la fuerza. Claro que se puede entrar a la fuerza, pero así nunca entrás, así siempre te quedás afuera. ¿Cómo vas a ir a la pieza de tus papás por la fuerza? Tenés que seducirlos, o llorar, o enfermarte: “¿me puedo acostar con ustedes?” ¿Cómo vas a entrar a la cama de tu amor por la fuerza? ¿Cómo vas a entrar al amor por la fuerza? ¿Cómo vas a entrar a la dignidad, o a la amistad, o a la fe, por la fuerza?</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Vivimos en una civilización “bruta”. Nuestra civilización cree y hasta se funda en la fuerza bruta, tanto sea en la fuerza bruta bruta, como en la fuerza bruta del conocimiento; nuestra civilización solamente alcanza a ver un lado de la vida (el que tal vez sea un lado de un lado de un lado); y sólo tiene ojos para ver la fuerza que surge de la fuerza, pero no alcanza a ver la fuerza que emana de la extrema debilidad. Sin embargo hay “otras” puertas, abiertas todo el tiempo, por las que no podemos pasar justamente por nuestra brutalidad; puertas que no se pueden atravesar si previamente no hemos renunciado y depuesto todo recurso a la fuerza; y no precisamente por cobardía, sino porque la única manera de entrar es con la fuerza de la debilidad. Pero a esa fuerza de la debilidad la fuerza de la fuerza no la ve o, si por acaso la intuye, la desprecia.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;">Las puertas de la Ley están abiertas todo el tiempo, y el campesino, vos, yo y todos podemos entrar; la invitación es para todos, pero cada uno debe entrar por la única puerta dispuesta únicamente para sí. A la Ley no se puede entrar colectivamente; pues aún cuando la acción se haga de a miles (como en una Revolución, por ejemplo), así y todo es cada uno el que entra. Hay acciones que no pueden hacerse comunitariamente, pero la izquierda stalinizada jamás entenderá esto; más bien piensa lo contrario, piensa que las verdaderas acciones o se hacen entre todos o nunca podrán hacerse; y a todo acto “singular” lo mal interpreta (y condena) como un mero acto “individualista”. </span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;">La Ley no puede imponerse, ni instituirse, ni nada de eso; la Ley que busca el campesino ya está desde siempre, y a ella sólo puede acceder cada uno por su lado. El mero hecho de tratar de imponer la Ley a otros, no puede dejar de producir el efecto contrario, es decir, de degradarla a ley de prohibición y amenaza y, por consecuencia, de que por ello se la rechace o, al menos, obstaculice o confunda el acceso a la Ley. La entrada a la Ley implica, también, la renuncia definitiva de imponer, tanto a los demás como a uno mismo, una Ley general a la que deberíamos someternos. Sólo hay Ley cuando se la obedece; el sometimiento no sólo vuelve hipócrita al sometido sino que también hace desaparecer la Ley. Como es notorio, en esto consiste el fin de la Ley.<span> </span></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Tal como ocurre con las puertas, el acto de entrar, entonces, tampoco es algo meramente físico. Se trata de otro tipo de acto, tal que cuando uno entra en la Ley, la Ley entre en uno y, “en y por ese mismo acto”, uno deja de ser tal como era. Este cambio no es meramente “subjetivo”, es decir, un cambio que tan sólo cambie las ideas que tenemos sobre el mundo pero que, en el fondo, sigamos siendo los mismos, sino un cambio que cambia nuestro ser. Este cambio más que físico es “metafísico” (se escuchan risas).</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Ya escuché las risas, pero por ahora no tengo otra palabra mejor que “metafísica” para definir un cambio que vaya más allá de cambios en los hechos “objetivos” y “subjetivos”. ¿Que busca el campesino? Es evidente que no busca un bien material, busca algo mucho más valioso que el más valioso de los bienes materiales. Todo indica que se trata de una ganancia absoluta, incomparable con todos los bienes conocidos (todos comparables entre sí), al punto de abandonar todo en pos de alcanzarlo. El capitalismo no produce sólo bienes materiales sino también, y muy especialmente, un tipo de “ser” del hombre; es decir, actos “metafísicos”. Pero lo hace de forma alienada, sin saber que los hace y, más aún, obturando necesariamente toda conciencia sobre su propio hacer, creyendo que sólo hace actos “físicos”.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>La toma del poder, la constitución de un Estado Socialista, etc., etc., tal como la viene pensando la izquierda, puede mejorar notablemente la vida de las personas, y producir los cambios necesarios que todos deseamos; pero no por eso estos cambios y acciones dejan de ser “técnicos”, “acción eficaz”, y por esa vía jamás se producirán cambios en el “ser del hombre”, sino que, por el contrario, se seguirá reproduciendo el mismo ser que el capitalismo está llevando al paroxismo. </span></div><div><br clear="all" /> <hr align="left" size="1" width="33%" /> <div id="ftn1"> <div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref1" name="_ftn1" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="EN-US"><span><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="EN-US" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[1]</span></span></span></span></span></a><span lang="EN-US"> </span><span>Publicado en la revista <b>Parte de Guerra</b> Nº 14, Agosto 2001, Buenos Aires.</span></div></div></div>Héctor Fenogliohttp://www.blogger.com/profile/11308550407688946357noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-1371955767668194433.post-13715884974177429722009-11-24T16:39:00.000-08:002010-11-24T16:40:53.910-08:00<!--[if gte mso 9]><xml> <w:WordDocument> <w:View>Normal</w:View> <w:Zoom>0</w:Zoom> <w:HyphenationZone>21</w:HyphenationZone> <w:PunctuationKerning/> <w:ValidateAgainstSchemas/> <w:SaveIfXMLInvalid>false</w:SaveIfXMLInvalid> <w:IgnoreMixedContent>false</w:IgnoreMixedContent> <w:AlwaysShowPlaceholderText>false</w:AlwaysShowPlaceholderText> <w:Compatibility> <w:BreakWrappedTables/> <w:SnapToGridInCell/> <w:WrapTextWithPunct/> <w:UseAsianBreakRules/> <w:DontGrowAutofit/> </w:Compatibility> <w:BrowserLevel>MicrosoftInternetExplorer4</w:BrowserLevel> </w:WordDocument> </xml><![endif]--><!--[if gte mso 9]><xml> <w:LatentStyles DefLockedState="false" LatentStyleCount="156"> </w:LatentStyles> </xml><![endif]--><!--[if !mso]><img src="http://img2.blogblog.com/img/video_object.png" style="background-color: #b2b2b2; " class="BLOGGER-object-element tr_noresize tr_placeholder" id="ieooui" data-original-id="ieooui" /> <style>
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<div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><b><span lang="ES-AR" style="font-size: 18pt; letter-spacing: 1pt;">UNO LA LEY Y EL PODER<a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn1" name="_ftnref1" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span><span class="MsoFootnoteReference"><b><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 18pt; letter-spacing: 1pt;">[1]</span></b></span></span></span></a></span></b></div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><br />
</div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;">Por Héctor Fenoglio</span></div><h1 style="text-align: justify;"><b><span lang="ES-AR" style="font-size: 14pt; letter-spacing: 1pt;"> </span></b></h1><div class="MsoNormal"><span lang="ES-AR"><span> </span><span style="letter-spacing: 1pt;">Uno piensa al poder del Estado como la llave que abre todas las puertas. Sin poder, se piensa, no hay ninguna posibilidad de cambios ni<span> </span>revolución posible. Al poder y al Estado, uno los piensa como “instrumentos” que puede manejar a su antojo; sin embargo muchas señales indican que las cosas más bien son a la inversa. ¿Acaso no se ha constatado, y reiteradamente, que la mayoría de los que supuestamente han “conquistado el poder” del Estado terminaron siendo “instrumentos” del mismo?</span></span></div><div class="MsoNormal"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>El verdadero problema es que la esencia del poder no está pensada, y uno no es ajeno a ese problema. A partir del conocido relato <i>Ante la Ley</i> de Franz Kafka, <i>uno</i> tratará de <i>poder</i> pensarlo.</span><span lang="ES-AR"></span></div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div class="MsoNormal"><br />
</div><h1 align="center" style="text-align: center;"><b><span lang="ES-AR" style="font-size: 14pt; letter-spacing: 1pt;">1</span></b></h1><h1 align="center" style="text-align: center;"><span lang="ES-AR" style="font-size: 12pt; letter-spacing: 1pt;">ANTE LA LEY</span></h1><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;">Franz Kafka</span></div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;">«Ante la ley hay un guardián. Hasta ese guardián llega un campesino y le ruega que le permita entrar a la Ley. Pero el guardián responde que en ese momento no le puede franquear el acceso. El hombre reflexiona y luego pregunta si es que podrá entrar más tarde.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;">—Es posible —dice el guardián—, pero ahora, no. </span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Las puertas de la Ley están abiertas, como siempre, y el guardián se ha hecho a un lado, de modo que el hombre se inclina para atisbar el interior. Cuando el guardián lo advierte, ríe y dice:</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;">—Si tanto te atrae, intenta entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda esto: yo soy poderoso. Y yo soy sólo el último de los guardianes. De sala en sala irás encontrando guardianes cada vez más poderosos. Ni siquiera yo puedo soportar la sola vista del tercero.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;">El campesino no había previsto semejantes dificultades. Después de todo, la Ley debería ser accesible a todos y en todo momento, piensa. Pero cuando mira con más detenimiento al guardián, con su largo abrigo de pieles, su gran nariz puntiaguda, la larga y negra barba de tártaro, se decide a esperar hasta que él le conceda el permiso para entrar. El guardián le da un banquillo y le permite sentarse al lado de la puerta. Allí permanece el hombre días y años. Muchas veces intenta entrar e importuna al guardián con sus ruegos. El guardián le formula, con frecuencia, pequeños interrogatorios. Le pregunta acerca de su terruño y de muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores, y al final le repite siempre que aún no lo puede dejar entrar. El hombre, que estaba bien provisto para el viaje, invierte todo —hasta lo más valioso— en sobornar al guardián. Este acepta todo, pero siempre repite lo mismo:</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;">—Lo acepto para que no creas que has omitido algún esfuerzo.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;">Durante todos esos años, el hombre observa ininterrumpidamente al guardián. Olvida a todos los demás guardianes y aquél le parece ser el único obstáculo que se opone a su acceso a la Ley. Durante los primeros años maldice su suerte en voz alta, sin reparar en nada; cuando envejece, ya sólo murmura como para sí. Se vuelve pueril, y como en esos años que ha consagrado al estudio del guardián ha llegado a conocer hasta las pulgas de su cuello de pieles, también suplica a las pulgas que lo ayuden a persuadir al guardián. Finalmente su vista se debilita y ya no sabe si en realidad está oscureciendo a su alrededor o si lo engañan los ojos. Pero en aquellas penumbras descubre un resplandor inextinguible que emerge de las puertas de la Ley. Ya no le resta mucha vida. Antes de morir resume todas las experiencias de aquellos años en una pregunta, que nunca había formulado al guardián. Le hace una seña para que se aproxime, pues su cuerpo rígido ya no le permite incorporarse.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;">— ¿Qué quieres saber ahora? —pregunta el guardián—. Eres insaciable.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;">—Todos buscan la Ley —dice el hombre—. ¿Y cómo es que en todos los años que llevo aquí, nadie más que yo ha solicitado permiso para llegar a ella?</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;">El guardián comprende que el hombre está a punto de expiar y le grita, para que sus oídos debilitados perciban las palabras.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;">—Nadie más podía entrar por aquí, porque esta entrada estaba destinada a ti solamente. Ahora cerraré.<span> </span></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><br />
</div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><b><span lang="ES-AR" style="font-size: 14pt; letter-spacing: 1pt;">2</span></b><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"></span></div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;">LA DIALECTICA DEL GUARDIAN Y EL CAMPESINO</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>El campesino, en un momento decisivo de su vida, cae en la cuenta de que su vida no merece ser vivida sin la Ley. Por tanto abandona todo lo que hasta allí había sido la gracia y desgracia de su vida: mujer, hijos, familia, hacienda, y rectamente se dirige a la Ley. Los que aún vivimos enredados en esas gracias y desgracias, no podemos menos que admirar semejante decisión: el hombre no es un vacilante ni un timorato que se anda con vueltas: no, es un hombre hecho y derecho que cuando tiene que actuar, actúa.<span> </span></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Cuando llega ante las puertas de la Ley se encuentra conque un guardián le niega la entrada. El guardián no lo hace por propia cuenta y decisión, sino como representante y “en nombre” de la Ley (tal como debería, por ejemplo, hacerlo un policía). A la vez, como sabemos que esta entrada estaba destinada solamente al campesino, podemos concluir que cada hombre tiene una puerta abierta a la Ley destinada únicamente a sí, la que, a su vez, es custodiada por uno o varios guardianes. Dicho todo esto salta a la vista que el “guardián” no necesariamente debe ser otro hombre de carne y hueso, sino que es la personificación de una <b>instancia</b> propia de la Ley. Lo que define al “guardián” es la función que desempeña. Y esta función bien la puede desempeñar una persona cualquiera —un padre, una madre, una esposa, un médico, etc.—, <span> </span>incluso la propia persona sobre sí misma —la conciencia moral, el “súper yo”, etc.—.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;">El guardián, siguiendo el texto, realiza dos cosas: a la vez que <b>prohíbe</b> la entrada, también constituye, por sí mismo, una terrible <b>amenaza </b>ante una posible trasgresión. En ningún momento dice “si intentas pasar, te mataré”, pero su fiereza da a entender algo peor que la propia muerte. Ante esto, el campesino se decide a esperar que el guardián le conceda el permiso para entrar. ¿Algún día le concederá el permiso? Recordemos que ante la pregunta de si es que podrá entrar más tarde, el guardián sólo responde: “—Es posible, pero ahora, no”. Podríamos, como hace el campesino, tomar esta respuesta como una débil promesa; pero, a decir verdad, nunca hubo una verdadera promesa de que más adelante le dará permiso. Finalmente, como sabemos, el guardián nunca concederá tal permiso.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>¿Qué hacer entonces? El campesino intenta sobornarlo inútilmente: el guardián acepta todos los presentes pero, le aclara, sólo “para que no creas que has omitido algún esfuerzo”. En conclusión: no hay forma de entrar a la Ley “por izquierda”. Tampoco por compasión, por tiempo de espera, etc. ¿Por qué no vuelve el campesino a su antigua vida? Es que desde el momento en que lo abandonó todo por entrar en la Ley, la antigua vida perdió todo sentido, y volver allá sería condenarse a estar muerto en vida. </span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Esto nos lleva, por último, a la objeción más común y rotunda, la que afirma que el campesino es un simple cobarde, puesto que debería haber intentado entrar de cualquier manera, aún por la fuerza y a riesgo de la propia vida. ¿Será así? ¿Todo se reduciría, entonces, a una mera cuestión de coraje? Recordemos que el campesino, cuando abandonó todo, dio muestras de gran valentía y decisión, y que desde entonces ya estaba “jugado”. Bien puede pensarse, entonces, que si no lo intentó es porque tal vez tenía sus buenos motivos. Pienso en dos: uno, porque no se puede entrar a la Ley por la fuerza; y el otro, porque el acto de entrada a la Ley nunca podría ser idéntico al acto de trasgresión a la Ley, de desobediencia a la prohibición de entrar. De ser válidos estos motivos, el campesino no sólo no resultaría ser un cobarde sino que, además, daría muestras de una valentía incluso más elevada que la común, puesto que, al tiempo que se aguanta la impaciencia de entrar pase lo que pase y terminar de una vez por todas con semejante martirio, estaría aceptando, con dolor y humildad, que sólo le cabe esperar, puesto que las cosas todavía no están lo suficientemente claras o maduras como para que él pueda entrar a la Ley. </span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><br />
</div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><b><span lang="ES-AR" style="font-size: 14pt; letter-spacing: 1pt;">3</span></b></div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;">LA DIALECTICA DE LA FUERZA Y LA LEY</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>El campesino no había previsto semejantes dificultades: “después de todo, la Ley debería ser accesible a todos y en todo momento”, piensa. ¿Acaso nosotros no pensamos lo mismo? ¿Qué Ley es ésta que no sólo no nos es accesible fácil y directamente, sino que, además, nos prohíbe la entrada y, encima, nos amenaza con terribles consecuencias si, a pesar de todo, intentamos entrar? Del relato quedan en claro dos cosas: en primer lugar, que la Ley nunca nos dará permiso para entrar; y segundo, que este proceder de la Ley se nos presenta como algo incomprensible y hasta absurdo. </span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>¿Qué es la Ley? Como vivimos en un estado de derecho, al abrir los ojos ya se nos presenta el hecho consumado de que <i>tenemos</i> derechos; de que la Ley <i>ya está</i> y que, al parecer, <i>ya estamos</i> en la Ley. El único asunto peliagudo que se nos puede llegar a plantear es el de poder cumplir y/o hacer cumplir la Ley, porque la Ley, tanto para el campesino como para nosotros, equivale a lo que tenemos prohibido o tenemos permitido hacer. Pero, ¿esto es haber entrado en la Ley o esto es estar <i>sometido</i> a la Ley? ¿Esto es estar <i>en</i> la Ley o es estar <i>ante</i> la Ley? ¿Es lo mismo <i>asumir </i>que <i>acatar</i> la Ley? Nuestra sociedad exige que no violemos la Ley, pero le tiene sin cuidado si lo hacemos por temor al castigo o porque realmente respetamos o encarnamos la Ley.<span> </span></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Aparece aquí, entonces, una pregunta: si el campesino intentara entrar en la Ley a pesar de la prohibición del guardián, ¿sería una trasgresión a la Ley?<b> </b>¿Qué quiere decir transgredir la Ley? Quiere decir que aceptando la Ley (por ejemplo “no robar”), sin embargo se la viola. Esta violación puede obedecer a los motivos más diversos, incluso a los más “justos”, por ejemplo: porque mis hijos pasan hambre. No hablemos ya de, por ejemplo, “si todos roban por qué yo no voy a robar”, o casos peores. Todos estos casos son “trasgresiones” porque anteponen y se hacen “en nombre” de un interés “personal” en detrimento del interés “general”. </span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>¿Qué decir de un robo que se hace, por ejemplo, “en nombre de la Revolución”? Es claro que aquí la violación de la Ley no se hace por un interés “personal” sino por un interés no sólo “general” sino, además, mucho más loable que la común y leguleya defensa “general” de la Ley. Esta ya no es una mera trasgresión sino una “suspensión” o un “desconocimiento limitado y transitorio” de la Ley; pues, una vez restablecida la Ley, ahora otra Ley más justa, esa Ley que ahora violo muy probablemente volverá a regir enteramente como Ley, y yo seré el primero que la defienda y la aplique con el máximo rigor.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Avancemos un poco más: ¿qué significa “Revolución”? (No hace falta delirar aquí con la Revolución Socialista, sencillamente pensemos en la Revolución Francesa o en la Revolución de Mayo). En primer lugar significa: “desconocimiento” o “suspensión” de la Ley precedente; y en segundo lugar: instauración de una nueva Ley. (En realidad no hay primer y segundo lugar, pues se trata de un solo y único acto). Este acto, visto desde la antigua Ley, es el acto de la más extrema ilegalidad, en tanto “revoluciona” toda la antigua Ley; y visto desde la nueva Ley también está fuera de la ley, puesto que está en el origen y, por tanto, es anterior a ella misma.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>La Ley, entonces, para que sea —para <i>ser</i>—, necesita y reclama necesariamente en su origen un acto ilegal: la Ley nace de la Ilegalidad. Pero con esto no estoy diciendo nada nuevo: este asunto ya fue dilucidado por todos los grandes pensadores. Y en realidad se dice “ilegalidad” para no decir directamente “por la fuerza”. De todo esto Lenin sabía bastante; fue él quien afirmó que “el Estado es el instrumento de dominación de una clase social sobre otra”; y que la clase obrera, tras la toma del poder, debía<span> </span>instaurar una Dictadura del Proletariado.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Cualquier persona con dos dedos de frente tiene que reconocer que en la base de la Ley está el momento necesario de la fuerza. Pero aunque éste sea un momento y condición “necesaria”, no es todavía condición “suficiente” para entrar en la Ley. Los dos momentos descriptos (uno: desconocimiento de la Ley; dos: instauración de la nueva Ley) aún “no permiten” el acceso a la Ley, pues es fácil comprender que bien puede llevarlos a cabo un Tirano, estableciendo, por tanto, una Ley Tiránica; y que, aunque lo consiga, no por eso debemos concluir en que el Tirano entró en la Ley. Con esto esclarecemos el otro de los posibles motivos de la inacción del campesino: no se puede entrar a la Ley por la mera fuerza, puesto que, de tal manera, tan sólo accedemos a la Tiranía. (Y si lo pensamos bien, este punto es demoledor en más de un sentido. Supongamos que no es un solo tirano sino dos, ¿sigue siendo tiranía? Debemos responder que sí, que da lo mismo que sean uno, dos o diez, pues la Ley impuesta de esta manera sigue siendo Tiranía. Sigamos preguntando, ¿y si a la Ley, de esta ésta misma manera, es impuesta por millones, digamos, por la mayoría de las personas de un país? ¿Sigue siendo una tiranía?).</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Tenemos, entonces, dos conclusiones: que la Ley no sólo nunca nos dará permiso para entrar, sino que ella misma es la que, para ser, nos reclama ese momento “necesario” de “desobediencia”, momento que nos enfrenta un verdadero desafío a muerte. Pero que, al mismo tiempo, aunque estemos dispuestos a morir, no podemos entrar a la Ley por la fuerza, pues, aún de conseguirlo, no estaríamos entrando a la Ley sino en la Tiranía.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>El campesino, entonces, <i>debe</i> esperar.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><br />
</div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><b><span lang="ES-AR" style="font-size: 14pt; letter-spacing: 1pt;">4</span></b></div><div align="center" class="MsoHeader" style="text-align: center;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;">LA IMPOTENCIA DE LA FUERZA</span></div><div align="center" class="MsoHeader" style="text-align: center;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Pensemos por un momento en la “subjetividad” que intenta entrar a la Ley por la fuerza, ¿este acto produce en ella una cambio “necesario”, es decir, inevitable? No. Los mismos principios y cálculos que realizó antes de entrar se continúan después de haber entrado. Si jugó su vida para “entrar” es justamente por eso, para poder realizar un “programa” que ya había pensado “antes”, sino ¿para qué “entrar”? El único cambio significativo es que en el momento anterior padecía la Ley y ahora la ejerce, pero estos son meros cambios “externos” en relación con la Ley, mientras que “interiormente” sigue siendo el mismo. </span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Y la Ley, ¿sigue siendo la misma? Seguramente ha cambiado el “contenido” (esperemos que para mejor), pero sigue teniendo la misma <i>forma</i>, es decir: sigue siendo tanto una <b>prohibición</b> (que prohíbe unas cosas y permite otras) como una <b>amenaza</b>. Situación que, más pronto que tarde, volverá a recrear en quienes ahora les toca padecerla los mismos antiguos impulsos de “entrar” en la Ley para cambiarla; regenerándose así infinitamente el mismo circuito. De esta manera, obviamente, nunca nadie entrará en la Ley.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Que la entrada “por la fuerza” a la Ley es “externa” a la Ley quiere decir que esa forma de entrar es un mero acto “físico”; acto que, por supuesto, no sólo es posible tanto histórica como políticamente, sino que precisamente es el que viene repitiéndose desde hace milenios. Pero este acto no sólo deja al “ser” del hombre tal cual estaba (y “ser”, aclarémoslo, no es “subjetividad”), sino que lo sigue afirmando en su mismo ser, y creando continuamente las mismas condiciones para su infinita repetición. Salta a la vista, entonces, que el acto político más fuerte y potente, en realidad es definitivamente impotente para alcanzar lo que pretende.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Cuando alguien entra a la Ley “por la fuerza” (y da lo mismo que sea uno o sean millones), <i>después </i>tiene que sostenerla (hacer que los demás también “entren”). En eso consiste un Estado. Todo Estado consiste en la transformación de un <i>acto</i> en un <i>estado</i>; estado que, de ahí en más, siempre será <i>policial</i>. En realidad el uso de la fuerza nunca se circunscribe al momento inaugural de la Ley, sino que, de ahí en más, el “monopolio del uso de la fuerza” es constitutivo de la misma, estando presente en todo momento, tanto sea como amenaza o ejercicio directo de la fuerza. En ese estado de cosas, ¿hay Ley? Sí: hay ley; pero ya no es la Ley a la que el campesino quería entrar, sino que se ha transformado en Derecho. Pero resulta que en ese estado ya estamos todos desde que nacemos, tanto el campesino como nosotros.<span> </span></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>En el acto “físico” el sujeto de la “acción eficaz” queda esencialmente inalterado; y en tanto que el acto parte de él y se realiza frente a él sigue siendo “externo” a él. Es un acto esencialmente “técnico”, “instrumental”, y esta es la razón por la que la política se entienda como una “acción eficaz” para cambiar el mundo. Es claro que por esta vía el sujeto de la “acción eficaz” puede cambiar el mundo, pero en ella no se cambia él mismo ni, por tanto, consigue entrar en la Ley, como tampoco consigue resolver el malestar que lo impulsó a la acción. </span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><br />
</div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><b><span lang="ES-AR" style="font-size: 14pt; letter-spacing: 1pt;">5</span></b></div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;">LAS PUERTAS</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Las Puertas de la Ley tampoco son algo meramente “físico”. En realidad ninguna puerta es algo meramente “físico”. Ni siquiera las puertas “reales” son algo “físico”; quiero decir: todas las puertas “físicas” son “violables por la fuerza”: un hacha, una bomba, un misil;<span> </span>algo siempre las puede derribar. Pero hay puertas que, si lo decidimos, nada ni nadie podría derribar.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>¿Cerrás con llave una puerta? Puede que no haga falta, alcanza conque esté cerrada, o acaso apenas entornada, para que el que venga tenga que golpear: “Toc-toc: ¿se puede?”. Las puertas, en realidad, están para “decir” si alguien es o está “adentro” o “afuera”, si alguien puede o no puede pasar. Y en nuestro mundo, en el mundo humano —el único que conocemos—, el orden “físico” siempre está subordinado a este “otro” orden. Una cortina, incluso una simple abertura, puede oficiar de puerta. Es cierto, existen “otras” puertas: las de la cárcel, las blindadas de un banco, las súper vigiladas de una instalación militar. Es cierto: “esas” son súper-puertas; pero así y todo, en tanto meramente “físicas”, siguen siendo posibles de derribar por la fuerza también física.<span> </span></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Las puertas, entonces, nunca son algo meramente físico: en ellas nunca se puede entrar por la fuerza de la fuerza. Claro que se puede entrar a la fuerza, pero así nunca entrás, así siempre te quedás afuera. ¿Cómo vas a ir a la pieza de tus papás por la fuerza? Tenés que seducirlos, o llorar, o enfermarte: “¿me puedo acostar con ustedes?” ¿Cómo vas a entrar a la cama de tu amor por la fuerza? ¿Cómo vas a entrar al amor por la fuerza? ¿Cómo vas a entrar a la dignidad, o a la amistad, o a la fe, por la fuerza?</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Vivimos en una civilización “bruta”. Nuestra civilización cree y hasta se funda en la fuerza bruta, tanto sea en la fuerza bruta bruta, como en la fuerza bruta del conocimiento; nuestra civilización solamente alcanza a ver un lado de la vida (el que tal vez sea un lado de un lado de un lado); y sólo tiene ojos para ver la fuerza que surge de la fuerza, pero no alcanza a ver la fuerza que emana de la extrema debilidad. Sin embargo hay “otras” puertas, abiertas todo el tiempo, por las que no podemos pasar justamente por nuestra brutalidad; puertas que no se pueden atravesar si previamente no hemos renunciado y depuesto todo recurso a la fuerza; y no precisamente por cobardía, sino porque la única manera de entrar es con la fuerza de la debilidad. Pero a esa fuerza de la debilidad la fuerza de la fuerza no la ve o, si por acaso la intuye, la desprecia.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;">Las puertas de la Ley están abiertas todo el tiempo, y el campesino, vos, yo y todos podemos entrar; la invitación es para todos, pero cada uno debe entrar por la única puerta dispuesta únicamente para sí. A la Ley no se puede entrar colectivamente; pues aún cuando la acción se haga de a miles (como en una Revolución, por ejemplo), así y todo es cada uno el que entra. Hay acciones que no pueden hacerse comunitariamente, pero la izquierda stalinizada jamás entenderá esto; más bien piensa lo contrario, piensa que las verdaderas acciones o se hacen entre todos o nunca podrán hacerse; y a todo acto “singular” lo mal interpreta (y condena) como un mero acto “individualista”. </span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;">La Ley no puede imponerse, ni instituirse, ni nada de eso; la Ley que busca el campesino ya está desde siempre, y a ella sólo puede acceder cada uno por su lado. El mero hecho de tratar de imponer la Ley a otros, no puede dejar de producir el efecto contrario, es decir, de degradarla a ley de prohibición y amenaza y, por consecuencia, de que por ello se la rechace o, al menos, obstaculice o confunda el acceso a la Ley. La entrada a la Ley implica, también, la renuncia definitiva de imponer, tanto a los demás como a uno mismo, una Ley general a la que deberíamos someternos. Sólo hay Ley cuando se la obedece; el sometimiento no sólo vuelve hipócrita al sometido sino que también hace desaparecer la Ley. Como es notorio, en esto consiste el fin de la Ley.<span> </span></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Tal como ocurre con las puertas, el acto de entrar, entonces, tampoco es algo meramente físico. Se trata de otro tipo de acto, tal que cuando uno entra en la Ley, la Ley entre en uno y, “en y por ese mismo acto”, uno deja de ser tal como era. Este cambio no es meramente “subjetivo”, es decir, un cambio que tan sólo cambie las ideas que tenemos sobre el mundo pero que, en el fondo, sigamos siendo los mismos, sino un cambio que cambia nuestro ser. Este cambio más que físico es “metafísico” (se escuchan risas).</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Ya escuché las risas, pero por ahora no tengo otra palabra mejor que “metafísica” para definir un cambio que vaya más allá de cambios en los hechos “objetivos” y “subjetivos”. ¿Que busca el campesino? Es evidente que no busca un bien material, busca algo mucho más valioso que el más valioso de los bienes materiales. Todo indica que se trata de una ganancia absoluta, incomparable con todos los bienes conocidos (todos comparables entre sí), al punto de abandonar todo en pos de alcanzarlo. El capitalismo no produce sólo bienes materiales sino también, y muy especialmente, un tipo de “ser” del hombre; es decir, actos “metafísicos”. Pero lo hace de forma alienada, sin saber que los hace y, más aún, obturando necesariamente toda conciencia sobre su propio hacer, creyendo que sólo hace actos “físicos”.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>La toma del poder, la constitución de un Estado Socialista, etc., etc., tal como la viene pensando la izquierda, puede mejorar notablemente la vida de las personas, y producir los cambios necesarios que todos deseamos; pero no por eso estos cambios y acciones dejan de ser “técnicos”, “acción eficaz”, y por esa vía jamás se producirán cambios en el “ser del hombre”, sino que, por el contrario, se seguirá reproduciendo el mismo ser que el capitalismo está llevando al paroxismo. </span></div><div><br clear="all" /> <hr align="left" size="1" width="33%" /> <div id="ftn1"> <div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref1" name="_ftn1" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="EN-US"><span><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="EN-US" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[1]</span></span></span></span></span></a><span lang="EN-US"> </span><span>Publicado en la revista <b>Parte de Guerra</b> Nº 14, Agosto 2001, Buenos Aires.</span></div></div></div>Héctor Fenogliohttp://www.blogger.com/profile/11308550407688946357noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-1371955767668194433.post-30140069465573693052009-11-24T16:32:00.000-08:002010-11-24T16:34:17.737-08:00<!--[if gte mso 9]><xml> <w:WordDocument> <w:View>Normal</w:View> <w:Zoom>0</w:Zoom> <w:HyphenationZone>21</w:HyphenationZone> <w:PunctuationKerning/> <w:ValidateAgainstSchemas/> <w:SaveIfXMLInvalid>false</w:SaveIfXMLInvalid> <w:IgnoreMixedContent>false</w:IgnoreMixedContent> <w:AlwaysShowPlaceholderText>false</w:AlwaysShowPlaceholderText> <w:Compatibility> <w:BreakWrappedTables/> <w:SnapToGridInCell/> <w:WrapTextWithPunct/> <w:UseAsianBreakRules/> <w:DontGrowAutofit/> </w:Compatibility> <w:BrowserLevel>MicrosoftInternetExplorer4</w:BrowserLevel> </w:WordDocument> </xml><![endif]--><!--[if gte mso 9]><xml> <w:LatentStyles DefLockedState="false" LatentStyleCount="156"> </w:LatentStyles> </xml><![endif]--><!--[if gte mso 10]> <style>
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<div class="MsoTitle"><span lang="ES-AR" style="font-size: 18pt; letter-spacing: 1pt; text-decoration: none;">UNO Y EL RESPETO A LA DIFERENCIA</span><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn1" name="_ftnref1" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-size: 12pt; font-weight: normal; letter-spacing: 1pt; text-decoration: none;"><span><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 12pt; letter-spacing: 1pt;">[1]</span></span></span></span></span></a><span lang="ES-AR" style="font-size: 12pt; font-weight: normal; letter-spacing: 1pt; text-decoration: none;"></span></div><div class="MsoTitle"><br />
</div><div class="MsoTitle"><span lang="ES-AR" style="font-size: 12pt; font-weight: normal; letter-spacing: 1pt; text-decoration: none;">Por Héctor Fenoglio</span></div><div class="MsoSubtitle" style="text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoSubtitle" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span><i>Uno</i> siente que su vida se debate entre dos poderosas fuerzas en conflicto. Por un lado, la satisfacción plena y sin remordimientos de sus inclinaciones egoístas —ser <i>único</i>—; por otro lado, la obligación de coincidir con la ley general como el único reaseguro de la vida social e individual —ser <i>uno más</i>. </span></div><div class="MsoSubtitle" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Nadie en su sano juicio puede querer realmente regular su vida imponiendo las tendencias “egoístas y animales” por sobre la ley general, pero tampoco las puede eliminar definitivamente: el conflicto parece perpetuo. Entonces uno se aferra a las leyes como el sustento último de la vida en sociedad, y las reconoce como el mayor grado de civilización posible.</span></div><div class="MsoSubtitle" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Este planteo, en apariencia trivial, es, sin embargo, la base sustentadora de la posición liberal hoy dominante y asumida, además, como propia por el progresismo —es decir, por <i>uno</i>. Pensar al liberalismo, entonces, no consiste en un mero ejercicio intelectual sino en cómo <i>uno</i> puede ir más allá de uno mismo para enfrentar el democratismo total con que el capitalismo globalizado nos chantajea.<span> </span></span></div><div class="MsoSubtitle" style="text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoSubtitle" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span></span></div><div class="MsoSubtitle" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>INTRODUCCION. </span></div><div class="MsoSubtitle" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Me decís: “<i>vos pensás eso pero yo pienso esto otro, y como cada uno tiene <b>el</b></i> <b><i>derecho</i></b><i> de pensar como quiera, debemos respetar esas diferencias entre uno y otro”</i>.</span></div><div class="MsoSubtitle" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Uno no puede discutir esta posición; más aún, se le presenta como fundamental en la relación con el otro y, por lo tanto, <b>debe</b> aceptarla. Pero como uno es más que uno, <b>eso</b> no lo deja tranquilo: a uno le gusta creer que puede pensar como quiera y se atribuye ese derecho, pero en realidad piensa como es y de allí no puede moverse un milímetro, por más derechos que diga tener. Porque en el asunto de ser lo que uno es, no hay derechos que valgan: uno es lo que es, te guste o no te guste. Entonces entendámonos: cuando hablo de diferencias, hablo de <b>eso</b> —no de derechos.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>I.- POR SU CONSTITUCIÓN, UNO NO PUEDE ACEPTAR LA DIFERENCIA.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Pensar diferente, sentir diferente, creer diferente; nada de eso es difícil de soportar siempre y cuando podamos recurrir indiscriminadamente a la <b>condición de subjetividad, </b>por la cual nos comprometemos a aceptar que cada uno piense diferente, siempre y cuando nadie pretenda ser ni considerarse el <b>único.</b> Es decir, cada uno tiene tanta validez como cualquier otro, todos somos equivalentes.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Es bajo esta condición que se dan las diferencias entre uno y otro; pero esa misma condición imposibilita la real diferencia puesto que, una vez establecida, nada interno nos puede hacer <b>necesariamente </b>diversos. De allí en más las diferencias siempre serán <b>contingentes</b>. Por el contrario, lo que esa condición sí vuelve <b>necesario</b> es que, en el fondo, todos debemos ser iguales, igualmente no verdaderos. Ésta es la igualdad democrática: como no hay uno verdadero, todos somos unos falsos.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>En base a la condición de subjetividad, cuando se habla de respetar las diferencias, lo que se está diciendo es: <i>en última instancia hay que considerar al otro</i> —aún con todas sus diferencias— <i>en un plano de igualdad con nosotros</i>. ¿No es esto acaso <b>desconocer</b> de raíz las diferencias?</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Por eso es que, dentro de esta posición, hablar de respeto a las diferencias es una fachada, pues antes que nada<b> se exige</b> que todos nos ubiquemos en un plano de igualdad y eliminemos la <b>única</b> diferencia que uno reconoce: ser el único. Puestos en la relación de uno y otro, igualitaria, democrática, la cuestión no es ya cómo respetar las diferencias sino cómo percibir aunque sea un destello fugaz de verdadera diferencia.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Desde uno la diferencia es inaceptable. Como uno es muy respetuoso expulsa a borbotones<span> </span>frases hechas de respeto a la diferencia, pero en realidad no la puede aceptar, por la sencilla razón de que la existencia de uno se basa en la relación de igualdad con el otro. Cuando uno<span> </span>habla de diferencias, éstas siempre deben aparecer y recortarse sobre ese plano previo de igualdad.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>II.- UNO TAMPOCO PUEDE ACEPTARSE A SÍ MISMO: ES SUBJETIVO Y RELATIVO. </span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Por la condición de subjetividad cada uno renuncia al derecho de posesión de la verdad (<i>si no, estaría loco</i> –dice uno): cada uno puede tener <b><i>su</i></b> verdad, siempre y cuando su validez quede restringida al campo individual. Establecida esa frontera, <b>todo es</b> <b>subjetivo</b><i>.</i> De allí en más cada uno va del brazo de <b><i>su</i></b> verdad, cuidando que nadie se la critique y cuidándose de no criticar la verdad de nadie pues, como se dice, cada uno anda con la verdad que quiere, y no te metás con la mía porque yo no me meto con la tuya: no seas agresivo.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Pero lo realmente decisivo es que tampoco nadie pone las manos en el fuego por su propia verdad. Cuando uno renuncia al derecho de poseer la verdad los efectos no se limitan a la relación con el otro sino que también afectan, y principalmente, la relación <b>con uno mismo</b>. Como toda verdad ya es subjetiva, aún la propia y para con uno mismo, uno duda<span> </span>—debe dudar— de su propia verdad, de sus percepciones, de sus intenciones. Uno ya no cree ni en sí mismo, y toda afirmación para siempre será subjetiva y relativa, abriendo paso al relativismo generalizado.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Llegado a este punto ocurre que aun cuando uno logre vencer a todos los otros imponiendo <b><i>su</i></b> verdad, no está ni puede estar tranquilo, porque sabe que ese triunfo no le confiere más validez ni la vuelve menos subjetiva. De la fuerza no nace la verdad. ¡Y menos mal que uno no triunfa!, porque si no, las cosas serían caóticas por uno. Entonces no queda otro camino que buscar el acuerdo con los otros, el <b>acuerdo intersubjetivo</b>. Pero tampoco esto es una salida pues, aunque estemos todos de acuerdo, no hacemos más que multiplicar el problema, porque todos, y cada uno, volveríamos a estar en la posición inicial de uno, aunque ahora seamos uno colectivo: bien podría ocurrir que todo sea un engaño generalizado. Confrontando con otras culturas, u otros tiempos, deberíamos concluir que cada época tiene su verdad bien amarrada del brazo, pero que ninguna es más válida que otra: <b>relativismo general</b>.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>III.- PARA UNO <i>RACIONAL</i> Y <i>RACIONALISTA </i>SON EQUIVALENTES.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>¿Hay algo más firme, más seguro que el acuerdo intersubjetivo? —se pregunta uno.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Sí —se contesta—: la razón.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Ésta es la apuesta máxima de uno para tratar de salir de las arenas movedizas relativistas en que se metió. Desde el encierro en la subjetividad intenta fundar una vida objetiva. Para ello, uno debe poner lo que llama la<b> </b>razón como máximo tribunal de decisión. Todo pensamiento, para ser tomado en serio, debe seguir las reglas de esa razón.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>En primer lugar trata de eliminar todo rastro de subjetividad para transformarse en “el hombre objetivo”. Aspira a ser sólo un espejo perfecto, que no deforme en lo más mínimo la imagen que refleja. Debe omitir toda contaminación que venga del cuerpo, de los sentimientos, de las intuiciones, de los sueños. ¿Hay acaso idea más irracional que ésta, que encima intenta presentarse como el <i>summun</i> de racionalidad? Lo subjetivo debe ocultarse en los pliegues íntimos, casi vergonzosos, de la vida. A lo sumo puede expresarse en el terreno del arte, el que de ahí en más pasa a ser considerado el ámbito de lo irracional por excelencia, excluido de toda pretensión de verdad.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Por razón uno entiende la <b>argumentación</b> racional de las diferencias. Esta razón —se dice— es lo único que permitiría la reconciliación de uno con los otros y con uno mismo. Todo pensamiento, si es racional, debe poder decirse explícitamente y decidir si es verdadero o falso, lo que es lo mismo que poder expresarse proposicionalmente. Lo que no puede decirse como proposición, no se considera racional; es poesía, pura imaginación, o locura. De esta manera se pretende que a una proposición todos pueden y deben entenderla, y que la verdad de una proposición (de una descripción de los hechos) no depende de la subjetividad de quien la dice o de quien la escucha. Lo que vale para uno vale para todos.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>El discurso proposicional habla <b>de</b> la realidad, de una realidad que siempre está más allá de las palabras, que siempre se le escabullirá, porque esa es la esencia de este discurso: hablar <b>de </b>la realidad para que no aparezca la realidad <b>en </b>las palabras. El racionalismo, entonces,<span> </span>no es una escuela filosófica entre otras, es el intento desesperado de uno por encontrar en esa razón un poderoso tirano al que someterse y obedecer sus órdenes, para desde allí combatir el peligro mortal que le significa la arbitrariedad subjetiva que lo acecha por doquier. El precio que paga es disociarse para siempre de sí mismo y del mundo, vivir una vida disociada.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Pero el racionalismo, este discurso proposicional, no es equivalente a la razón. ¿Acaso en la poesía, en el arte, en la interpretación psicoanalítica, en los aforismos (tanto de Nietzsche como del Zen), no aparece otra racionalidad, distinta a la razón proposicional? </span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>IV.- UNO ES OTRO CUALQUIERA.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Uno es irremediablemente inconsistente; es decir, se sabe relativo y subjetivo. Para volverse consistente, piensa uno, debería ser único: ni siquiera debería enterarse de que hay otros, pues si comenzara a considerar otras posiciones, volvería a ser uno inconsistente. Y, además, tampoco tendría que pensarse a sí mismo, es decir, dudar de su propia posición, pues otra vez volvería a ser una más entre otras posiciones. Por tanto, calcula uno, para el único no hay otros, ni dudas a tener en cuenta: el único no se piensa.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Uno sí se piensa, pero debe pensarse como cualquier otro, es decir que no puede pensarse a sí mismo desde sí mismo, sino como siendo <b>uno</b> <b>cualquiera</b>. La referencia, aunque sea uno mismo, siempre es otro, disociado de uno, que se diferencia por estar necesariamente separado y enfrentado pero, al mismo tiempo, siendo equivalente a uno.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Tanto sea en el acuerdo como en el desacuerdo (lo que no altera la sustancia del asunto) uno y otro son <b>posiciones </b>idénticas, equivalentes e intercambiables y nada lo puede remediar, ni el predominio de uno sobre otro ni la compactación de muchos en un uno colectivo. Por eso, uno es una <b>posición</b> universal, incapaz de singularidad<span> </span>—cada uno debe valer y ubicarse como cualquiera. De allí que resulte cómico que uno, sin embargo, se crea único, diferente a todos los otros uno, y tome su experiencia subjetiva, su subjetividad, como la más singular del mundo cuando, en realidad, la experiencia de uno es la más universal, así determinada por la universalidad de la condición de subjetividad. No se trata aquí de las diferencias en la vida personal entre uno y otro, pues esas diferencias —ya aclaramos— sólo pueden aparecer cuando ya existe el fondo de igualdad previa. Lo subjetivo no tiene nada que ver con el tono emotivo, sentimental, expresivo o aún inefable con que habitualmente se lo tiñe. Lo subjetivo y,<span> </span>por tanto, la subjetividad, en esencia son<span> </span>la encarnación de una posición lógico-discursiva.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Uno es el peor enemigo de uno, porque uno es otro. Uno se piensa como otro, siempre desde afuera de sí mismo. Todos los pensamientos de uno, incluidos los pensamientos sobre uno mismo, son pensamientos externos al pensar. Y de esa <b>posición</b> uno no puede salir.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>V.- UNO NO RESPETA LA DIFERENCIA, SÓLO LA TOLERA.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>El respeto a la diferencia es un perfume irresistible para uno. Pequeñas dosis lo embellecen, dosis mayores siempre delatan lo que oculta. “<i>Te respeto como diferente</i> —dice uno— <i>si vos me respetás como diferente”</i>. Ante situaciones difíciles éste es el recordatorio del pacto inicial: nadie es único. Es el respeto a la diferencia como tratado de paz; se funda en el ansia de aniquilación del diferente y de toda diferencia: en el fondo todos <b>debemos</b> ser iguales. Así el respeto a la diferencia es casi una ironía.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Desde el vamos no hay aceptación y, por lo tanto, tampoco respeto del diferente: sólo se lo tolera. La tolerancia como virtud huele mal. La tolerancia y sus refinados modales en realidad son bunkers de una línea defensiva que mantiene una frágil estabilidad dentro de un perpetuo estado de beligerancia.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Decimos: “<i>impone respeto</i>, <i>se hace respetar”</i>; este respeto es la cara respetable del miedo, del temor a la aniquilación. De ahí que en uno el respeto sea, fundamentalmente, un refinado arte marcial. Se ven los gestos suaves anunciando la dirección de los movimientos, las palabras neutras milimétricamente calculadas, el timbre suave de la voz, el tono muscular artificialmente distendido. Un exquisito camuflaje, una táctica de distracción estudiada durante años, operaciones de espionaje del poder del otro y de sus puntos débiles. Un auténtico desfile militar: despliegue del propio poderío, maniobras de amedrentamiento. Una estrategia de combate donde lo esencial es hacerse invisible, agredir sin agredir, saber golpear sin que se vea el golpe.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Desde uno la invocación a respetar las diferencias no es más ni menos que el fallido intento de traducción laica-democrática del antiguo precepto: <i>amarás a tu prójimo como a ti mismo.</i></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>VI.- UNO SE CONSTITUYE EN Y POR LA TENSIÓN AGRESIVA.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Cuando aparecen diferencias peligrosas con el otro, uno apela a la condición de subjetividad: no hay único, todos somos iguales. Así uno se frena, respeta la diferencia. Sin embargo, por dentro y en voz baja sigue repitiéndose: “<i>a pesar de todo tengo razón, yo soy el único, el verdadero”</i>. Uno queda así en una situación por demás incómoda pues, si por un lado no puede aceptar la diferencia, por otro tampoco puede aceptar plenamente la igualdad, aunque a regañadientes trata de acatarla porque no le queda otra.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Uno vive tratando de coincidir con la regla de igualdad general, luchando contra la<span> </span>constante tentación de considerarse el único verdadero que lo conduciría al autoritarismo; pero cuando logra vencer la tentación y acatar la igualdad siente pena, insatisfacción; siente que tuvo que renunciar a lo de uno en pos de una pacificación siempre precaria con el otro. Si uno se afirma en la de uno a rajatabla desata la guerra, pero si concilia siente que no es uno, que caretea y que, para colmo, la tensión sigue pero ahora torturándolo desde adentro.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Así, la relación de uno a otro está atravesada por la <b>tensión agresiva</b> y por el miedo a la mutua aniquilación; supone el odio y la destrucción del otro pero sólo <b>como intención</b> pues, para mantener la relación con el otro, debe inhibir la agresión real. Uno vive en una constante inestabilidad tironeado entre la tendencia a ser <b>único</b> y la obligación de ser <b>uno</b> <b>más</b>. De tal modo, uno nace y vive sabiéndose irremediablemente <b>inconsistente</b>, sintiéndose único pero no pudiendo serlo, debiendo ser igual al otro pero sintiendo que no lo es.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>El impulso a <b>tener la razón</b> no es un defecto autoritario de uno, por el contrario, es un efecto necesario de su constitución. El tener la razón es la imagen de la que uno se sostiene y que —a la vez— uno sostiene. Uno es la imagen de sí mismo, relación erótica pasional de <b>amor-odio propio</b>, basculando perpetuamente entre la tentación autoritaria y los sentimientos de inferioridad.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>VII.- SER ÚNICO ES EL MITO DE UNO.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Uno se piensa como la trabajosa superación de <b>único</b>, de ese que —dice— alguna vez fue o que en el fondo tal vez siga siéndolo. Teme volver a recaer en considerarse único pero al mismo tiempo anhela volver a serlo, pues se le presenta como la única posición en la que podría reconocerse íntegramente. Cuando se atreve a soñar en ese sentido imagina que después de atravesar la agresión directa y quedar como único vencedor, se le abriría un nuevo horizonte, vedado a uno por cobardía, donde todo sería posible y nada faltaría; un estado de consistencia y completitud. Nace la idea de la felicidad.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Como mito de origen y destino, uno no puede dejar de suponer la existencia de <b>único</b> como su forma prehistórica de ser y como<span> </span>su tendencia-tentación actual, existencia en la que —¿curiosamente?— coinciden la agresión desatada y la felicidad lograda. Sin embargo, para uno es imposible volverse único pues siente que se autodestruiría. Este peligro es el que invoca para seguir siendo uno. Pero uno nunca comprobó la existencia efectiva de único, de eso no tiene experiencia real. Sólo tiene pensamientos deducidos de su fragilidad o, más exactamente, un presentimiento que se le impone y que sólo posteriormente organiza racionalmente. Ser único es un mito fundante de uno.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Uno supone, en el origen, la existencia de un estado donde reinaba la agresión desatada a la que uno viene a controlar. Este pensamiento se le impone necesariamente a uno. No es una explicación acerca de las fuerzas que actuaron en un pasado remoto y que podría cambiar por otra versión, allí uno dice su conflicto actual.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>VIII.- PARA UNO AUTORITARISMO Y AUTORIDAD SON EQUIVALENTES.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>En el mundo igualitario de uno a lo diferente se lo mata; no existe la diferencia ni como posibilidad, no hay anzuelo con qué pescarla. La igualdad es el invento de uno que, a la vez, inventa a uno. Pareciera que primero es la igualdad, sobre la cual después se dan las diferencias. Sin embargo uno no se piensa como una originaria acción afirmativa; por el contrario, se piensa como agente y resultado de la acción reactiva que reprime y supera al único.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>A la desigualdad, es decir a la diferencia, uno la vive como desgracia. Si no es posible reducirla a la igualdad uno sufre la diferencia. ¿Qué ocurre cuando se le cruza un auténtico diferente?: si se siente menos, lo respeta temerosamente, tiene miedo de ser destruido al mismo tiempo que envidia su poderío; si se siente más, se apiada de él, le da lástima, lo compadece. A uno la diferencia siempre se le aparece como un menos o un más. En el primer caso la diferencia se le presenta como <b>autoritarismo</b> —real o potencial— del que uno es víctima; en el segundo caso, uno se presenta como bondadoso y paternal, fachada que apenas oculta un<span> </span><b>paternalismo</b> real<span> </span>resultante de la inhibición del autoritarismo potencial de uno. Para uno la diferencia siempre es sinónimo de autoritarismo, siempre se le presenta como la negación del principio de igualdad. Y asociada al poder.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Para uno la autoridad es el poder delegado —por uno— en representantes: las autoridades democráticas. A una autoridad que se imponga por sí misma, cuya fuerza no le venga de ninguna delegación sino de su real e inmanente realidad, uno la siente como un menoscabo a su libertad, casi como una humillación. Es así como aparecen ante uno las reales diferencias: lo diferente es aquello real que uno no puede tolerar, no puede ni ver. Ni hablemos de respetar.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Solamente si uno logra dejar de defenderse con el principio de igualdad puede atravesar una experiencia de verdadero respeto, <b>aceptando la autoridad real</b> del otro, aceptando la diferencia, sin exigir a ultranza una igualdad de base. En este sentido, respetar significa <b>obedecer</b> la diferencia, y se experimenta como admiración y agradecimiento</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>En el mundo de la diferencia la apelación al principio de igualdad general es, por lo menos, una grosería: allí simplemente <b>se obedece o se manda</b>, sin sentimentalismos.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Uno vive perseguido por el autoritarismo no sólo como posible víctima; le preocupa mucho más quedar como posible victimario, no tanto por la suerte de su posible víctima sino por el miedo a las reacciones de los otros. Y como no puede reconocer la autoridad en otro tampoco puede reconocer la propia autoridad, viviendo su ejercicio como tentación autoritaria, o sea, como recaída en ser único. Uno no quiere mandar, tiene miedo de mandar. “<i>No me gusta mandar ni que me manden”</i> vocifera uno que identifica <b>mando</b> con <b>arbitrariedad</b>. Mandar —que se debe distinguirse del mero dar órdenes a los demás— es superarse a uno mismo; y obedecer —que es diferente y<span> </span>mucho más difícil que obedecer leyes generales— es obedecer <b>eso</b>. Quien no pueda obedecerse quiere ser tiranizado por leyes generales, por la razón o por lo que sea. No puede imaginar la autoridad más que deviniendo de un rol convencional, que la comunidad de unos y otros instauran, y percibe toda otra posible autoridad como autoritarismo, como el peligro de<span> </span>revivir a único.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>IX.- EL PRINCIPIO DE AUTORIDAD.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>El respeto a la diferencia implica la definitiva aceptación de que no somos todos iguales. Dicho así parece que uno puede aceptarlo, pero no es cierto: allí se le aparece el fantasma del retorno de único. Y, fundamentalmente, porque significa la aceptación de la diferencia <b>en la base</b>, operación por la que <b>el principio de</b> <b>autoridad</b> deja en suspenso al principio de igualdad, a la suposición mítica, y por ende necesaria, de un plano de igualdad inicial.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Alcanza con pronunciar la palabra “autoridad” para intranquilizar a las conciencias igualitaristas que ya se figuran no sé cuantas escenas de sangre y violencia. A tal punto llega hoy la tontería, que autoridad ya casi es sinónimo de poder, incluso de arbitrariedad poderosa. Y no es que tal conciencia rechace orgánicamente el poder arbitrario, pues con gusto lo usufructuaría si fuera posible acceder a ello sin riesgos. La mayoría de las veces tal rechazo no consiste más que en un achicarse para no ser aplastado. O sea, no es más que la conjunción del anhelo cobarde de ser poderoso, incluso arbitrariamente, y el lamento de no poder serlo.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Uno supone que la democracia regula la relación con el otro: “<i>mis derechos terminan donde comienzan los del otro”, </i>repite uno muy seguro, <i>“unos y otros somos iguales ante la ley”</i>. Pero cuando esa igualdad se generaliza a todas las relaciones humanas y se la eleva a esencia humana, termina por ser o ridícula o nefasta. La ley, la moral, es decir, <b>lo general</b>, se le impone a uno como la mayor fuerza civilizatoria y como la única posibilidad de regulación humana. Pero ¿acaso no hay otra regulación posible <b>más allá de lo general</b>? Si no la hay, entonces la ética y la libertad son meras fantasías; si la hay, entonces es una praxis real que no depende de leyes generales ni se la puede identificar con tales leyes ni con la adecuación de nuestras vidas a ellas. Por eso, <b>la diferencia</b> no es un estado mítico anterior a uno en el que podríamos recaer, sino una posibilidad real que se abre ante uno cuestionando su propia constitución.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Autoridad no es equivalente a poder. El poder necesita lo general para realizarse, mientras que la autoridad suspende lo general, y su realización se encuentra siempre más allá de lo general. Su talante es la soledad y el silencio. Allí, o se afirma <b>la propia autoridad</b> o se sigue quejosamente reclamando igualdad y reconocimiento de los otros. Por más que en su intimidad la deteste, uno ama la ley o, mejor dicho, la necesita, para tranquilizarse, para protegerse o, aunque más no sea, para quejarse de su injusticia. Le aterra quedarse sin ley, siente que lo llevaría a la autodestrucción, se le figura como un abrir los diques a la arbitrariedad, al descontrol, al libre arbitrio y, sobre todo, pero en secreto, como piedra libre para desatar aquellos impulsos largamente contenidos. Por supuesto que entendida así, la cosa no puede conducir más que a la payasada o al crimen; pero nunca sería una autoridad <b>más allá de la ley</b> sino que quedaría en seguir necesitando la ley aunque sea para transgredirla. Uno no puede concebir una suspensión de la ley más que como trasgresión.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Las protestas contra el principio de autoridad, y los discursos reivindicatorios de la igualdad generalizada a toda costa, son la patética enfermedad actual. La aceptación de lo diferente radical significa la <b>sumisión de uno</b> <b>a eso</b> que, siendo más propio que uno, no es uno. <b>Eso</b> <b>real</b> que, en última instancia, sólo es posible obedecer.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><br />
</div><h1 style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES-AR" style="font-size: 12pt; letter-spacing: 1pt;">X.- UNO ES GRUPO, O LA SOLEDAD.</span></h1><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span style="letter-spacing: 1pt;">Uno, al fundarse en la igualdad con el otro, contiene en sí toda la serie de los otros iguales entre sí. Uno, desde siempre, es grupo. Cuando logra aceptar una autoridad que no deviene de una representación, la pone por encima del resto y la eleva a modelo a igualar. La pone en la serie, en el grupo: es el jefe. Le resulta inconcebible la autoridad sin grupo. </span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span style="letter-spacing: 1pt;">La diferencia, por su lado, no afirma su autoridad en el reflejo, en la confrontación o en la aceptación de los otros; ni siquiera en la de aquellos que considera autoridad. La diferencia se autoriza a sí misma porque no hay autorización posible por vía de cualquier otro, aun cuando fuesen todos los otros. La diferencia no hace serie, siempre es singular, es inconmensurable con cualquier otra diferencia. Vive en eterna soledad.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span style="letter-spacing: 1pt;">Como uno está cerrado a sí mismo cree que abrirse es abrirse a otros, y piensa a la soledad como un cierre y clausura sobre la propia subjetividad. Olvida que la apertura a otra subjetividad no es más que el principio de la intersubjetividad, la que nunca llega más allá del uno colectivo. De paso, sigue evitando el enfrentamiento con la verdadera diferencia.<span> </span></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 35.4pt;"><span style="letter-spacing: 1pt;">En soledad no existe igualdad, en cualquiera de sus modalidades, sólo hay diferencia. La aceptación de lo diferente radical es la sumisión de uno a eso que, siendo lo más propio de uno, no es uno; eso real diferente a lo que sólo es posible obedecer.</span></div><div><br clear="all" /> <hr align="left" size="1" width="33%" /> <div id="ftn1"> <div class="MsoFootnoteText"><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref1" name="_ftn1" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="EN-US"><span><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="EN-US" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 10pt;">[1]</span></span></span></span></span></a><span lang="EN-US"> </span><span>Publicado en revista <b>Parte de Guerra</b> Nº 4, Octubre 1998, Buenos Aires.</span></div></div></div>Héctor Fenogliohttp://www.blogger.com/profile/11308550407688946357noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-1371955767668194433.post-17652181704641241492009-11-24T16:30:00.000-08:002010-11-24T16:31:35.378-08:00<!--[if gte mso 9]><xml> <w:WordDocument> <w:View>Normal</w:View> <w:Zoom>0</w:Zoom> <w:HyphenationZone>21</w:HyphenationZone> <w:PunctuationKerning/> <w:ValidateAgainstSchemas/> <w:SaveIfXMLInvalid>false</w:SaveIfXMLInvalid> <w:IgnoreMixedContent>false</w:IgnoreMixedContent> <w:AlwaysShowPlaceholderText>false</w:AlwaysShowPlaceholderText> <w:Compatibility> <w:BreakWrappedTables/> <w:SnapToGridInCell/> <w:WrapTextWithPunct/> <w:UseAsianBreakRules/> <w:DontGrowAutofit/> </w:Compatibility> <w:BrowserLevel>MicrosoftInternetExplorer4</w:BrowserLevel> </w:WordDocument> </xml><![endif]--><!--[if gte mso 9]><xml> <w:LatentStyles DefLockedState="false" LatentStyleCount="156"> </w:LatentStyles> </xml><![endif]--><!--[if gte mso 10]> <style>
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<h1 align="center" style="text-align: center;"><b><span lang="ES-AR" style="font-size: 18pt; letter-spacing: 1pt;">UNO, EL EQUILIBRISTA </span></b></h1><h1 align="center" style="text-align: center;"><b><span lang="ES-AR" style="font-size: 18pt; letter-spacing: 1pt;">Y EL INFINITO POTENCIAL</span></b><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftn1" name="_ftnref1" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><b><span lang="ES-AR" style="font-size: 14pt; letter-spacing: 1pt;"><span><span class="MsoFootnoteReference"><b><span lang="ES-AR" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 14pt; letter-spacing: 1pt;">[1]</span></b></span></span></span></b></span></a><b><span lang="ES-AR" style="font-size: 18pt; letter-spacing: 1pt;"></span></b></h1><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><br />
</div><div align="center" class="MsoNormal" style="text-align: center;"><span lang="ES-AR">Por Héctor Fenoglio</span></div><div class="MsoNormal"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Estimado amigo:</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>No sé si sabes cuánto incomoda tu incomodidad ante una pelea o ante una simple discusión en la que estás —aunque te resulte parezca forzadamente— comprometido. Te decís: «Fulano dice esto y Mengano aquello, pero ¡claro!, Fulano dice eso porque es Fulano, y no es ni está en la situación de Mengano; y mengano igual pero a la inversa. Entonces, ¿cómo tomar partido por uno u otro <i>objetivamente</i>? ¿Cómo encontrar el justo término medio, el equilibrio?».</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>¡Qué te puedo decir! Te metiste en un lío que ni Zenón, hace como 2.500 años, lo pudo resolver. Porque creo que te das perfecta cuenta de que la cosa no es nada fácil ni sin importancia. ¿Te imaginás si además entra Zutano en la disputa? Si entre dos la cosa ya era un lío, entre tres lo es más aún. Para colmo, de allí en más los fulanos, menganos y zutanos ya no cesan de aparecer, hasta llegar a los cinco mil millones de humanos existentes. La cosa se vuelve, entonces, casi imposible de resolver. Hay más: también hay que tener en cuenta las personas —o posiciones— potenciales, es decir, al humano no existente pero posible que podría pensar diferente a todos los anteriores. O sea: es de nunca acabar. Empezaste con Fulano y Mengano y terminaste en el Infinito. En realidad no es que terminaste allí sino que empezaste por allí: cuando quisiste buscar el exacto punto medio equilibrado entre uno y otro (entre uno y dos), se te abrió el abismo bajo los pies. Y huiste. Lo más cómico es que siempre y desde el inicio supiste —aunque confusamente, lo sé— que esta historia del justo término medio no cierra. Pero tozudamente insistís.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>¿Cómo resolverlo, cómo salir de este embrollo aunque sea para escaparse? Como no sos tonto ni cobarde, te arriesgás al pensamiento que tanto te atemoriza: «La cuestión es pensar UNO —te decís entusiasmado—. ¿Qué pienso YO? ¡Eso!: me planto en lo que yo pienso, creo y siento (o, mejor, en todo eso junto), y se acabó». Sin embargo, en ese preciso momento te paraliza el terror de que puedan acusarte de autoritario, de individualista, y de cosas mucho peores. «Que se vayan al diablo —te decís—, todos ellos pueden acusarme de todo eso porque están muy cómodos en su fuga infinita pero el único que aquí y ahora se tiene que bancar este lugar intermedio insoportable soy yo!»</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Pero, por más grande que sea el riesgo que UNO esté dispuesto a asumir, desgraciadamente te das cuenta de que la posición del UNO sin tener en cuenta al DOS es también incómoda por demás, pues te deja encerrado en UNO sin poder conectarte con otro, sin más referencia que tu propia arbitrariedad la que, a su vez, deberás reconocer que no es muy confiable. El UNO o el YO como última trinchera, no es un lugar cómodo, ni querido ni amado más bien es un lugar amargo. Y encima jamás podés olvidar que llegaste a él por descartes. Es decir: esto tampoco te cierra.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>¿Por qué vale más UNO que otro? Esta pregunta aniquila la supuesta fortaleza de UNO que, de ahí en más, para subsistir tiene que volverse sordo y ciego, pero no mudo. Todo lo contrario, de ahora en más debe hablar sin parar. Para ser consistente, UNO ni siquiera debe enterarse de que hay otros, pues en ese acto se destituye como ÚNICO. UNO y otro son posiciones intercambiables, y sólo la fuerza los puede diferenciar externamente, pues nada interno los hace necesariamente diversos. Por eso ser ÚNICO es la constante atracción y tentación de UNO. De allí tu temor o vergüenza de abroquelarte en el «yo pienso que…» del ÚNICO o del UNO.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Aun cuando UNO logre vencer a todos los otros unos imponiéndoles su criterio, no queda ni puede quedar tranquilo, porque sabe que ello no confiere mayor validez. La verdad no nace de la fuerza. ¡Y menos mal que UNO no triunfa, pues de ser así el mundo sería un caos únicamente por UNO! A la inversa, es la fuerza la que nace de la verdad. ¡Y pensar que muchos creen que el UNICO es perspectivismo nietzscheano!</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>En este preciso momento y lugar es donde se te viene encima la idea fatídica: «sean UNO, dos, cien o todos, la cuestión siempre será igual: ser ÚNICO es la locura; y en el UNO ya está el DOS; y quien dice DOS, dice infinito». Empezaste con Fulano y Mengano y te fuiste al infinito; volviste para atrincherarte en el UNO como ÚNICO escape, y de nuevo te vuelve a aparecer el infinito. Y esto aún no es lo más terrible, porque en ese instante te das cuenta de lo peor: que no es necesario que haya pelea, ni dos o infinitas posiciones; alcanza con que sólo haya una posición para que la cosa sea ya igual pues, aún cuando estemos todos de acuerdo, todos y cada uno estaremos en la posición del ÚNICO, que siendo ciego y sordo es loco, y si avanza hasta volverse UNO ocurre que, o se aniquila en el infinito, o se mantiene como UNO vergonzoso, sabiéndose mentiroso y en perfecta fragilidad.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Como ves, te veo pensando todo esto cuando te hacés la pregunta: ¿a quién apoyo? Pero no sólo vos, cualquiera que busque el justo término medio debe pensar y darse cuenta de todo esto. Hasta te diría más: todos estos pensamientos ya están pensados y nos están esperando en esa pregunta.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Pero vos ni nadie piensa todo esto porque le gusta ser pensativo, porque, a decir verdad, todo esto es bastante cansativo, es una boca pastosa, una telaraña en la cara. En realidad pensás todo esto porque te caíste en la pregunta, o la pregunta se te cayó encima. ¿Pero cómo caíste hasta acá? Llegaste, te recuerdo, por la pelea en la que te metiste solito (aunque sé que a vos más te gusta decir <i>me metieron</i>). Porque si no hubiera habido pelea ¡que te vas a poner a pensar en el infinito: te quedás tranquilamente en lo que UNO piensa y listo! Donde hay acuerdo no se piensa pero, ¡claro!, evitamos el conflicto.<span> </span><span> </span><span> </span><span> </span></span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>No quiero que me malinterpretes: no se trata de que quedándose en la continua duda del UNO, o en la eterna idiotez del ÚNICO, la cosa no funcione. ¡Claro que funciona: así anda el mundo! (Una cosita: la ciencia está en el núcleo de UNO, exactamente allí, funcionando, siendo extremadamente eficaz). Pero el asunto es que no estoy hablando de cómo funcionar mejor, de cómo hacer más y mejores lavarropas (los que, dicho sea de paso, son muy útiles y limpios). Hablo de que aún cuando estemos todos de acuerdo y más o menos confortables en el mundo, sentimos que estamos mintiendo, y que jamás queremos pensar ni saber en qué. Sentís una molestia, a veces más, a veces menos, pero…la cosa se banca, funciona… A este cotidiano hacernos simultáneamente los boludos, los académicos lo llaman «acuerdo intersubjetivo: objetividad”.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>«Chicos, no se peleen!» dice la maestra intersubjetiva, y nosotros —¡pobre señora!— hacemos caso. ¿Nos asusta la pelea? ¡Claro que no!: a ÚNICO le encanta la pelea, existe sólo en y por la pelea. Pero a UNO la pelea le incomoda porque quiebra y pone al descubierto la imprescindible mentira que subyace al supuesto acuerdo democrático de base: hagamos fuerza todos juntos y pariremos una linda verdad rubia y de ojos celestes, o sea, democrática y científica.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Cuando nos ponemos a pensar en el justo punto medio, lo hacemos obligados por la pelea y, en realidad, lo hacemos para zafar de la pelea. Cuando nos obligamos a pensar <i>así</i> (pues aquí no alcanza con decir “nos obligamos a pensar <i>eso</i>”), dejamos de pensar; en ese acto renunciamos a pensar y empezamos a pensar cómo podemos quedar bien parados, cómo mentir más verosímil y elegantemente. Este es el nacimiento del Equilibrista. Cuando nace el pensamiento equilibrista muere el pensar. Porque antes del equilibrista ya hay pensamiento —que no piensa UNO, por supuesto: allí UNO no piensa—, un pensamiento de otro tipo que el equilibrista detesta y no quiere reconocer ni pensar. Y entonces, como no quiere pensar lo que piensa, termina pensando lo que no piensa. Así nace el Infinito Potencial.</span></div><div class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-AR" style="letter-spacing: 1pt;"><span> </span>Y no es que UNO piense pensamientos equivocados; no: UNO <i>piensa</i> <i>mal</i>. <span> </span></span><span lang="ES-AR"></span></div><div><br clear="all" /> <hr align="left" size="1" width="33%" /> <div id="ftn1"> <h1><a href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=1371955767668194433#_ftnref1" name="_ftn1" title=""><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="EN-US"><span><span class="MsoFootnoteReference"><span lang="EN-US" style="font-family: "Times New Roman"; font-size: 16pt;">[1]</span></span></span></span></span></a><span lang="EN-US"> </span><span lang="ES-AR" style="font-size: 10pt;">Publicado en la revista TOPIA nº14, agosto-octubre 1995, Buenos Aires.</span></h1><div class="MsoFootnoteText"><br />
</div></div></div>Héctor Fenogliohttp://www.blogger.com/profile/11308550407688946357noreply@blogger.com